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Cuando
mamá se dio cuenta de cuán mal iban las cosas, la escuché hablar con Anne
Staley, una editora amiga, acerca del tío Harry por teléfono. Mamá dijo, “Él
era débil antes de volverse débil. Ahora me doy cuenta.”
A los seis yo no habría entendido. Pero ya
tenía ocho, casi nueve, y entendí todo, al menos parcialmente. Ella hablaba del
lío en que su hermano se había metido (y la había metido a ella) incluso antes de
que el Alzheimer se robara su cerebro como un ladrón en la noche.
Por supuesto que estuve de acuerdo con ella;
era mi madre, y éramos nosotros frente al mundo, un equipo de dos. Odié al tío
Harry por el enredo en el que estábamos. No fue hasta después, cuando tenía
doce o tal vez catorce, cuando me di cuenta de que mi madre compartía algo de
la culpa. Ella podría haberse librado de todo el asunto cuando todavía estaba a
tiempo, pero no lo hizo. Al igual que el tío Harry, quien fundó la Agencia
Literaria Conklin, ella sabía un montón de libros pero no lo suficiente sobre
el dinero.
Incluso recibió dos advertencias. Una fue de
su amiga Liz Dutton. Liz era una detective de la policía de New York y una gran
admiradora de los libros de Regis Thomas sobre Roanoke. Mamá la conoció en un
almuerzo organizado para celebrar la salida de uno de esos libros, y enseguida
congeniaron. Algo que resultó no ser tan bueno. Ya llegaré a eso, pero por
ahora solo contaré que Liz le dijo a mi madre que el Fondo Mackenzie era
demasiado bueno para ser cierto. Esto debe haber sido alrededor de la época en
que murió la señora Burkett, no estoy seguro, pero sí que ocurrió antes del
otoño del 2008, cuando la economía quedó patas para arriba. Incluyendo nuestras
finanzas.
El tío Harry solía jugar frontón en cierto
club selecto, cerca del Muelle 90, donde recalan los botes más grandes. Uno de
los amigos con quien jugaba era un productor de Broadway, quien le contó acerca
del Fondo Mackenzie. Lo llamaba una licencia para acuñar dinero, y el tío Harry
se lo tomó muy en serio. ¿Por qué no? Ese amigo había producido trillones de
musicales que habían sido presentados durante trillones de años en Broadway, y
a través del país, y las regalías le llovían. (Yo sabía exactamente que eran
las regalías: era el hijo de una agente literaria.)
El tío Harry se informó, habló con algunos de
los peces gordos que trabajaban para el Fondo (aunque no con James Mackenzie,
porque el tío Harry era un pez pequeño en el gran esquema de las cosas), e
invirtió una pila de dinero. Los réditos fueron tan buenos que siguió
invirtiendo más. Y más. Cuando le dio Alzheimer (y lo afectó muy rápido) mi
madre se hizo cargo de las cuentas y no solo siguió con el Fondo, sino que puso
aun más dinero.
Monty Grisham, el abogado que por entonces le
ayudaba con los contratos, le advirtió no solamente que dejase de invertir: le
dijo que se saliese mientras las ganancias eran buenas. Esa fue la otra
advertencia, poco después de que se encargara de la Agencia Conkiln. Él también
le avisó que si algo lucía demasiado bueno para ser cierto, probablemente no lo
era.
Todo de lo que les estoy contando me enteré de
a poco, al igual que aquella conversación entre mamá y su amiga editora. Estoy
seguro de que entienden, y no necesitan que les diga que el Fondo Mackenzie era
en realidad un gran fraude piramidal. La mecánica de Mackenzie y su alegre
banda de ladrones consistía en recibir mega millones y pagar grandes
porcentajes mientras se guardaban la mayor parte de las inversiones. Mantenían
la trampa atrayendo a nuevos inversores, a quienes les aseguraban que él o ella
eran especiales porque solo un grupo selecto era admitido en el Fondo. Resultó
que el grupo selecto contaba con miles de integrantes, desde productores de
Broadway hasta viudas adineradas, que dejaron de serlo de la noche a la mañana.
Una estafa de esa envergadura depende de que
los inversores estén satisfechos con los intereses, y no solo que dejen sus
inversiones iniciales sino que sigan inyectando dinero. Todo funcionó durante
un tiempo; sin embargo, cuando la economía colapsó en el 2008, casi todos los
que habían confiado en el Fondo pidieron que le reintegrasen su dinero. Pero el
dinero ya no estaba. Mackenzie era modesto comparado con Madoff, el rey de los
estafadores, pero le sacó al viejo Bernie bastante dinero; tras recibir más de
veinte mil millones de dólares, todo lo que le quedó en las cuentas Mackenzie
fueron unos quince millones. Terminó en la cárcel, lo cual fue una
satisfacción, pero como dice mamá, “La sémola no es comida y la venganza no
paga las cuentas.”
