jueves, 1 de abril de 2021

LATER de Stephen King EN ESPAÑOL - Capítulo 13

 

LATER - STEPHEN KING - En español


13

 

Nos llevó una hora y media, y cuando terminamos yo estaba exhausto, y creo que mamá también. El señor Thomas se veía igual al final que cuando comenzamos, parado allí con esa patética banda amarilla cayendo de su barriga y sus shorts de tiro bajo. Liz estacionó el auto entre los postes de la entrada con la baliza encendida, probablemente una buena idea porque las noticias de la muerte del señor Thomas habían comenzado a esparcirse, y la gente se estaba congregando en el frente para sacar fotos de la casa. En algún momento ella se acercó a preguntar cuánto faltaba y mamá solo la alejó la con un gesto de la mano, le dijo que fuese a inspeccionar el terreno o algo así; pero mayormente Liz esperó.

Fue estresante a la vez que cansador, porque nuestro futuro dependía del libro del señor Thomas. No era justo para mí tener que cargar con el peso de esa responsabilidad, no a los nueve, pero no había alternativa. Tuve que repetir todo lo que el señor Thomas le dijo a mamá (o mejor dicho a los aparatos de grabación de mamá), y el hombre tenía mucho para contar. Cuando me dijo que podía guardar todo en su cabeza, no eran patrañas. Y mamá hacía preguntas, más que nada para aclarar ciertos puntos. Al señor Thomas no parecía importarle (en realidad, no le importaba ni una ni otra cosa), pero la forma en que mamá retrasaba las cosas comenzó a hincharme las pelotas. Además, mi boca se resecó horriblemente. Cuando Liz me trajo lo que le quedaba de Coca Cola, lo tragué en dos sorbos y la abracé.

“Gracias,” dije, devolviéndole el vaso vacío. “Lo necesitaba.”

“Por nada.” Liz había dejado de lucir aburrida. Ahora parecía pensativa. No podía ver al señor Thomas, y no creo que aún creyese totalmente que él estaba ahí, pero sabía que algo estaba sucediendo, porque había escuchado a un chico de nueve años narrar una trama complicada que incluía a media docena de personajes principales y al menos dos docenas de otros secundarios. Oh, y un trío (bajo la influencia de unas hierbas cedidas por un amable nativo americano del pueblo de los Nottoway) compuesto por George Threadgill, Purity Betancourt y Laura Goodhug. Quien terminó quedando embarazada. La pobre Laura siempre se llevaba la peor parte.

Al finalizar el resumen, el gran secreto se develó, y fue sorprendente. No les diré cuál fue. Lean el libro y descúbranlo ustedes mismos. Si es que aún no lo han leído.

“Ahora te diré la última frase,” dijo el señor Thomas. Parecía tan fresco como siempre… aunque “fresco” seguramente sea un término erróneo para referirse a una persona muerta. No obstante, su voz había comenzado a desvanecerse. Solo un poco. “Porque siempre la escribo primero. Es el cebo al cual apunto.”

“Se viene la última frase,” le dije a mamá.

“Gracias a Dios,” dijo ella.

El señor Thomas levantó un dedo, como un viejo actor preparándose para su gran discurso. "’Aquel día, un sol carmesí descendió sobre el asentamiento abandonado, y la palabra grabada que desconcertaría a generaciones brilló, como si estuviese delineada en sangre: CROATAN.’ Dile que croatan va todo en mayúsculas, Jimmy.”

Se lo dije (aunque no sabía exactamente qué quería decir con “delineada en sangre”), luego le pregunté al señor Thomas si habíamos terminado. Justo cuando me dijo que sí, oí una breve sirena que provenía del frente: dos sonidos largos y uno corto.

“Oh, Dios,” dijo Liz, pero no con pánico; más como si lo hubiese estado esperando. “Aquí vamos.”

Ella tenía la placa sujeta a su cinturón y abrió la parca para que se viera. Luego fue hasta el frente y volvió con dos policías. Ambos también usaban parcas, con insignias de la Policía del Condado de Westchester en ellas.

“Ahueca el ala, la policía,” dijo el señor Thomas, algo que no entendí en absoluto. Después, cuando le pregunté a mamá, me dijo que era un modismo propio de los años ’50.

“Ella es la señora Conklin,” dijo Liz. “Es mi amiga y era la agente del señor Thomas. Me pidió que la trajese aquí ya que le preocupaba que alguien pudiese aprovechar la oportunidad de llevarse algúun recuerdo.”

“O un manuscrito,” agregó mi madre. El pequeño grabador estaba bien seguro en su bolso y tenía el celular en el bolsillo trasero de sus jeans. “Uno en particular, el último libro del ciclo de novelas que el señor Thomas estaba escribiendo.”

Liz le dedicó una mirada que quería decir ya es suficiente, pero mi madre continuó.

“Acababa de terminarla, y millones de personas querrán leerla. Sentí que era mi deber asegurarme de que tendrían la oportunidad de hacerlo.”

Los policías no parecieron interesados; estaban allí para inspeccionar la habitación donde había muerto el señor Thomas. Y para corroborar que la gente que había sido vista en la propiedad tuviera una buena razón para estar ahí.

“Me parece que murió en su estudio,” dijo mamá, y apuntó a La Petite Maison.

“Ajá,” dijo fue uno de los policías. “Eso oímos. Iremos a ver.” Tuvo que agacharse con las manos en las rodillas para estar a mi altura; por aquellos días yo era bastante menudo. “¿Cuál es tu nombre, hijo?”

“James Conklin.” Le eché al señor Thomas una mirada mordaz. “Jamie. Ella es mi madre.” La tomé de la mano.

