viernes, 2 de abril de 2021

LATER de Stephen King EN ESPAÑOL - Capítulo 14

 

LATER - STEPHEN KING - En español


14

 

Es hora de hablar de Liz Dutton, así que presten atención. Préstenle atención.

Medía alrededor de un metro setenta, la altura de mi madre, con cabello negro hasta los hombros (cuando no lo llevaba aprisionado en la cola de caballo reglamentaria), y poseía lo que algunos de los chicos en cuarto grado llamarían, sin tener idea de lo que hablaban, un “cuerpazo.” También mostraba una gran sonrisa y ojos grises generalmente cálidos. A menos que estuviese enojada. Cuando se enfadaba, esos ojos grises se veían fríos como un día de noviembre.

Me gustaba porque podía ser gentil, como cuando mi boca y garganta estaban muy secas y me dio el resto de Coca Cola sin preguntarme (mi madre estaba concentrada en conseguir los detalles del último libro sin escribir del señor Thomas).  Además, a veces me traía un auto Matchbox para mi creciente colección y de vez en cuando se echaba al piso junto a mí para jugar juntos. En ocasiones me daba un abrazo y me revolvía el pelo. A veces me hacía tantas cosquillas que le gritaba que se detuviese o me haría pis encima… lo que ella llamaba “dar de beber a mis jinetes.”

No me gustaba porque por momentos, especialmente luego de nuestro viaje a la casa del escritor, yo levantaba la vista y la atrapaba estudiándome como si fuese un insecto en una vitrina. En esas ocasiones sus ojos grises no mostraban calidez alguna. O me decía que habitación era un desastre, lo cual en rigor de la verdad era generalmente cierto, aunque no pareciera molestarle a mi mamá. “Me lastima los ojos,” solía decir Liz. O “¿Vas a vivir toda tu vida así, Jamie?” También consideraba que yo era demasiado grande para tener una luz de noche, pero mi madre puso fin a esa discusión, diciendo “Déjalo en paz, Liz. Lo dejará cuando esté listo.”

¿La razón principal? Ella me robó mucho de la atención y afecto que yo solía recibir de mi madre. Mucho después, cuando leí algunas teorías de Freud en una clase de psicología, me di cuenta que de niño tuve una clásica fijación por mi madre, viendo a Liz como un rival.

Bueno, sí.

Por supuesto que estaba celoso, y tenía mis buenas razones. No tenía padre, nunca supe quién carajos fue porque mi madre no quería hablar de él. Después descubrí que ella tenía motivos para eso, pero en aquel entonces todo lo que sabía era que “somos tú y yo contra el mundo, Jamie.” Eso fue hasta que apareció Liz. Y recuerden esto, yo tampoco disfrutaba mucho de mamá antes de Liz, porque ella estaba demasiado ocupada tratando de salvar la agencia luego de que, junto al tío Harry, fueran cagados por James Mackenzie (yo odiaba qué él tuviese mi mismo nombre). Mamá siempre estaba buscando oro en la basura, esperando cruzarse con otra Jane Reynolds.

Debo decir que el gusto y el disgusto estaban bastante igualados el día que fuimos a la Casa de los Adoquines, con el gusto ligeramente adelantado por al menos cuatro razones: los autos y camiones de Matchbox no se podían despreciar; sentarme entre ellas en el sofá y ver The Big Bang Theory era divertido y acogedor; yo quería gustar de quien mamá gustase; Liz la hacía feliz. Después (ahí está otra vez), no fue tan así.

Esa Navidad fue excelente. Recibí regalos geniales de ambas, y almorzamos temprano en Chinese Tuxedo antes de que Liz se fuese a trabajar. Porque, como dijo ella, “el crimen no se toma vacaciones.” Entonces mamá y yo fuimos al antiguo edificio sobre Park Avenue.

Mamá siguió en contacto con el señor Burkett luego de nuestra mudanza, y a veces los tres nos juntábamos. “Porque está solo,” decía mamá, “¿pero por qué más, Jamie?”

“Porque nos cae bien,” contestaba yo, y era verdad.

Tuvimos una cena de Navidad en su apartamento (en realidad fueron sándwiches de pavo con salsa de arándanos de Zabar’s) ya que su hija estaba en la costa oeste y no podía venir. Después me enteré de eso.

