lunes, 16 de noviembre de 2020

"La noche de los maniquíes" - Stephen Graham Jones - Capítulo 12 (Final) y agradecimientos del autor



12


¿Shanna?

“¿Qué?” dije, sacudiendo la cabeza en negación, porque si ella seguía viva significaba que…

Volví a sacudir la cabeza. No podía ser ella.

Excepto que sí lo era, ¿verdad?

Ese montón de carne aplastado en su casa no había sido ella; solo sus dos perros, su mamá y su hermano[1].

En cuanto a ella, me imagino que de alguna manera había sido arrojada a los bosques, quedando con amnesia las primeras semanas, robando comida de los patios y de los autos abiertos. Pero esa era Shanna también, la más dura de todos nosotros, siempre la mejor WoodScout. Y… esa camisa de bolos que llevaba había pertenecido a mi papá, de cuando tuvo un equipo. Estaba en la caja de disfraces, la que teníamos en nuestro fuerte detrás de la Santa Trinidad.

Allí había estado viviendo. Porque no tenía familia. Porque alguien estaba matando a todos sus amigos.

Me deshice de la máscara con los ojos al instante llenos de lágrimas.

“Estás… estás viva,” le dije.

Como respuesta, echó a correr directamente hacia mí y yo me senté, listo para abrazarla y ser abrazado. Pero en el último momento antes de que sucediese, su rodilla se estrelló contra mi cara, echando mi cabeza hacia atrás y arrojándome por los aires.

“No, no,” le dije cuando pude hablar, sosteniendo aún la cuerda brillante, intentando explicarle. “Yo estaba… Yo pensé que Manny te había matado, ¿sabes? Creí que habías sido la primera. Pero, pero, solo hice todo esto porque… porque si no lo hacía, él iba a… él mataría a nuestras familias, Shanna, no a propósito, él no entiende, lo haría sin querer. Pero, pero yo solamente… desde que tú… Estuve salvando a todos, ¿sí? Sus familias, quiero decir. La de Danielle, la de Tim…”

“La de JR,” dijo ante el cuerpo de nuestro amigo.

Me sacudí la nariz ensangrentada pero eso solo hizo espacio para que siguiese manando más sangre.

Asentí con la cabeza, la familia de JR también; yo la estaba salvando.

“¿Y también la familia de Steve?” agregó Shanna.

“Él no cuenta,” le dije, aspirando con dificultad. “Daño colateral.”

“¿Lo mismo que Manny iba a hacerle a nuestras familias, quieres decir?” dijo Shanna avanzó un paso con los puños cerrados junto a las piernas, puños para . Por afuera yo negaba con la cabeza. Pero por dentro, sabía que Shanna siempre había sido la más lista de nosotros.

Ella tenía razón.

Yo no solamente lucía como Manny. Me había convertido en Manny.

Y si él no la había matado, ¿entonces habría siquiera intentado asesinar a alguien? Si quitas la primera ficha de dominó, ¿el resto se mantiene en pie?

Pero, pero: él había salido del cine, ¿o no?

“¡Yo vi cómo se iba del cine!” le dije a Shanna, insistiendo.

“No sé lo que viste, pero no fue él,” me dijo, ahora muy cerca de mí. “¿Quieres saber cómo estoy tan segura, Sawyer? ¿Querido primo? ¿Quieres que te cuente?”

Me tiré para atrás, alejándome de ella, de todo esto, con las manos en la tierra y sacudiendo la cabeza: no, no, yo no quería oír acerca de ningún maniquí en el sector de objetos perdidos en el cine, no quería escuchar nada sobre ningún maniquí con viseras verdes en la sala de descanso, no quería escuchar nada remotamente parecido a eso, gracias.

“¡Estás mintiendo!” le grité, con mi saliva formando una nube frente a mi cara porque había puesto toda mi fuerza en decir esto, para hacerlo realidad.

“Vamos ya mismo a verlo,” contestó ella y, como acto de pura defensa, solo para silenciarla a ella y a sus mentiras, lancé mi mano hacia adelante con un movimiento de látigo, la mano que aún sostenía la cuerda. Shanna debió verla venir, estaba brillando, había absorbido toda la luz de la película; pero no pudo detenerla.

El joystick le dio en los ojos, más hacia la izquierda, pero la encegueció lo suficiente como para que yo pudiese salir corriendo ente todos los despojos que Manny seguía arrojando, al tiempo que el piso literalmente temblaba con sus gigantescas pisadas, las cuales destruían todo el pastizal de los alrededores. Corrí, corrí con todas mis fuerzas, caí y me levanté. Pero lo peor de todo fue tropezarme, dos o tres filas más allá, con la motocicleta de mi papá, ¿saben? La Kawasaki desvencijada, tirada ahí como un caballo que sabía que yo lo necesitaría para huir.

En medio de toda esa muerte y caos giratorio, todos los gritos y las luces enloquecidas, mi rostro perdió la expresión, como la máscara que llevaba. No solo por volver a ver la motocicleta, sino porque estaba escuchando de nuevo las seiscientas llamadas paranoicas desde mi casa a la de JR de nuevo. Las llamadas acerca de quedarme a dormir en esa casa.

Lo que había ocurrido, lo que debió haber pasado, fue que llamaron al celular del papá de JR, se enteraron de dónde estábamos, y tras tirarse los pelos y entrar en pánico y prometerse que jamás volverían a confiar en ningún padre, se subieron al único vehículo que tenían, puesto que los dos distribuidores se estaban congelando en el freezer del garaje. Entonces mi mamá había abrazado la espalda de mi papá y se habían montado en esa máquina mortal que iba a salvarme la vida, y corrieron hasta el autocine para rescatarme de quienquiera que estuviese matando a mis amigos, y probablemente yendo tras de mí.

Lo siento mamá, donde sea que estés. Lo siento tanto, mierda.

Levanté la moto, pateé el arranque y solo miré atrás cuando alguien me llamó.

Era mi papá.