“¿Hoy faltaste a la escuela, Jamie?”

Antes de poder contestar intervino mamá, suave como la seda. “Generalmente lo recojo cuando sale del colegio, pero pensé que tal vez no llegaría a tiempo hoy, así que pasamos por él. ¿No es así, Liz?”

“Copiado,” dijo Liz. “Oficiales, no revisamos el estudio, por lo que no puedo decirles si está cerrado o no.”

“La casera lo dejó abierto con el cuerpo adentro,” dijo el que me había hablado. “Pero me dio las llaves y cerraremos luego de echar un vistazo.”

“Podrías decirles que no hubo nada raro,” dijo el señor Thomas. “Tuve un infarto. Duele como mil demonios.”

Yo no les iba a decir nada. Solo tenía nueve, pero no era estúpido.

“¿También hay una llave del portón?” preguntó Liz. Ahora estaba en plan profesional. “Porque estaba abierto cuando llegamos.”

“La hay, y lo cerraremos al salir,” dijo el segundo policía. “Fue una buena jugada estacionar el auto allí, detective.”

Liz extendió las manos, como diciendo que era parte del trabajo diario. “Si ya tienen todo, los dejaremos en paz.”

El policía que me había hablado dijo, “Deberíamos saber cómo es ese valioso manuscrito, para asegurarnos de que esté a salvo.”

Era un golpe que mi madre podía esquivar. “Él me envió el original justo la semana pasada. En un pendrive. No creo que haya otra copia. Era bastante paranoico.”

“Lo era,” admitió el señor Thomas. Sus shorts se estaban hundiendo de vuelta.

“Qué bueno que ustedes hayan estado aquí para vigilar,” dijo el segundo policía. Él y el otro estrecharon las manos de mamá y Liz, y las mías también. Luego comenzaron a descender por el camino de grava hacia la pequeña construcción verde donde el señor Thomas había muerto. Después descubrí que muchos escritores murieron frente sus escritorios. Debe ser una profesión de alto riesgo.

“Vamos, campeón,” dijo Liz. Intentó tomarme de la mano, pero no se lo permití.

“Quédate un minuto junto a la piscina,” dije. “Vayan las dos.”

“¿Por qué?” preguntó mamá.

Miré a mi madre de una forma que no creo haber hecho nunca: como si fuera estúpida. Y en ese momento, yo creí que estaba siendo estúpida. Ambas lo eran. Sin mencionar extremadamente maleducadas.

“Porque tú tienes lo que querías y yo necesito darle las gracias.”

“Oh Dios mío,” dijo mamá, y se palmeó otra vez la frente. “¿En qué estaba pensando? Gracias, Regis. Muchas gracias.”

Mamá le estaba hablando a un cantero, así que la tomé del brazo y la giré. “Él está por allí, mamá.”

Volvió a agradecer, a lo cual el señor Thomas no respondió. No parecía importarle. Luego ella se dirigió hacia donde estaba Liz quien, parada junto a la piscina vacía, encendía un cigarrillo.

Realmente no necesitaba darle las gracias; para entonces sabía que a la gente muerta esas cosas no le importan una mierda. Pero igual lo hice. Era simple educación y, por otro lado, yo quería algo más.

“La amiga de mi mamá,” dije. “¿Liz?”

El señor Thomas no respondió, pero la miró.

“Sigue pensando que estoy inventando todo. O sea, sabe que sucedió algo raro, porque ningún chico podría haber creado toda la historia. Por cierto, me encantó lo que le pasó a George Threadgill…”

“Gracias. No se merecía otra cosa.”

“Pero le dará vueltas al asunto en su cabeza, y al final creerá lo que ella quiera.”

“Lo racionalizará.”

“Si quiere llamarlo así.”

“Es así.”

“Bueno, ¿hay alguna forma de que usted le muestre que está aquí?” estaba pensando en el señor Burkett, cuando se rascó la mejilla luego del beso de su esposa.

“No lo sé. Jimmy, ¿tienes idea de lo que me pasará ahora?”

“Lo siento señor Thomas. No lo sé.”

“Supongo que lo descubriré yo mismo.”

Caminó hacia la piscina donde nunca volvería a nadar. Alguien la llenaría de nuevo cuando regresara el calor, pero para entonces él ya se habría ido haría mucho tiempo. Mamá y Liz estaban conversando en voz baja y compartiendo el cigarrillo. Una de las cosas que no me gustaban de Liz es cómo había llevado de vuelta a mi mamá al vicio del cigarrillo. Solo un poco, y solamente con ella, pero igual.

El señor Thomas se paró frente a Liz, tomó una profunda bocanada de aire y sopló. Liz no tenía flequillo, su cabello estaba bien estirado hacia atrás y atado en una cola de caballo, pero aun así entrecerró los ojos como uno hace cuando el viento te sopla en la cara, y retrocedió. Creo que habría caído a la piscina si mamá no la agarraba del brazo.

Dije, “¿Lo sentiste?” Una pregunta estúpida, claro que lo había sentido. “Ese fue el señor Thomas.”

El mismo que ahora se alejaba de nosotros, dirigiéndose de vuelta a su estudio.

“¡Gracias de nuevo, señor Thomas!” grité. Él no se giró, pero levantó una mano antes de ponerla otra vez en el bolsillo de sus shorts. Yo tenía una vista excelente de su raya de plomero (es lo que dice mamá cuando ve a un tipo con pantalones de tiro bajo), y si es demasiada información para ustedes, mala suerte. Le hicimos contarnos (¡en una hora!) todo lo que le había llevado meses inventar. Podría haberse negado, y tal vez aquello le daba el derecho de mostrarnos el culo.

Claro que yo fui el único que pudo verlo.


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