Estamos bien, estamos bien,” me dijo cuando
Mackenzie comenzó a aparecer en todos los canales de noticias y en el Times. “No te preocupes, Jamie.” Pero
sus ojeras demostraban que ella
estaba muy preocupada, y tenía razones de sobra para estarlo.
Después me enteré de algo: mamá solo tenía
doscientos grandes en bienes de los que podía echar mano, y eso incluía las
pólizas de seguro para ella y para mí. No les gustaría saber los gastos que
debía afrontar. Solo recuerden que nuestro apartamento estaba en Park Avenue,
la oficina de la agencia en Madison Avenue, y la casa de reposo donde vivía el
tío Harry (puedo oí a mi madre agregando, “Si a eso le llamas vivir”) se
encontraba en Pound Rodge que es casi tan caro como suena.
El primer paso fue cerrar la oficina sobre
Madison. Luego de eso, ella trabajó en el Palacio del Parque, al menos por un
tiempo. Pagó algo de la renta por adelantado después de cobrar los seguros que
les mencioné, incluyendo el de su hermano; pero eso solo duraría ocho o diez
meses. Alquiló la casa del tío Harry en Speonk. Vendió el Range Rover (“De
todas maneras no necesitamos un auto en la ciudad, James”, dijo) y un puñado de
primeras ediciones, incluyendo una firmada por Thomas Wolfe de Look Homeward, Angel. Derramó muchas
lágrimas por esa y dijo que no recibió ni la mitad de lo que valía, porque el
mercado de libros raros también estaba
por el piso, gracias a algunos vendedores que se estaban tan desesperados por
dinero como ella. Nuestra pintura de Andrew Wyeth también voló. Y todos los
días maldecía a James Mackenzie por ser tan ladrón, ambicioso, hijo de puta y
chupapija. En ocasiones también maldecía al tío Hary, agregando que a fin de
año estaría viviendo detrás de un contenedor de basura, y bien merecido que se
lo tendría. Y, para ser justo, después se maldijo a sí misma por hacer oídos
sordos de las advertencias de Liz y Monty.
“Me siento como el saltamontes que jugó todo
el verano en vez de trabajar,” me dijo una noche. En enero o febrero del 2009,
me parece. Por entonces Liz a veces se quedaba a dormir, pero no aquella noche.
Debe haber sido la primera vez que noté hebras grises en el bonito pelo rojo de
mamá. O tal vez lo recuerdo porque ella comenzó a llorar y fue mi turno de
consolarla, a pesar de solo era un niño y no sabía bien cómo se hacía.
Ese verano nos mudamos a un lugar mucho más
pequeño en la Décima Avenida. “No es una pocilga,” dijo mamá, “y el precio es
justo.” Además: “No pienso mudarme fuera de la ciudad. Eso sería como ondear la
bandera blanca. Comenzaría a perder clientes.”
La agencia se mudó con nosotros, por supuesto.
La oficina estaba en lo que supongo habría sido mi cuarto, si las cosas no
estuvieran tan cagadas. Mi habitación era un hueco adyacente a la cocina. Era
caliente en verano y frío en el invierno, pero al menos olía bien. Creo que
antes era la despensa.
Ella trasladó al tío Harry a unas
instalaciones en Bayonne. Cuanto menos cuente de ese lugar, mucho mejor. Lo
único bueno, me imagino, es que de todas formas el pobre hombre no sabía dónde
estaba; igual se habría meado encima aunque estuviese en el Beverly Hilton.
Otras cosas que recuerdo del 2009 y 2010: mi
madre dejó de ir a la peluquería. Ya no salió a comer con amigos y solamente
almorzaba con clientes de la agencia sí realmente debía hacerlo (porque ella
era la que terminaba encargándose de la cuenta). No se compraba demasiada ropa,
y cuando lo hacía acudía a las tiendas en liquidación. Y comenzó a beber más
vino. Mucho más. Hubo noches en que ella y su amiga Liz (la detective y fan de
Regis Thomas de la que les hablé) terminaron bastante achispadas. Al día
siguiente mamá exhibía unos ojos muy rojos y una irritabilidad aguda,
deambulando por la oficina en pijamas. A veces cantaba, “Los días de mierda han
vuelto, el puto cielo está gris de nuevo.” Esos días resultaba un alivio ir a
la escuela. Una escuela pública,
claro; mis días de educación privada habían quedado en el pasado, gracias a
James Mackenzie.