Su cabello estaba parado, su camisa hecha trizas y sus lentes habían desaparecido, todo producto de la destrucción de Manny, la destrucción que nunca debió haber sucedido.

Justo ahora, me imaginaba, él avanzaba tambaleándose por el patio de juegos y los quioscos, con su andar pesado, intentando atrapar a Shanna con sus manos, así como se atrapa una lagartija. Ella habría tratado de plantarse y ser la última chica, la que surge a último momento, quien saca fuerzas que no sabía que tuviese; pero, vamos, ¿no?

Ya estaba muerta.

Solo quedaba yo.

“¡Debo escaparme, debo huir!” le grité a mi papá a través del viento, con lágrimas calientes sobre mis mejillas, bajo la máscara. Pero había demasiado que explicar, demasiadas vidas en riesgo como para despedidas, así que finalmente solté la cuerda fosforescente, que se fue volando hasta la pierna de mi papá. Y cuando él la vio, tal vez deduciendo lo que era, lo que había sido, me alejé de él y de todo eso, hice rugir los 750 cc de la moto más fuerte de lo que nunca lo había hecho, puse la primera y salí volando, girando a derecha e izquierda para esquivar a los espectadores que intentaban salvarse de la tempestad que Manny había desatado sobre nosotros. Fui hasta el final de una fila, luego por otra, siempre con la intención de saltar hasta la carretera; pero todo lo que encontraba eran vallados y autos apilados, gente corriendo por doquier. Me paré en los pedales, mirando alrededor, hasta que finalmente vi la entrada con una de sus barreras bajada.

Volví a sentarme y me lancé como un cohete hacia adelante, atravesé la barrera como si fuera una película, la madera astillándose contra el manubrio pero sin arrojarme de la moto, lo que probablemente debió haber ocurrido si todo esto no estuviese destinado a suceder.

Ya sobre el asfalto del camino hacia el Aeropuerto, con los faros apagados, en realidad ya arrancados de la motocicleta, llegué a los ciento treinta creo, lo más rápido y aterrador que jamás había ido. Parecía que las zapatillas resbalarían de los pedales y la moto seguiría adelante, mientras yo me quedaba con el manubrio en la mano y las piernas flameando en el aire.

Cuando avisté el lago, diez minutos y muchos insectos aplastados después, apagué el motor y llegué hasta el estacionamiento del cine de Shanna. Aparqué la moto junto al cordón de la vereda, en el lugar donde una gruesa flecha amarilla pintada sobre el asfalto señalaba mi destino. Parecía que el mundo continuaba tratando de mostrarme el camino, en el caso de que yo perdiese la decisión a último momento.

Sin embargo, estaba decidido. No iba a abandonar ahora, no luego de todo lo que había hecho para llegar hasta aquí.

Sesenta largos pasos después me encontré en el muelle, y como si yo supiese que eso iba a estar ahí, alguien del otro lado del lago había remado para comer en lo de Dodie, dejando su pequeño bote amarrado allí.

Dos minutos más tarde traje el bote hasta aquí, Manny.

Sé que cuando termines lo que estás haciendo en el autocine, cuando el sol finalmente se levante de nuevo sobre nuestro pueblo, vendrás bamboleándote por los pastizales, sacudiéndolo todo, pasando por encima de las casas, agachándote bajo los cable de alta tensión; y cada pocos pasos (te pido perdón por eso) deberás detenerte para ajustar las piezas de tus piernas. Por las clavijas que usamos.

Pero solo ven hasta el agua, Manny. Ven al lago.

En el agua esas clavijas se hincharán, y así mantendrán unidas tus piernas, ¿no es cierto?

Y en el camino, cuando estés vadeando el lago, formando olas gigantescas frente a ti, probablemente tan grandes que arrojen a los autos fuera del puente, entonces verás a uno de tus viejos amigos esperándote, balanceándose, con su rostro plástico muy plácido y los labios cerrados tal y como siempre estuvieron los tuyos, sus manos aferrándose fuerte a los costados de su pequeño bote.

Ese soy yo.

Lo que también tengo ahora en el bolsillo, es el boleto que Tim no pudo encontrar esa noche que volviste a nosotros. Pero ese boleto ya no sirve para aquella película. Toda esa cuestión de los superhéroes se ha acabado. Lo que quiero, lo que necesito ahora, la razón por la que traje este boleto especial es la siguiente: ¿puedes llevarme contigo, por favor? Creo que ya terminé con todos aquí, excepto conmigo mismo. Solo quiero, si se puede, si me lo permites, solo quiero ir contigo y dormir, esperar al próximo grupo de niños que nos encuentre a nosotros, el maniquí con las piernas desarmadas y el maniquí de niño junto a él, con el rostro blanco de placer por toda la diversión que se avecina.

Jugaremos todo el verano, y nunca terminará, lo sé.

No puede terminar, no mientras estemos juntos, mientras nos tengamos el uno al otro.

Te amo, Manny. Nunca dejé de amarte, amigo.

Tú fuiste el mejor amigo que pudimos haber tenido.

Hubo que hacer sacrificios, sí; pero todo eso ya pasó, ya ha terminado.

Créditos, por favor.


 

Agradecimientos

 

