sábado, 27 de marzo de 2021

LATER de Stephen King EN ESPAÑOL - Capítulos 7 y 8

 

LATER - STEPHEN KING - En español

7

 

Ahora vean esto.

Es el otoño de 2009. Obama es presidente, y la economía comienza lentamente a mejorar. Para nosotros, no tanto. Estoy en tercer grado y la señora Pierce me tiene en el pizarrón haciendo problemas de fracciones, porque soy bueno para esas cagadas. O sea, yo sacaba porcentajes cuando tenía siete (hijo de una agente literaria, recuerden). Los chicos a mis se muestran inquietos porque estamos en ese curioso intervalo breve de la escuela entre Acción de Gracias y Navidad. El problema es tan fácil como untar mantequilla en una tostada, y estoy por terminar cuando el señor Hernandez, el secretario del director, asoma su cabeza. Él y la señora Pierce sostienen una breve charla entre susurros, y luego la señora Pierce me pide que salga al pasillo.

Mi madre está ahí afuera esperándome, y luce tan blanca como un vaso de leche. Leche descremada. Mi primer pensamiento es que el tío Harry, quien ahora lleva una placa de acero en el cráneo para proteger su inútil cerebro, ha muerto. Lo que sería bueno, desde un punto de vista horrible, porque reduciría los gastos. Pero cuando pregunto, ella dice que el tío Harry (para entonces alojado en un hogar de tercera categoría en Piscataway; sigue alejándose hacia el oeste, como si fuera un pionero zombi) está bien.

Mamá me arrastra por el pasillo hasta la puerta antes de que pueda hacerle más preguntas. En el sector amarillo donde los padres dejan a sus hijos y los recogen por la tarde, se encuentra estacionado un Ford sedán con una baliza en el salpicadero. Parada junto a él, en una parca azul con la insignia de la policía en el pecho, está Liz Dutton.

Mamá me sigue arrastrando hacia el auto, pero clavo los talones y se detiene. “¿Qué es esto?” pregunto. “¡Dime!” No estoy llorando, pero las lágrimas se acercan. Ha habido muchas malas noticias desde lo del Fondo Mackenzie y no creo poder soportar más; pero debo hacerlo. Regis Thomas ha muerto.

La joya de nuestra corona.


 

8

 

Aquí debo hacer una pausa y contarle acerca de Regis Thomas. Mi madre solía decir que la mayoría de los escritores son raros como mierda que brilla en la oscuridad, y el señor Thomas era un claro ejemplo.

La saga de Roanoke (así la llamaba él) contaba con nueve libros cuando murió, todos gruesos como ladrillos. “El viejo Regis siempre ayuda a la acumulación,” dijo una vez mamá. Cuando yo tenía ocho escamoteé una copia del primero, el pantano de la muerte de Roanoke, de un estante de la oficina y lo leí. No tuve problemas. Era tan bueno para leer como lo era para las matemáticas y para ver gente muerte (no es alarde si es verdad). Además El pantano de la muerte no era exactamente Finnegans Wake.

No digo que estuviese mal escrito, no piensen eso; el hombre sabía contar una historia. Había mucha aventura, montones de escenas espeluznantes (especialmente en el Pantano de la Muerte), una búsqueda de tesoro y muchísimo del buen y querido S-E-X-O. Aprendí más acerca del verdadero significado del sesenta y nueve en ese libro, de lo que un niño de ocho años debería saber. También aprendí algo más, aunque solo después tomé conciencia de ello. Era acerca de las noches en que Liz, la amiga de mamá, se quedaba a pernoctar.

Diría que había una escena de sexo cada quince páginas en El pantano de la muerte, incluyendo una arriba de un árbol mientras unos cocodrilos hambrientos daban vueltas abajo. Estamos hablando de Cincuenta sombras de Roanoke. En mi temprana adolescencia Regis Thomas me enseñó hacerme la paja; y si es demasiada información, aguántensela.

Los libros realmente eran una saga, en la que se narraba una historia continuada con los mismos personajes. Habían hombres fuertes de cabello rubio y ojos risueños, villanos traicioneros de mirada sospechosa, indios nobles (que en libros posteriores se convirtieron en nativos americanos nobles), y hermosas mujeres con pechos firmes y erectos. Todos ellos (los buenos, los malos, las de pechos firmes) andaban todo el tiempo cachondos.

El corazón de la serie, lo que mantenía atrapados a los lectores (aparte de los duelos, asesinatos y el sexo) era el gigantesco secreto que había hecho desaparecer a todos los habitantes de Roanoke. ¿Había sido culpa de George Threadgill, el villano jefe? ¿Los colonos habían muerto? ¿Realmente existía una antigua ciudad debajo de Roanoke, llena de sabiduría milenaria? ¿Qué quería decir Martin Betancourt cuando dijo “El tiempo es la clave” antes de expirar? ¿Qué significaba realmente aquella críptica palabra, croatoan, grabada en una empalizada de la comunidad abandonada? Millones de lectores quedaron esclavizados para conocer las respuestas a esas incógnitas. Aquellos que en el futuro encuentren esto difícil de creer, simplemente les diré que lean algo de Judith Krantz o Harold Robbins. Millones de personas leen sus cosas, también.

Los personajes de Regis Thomas eran proyecciones clásicas. O tal vez una expresión de  deseo. Él era un tipo pequeño y arrugado, cuya foto de autor era alterada rutinariamente para que su rostro no se pareciese tanto a una cartera de cuero. No vino a Nueva York porque no pudiese. El tipo que escribía sobre hombres temerarios abriéndose camino por pantanos pestilentes, duelos a muerte y que practicaban sexo atlético bajo las estrellas, era un soltero agorafóbico que vivía solo. Además se sentía increíblemente paranoico (eso dijo mi madre) acerca de su trabajo. Nadie lo veía hasta que estaba terminado, y después de que los dos primeros volúmenes obtuvieron un éxito tan resonante, manteniéndose en el tope de las listas de bestsellers durante meses, ese secreto excluyó al editor. Él insistía en que sus escritos debían ser publicados tal como los escribió, palabra por palabra.

No era un autor de un libro al año (El Dorado de los agentes literarios), pero era confiable; cada dos o tres años aparecía un libro con la expresión de Roanoke en el título. Los cuatro primeros llegaron durante la etapa del tío Harry, los cinco siguientes durante la época de mamá. Eso incluía a La dama fantasma de Roanoke, anunciado por Thomas como el penúltimo de la serie. El último volumen, prometió, respondería todas las preguntas que sus leales lectores se habían estado preguntando desde aquellas primeras expediciones al Pantano de la Muerte. También sería el más largo de la saga, tal vez setecientas páginas. (Lo que le permitiría a la editorial morder uno o dos dólares extra del precio de compra.) Y una vez que Roanoke y todos sus misterios hubieran terminado, le confió a mi madre en una de las visitas que ella le hizo en su casa de las afueras de Nueva York, tenía intenciones de comenzar una saga centrada en el Mary Celeste.

Todo sonaba bien hasta que cayó muerto sobre su escritorio con solo treinta páginas de su obra maestra. Ya había recibido unos buenos tres millones de adelanto; pero sin libro, ese dinero debía ser devuelto, incluyendo nuestra comisión. El problema era que nuestra comisión ya había sido gastada o estaba reservada para otras cosas. Aquí, como ya habrán adivinado, es donde yo entro.

Okay, volvamos a la historia.


 

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