Y sí, porque nos caía bien.

Como tal vez les conté, el señor Burkett era de hecho Profesor Burkett, ahora emérito, lo que según entendí significaba que estaba retirado pero aún podía darse una vuelta por la universidad de New York y dar clases ocasionales de su especialidad súper erudita, que resultó ser I y E (Literatura Inglesa y Europea). Una vez cometí el error de decir “lit” y él me corrigió diciendo que esa palabra en inglés se usaba para los encendedores o las borracheras.

En todo caso, incluso sin mucha pompa y solamente zanahorias como acompañamiento, fue una linda comida luego de la cual recibimos más obsequios. Le regalé al señor Burkett un globo de nieve para su colección. Después me enteré de que había sido la colección de su esposa; pero él lo admiró, me agradeció y lo colocó sobre la chimenea con el resto. Mamá le dio un gran libro llamado Sherlock Holmes con nuevas anotaciones, porque cuando trabajaba a tiempo completo, él dictaba un curso llamado Misterio y Gótico en la ficción inglesa.

Él le regaló a mamá un medallón que dijo había pertenecido a su esposa. Mamá protestó argumentando que debería dárselo a su hija. El señor Burkett explicó que Siobhan había recibido las mejores alhajas de Mona, y además “si bostezas te lo pierdes.” Lo que quiso decir, me imagino, es que si su hija (por cómo sonaba, pensé que su nombre era Shivonn) no se molestaba en venir al este, podía irse a pasear. De cierta manera estuve de acuerdo, porque quién sabía cuántas Navidades más estaría su padre. Ya era más viejo que Dios. Por otro lado yo tenía debilidad por los padres, ya que jamás tuve uno. Ya sé que no se puede extrañar lo que nunca tuviste, pero yo extrañaba algo.

Mi presente de parte del señor Burkett también fue un libro. Se llamaba Veinte Cuentos de Hadas sin purgar.

“¿Sabes lo que significa sin purgar, Jamie?” Una vez profesor, toda la vida profesor, me imagino.

Sacudí la cabeza.

“¿Qué supones?” Él se había inclinado hacia adelanto con sus grandes y nudosas manos entre sus flacos muslos, sonriendo. “¿Puedes deducirlo por el contexto del título?”

“¿Sin censura? ¿Como Apto para Mayores?”

“Exacto,” dijo. “Bien hecho.”

“Espero que no haya mucho sexo en ellos,” dijo mamá. “Lee a un nivel de secundaria, pero solo tiene nueve.”

“Nada de sexo, solo violencia a la vieja usanza,” dijo el señor Burkett (nunca lo llamaba profesor en aquellos días, porque me parecía algo pretencioso). “Por ejemplo, en el cuento original de Cenicienta, que encontrarás aquí, las malvadas hermanastras…”

Mamá se giró hacia mí y dijo, “Alerta de spoiler.”

El señor Burkett no se dejó disuadir. Estaba en pleno modo de educador. No me molestó, era interesante.

“En el original, las malvadas hermanastras se cortan los pies en su intento de lograr que el zapato de cristal les calce.”

“¡Puajjj!” Lo dije en un modo que significaba qué asco, cuénteme más.

“Y el zapato de cristal no era nada de cristal, Jamie. Parece haber habido una mala traducción que inmortalizó Disney, ese homogeneizador de cuentos de hadas. El zapato en realidad estaba hecho de piel de ardilla.”

“Guau,” dije. No tan interesante como las hermanastras cortándose los pies, pero quería que siguiera.

“En la historia original del Rey Sapo, la princesa no besa al sapo. En vez de eso, ella…”

“Basta ya,” dijo mamá. “Déjalo que lea las historias y lo descubra por su cuenta.”

“Siempre es lo mejor,” accedió el señor Burkett. “Y tal vez podamos comentarlos, Jamie.”

Quiere decir que usted va a comentarlos mientras yo escucho, pensé, pero me pareció bien.

“¿Tomamos chocolate caliente?” preguntó mamá. “También es de Zabar’s, y preparan el mejor. Lo puedo recalentar en un santiamén.”

“Adelante, Macduff,” dijo el señor Burkett, “y maldito el primero que grite ‘¡Suficiente!’” Lo que significaba que sí, y que lo beberíamos con crema batida.