Gracias a Larry Dobbs y a mi hermano Spot por la ayuda sobre Rockwall siempre a último momento. He ido allí muchas veces a lo largo de los años, pero hay algunas cosas que desconocería de no ser por ellos. Pero aun así debí retocar esto y aquello para que todo funcionase. Lo siento, Rockwall. Gracias a Ellen Datlow por lograr que todo esto encaje. Ella solo hizo una o dos preguntas, como siempre, pero esas preguntas orientaron toda la reescritura, haciendo que todo encuentre su lugar. Y no, jamás encontré un maniquí en los pastizales donde me crie. Había de todo entre los arbustos, pero nunca un maniquí. Gracias también a los X-Men con quienes crecí. Hay una viñeta en alguna de esas revistas donde un Centinela gigante y de rostro blanco se está agachando para atrapar a un mutante. Yo estudié y estudié esa viñeta muchísimo, hace veinte o treinta años. Estaba fascinado con la cara del Centinela. También asustado. Me apropié de ellos para esta historia, pero con respeto, porque no quiero que vengan a buscarme. Lo que significa, supongo, que todavía me siento un mutante después de tanto tiempo. Pero el Lobo en la camioneta blanca de John Darnielle también estuvo presente en mí mientras escribía esto. Y Will Christopher Baer, quien alguna vez dijo que yo entendía bien la angustia juvenil, lo cual pienso que es un cumplido? Digamos que sí. Porque la otra interpretación es que me quedé estancado en la secundaria. Y muchas gracias a mi hijo e hija, Rane y Kinsey, chicos amantes del slasher hasta la médula: criados con ellos, siempre viéndolos conmigo, dispuestos a hablar del tema, siempre listos para uno más. Y, finalmente, gracias a mi esposa, Nancy, a quien no le gustan los slashers ni un poco pero me permite seguirla por la casa contándole de uno u otro, o del que esté escribiendo en ese momento, y de cómo finalmente me va a salir bien esta vez. Estoy seguro de que ella sabe muy bien que esto nunca va a acabar; pero seguirla por la casa hablando de slashers, amigo: si eso no es lo mejor que puedo desear, no me imagino qué podría serlo.



[1] En el eBook original en inglés, en esta parte dice “sister” (hermana). No obstante, durante todo el libro hace referencia a un hermano por lo que se prefirió cambiar la palabra, asumiendo que se trata de un error (N. del T.)


sábado, 14 de noviembre de 2020

"La noche de los maniquíes" - Stephen Graham Jones - Capítulo 12 (2)



12




En fin, la cuestión es que JR y yo nos fuimos acercando centímetro a centímetro hacia la ventanilla trasera durante veinte minutos, y admito que se me escaparon una o dos gotas de pis cuando hice un ruido y su papá se sacudió, llevando la mano hacia la pistola. Pero seguía dormido. La mano con el arma quedó recostada sobre el regazo de su esposa. Y aunque se hubiese despertado, JR y yo solo íbamos al baño, nada secreto ni malo ni criminal.

Pero de todas maneras iba a suceder algo criminal. Los baños están en la parte trasera de los quioscos, y hay allí alrededor de seis pasos de oscuridad y un gran campo abierto al costado. En unos pastizales a los que nadie presta atención, cuando todos están viendo la enorme pantalla delante de ellos, cualquier cosa puede pasar, ¿cierto?

En mi bolsillo derecho tenía mi confiable cuerda fosforescente, lo único que sabía que podía sacar de la casa de JR sin que cierto papá paranoico perdiera la cabeza y llamase a la Fuerza Aérea pidiendo apoyo. Y me imagino que la simetría, o continuidad o lo que fuere, de usar la misma arma para todos ellos era otra señal de aprobación.

Habríamos llegado, también, sé que habríamos llegado a los pastizales oscuros; pero entonces comenzó la mala suerte: el asistente del cine en Rockwall estaba en la fila de las palomitas de maíz (seguramente para quejarse del porcentaje coca/hielo que le habían servido) y nos vio observándolo. Y primero nos reconoció. Pero aparte de eso, sonrió como si fuésemos un regalo del cielo: aquí estaban los problemáticos que habían arruinado el fin de semana con su hijo, le habían dejado corto de personal en su propio cine y nunca habían pagado por colarse. Al menos, no lo suficiente.

“Um, hey, ustedes dos,” dijo usando un tono que atrajo sobre él la atención de los circundantes, quienes luego se fijaron en nosotros.

“¿Qué?” dijo JR, dando un paso adelante como listo para pelear ahora que estábamos en terreno neutral, ahora que el asistente no tenía poder y las cosas podían estar mucho más parejas.

“Vamos,” dije tratando de alejarlo y hacer el menor contacto visual posible, para que nadie lo recordase.

En ese momento, aquel asistente de un cine completamente diferente en un pueblo completamente diferente silbó muy fuerte. No hacia nosotros, sino hacia la ventana alargada del quiosco, donde los empleados que esperaban la siguiente orden con las manos y los trapos sobre el pegajoso mostrador, prestaron atención.

“Necesito hablar con el gerente,” dijo el hombre, mirando a los asustados empleados pero apuntándonos a nosotros con sus alargados dedos, logrando de alguna manera que nos quedáramos en nuestro sitio a pesar de que él carecía de poder sobre el Destino en ese autocine.

“No puedes…” comenzó JR, usando el mismo tono que emplearía para alguien que nos está molestando en el parque, alguien de nuestra edad; pero el asistente inclinó la cabeza a un costado como diciendo “¿En serio?”

Eso silenció a JR.

“Confío en que esta vez tienen boletos para probar que pagaron,” dijo el asistente con un dejo maligno en la voz.

“Ve y toca la ventanilla de mi papá, él te mostrará lo que tenemos,” dijo JR, acercándose aun más y haciendo ese gesto con los ojos que Danielle nos había enseñado, y a ella su mamá, indicando que no convenía meterse con él.

“Sí, sí, llévenme con él, me encantaría hablar con…” intentó decir el asistente.

Lo que lo detuvo fue el papá de JR surgiendo de entre la gente con una pistola en cada mano y el ceño fruncido como el de un sargento implacable.

Se había despertado, y descubrió que sus protegidos habían desaparecido y, probablemente, estarían en peligro.

“Mierda,” dijo JR.

Cuando tienes razón, tienes razón.

Como si todos estuviesen siguiendo el mismo guion, la fila frente al quiosco se dispersó en veinte direcciones distintas, todos al grito de ¡Arma, arma!, la mayoría hiperventilando, temblando y tratando de esconderse del papá de JR.

Es una buena reacción, ¿o no? Especialmente si se tiene en cuenta la mirada enajenada del hombre armado, una mirada que expresaba “He estado esperando este día.” Ahora me daba cuenta de que los ojos de JR no tenían nada de locos. Aquí había  una mirada en verdad demente, acompañada de unas mejillas crispadas y dos dedos hambrientos por gatillar.

