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Estábamos
en la calle 86, dirigiéndonos a Wave Hill en el Bronx, donde una de mis amigas
de preescolar daba su fiesta de cumpleaños. (“Hablando de consentir a un niño,”
dijo mamá.) Yo tenía el regalo de Lily en mi regazo. Tomamos una curva y vimos
un grupo de gente parada en la calle. El accidente debió haber ocurrido poco
antes. Un hombre yacía mitad en el pavimento y mitad en la acera junto a una
bicicleta retorcida. Alguien le había cubierto la mitad superior con un abrigo.
La mitad inferior mostraba pantaloncillos negros de ciclista con rayas tojas al
costado, una rodillera y unas zapatillas todas ensangrentadas. La sangre
también empapaba sus calcetines y piernas. Pudimos escuchar unas sirenas que se
aproximaban.
Parado junto a él se encontraba el mismo
hombre, con idénticos pantaloncillos y rodillera. Tenía el cabello blanco con
rastros de sangre. Su rostro estaba partido justo por la mitad, de arriba
abajo, me imagino que debido al golpe contra el bordillo. Su nariz estaba
dividida en dos, al igual que su boca.
Los autos estaban frenando y mi madre dijo,
“Cierra los ojos.” Ella estaba mirando al hombre caído, por supuesto.
“¡Está muerto!” comencé a gritar. “¡Ese hombre
está muerto!”
Nos detuvimos. Debimos hacerlo. Por los autos
adelante de nosotros.
“No, no lo está,” dijo mamá. “Está dormido,
eso es todo. Es lo que ocurre a veces cuando alguien se golpea muy fuerte.
Estará bien. Ahora cierra los ojos.”
No lo hice. El hombre destrozado alzó una mano
y me saludó. Ellos saben que los puedo ver. Siempre saben.
“¡Su cara está en dos partes!”
Mamá miró otra vez para asegurarse, vio que el
hombre se encontraba cubierto hasta la cintura y dijo, “Deja de asustarte,
Jamie, solo cierra lo…”
“¡Él está ahí!”
señalé. Mi dedo temblaba. Todo me
temblaba. “¡Justo ahí, parado junto a
él mismo!”
Eso la espantó. Lo supe por la forma en que
apretó la boca. Apoyó luna mano sobre el claxon. Con la otra, accionó el botón
que bajaba su ventanilla y comenzó a agitar la mano hacia los autos de
adelante. “¡Vamos!” gritó. “¡Muévanse! ¡Dejen de mirar, por Dios, esto
no es una puta película!”
Se movieron, excepto por el que estaba justo
frente a ella. Ese tipo estaba inclinado mientras tomaba fotografías con su
teléfono. Mamá arrancó y lo golpeó en el parachoque. Él le mostró el dedo. Mi
madre retrocedió y entró en el otro carril para rodearlo. Desearía haberle
mostrado el dedo también, pero estaba demasiado asustado.
Mamá esquivó apenas un patrullero que venía en
la otra dirección, y se dirigió hacia el lado más alejado del parque lo más
rápido que pudo. Ya casi había llegado cuando me desabroché el cinturón. Mamá
me gritó que no lo hiciera pero no le hice caso; bajé mi ventanilla, me
arrodillé en el asiento, me incliné hacia afuera y vomité en todo el costado
del auto. No pude evitarlo. Cuando llegamos al lado oeste de Central Park, mamá
frenó y me limpió la cara con la manga de su blusa. Debe haberla vuelto a usar,
pero si lo hizo no lo recuerdo.
“Dios, Jamie. Estás blanco como el papel.”
“No lo pude evitar,” dije. “Nunca vi a nadie
como él. Le salían huesos de su
na-nariz…” Entonces volvieron las arcadas, pero me las arreglé para echar casi
todo en la calle, en vez de nuestro auto. Además, no había demasiado.
Ella me acarició el cuello, ignorando a
alguien (tal vez el mismo que nos había mostrado el dedo) que nos bocineó y
rodeó nuestro auto. “Cariño, es solo tu imaginación. Él estaba tapado.”
“El del suelo no, el que estaba parado al
lado. Me saludó.”
Ella me observó por un largo rato, pareció que
iba a decirme algo, y luego simplemente abrochó mi cinturón. “Me parece que
deberíamos cancelar la fiesta. ¿Qué te parece?”
“Bien,” dije. “Igual, no me gusta Lily. Me
pellizca durante la hora del cuento.”
Nos fuimos a casa. Mamá me preguntó si podría
retener una taza de chocolate, y le dije que sí. Bebimos juntos en la sala. Aún
tenía el regalo de Lily. Era una muñequita con traje marinero. Cuando se la di
a Lily la semana siguiente, en vez de pellizcarme me dio un beso en la boca. Se
burlaron de mí por eso, y no me importó en lo más mínimo.