En mis recuerdos esa fue la mejor Navidad que tuve de chico, desde los panqueques de Santa que Liz hizo en la mañana hasta el chocolate en el apartamento del señor Burkett, en el mismo piso donde mamá y yo habíamos vivido. El Año Nuevo también estuvo bueno, aunque me dormí en el sofá entre mamá y Liz antes de que cayese la bola. Todo bien. Pero en el 2010, comenzaron las discusiones.

Antes de eso, Liz y mi madre sabían tener lo que mamá llamaba “discusiones animadas,” mayormente acerca de libros. Compartían en general el gusto por los mismo autores (recuerden que se conocieron por Regis Thomas) y las mismas películas, pero Liz consideraba que mi madre se enfocaba demasiado en cosas como ventas, adelantos e historiales de escritores, en vez de las historias en sí mismas. Y de hecho se reía de los trabajos de un par de sus cliente, llamándolos “subliteratura.” A lo cual mi madre respondía que esa subliteratura pagaba la renta y mantenía la luz encendida. Sin mencionar la casa de cuidados en la que el tío Harry se encontraba marinándose en su propia orina.

Luego las peleas comenzaron a alejarse del terreno más o menos seguro de los libros y películas, y se hicieron más acaloradas. Algunas veces era sobre política. Liz adoraba a un congresista, John Bohener. Mi madre lo llamaba John ‘Boner’ (erección), lo que algunos chicos de mi entorno llamaban ‘tenerla dura’. O tal vez ella quería decir que era un patadura, pero no lo creo. Mamá pensaba que Nancy Pelosi (otra política, a la cual probablemente conozcan ya que sigue activa) era una valiente mujer trabajando en un “club de muchachos.” Liz opinaba que era la clásica tipeja liberal.

La pelea más grande que tuvieron sobre política fue cuando Liz dijo que no estaba totalmente segura de que Obama hubiese nacido en EE.UU. mamá la llamó estúpida y racista. Ambas estaban en la habitación con la puerta cerrada (allí era donde ocurrían la mayoría de sus discusiones) pero sus voces fueron en aumento y pude escuchar cada una de sus palabras desde la sala. Unos minutos después, Liz se marchó dando un portazo y no volvió en una semana. Cuando regresó, hicieron las paces. En la habitación. Con la puerta cerrada. También escuché eso, porque la reconciliación fue bastante ruidosa. Gruñidos y risas y chirridos de la cama.

También discutían acerca de procedimientos policiales, y eso fue unos años antes del Black Lives Matter. Ese era un punto de fricción con Liz, como podrán adivinar. Mamá denunciaba lo que ella llamaba “perfil racial,” y Liz decía que uno solo puede dibujar un perfil si las características son claras. (No lo entendí entonces, y sigo sin entenderlo.) Mamá aseguraba que cuando la gente negra y la blanca eran sentenciadas por el mismo crimen, era la negra la que recibía las condenas más duras, y a veces los blancos no cumplían ningún tiempo en prisión. Liz contratacaba diciendo, “Muéstrame un Boulevard Martin Luther King en cualquier ciudad, y yo te mostraré un área de alto índice criminal.”

Las discusiones comenzaron a hacerse más frecuentes, e incluso a mi tierna edad me di cuenta de la verdadera razón: estaban bebiendo demasiado. Los desayunos calientes, que mi madre preparaba dos o incluso tres veces por semana, casi cesaron por completo. Yo solía levantarme por las mañanas y ellas estaban sentadas con sus batas puestas, aferradas a sus tazas de café, pálidos los rostros y los ojos rojos. Había tres, a veces cuatro botellas de vino vacías en la basura con colillas de cigarrillo.

Mi madre me decía, “Toma un poco de jugo y cereal mientras me visto, Jamie.” Y Liz me pedía que no hiciese mucho ruido porque la aspirina aún no había hecho efecto, la cabeza se le partía, y había recibido una llamada de servicio o la habían asignado a algún caso. Sin embargo, no el equipo de Thumper; ella no lo consiguió.

Esas mañanas, yo bebía mi jugo y comía mi cereal, silencioso como un ratón. Cuando mamá estaba vestida y lista para llevarme a la escuela (ignorando el comentario de Liz de que ya era lo suficientemente grande como para ir por mi cuenta), ella comenzaba a recuperarse.