“¿Tú eres el que los policías investigaron?” dijo el papá de JR, avanzando y presionando el cañón de su Glock contra la cabeza del asistente, como un dedo acusador.

“Yo estaba…, yo quería…” dijo el pobre hombre, tratando de vomitar la coartada que le había servido con los detectives.

Sin embargo, esta era una corte suprema. Una con una sentencia inmediata.

En el mar de coches a nuestras espaldas se iban encendiendo las luces interiores a medida que abrían las puertas. La gente estaba parada para ver cuál era la conmoción junto al quiosco. Los teléfonos celulares habían entrado en acción, documentando todo para las redes sociales. Seguramente más de una o dos entrepiernas estaban húmedas y calientes.

“Tal vez los policías se vieron presionados por algunas leyes y regulaciones acerca de los derechos de los prisioneros,” dijo el papá de JR mientras revoleaba su arma izquierda hacia quien fuera que le hubiese arrojado un vaso de coca cola. Miró su pierna mojada y volvió al asistente diciendo, “Pero aquí afuera, las reglas pueden ser… cómo decirlo… menos Maricolandia?”

Este había sido su lema desde siempre: no hay reglas de Maricolandia en las peleas callejeras, hijo. Solo se trata de quién pega primero y más fuerte.

Era lindo oírlo; medio que te envalentonaba.

No obstante, verlo era otra cosa.

“Yo no, no hice, podemos…” el asistente balbuceó, y entonces se encogió cuando llegó el sonido.

No fue la Glock disparando contra su cabeza como él pensaba, como él sabía que iba a suceder. Fue la sirena de tornados comenzando a tronar desde lejos, ululando cada vez más fuerte como si alguien le estuviera metiendo presión manualmente. Sonaba como si el Destino tuviese solo una sirena, ubicada en el centro del pueblo. Pero era suficiente.

Entonces el mundo se ablandó a mi alrededor. Se hizo suave y lento, pero también veloz y ruidoso, y todo a la misma vez.

“¡Miren, miren!” gritó el asistente señalando, y el papá de JR (quien probablemente no estaba entrenado en las prácticas de detenciones) miró junto con todos los demás, y pudimos ver el vagón de un tren girando en cámara lenta por el cielo, más que nada la silueta, pero definitivamente algo real que estaba sucediendo.

“No, no, aún no,” susurré, y comencé a alejar a JR.

El autocine se convirtió instantáneamente en un caos. Casi de inmediato los motores comenzaron a arrancar, los faros iluminaron todo, empezaron los choques y los intentos de evitarlos, provocando más colisiones. Toda la preparación y los simulacros que habíamos tenido se fueron por la borda.

Sería el lugar perfecto para que un chico apareciese muerto, lo sabía, lo cual era otra vez el mundo acomodándome la pelota para que yo pateara, ¿cierto?

Tiré de JR llevándolo a la oscuridad al lado del quiosco y luego detrás de él, y a continuación dejé que la cuerda fosforescente se desenrollara de mi mano, como el objeto más diabólico.

“¡Corran, corran!” nos gritó alguien a nuestras espaldas y pasó empujando, tirándome a un costado.

Pero ya era demasiado tarde.

JR había visto lo que acechaba en mis ojos. No era un rayo de luz. Era todo lo contrario.

“¿?” dijo. “¿Todo este tiempo hablaste… hablaste en serio?”

“Manny está aquí,” respondí, extendiendo los brazos para abarcar todo ese desastre. Y luego, moviéndome lento como para hipnotizarlo, busqué en mi camisa y saqué la máscara de maniquí, aunque ya fuese demasiado tarde para que él no supiera que yo estaba detrás de ella.

“¿Lo llevas en tu bolsillo?” dijo JR, todavía sin creerlo del todo.

“Él está a todo nuestro alrededor” dije, bajando el rostro hacia la máscara. Para cuando yo estuve mirando a través de los agujeros de los ojos, con el elástico apretando mi cabeza, JR se alejaba tambaleando en medio del viento que yo sabía que no era viento, era Manny. Así como había lanzado un vagón por los aires en un rapto de frustración que probablemente lo hizo crecer aún más, asimismo, aplaudiendo como en una película de superhéroes, provocaba este vendaval.

Fui detrás de JR como el asesino que soy, demasiado orgulloso como para echarme a correr, y llegué al costado del quiosco. Él estaba apenas delante de mí, corriendo a contracorriente de la gente. Todos nos pasaban corriendo porque la enorme pantalla a sus espaldas se estaba derrumbando y los pedazos volaban por todos lados. No era una sola pieza homogénea, como me había imaginado, sino trescientas planchas de madera pintadas de blanco.

Manny era el responsable, lo sabía.

Era él quien se encontraba tras de todo, destruyendo, alcanzándonos al fin, y todo porque JR y yo estábamos parados en medio del lugar, atrayéndolo.

“¡Espera, espera!” le grité a él, a la idea de él, y luego corrí adivinando de alguna manera dónde caerían los cuerpos que venían sobre mí, y esquivándolos. Atrapé a JR justo enfrente del patio de juegos que está tan cerca de la pantalla que no se interpone entre ésta y la película. De niños jugábamos ahí. Todavía tengo una cicatriz dentro de la nariz, por los puntos que me dieron cuando JR me empujó del pasamanos.

Esta vez él iba a ser el que caería.

Apoye vigorosamente la rodilla en su espalda, el cordel ya rodeando su garganta, los joystick en mis manos. Estaba tirando para atrás con cada uno de mis músculos, con cada gramo de fuerza, con cada deseo y arrepentimiento que tenía. La película de superhéroes seguía pasando en las pocas partes restantes de la pantalla y, detrás de ellas, a través de los tablones negros, vislumbré una piel pálida y un ojo gigante donde intentaba proyectarse una película.

“¡Mira, mira!” le grité a Manny, tirando más fuerte, percibiendo al fin el crujido que había sentido con Danielle. “¡Lo estoy haciendo, lo estoy haciendo!” Pero la única respuesta que oí no vino de Manny. Seguramente él ni siquiera podía hablar. Sus labios no podrían separarse para articular palabras.

