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Al
aproximarnos a la patrulla sin identificación (yo sabía lo que era, la había
visto muchas veces estacionada frente a nuestro edificio con el cartel que
decía OFICIAL DE POLICÍA EN SERVICIO sobre el salpicadero), Liz se abrió un
lado de la parca para mostrarme la pistolera vacía. Esa era una suerte de broma
entre nosotros. Nada de armas cerca de mi hijo, esa era la regla inapelable de
mamá. Liz siempre me mostraba la pistolera vacía cuando la llevaba, y en varias
ocasiones la vi en la mesa ratona de nuestra sala. También en la mesa de noche,
del lado de la cama que mamá no usaba, y a la edad de nueve años yo tenía una
idea bastante certera de lo que eso significaba. El pantano de la muerte de Roanoke incluía material bastante subido
de tono entre Laura Good-hugh y Puridad Betancourt, la viuda de Martin
Betancourt (quien de pura no tenía nada).
“¿Qué hace ella
aquí?” le pregunté a mamá cuando subimos al auto. Liz estaba ahí, así que decir
eso fue algo poco educado, o directamente grosero; pero me acababan de arrancar
de clases y me habían dicho incluso antes de salir que nuestro ticket de
almuerzo había sido anulado.
“Sube, campeón,” dijo Liz. Siempre me llamaba
Campeón. “El tiempo corre.”
“No quiero. Van a servir palitos de pescado en
el almuerzo.”
“Nop,” dijo Liz, “vamos a comer Whoppers y
papas fritas. Yo invito.”
“Entra,” dijo mi madre. “Por favor, Jamie.”
Así que entré en el compartimento trasero.
Había un par de envoltorios de Taco Bell en el piso y un olor que podría haber
sido palomitas de maíz del microondas. También había otro olor, uno asociado a
nuestras visitas al tío Harry en sus distintas casas de hospedaje, pero al
menos no había una grilla metálica separando el frente de la parte trasera,
como había visto en algunas de las series policiales que mamá miraba (ella era
fan de The Wire).
Mamá subió adelante y Liz arrancó, parando en
el primer semáforo en rojo para encender la baliza. Comenzó a hacer blip-blip-blip, e incluso sin sirena,
los autos se corrieron dejándonos en el carril rápido.
Mi madre se giró y me observó entre los
asientos con una expresión que me asustó. Parecía desesperada. “¿Estará en su
casa, Jamie? Estoy segura de que se llevaron su cuerpo a la morgue o a la
funeraria, ¿pero él seguirá allí?”
Yo desconocía la respuesta, pero al principio
no dije nada. Estaba demasiado sorprendido. Y dolido. Tal vez incluso enfadado,
no recuerdo con seguridad; pero la sorpresa y el dolor los recuerdo muy bien.
Ella me había advertido que no le contase a nadie que veía gente muerta, y
nunca lo hice, pero ella sí. Le contó
a Liz. Por eso Liz estaba allí, y pronto estaría usando su baliza para desviar
el tráfico de la entrada de Sprain Brook.
Al final dije, “¿Cuánto sabe ella?”
Liz me guiñó el ojo desde el retrovisor, la
clase de guiño que significa tenemos un
secreto. No me gustó. Se suponía que fuésemos mamá y yo quienes guardáramos
el secreto.
Mamá se inclinó sobre el asiento y me tomó por
la muñeca.
Su mano estaba helada. “Eso no importa, Jamie,
solo dime si él podría seguir allí.”
“Sí, supongo. Si fue ahí donde murió.”
Mamá me soltó y le dijo a Liz que fuese más
rápido, pero ella sacudió la cabeza.
“No es una buena idea. Podríamos llamar la
atención de una patrulla, y querrían saber cuál es el problema. ¿Qué les voy a
decir, que debemos hablar con un muerto antes que desaparezca?” Pude notar por
la forma en que lo dijo, que no creía una palabra de lo que mamá le había
contado; solo se estaba burlando. Siguiéndole la corriente. Por mí, perfecto.