Todo esto me parecía de lo más normal. No creo que el mundo comience a definirse antes de los quince o dieciséis; hasta entonces, uno toma lo que recibe y se adapta a ello. Esas dos mujeres con resaca encogidas sobre sus cafés era la manera en que comenzaba mi día algunas mañanas, que eventualmente se convirtieron en muchas mañanas. Ni siquiera me percaté del olor a vino que comenzó a impregnarlo todo. Solo una parte de mí debe haberlo notado porque, años más tarde en la universidad, cuando mi compañero de cuarto derramó una botella de Zinfandel en la sala de nuestro pequeño apartamento, todo volvió a mí y fue como recibir un planchazo en plena cara. El cabello greñudo de Liz. Los ojos vacíos de mi madre. Cómo aprendí a cerrar el frasco donde estaba el cereal silenciosa y calladamente.

Le dije a mi compañero que iría al 7-Eleven a por un paquete de cigarrillos (sí, eventualmente adopté es mal hábito), pero básicamente solo quería huir de ese olor. Si me dan a elegir entre ver gente muerta (sí, aún la veo) y los recuerdos revividos por el olor de vino derramado, escojo la gente muerta.

Sin una puta duda.


jueves, 1 de abril de 2021

LATER de Stephen King EN ESPAÑOL - Capítulo 13

 

LATER - STEPHEN KING - En español


13

 

Nos llevó una hora y media, y cuando terminamos yo estaba exhausto, y creo que mamá también. El señor Thomas se veía igual al final que cuando comenzamos, parado allí con esa patética banda amarilla cayendo de su barriga y sus shorts de tiro bajo. Liz estacionó el auto entre los postes de la entrada con la baliza encendida, probablemente una buena idea porque las noticias de la muerte del señor Thomas habían comenzado a esparcirse, y la gente se estaba congregando en el frente para sacar fotos de la casa. En algún momento ella se acercó a preguntar cuánto faltaba y mamá solo la alejó la con un gesto de la mano, le dijo que fuese a inspeccionar el terreno o algo así; pero mayormente Liz esperó.

Fue estresante a la vez que cansador, porque nuestro futuro dependía del libro del señor Thomas. No era justo para mí tener que cargar con el peso de esa responsabilidad, no a los nueve, pero no había alternativa. Tuve que repetir todo lo que el señor Thomas le dijo a mamá (o mejor dicho a los aparatos de grabación de mamá), y el hombre tenía mucho para contar. Cuando me dijo que podía guardar todo en su cabeza, no eran patrañas. Y mamá hacía preguntas, más que nada para aclarar ciertos puntos. Al señor Thomas no parecía importarle (en realidad, no le importaba ni una ni otra cosa), pero la forma en que mamá retrasaba las cosas comenzó a hincharme las pelotas. Además, mi boca se resecó horriblemente. Cuando Liz me trajo lo que le quedaba de Coca Cola, lo tragué en dos sorbos y la abracé.

“Gracias,” dije, devolviéndole el vaso vacío. “Lo necesitaba.”

“Por nada.” Liz había dejado de lucir aburrida. Ahora parecía pensativa. No podía ver al señor Thomas, y no creo que aún creyese totalmente que él estaba ahí, pero sabía que algo estaba sucediendo, porque había escuchado a un chico de nueve años narrar una trama complicada que incluía a media docena de personajes principales y al menos dos docenas de otros secundarios. Oh, y un trío (bajo la influencia de unas hierbas cedidas por un amable nativo americano del pueblo de los Nottoway) compuesto por George Threadgill, Purity Betancourt y Laura Goodhug. Quien terminó quedando embarazada. La pobre Laura siempre se llevaba la peor parte.

Al finalizar el resumen, el gran secreto se develó, y fue sorprendente. No les diré cuál fue. Lean el libro y descúbranlo ustedes mismos. Si es que aún no lo han leído.

“Ahora te diré la última frase,” dijo el señor Thomas. Parecía tan fresco como siempre… aunque “fresco” seguramente sea un término erróneo para referirse a una persona muerta. No obstante, su voz había comenzado a desvanecerse. Solo un poco. “Porque siempre la escribo primero. Es el cebo al cual apunto.”