La que habló estaba detrás de mí.

Lo que dijo fue “Yo que tú eres el que lo hizo, Sawyer Grimes.”

Mi primer temor fue que resultara ser mi madre, o la de JR. ¿Quién más usaría mi nombre completo? Pero la simple idea de que alguna de ellas me viera agachado sobre el cuerpo sin vida de JR, mis manos brillando de culpa, hizo arder mis ojos.

Me volví, listo para huir como el perro culpable que era, solo que…

No era ninguna mamá. No era nadie que yo remotamente esperara ver. 


Continuará...

viernes, 13 de noviembre de 2020

"La noche de los maniquíes" - Stephen Graham Jones - Capítulo 12 (1)

 


12

 

 

 

El plan original era organizar una pijamada, ser el primero en “encontrar” a JR muerto y, enloquecido y a los gritos, salir corriendo hacia los bosques antes de que nadie pudiese preguntarme nada.

Era fácil de arreglar, por supuesto sabiendo que habría seiscientas llamadas paranoicas de mi mamá, y mi papá estaría listo para salir a buscarme. Pero debía ser así. El papá de JR era un gran loco conspiranoide que actualmente momento se encontraba sin trabajo, por lo que no había manera de escabullirme dentro de la casa. No con candados en todas las puertas, y probablemente con las llaves que los abrían también bajo candados. No había sapos de cerámica. Más bien, debía haber minas antipersonales.

Aun así, loco o no, no se merecía un manotazo de Manny, frente al cual tosas sus balas serían inofensivas e inútiles. Tampoco se lo merecía su mamá, la enfermera doméstica, ni su pequeña hermana, Gwen. O sea, nadie se merece esa mano viniendo sobre ellos; pero especialmente nadie se lo merece por tenernos a JR o a mí de hijo o hermano. No fueron ellos quienes se alejaron de Manny, fuimos nosotros. Causa y efecto, acción y reacción inevitable, amigo, derribándonos como dominós.

En fin, la noche debería haber sido así: primero, escondí las tapas del distribuidor tanto de la minivan de mamá como de la camioneta de papá, para que al yo salir corriendo por el bosque ellos fueran los últimos en llegar. Esto es importante porque no quiero escuchar a mi mamá llamándome por entre los árboles, ¿saben? ¿Qué chico no se detendría al oír algo así?

Lo siguiente sería ir a lo de mi amigo para pasar la noche como lo habíamos hecho cientos de veces, luego de que el papá de JR me pasase a buscar después de ofrecerse a hacerlo como siempre lo hacía. Al igual que todas las veces, nadie revisaría mi mochila. ¿Y qué si lo hiciesen? ¿Qué tenía, una máscara barata de Halloween para ocultar las lágrimas por si comenzaba a llorar? ¿Algunos calzoncillos y una remera extra, por insistencia de mi mamá; un carrete de hilo verde, sobrante de algún proyecto escolar; un cepillo de dientes envuelto en tela, porque no podía cerrar las bolsitas plásticas? Ningún cuchillo, ni armas, ni listas de qué hacer o cuándo, ni extensas notas explicando todo lo que sucedió desde la broma del cine.

Es decir, esa lista existía, claro; pero estaba en mi cabeza.

Entonces, después de cenar lo que fuese a preparar el papá de JR (que sería supuestamente la mejor última cena porque siempre se esmeraba en la cocina tras ser despedido, como probándose a sí mismo en la mesa ya que no podía hacerlo en la concesionaria de autos), mi plan era poner la tercera película de superhéroes, que había alquilado en DVD, para mantener todo como las veces anteriores. Como si mi plan no fuera a funcionar sin ella, como si la película fuera la causa de todo. No yo, la película. Si no la hubiesen estado pasando, todos esos chicos seguirían vivos, ¿cierto?

A continuación, esperar que JR se durmiese. Él era famoso por no aguantar dos horas de películas sin claudicar, mucho menos resistiría una épica de tres horas que te obligaba a tener presentes las dos anteriores, para recordar quién había revivido y quién seguía muerto.

Luego de eso me pondría la máscara, observando su pecho moverse arriba y abajo, arriba y abajo. Planeaba tomarme un momento para reconsiderarlo, sí. JR era, en eso entonces lo creía, el último de nosotros a no ser por mí. ¿Realmente quería borrarnos a todos así nomás? ¿Cómo si nunca hubiésemos existido?

Pero es que nunca se había tratado de nosotros, debía recordármelo a cada momento. La cuestión eran los hermanitos y hermanitas que debían crecer, las mamás y papás que jamás habían hecho algo malo, salvo por los errores típicos que los padres no pueden evitar. Todo lo que había estado haciendo desde lo de Shanna había sido salvar vidas a diestra y siniestra. Sí, la película de superhéroes estaba en mi bolso, pero yo también estaba en una película de superhéroes, yo era el superhéroe. No el que todos quieren, pero la vida real no siempre es como en las películas. A veces para los verdaderos héroes, el sacrificio que hacen es su propia leyenda o recuerdo, o incluso sus vidas, ¿no? En ocasiones, la forma de saber que has hecho lo correcto es cuando todo el pueblo te odia y quiere verte muerto. En esos casos, el éxito justamente radica en que todavía haya gente viva para odiarte.

Volviendo a lo nuestro, JR. En vez de usar la cuerda fosforescente (no estaba seguro, en estas circunstancias a puertas cerradas, si podría salirme con la mía y evitar que la relacionasen con la reveladora marca alrededor del cuello de mi amigo), esta vez utilizaría una percha de alambre de su ropero. ¿Vieron que a veces los extremos quedan lo suficientemente agudos como para engancharte la piel o abrirte un dedo mientras cuelgan una camisa? Buscaría alguna así y dejaría la remera en el piso. Nadie estaría pensando en remeras por la mañana.