Existieron unos pocos rayos de esperanza en
ese sombrío panorama. El mercado de libros podría estar por el piso, pero la
gente había comenzado a leer libros comunes otra vez (novelas escapistas y
manuales de autoayuda porque, reconozcámoslo, en el 2009 y ’10 mucha gente
necesitó salvarse a sí misma). Mamá siempre fue una gran lectora de misterios,
y había estado construyendo esa parte del establo Conklin desde que suplantó al
tío Harry. Ya tenía diez o tal vez una docena de escritores de policiales. No
eran hombres y mujeres de las grandes ligas, pero el quince por ciento que
recibía a partir de ellos era suficiente para pagar la renta y la luz de
nuestra nueva vivienda.
Además estaba Jane Reynolds, una bibliotecaria
de Carolina del Norte. Su novela, una intriga llamada Dead Red, fue una sorpresa y mamá se abalanzó sobre ella. Hubo una
subasta para elegir quién la publicaría. Todas las grandes compañías
participaron, y los derechos se terminaron vendiendo por dos millones de
dólares. Trescientos mil de esa cantidad eran nuestros, y mi madre empezó a
sonreír de nuevo.
“Falta mucho para que volvamos a Park Avenue,”
dijo ella, “y tenemos mucho trabajo por delante para salir del hoyo en que nos
dejó el tío Harry, pero quizás lo logremos.”
“Igual no quiero volver a Park Avenue,” le
dije. “Me gusta aquí.”
Ella sonrió y me abrazó. “Eres mi amorcito.”
Luego estiró sus brazos, sosteniéndome por los hombros, y me estudió. “Tampoco
tan pequeño. ¿Sabes qué es lo que deseo, niño?”
Sacudí la cabeza.
“Que Jane Reynolds resulte ser una escritora
de un libro al año. Y que hagan la película de Dead Red. Aunque no pase ninguna de las dos cosas, aún está el
viejo Regis Thomas y su saga de Roanoke. Él es la joya de nuestra corona.”
Solo que Dead
Red terminó siendo el último rayo de luz antes de la tormenta. La película
nunca se realizó, y los editores que apostaron por el libro se equivocaron,
como a veces pasa. La novela resultó un fiasco, algo que no nos perjudicó
financieramente (el dinero ya estaba pagado) pero sucedieron otras cosas y esos
trescientos mil se desvanecieron como polvo en el viento.
Primero, las muelas de juicio de mamá se
fueron al infierno y se infectaron. Tuvo que hacérselas extraer. Eso fue malo.
Luego el tío Harry, el problemático tío Harry, sin haber llegado a los
cincuenta años, se resbaló en su casa de reposo y se fracturó el cráneo. Eso
fue mucho peor.
Mamá habló con el abogado que la ayudaba con
los contratos de los libros (y se llevó una buena tajada de nuestro dinero por
las molestias). Él recomendó otro abogado que se especializaba en demandas por
negligencia, quien aseguró que teníamos un caso sólido. Y tal vez así era, pero
antes de llegar a la corte, la casa de residencia se declaró en bancarrota. El
único que ganó con todo esto fue aquel elegante abogado, quien se embolsó
cuarenta mil dólares.
“Esas tarifas por hora son una putada,” se
lamentó mamá una noche cuando ella y Liz ya iban bien avanzadas con la segunda
botella de vino. Liz se rio porque no eran sus cuarenta mil. Mamá rio porque
estaba ebria. Yo fui el único que no le vio la gracia al asunto, porque no se
trataba solo de los honorarios del abogado. También estábamos enganchados a los
gastos médicos del tío Harry.
Para colmo de males, el fisco se arrojó sobre
los impuestos adeudados por el tío Harry. Él había estado engañando al otro tío
(Sam) para poder invertir más dinero en el Fondo Mackenzie. Lo que nos conduce
a Regis Thomas.
La joya de nuestra corona.
Gracias Idolo!!!!!!!!!!
ResponderEliminar¡Gracias a vos! Vi que en junio sale la traducción oficial, así que voy a seguir con esta mientras vea que no me atrase demasiado jejeje
EliminarSi vi la noticia Fabri,parece que el 10 de Junio, y seguro que en latinoamerica salga unos dias despues, no se si saldra en formato digital tambien, espero que no hagan como con "a tumba abierta" de Joe Hill que no salio en latinoamerica ni en formato digital, aunque no soy tan seguidor de el. en cuanto a la traducción a mi me encanta tu trabajo, no tiene nada que envidiarle a las oficiales, y esta mucho mas adaptado a nuestro hablar, pero entiendo y no quisiera que te mates trabajando en algo que quizás unos días mas tarde este ya publicado
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