“Se viene la última frase,” le dije a mamá.

“Gracias a Dios,” dijo ella.

El señor Thomas levantó un dedo, como un viejo actor preparándose para su gran discurso. "’Aquel día, un sol carmesí descendió sobre el asentamiento abandonado, y la palabra grabada que desconcertaría a generaciones brilló, como si estuviese delineada en sangre: CROATAN.’ Dile que croatan va todo en mayúsculas, Jimmy.”

Se lo dije (aunque no sabía exactamente qué quería decir con “delineada en sangre”), luego le pregunté al señor Thomas si habíamos terminado. Justo cuando me dijo que sí, oí una breve sirena que provenía del frente: dos sonidos largos y uno corto.

“Oh, Dios,” dijo Liz, pero no con pánico; más como si lo hubiese estado esperando. “Aquí vamos.”

Ella tenía la placa sujeta a su cinturón y abrió la parca para que se viera. Luego fue hasta el frente y volvió con dos policías. Ambos también usaban parcas, con insignias de la Policía del Condado de Westchester en ellas.

“Ahueca el ala, la policía,” dijo el señor Thomas, algo que no entendí en absoluto. Después, cuando le pregunté a mamá, me dijo que era un modismo propio de los años ’50.

“Ella es la señora Conklin,” dijo Liz. “Es mi amiga y era la agente del señor Thomas. Me pidió que la trajese aquí ya que le preocupaba que alguien pudiese aprovechar la oportunidad de llevarse algúun recuerdo.”

“O un manuscrito,” agregó mi madre. El pequeño grabador estaba bien seguro en su bolso y tenía el celular en el bolsillo trasero de sus jeans. “Uno en particular, el último libro del ciclo de novelas que el señor Thomas estaba escribiendo.”

Liz le dedicó una mirada que quería decir ya es suficiente, pero mi madre continuó.

“Acababa de terminarla, y millones de personas querrán leerla. Sentí que era mi deber asegurarme de que tendrían la oportunidad de hacerlo.”

Los policías no parecieron interesados; estaban allí para inspeccionar la habitación donde había muerto el señor Thomas. Y para corroborar que la gente que había sido vista en la propiedad tuviera una buena razón para estar ahí.

“Me parece que murió en su estudio,” dijo mamá, y apuntó a La Petite Maison.

“Ajá,” dijo fue uno de los policías. “Eso oímos. Iremos a ver.” Tuvo que agacharse con las manos en las rodillas para estar a mi altura; por aquellos días yo era bastante menudo. “¿Cuál es tu nombre, hijo?”

“James Conklin.” Le eché al señor Thomas una mirada mordaz. “Jamie. Ella es mi madre.” La tomé de la mano.

“¿Hoy faltaste a la escuela, Jamie?”

Antes de poder contestar intervino mamá, suave como la seda. “Generalmente lo recojo cuando sale del colegio, pero pensé que tal vez no llegaría a tiempo hoy, así que pasamos por él. ¿No es así, Liz?”

“Copiado,” dijo Liz. “Oficiales, no revisamos el estudio, por lo que no puedo decirles si está cerrado o no.”

“La casera lo dejó abierto con el cuerpo adentro,” dijo el que me había hablado. “Pero me dio las llaves y cerraremos luego de echar un vistazo.”

“Podrías decirles que no hubo nada raro,” dijo el señor Thomas. “Tuve un infarto. Duele como mil demonios.”

Yo no les iba a decir nada. Solo tenía nueve, pero no era estúpido.

“¿También hay una llave del portón?” preguntó Liz. Ahora estaba en plan profesional. “Porque estaba abierto cuando llegamos.”

“La hay, y lo cerraremos al salir,” dijo el segundo policía. “Fue una buena jugada estacionar el auto allí, detective.”

Liz extendió las manos, como diciendo que era parte del trabajo diario. “Si ya tienen todo, los dejaremos en paz.”

El policía que me había hablado dijo, “Deberíamos saber cómo es ese valioso manuscrito, para asegurarnos de que esté a salvo.”

Era un golpe que mi madre podía esquivar. “Él me envió el original justo la semana pasada. En un pendrive. No creo que haya otra copia. Era bastante paranoico.”