Entonces, después de desenrollarla y enderezarla lo mejor posible, podría clavársela a JR en la oreja o por la nariz. Según lo que pude averiguar, ambas son vías directas al cerebro. Finalmente me decidí por la nariz, puesto que es una de las formas como hacen las lobotomías (gracias internet) y sabía que sin importar lo que toques, si empujas lo bastante profundo y fuerte, dejarías inhabilitado permanentemente al paciente. Con un cable en la oreja, no estaba tan seguro. Tal vez solo afectase algunos recuerdos o listas de colores, o algo así, dándole tiempo a JR de levantarse y luchar, llamando la atención de su padre.

Por eso, la nariz. Y no debería olvidarme de girar una vez que atravesase cualquier membrana presente al final de la nariz; giro que requeriría de todo mi hombro para lograr el mayor movimiento posible con el alambre, lo cual me imagino que va a ser una gentileza. Porque este era JR. Y, como las heridas serían internas, no visibles, nadie buscaría una percha culpable oculta bajo la alfombra, lo que me daría la oportunidad de perderme en los bosques como lo había planeado.

Pero, por supuesto, nunca tuve la oportunidad.

Fue culpa del papá de JR.

Yo ya estaba pasando mi mano sobre las perchas de las lindas camisas de JR en su ropero, cuando la voz de su papá atronó la casa, llamándonos para que bajemos: nos iba a llevar a ver una película, con palomitas incluidas.

“¿Al cine de Shanna?” pregunté.

“Es el destino,” dijo JR, y entendí: el autocine a quince o veinticinco kilómetros entre los matorrales. A quince o veinticinco kilómetros del lago.

“O-kay…” dije, tal vez con cierto gusto.

Escucha,” dijo JR cuando fuimos a su habitación para cambiarnos, y apoyó la sien sobre la pared que nos separaba del cuarto de sus padres, diciéndome que hiciera lo mismo, para escuchar.

Del otro lado se oían… ¿clics? Por un terrible momento me imaginé a su padre  chasqueando sus piernas con clavijas, y usando una máscara de piel humana sobre su rostro de maniquí. Pero la vida nunca es tan complicada, por supuesto. La explicación era que el papá de JR se estaba armando, como siempre. Pistolas, cuchillos y probablemente granadas. Su papá siempre había sido algo desequilibrado y, desde que conoció la iglesia de las armas, no había mejorado precisamente. Sin embargo, yo sabía lo que él quería probar esta vez: que podía llevar a los dos últimos (eso éramos JR y yo), llevarnos a un lugar público y mantenernos a salvo, sin importar las promesas que mi mamá le había obligado a hacer. Eso fue entonces. Esto es ahora.

O tal vez estaba relacionado con probar que su despido era injusto. No estoy seguro. Pero tampoco es que antes hubiese sido un guardaespaldas, un guardia de seguridad. Atrapar a los malos no estaba en la descripción de “vendedor de autos”. Yo creo que en la concesionaria él tal vez había sido una especie de chico malo.

Diría que lo descubriría algún día cuando yo fuese adulto, pero bueno.

En fin, me dio un tremendo escalofrío cuando llegamos a la fila de autos, todo pintado de rojo por las balizas, y vi la película que estaban dando. Era la misma a la que habíamos ido con Manny, la que Shanna estaba viendo cuando su ventana se transformó en un camión, la que Tim estaba listo para ver y la misma a la Steve había llevado a Danielle; la misma que yo tenía guardada en mi mochila, en lo de JR.

¿Cuáles son las chances de algo así? ¿La misma película, apareciendo en cada asesinato?

A veces te das cuenta de que lo que estás haciendo es lo único posible. Que el mundo conspira para que lo logres, no dándote permiso sino empujándote en la dirección correcta, mostrándote guiños secretos y señales obvias, y eliminando cualquier obstáculo para que tengas el camino lo más despejado posible.

Entonces adelantamos la parte en que el papá de JR se baja del auto para explicarle a unos muchachos que allí habían familias, y los niños (JR y yo entre ellos) no necesitaban demostraciones de cómo fumar hierba. Pasemos rápido el momento en que dos papás de Rockwall envían palomitas de maíz a nuestro auto, lo cual fue tomado por el papá de JR como el peor insulto posible ya que él podía pagar palomitas si quisiese; y vayamos un poco después de que Gwen, la hermana de JR, se acurruca contra su madre y la enfermedad del sueño se propaga por todo el asiento delantero llegando hasta su padre, quien seguramente estuvo horas puliendo balas y aceitando ranuras, practicando movimientos y disparos, haciendo sonidos con la boca mientras su esposa quiere convencerse de que todo mejorará cuando él consiga otro trabajo.

Yo debía quedarme a solas con JR, ¿verdad?

Había demasiada gente en los autos cercanos, muchos testigos potenciales, y yo debía pensar en ellos, ¿o no? Con JR y yo en el mismo lugar, Manny podía llegar atronando y dejando muertos a cada gigantesco paso. Muertes accidentales, transeúntes inocentes, daño colateral. Como el papá de JR les había dicho a los fumadores de hierba y bebedores de cerveza: familias.

Ustedes podrán preguntarse por qué me preocupaban tanto las familias, siendo un adolescente que, se supone, solo quiere alejarse de su familia; pero… ¿en serio debo explicarlo? No es que mi mamá y papá casi se separaran cuando yo estaba en sexto grado, mi papá patinando en la Kawasaki, mi mamá cocinando todo lo que había en la despensa para luego tirarlo todo a la basura (que creo fue el mismo año que encontramos a Manny), y no es porque Shanna hubiese tenido que ir a terapia por dos años debido al abandono de su papá. Es cuestión de matemática: una familia generalmente son dos o tres o cuatro o cinco personas, y cada uno de nosotros solo una. Cinco amigos en conjunto, sí, podríamos contar como una familia si quieren. Pero aún así, es una sola familia la que muere, no otras cinco; y aquí los números decidían todo. Es fácil, ¿cierto? Es lógico. Es la forma en que debo pensar. Debería obtener una medalla por eso, tendría que ser un modelo de pensador para algún anuncio de servicios públicos.