Mientras nos bebíamos la chocolatada (ella
debió haberse echado algo extra en la suya), mamá dijo, “Cuando estaba
embarazada me hice la promesa de que nunca le mentiría a mi hijo, así que aquí
vamos. Sí, ese tipo probablemente estaba muerto.” Hizo una pausa. “No, seguro que estaba muerto. No creo que un
casco de ciclista lo hubiese salvado, y tampoco vi ninguno.”
No, no usaba casco. Porque de haber tenido uno
cuando lo chocaron (nos enteramos de que fue un taxi), lo habría llevado puesto
mientras permanecía junto a su cuerpo. Ellos siempre llevan puesto lo que
tenían cuando murieron.
“Pero solo imaginaste que le viste la cara,
cariño. No pudiste haberlo visto. Alguien lo cubrió con una chaqueta. Alguien
muy gentil.”
“Él tenía una camiseta con un faro,” le dije. Luego
pensé en algo más. No era de mucho consuelo; pero luego de algo como aquello,
supongo que debes aprovechar lo que tengas. “Al menos era bastante viejo.”
“¿Por qué lo dices?” Ella me miraba extrañada.
Haciendo memoria, creo que fue entonces cuando ella comenzó a creer, al menos
un poco.
“Su cabello era blanco. Excepto en las partes
donde tenía sangre.”
Comencé a llorar de nuevo. Mi madre me abrazó
y acunó, y me quedé dormido en sus brazos. Les diré algo, no hay nada mejor que
una madre cuando te asaltan pensamientos escalofriantes.
Recibíamos el Times en la puerta. Mi madre generalmente lo leía en la mesa, con
la bata puesta, mientras desayunábamos; pero el día después de lo del Central
Park ella se encontraba leyendo un manuscrito. Cuando acabamos el desayuno me
dijo que me vistiese y que tal vez iríamos a pasear por Circle Line, así que
debió haber sido un sábado. Recuerdo pensar que era el primer fin de semana en
que aquel hombre estaba muerto. Eso revivió todo el asunto.
Hice lo que me dijo, pero antes entré en su
dormitorio mientras ella se duchaba. El periódico estaba sobre la cama, abierto
en la página donde ponen a los muertos lo suficientemente famosos para el Times. Ahí estaba la foto del hombre del
Central Park. Su nombre era Robert Harrison. A los cuatro yo ya leía a un nivel
de tercer grado, mi madre se enorgullecía de eso, y no habían palabras
difíciles en el titular, que fue todo lo que leí: CEO DE LA FUNDACIÓN FARO
MUERE EN ACCIDENTE DE TRÁFICO.
Vi otros muertos después de eso (el dicho según
el cual en la vida vivimos la muerte, es más acertado de lo que la gente cree)
y algunas veces se lo conté a mamá, pero la mayoría de las veces no lo hice
porque me di cuenta de que la perturbaba. No fue hasta que murió la señora
Burkett y mamá encontró los anillos, que realmente tocamos el tema de nuevo.
Esa noche luego de que ella se fuera de mi
habitación pensé que no podría dormir, y si lo hacía soñaría con el hombre del
Central Park, su cara abierta por la mitad y los huesos asomando por la nariz;
o con mi madre en su ataúd, pero también sentada a los pies del púlpito, donde
solo yo podría verla. Sin embargo, hasta donde recuerdo, no soñé nada. La
mañana siguiente me levanté sintiéndome bien, mamá lo mismo, y bromeamos como
lo hacíamos algunas veces, y ella puso mi pavo en el refrigerador, y luego me
llevó hasta la escuela, y la señora Tate nos habló de los dinosaurios, y la
vida continuó siendo buena por dos años. Hasta que todo se derrumbó.
Grande fabro! Recién termine el 4 y ya me encuentro el 5!
ResponderEliminarHasta el domingo inclusive tengo programados capítulos. Espero poder traducir más para la semana que viene; el trabajo me quita mucho tiempo.
EliminarNo pasa nada Fabri,traduci cuando puedas y tengas ganas, no hay apuro, gracias por todo tu trabajo, no sólo en este libro, sino en todo lo que subiste, se nota que le pones ganas y te gusta mucho! Abrazo grande
ResponderEliminarGracias, amigo. Justo ayer salió la noticia de que en junio va a estar la traducción oficial, así que me desmoralicé un poco Jajajajaja
ResponderEliminarBetway Casino: Login & Mobile App | Jtm Hub
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