“Lo era,” admitió el señor Thomas. Sus shorts se estaban hundiendo de vuelta.

“Qué bueno que ustedes hayan estado aquí para vigilar,” dijo el segundo policía. Él y el otro estrecharon las manos de mamá y Liz, y las mías también. Luego comenzaron a descender por el camino de grava hacia la pequeña construcción verde donde el señor Thomas había muerto. Después descubrí que muchos escritores murieron frente sus escritorios. Debe ser una profesión de alto riesgo.

“Vamos, campeón,” dijo Liz. Intentó tomarme de la mano, pero no se lo permití.

“Quédate un minuto junto a la piscina,” dije. “Vayan las dos.”

“¿Por qué?” preguntó mamá.

Miré a mi madre de una forma que no creo haber hecho nunca: como si fuera estúpida. Y en ese momento, yo creí que estaba siendo estúpida. Ambas lo eran. Sin mencionar extremadamente maleducadas.

“Porque tú tienes lo que querías y yo necesito darle las gracias.”

“Oh Dios mío,” dijo mamá, y se palmeó otra vez la frente. “¿En qué estaba pensando? Gracias, Regis. Muchas gracias.”

Mamá le estaba hablando a un cantero, así que la tomé del brazo y la giré. “Él está por allí, mamá.”

Volvió a agradecer, a lo cual el señor Thomas no respondió. No parecía importarle. Luego ella se dirigió hacia donde estaba Liz quien, parada junto a la piscina vacía, encendía un cigarrillo.

Realmente no necesitaba darle las gracias; para entonces sabía que a la gente muerta esas cosas no le importan una mierda. Pero igual lo hice. Era simple educación y, por otro lado, yo quería algo más.

“La amiga de mi mamá,” dije. “¿Liz?”

El señor Thomas no respondió, pero la miró.

“Sigue pensando que estoy inventando todo. O sea, sabe que sucedió algo raro, porque ningún chico podría haber creado toda la historia. Por cierto, me encantó lo que le pasó a George Threadgill…”

“Gracias. No se merecía otra cosa.”

“Pero le dará vueltas al asunto en su cabeza, y al final creerá lo que ella quiera.”

“Lo racionalizará.”

“Si quiere llamarlo así.”

“Es así.”

“Bueno, ¿hay alguna forma de que usted le muestre que está aquí?” estaba pensando en el señor Burkett, cuando se rascó la mejilla luego del beso de su esposa.

“No lo sé. Jimmy, ¿tienes idea de lo que me pasará ahora?”

“Lo siento señor Thomas. No lo sé.”

“Supongo que lo descubriré yo mismo.”

Caminó hacia la piscina donde nunca volvería a nadar. Alguien la llenaría de nuevo cuando regresara el calor, pero para entonces él ya se habría ido haría mucho tiempo. Mamá y Liz estaban conversando en voz baja y compartiendo el cigarrillo. Una de las cosas que no me gustaban de Liz es cómo había llevado de vuelta a mi mamá al vicio del cigarrillo. Solo un poco, y solamente con ella, pero igual.

El señor Thomas se paró frente a Liz, tomó una profunda bocanada de aire y sopló. Liz no tenía flequillo, su cabello estaba bien estirado hacia atrás y atado en una cola de caballo, pero aun así entrecerró los ojos como uno hace cuando el viento te sopla en la cara, y retrocedió. Creo que habría caído a la piscina si mamá no la agarraba del brazo.

Dije, “¿Lo sentiste?” Una pregunta estúpida, claro que lo había sentido. “Ese fue el señor Thomas.”

El mismo que ahora se alejaba de nosotros, dirigiéndose de vuelta a su estudio.

“¡Gracias de nuevo, señor Thomas!” grité. Él no se giró, pero levantó una mano antes de ponerla otra vez en el bolsillo de sus shorts. Yo tenía una vista excelente de su raya de plomero (es lo que dice mamá cuando ve a un tipo con pantalones de tiro bajo), y si es demasiada información para ustedes, mala suerte. Le hicimos contarnos (¡en una hora!) todo lo que le había llevado meses inventar. Podría haberse negado, y tal vez aquello le daba el derecho de mostrarnos el culo.

Claro que yo fui el único que pudo verlo.


LATER de Stephen King EN ESPAÑOL - Capítulo 14

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