Continuará...

jueves, 12 de noviembre de 2020

"La noche de los maniquíes" - Stephen Graham Jones - Capítulo 11

 


11

 

 

 

No cerraron la escuela para los funerales de Tim y Danielle, como hubieran debido (no había lo suficiente de Shanna como para enterrarla y, con toda su familia muerta, tampoco había nadie por quien enterrarla), pero no estaban tomando asistencia.

No sé de quién fue la idea de un servicio doble, pero me imagino que eso les ahorró a todos el pensar qué se pondrían para la próxima ocasión. De esta manera se mataban dos pájaros de un tiro, como decía mi papá cuando entrenaba a nuestro equipo de niños.

Toda la escuela y la mayor parte del pueblo permanecieron parados en el aire caliente, escuchando a los altavoces pregonar sobre “demasiado jóvenes” y “llamó a casa” y cosas por el estilo; pero mucha gente en vez de prestar atención estaba atenta a las nubes que se formaban en el horizonte. El tornado anunciado por la alarma cuando Danielle era asesinada no se había presentado, pero en estos lugares nunca se sabe. Al menos eso es lo que todos dicen. Mejor a salvo en el sótano que corriendo peligro en la calle, y todo eso.

Como JR y yo éramos los últimos que quedábamos, estábamos al frente de todo.

Cuando todos te miran así, tu cara medio que se convierte en un maniquí, ¿verdad? Al menos la mía sí. Cada vez que me lamía los labios, podía ver a alguien esperando que me echase a llorar.

Sin embargo, ya no me quedaban lágrimas. Me vacié de ellas durante toda la noche después de Danielle, y desde entonces solo pensaba en que el asunto ya casi terminaba. Casi, excepto por una persona.

¿Estaba bien que JR fuese el último? O sea, porque fue en su colina donde encontramos a Manny. Todo estaba cerrando el círculo, como tanto les gusta a los maestros, entrenadores y padres, porque eso confirmaría que el mundo tiene sentido y está siguiendo un destino.

Pero él en realidad no sería el último, pensé.

Si el barbero de España les corta el pelo a todos, quién se lo corta a él.

Aquí yo soy el barbero.

Me estaba asegurando de que todos apareciesen asesinados para que sus padres no tuviesen que vivir con la culpa del suicidio de sus hijos, ¿pero quién me daría a mí un corte de cabello a la altura del cuello cuando todo terminara?

No tenía todo calculado, no.

Por ahora iba actuando noche tras noche. Amigo tras amigo. Probablemente no ni siquiera iría al funeral de JR, lo sabía. De hacerlo, todos formarían un círculo a mi alrededor para protegerme. Pero eso solo provocaría que más gente fuera aplastada cuando Manny saliese del lago, alzase su gigantesco pie… tal vez no sobre mí, pero lo bastante cerca como para que pueda agacharse y me deje treparme a su palma de plástico.

Oh, cuánto nos divertiremos.

Sí, ese soy yo siendo sarcástico.

Cuando Manny te lleve al lago, te ahogarás en la prisión de sus manos, pensaba.

Deberíamos haberlo dejado donde lo encontramos. Jamás tendríamos que habernos tirado en cajas por la colina. Deberíamos haber estado, no lo sé, robando pollos de las parrillas. Jugando videojuegos, pescando, besándonos, disparando a las aves con aire comprimido, cien cosas distintas.

Cada vez que encontraba a alguien mirándome, esperaba ver una máscara de maniquí. No pensaría que era Manny (yo sabía dónde estaba, y qué tamaño tenía), sino que quienquiera que la tuviese puesta, lo haría porque sabía que yo estaba fingiendo, que yo era el responsable de todo.

Parece muy obvio cuando eres el que tiene sangre en las manos, ¿saben? Como que todos te están observando. Que todos esperan.

Incluso si me atrapaban, entonces sería una familia destrozada, no cinco. Bueno, no cuatro, ya que la familia de Shanna quedó literalmente destrozada.

Ya no quiero hacer más cálculos, por favor.

Tampoco quería hacer lo que sabía que debía para terminar con todo esto.

Podía ver los ojos de JR mirar rápidamente a su alrededor en aquella máscara de pena, igual a la mía. Me imagino lo aterrador que debe sentirse el saber que con toda seguridad estás en la lista del asesino, sin saber quién es. Solo que tiene una máscara. Una máscara blanca.

Lo lamento, JR, le dije en mi cabeza, parado junto a él. De verdad lo lamento. Cien por ciento.

Es que  eres una sola persona, no toda una familia. Y a Manny eso no le importa, amigo. No creo que él sea malo, solo es enorme, torpe y está perdido. En Frankenstein (aún no la leyeron, ¿no?) nunca matan al monstruo. Simplemente termina en medio del Ártico con islotes de nieve flotando a su alrededor, como si fuera a congelarse. Termina cayendo dormido.

Creo que eso es lo que haría Manny. Solo que en el lago.

Por lo que sabemos, eso es lo que estaba haciendo cuando apareció en el lodo del arroyo. Puede ser que haya sido amigo de algunos chicos que viajaban en carretas o niños indios hace cien años, quienes finalmente también lo abandonaron al crecer, y se quedó esperando. Esperando por nosotros.

Y por un tiempo fuimos perfectos para él. Lo éramos todo, ¿cierto? Él era el juguete ideal, hasta que dejó de serlo. Hasta que dejamos de reírnos cuando alguno lo disfrazaba y lo dejaba en el jardín de alguien.

Sin embargo, él siempre estaba dispuesto.

Amábamos a ese tipo.

Y tal vez fue algo cruel revivirlo solo para una broma, lo sé. Pero si no pensase eso, no habría razón para que no estuviésemos todos vivos, graduándonos, haciendo nuestras vidas, teniendo hijos y romances, todo eso.

Por eso es que me tomo tan en serio mi misión.

No es exactamente mi culpa, pero de cierta manera sí, si lo ves desde un solo ángulo.