En cuanto a mamá, no me parece que le importara lo que pensase Liz, en tanto
nos llevase a Croton-on-Hudson.
“Entonces, tan veloz como puedas.”
“Copiado, Ti-Ti.” Jamás me gustó que llamase
así a mamá, es como algunos chicos de la escuela dicen cuando quieren ir al
baño, pero a mamá aparentemente no le molestaba. Ese día no le habría importado
que Liz la llamara Bonnie Tetotas. Probablemente ni se habría enterado.
“Algunas personas saben guardar secretos y
otras no,” comenté. No lo pude evitar. Por lo que supongo que sí estaba
enfadado.
“Ya basta,” dijo mi madre. “No puedo
permitirme que estés rezongando.”
“No rezongo,” dije rezongando.
Yo sabía que ella y Liz eran unidas, pero se
suponía que ella y yo fuésemos más unidos aun. Al menos podría haberme
preguntado qué me parecía la idea, antes de revelar nuestro mayor secreto una
noche cualquiera, cuando ellas estaban en la cama, luego de ascender por lo que
Regis Thomas llamaba “la escalera de la pasión.”
“Veo que estás molesto, y puedes enfadarte
conmigo después, pero ahora te necesito, niño.” Era como si hubiese olvidado
que Liz se encontraba allí, pero yo podía ver los ojos de Liz por el retrovisor
y sabía que estaba escuchando cada palabra.
“Okay.” Ella me estaba asustando un poco.
“Tranquila, mamá.”
Se pasó la mano por el cabello y le dio un
tirón a su flequillo por si acaso. “Esto es muy injusto. Todo lo que nos ha
pasado… que sigue pasando… ¡es una puta mierda!” Me revolvió el cabello. “No
escuchaste eso.”
“Sí escuché,” dije. Porque seguía molesto,
pero ella tenía razón. ¿Recuerdan cuando dije que estaba en una novela de
Dickens pero con insultos? ¿Saben por qué la gente lee esos libros? Porque
están felices de que todas esas cagadas no les ocurra a ellos.
“He estado haciendo malabares con las cuentas
por dos años y jamás se me escapó una. A veces dejo las más pequeñas para pagar
las más grandes, a veces dejo las más grandes para pagar un puñado de las más
pequeñas, pero nunca nos cortaron la luz ni nos faltó para comer. ¿Cierto?”
“Sí sí sí,” dije, creyendo que le arrancaría
una sonrisa. No funcionó.
“Pero ahora…” Le dio otro tirón a su
flequillo, dejándolo desarreglado. “Ahora
se vienen encima media docena de cosas a la vez, con el maldito fisco liderando
la manada. Me estoy ahogando en un mar de tinta roja y esperaba que Regis me
salvase. ¡Y el hijo de puta se muere! ¡A los cincuenta y nueve! ¿Quién se muere
a los cincuenta y nueve si no tiene cincuenta kilos de sobrepeso ni usa
drogas?”
“¿La gente con cáncer?” dije.
Mamá soltó un bufido y se jaló el pobre
flequillo.
“Calma, Ti,” murmuró Liz. Apoyó su mano en el
cuello de mamá, pero no creo que esta lo sintiese.
“El libro podría salvarnos. El libro, solo el
libro y nada más que el libro.” Soltó una carcajada salvaje que me asustó aun
más. “Ya sé que solo tiene un par de capítulos, pero nadie lo sabe, porque no
hablaba con nadie más que mi hermano antes de que Harry se enfermara, y ahora
conmigo. No escribía borradores ni notas, Jamie, porque decía que eso
restringía el proceso creativo. Y porque no lo necesitaba. Siempre sabía a
dónde quería llegar.”
De nuevo aferró mi muñeca y la apretó tan
fuerte que me dejó una marca. Las vi más tarde esa noche.
“Todavía
podría saberlo.”
Gracias genio!!!! de verdad!!! se esta poniendo cada vez mas interesante!
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