Como sea (y esto es lo que también susurraba en mi cabeza durante el funeral, y lo que seguramente JR estaba pensando), realmente no quería vivir si todos mis amigos estaban muertos. Mejor estar con ellos que sin ellos.

En el interior del blazer que me había comprado especialmente para el funeral, oculta en un corte secreto que había hecho, estaba la máscara de maniquí. Solo en caso de que los adultos decidieran que JR y yo necesitábamos un tiempo solos, en nuestros antiguos lugares.

Pero no.

El resto del día hubo una multitud de gente dando vueltas a nuestro alrededor todo el tiempo.

No sería hasta ocho días más tarde que podría encontrar a JR en cierta manera solo.

Excepto que también fue entonces cuando todo explotó.

miércoles, 11 de noviembre de 2020

"La noche de los maniquíes" - Stephen Graham Jones - Capítulo 10 (2)

 


10



Guardé el cordel, me eché de espaldas, esperando, y en lo que pensé estando en aquella posición fue lo mismo que todos pensamos cuando estábamos armando a Manny al frente de la pantalla: los jugadores de football orinando en el cine.

El motivo por el que pensaba en eso era que, al morir, el cuerpo de Steve se había relajado y su orina goteaba del asiento sobre el suelo de concreto, justo enfrente de mi cara. Se deslizó hacia el otro lado, gracias gravedad, pero no sin antes formarse un pequeño charco. La inclinación o declinación del show del dólar no es lo que se dice empinada, ¿verdad?

En ese momento (solo podía ver porque ese charco estaba muy cerca de mis ojos) todo el teatro se sacudió, tembló como si hubiese caído un asteroide en el estacionamiento. Me siento culpable por decirlo, pero mi corazón saltó. Ese sonido, ese impacto, solo podía ser Manny, ¿cierto? No había razón por la que no pudiese salir del lago y acercarse si alguno de nosotros estaba aquí. Y ahora estábamos dos. Probablemente nos vigilaba mientras cruzábamos el puente, Danielle en el flojomóvil y yo en una Kawasaki 750 con un faro tembloroso. Y si era él, si iba a presentarse antes de que yo pudiese acabar con nuestro pequeño grupo, lograría que todos tendrían que entender lo que había estado haciendo, lo que hacía en ese momento. Lo que acababa de hacer. Igual, comparado con el número de bajas que Manny dejaría a su paso, los muertos y los daños a este condenado mal, Steve sería completamente olvidado, solo un cuerpo más. Y Tim y Shanna serían, en retrospectiva, un preludio, una precuela, un prólogo. Creo que pensaba así por haber visto tantas veces esa película.

Bien, en cuanto supe que debía ser Manny, también pensé en el pozo que había dejado en Oak. Ese no era el final que quería para Danielle: ver un pie gigante viniéndosele encima.

“¡Ya estoy aquí!” grité tan fuerte como pude a Manny, deseando que pudiera escucharme a través del techo y sin importarme que el resto del público definitivamente me escuchara. “¡Ya lo estoy haciendo!” le dije a él y a todos. “¡Tú no tienes que hacerlo!”

Luego no hubo exactamente silencio, sino los murmullos de la gente parándose y preguntando, gruñendo. De todas formas era como una estática, lo suficientemente baja como para que la estridencia en mi cabeza de alguna manera saliese al exterior: el viejo sistema de sirenas para tornados estaba subiendo con sus gemidos ululantes. Lo cual tenía sentido ya que durante toda la historia del bagre de mi papá habían anunciado por televisión las probabilidades de un tornado. Pero esas advertencias son muy comunes en Rockwall, al menos hacia el final de la primavera.

Levanté un poco la cabeza para escuchar mejor, para sentir si había algún cambio de presión, por si algún torbellino imposible nos estaba succionando el aire para después aplastarlo sobre nosotros; pero todo lo que había eran instrucciones a través de los altoparlantes del mal, y una de las heroínas en la pantalla gritando enfurecida al encontrar arrasada una colonia de extraterrestres pacíficos.

Todavía puedes hacerlo, me dije.

Ninguna de las alertas de tornado es real, o en realidad no anuncian un tornado; solo agitan a la gente empujándola a refugios y sótanos. En serio, en toda mi vida solo he visto un embudo tocar tierra, y fue muy lejos en el campo. Tal vez mató a uno o dos ratones. Lo siento, ratones, ustedes también son importantes; pero esta vez probablemente sería otra alerta en falso.

Eso no impidió que se encendiesen las luces.

Peor aun, lo que me mostraron fue a Danielle, parada al final de la fila, mirando lo que las luces le mostraban a ella: a mí. O no “a mí” exactamente, sino a un tipo tirado detrás de su novio. Un tipo que, cuando la miró, tenía rostro de maniquí. Excepto por los ojos.

Ella pasó de mí a Steve, su cabeza apoyada en la silla, sus ojos seguramente abiertos y secos, mirando al techo, con una línea roja alrededor del cuello.

Danielle dejó caer la coca cola que había ido a buscar y ya estaba corriendo antes de que tocase el piso.

Y, lo admito, ahora yo estaba llorando detrás de la máscara. Comenzaba a hacerlo, en silencio. No por Steve, a quién le importa él, sino porque desde que había comenzado con todo esto, accidentalmente empecé a imaginarme que al terminar, Danielle despertaría, me vería como realmente soy, y sería el comienzo de todo. No importaría que ella hubiese estado en la lista para asesinar, que hubiese tenido que ser sacrificada si queríamos salvar a su familia. Era un sueño, ¿no? Como un deseo.

Pero luego ese deseo empezó a hacerse realidad en cierto modo. Allí parada al final de la fila, ella me estaba viendo como realmente era. El que había matado a Tim y que, más que seguro, también había matado a Shanna.

El que iba a por ella, ahora que su novio estaba fuera de combate.

Apoyé la mano en un asiento y me impulsé hacia arriba. No me permití pensar en cómo la había criado su mamá, quien trabajaba doble turno para pagar las cuentas, y su pequeña hermana peinándose como Danielle, pero haciéndolo mal y de alguna manera mejor, con un estilo aniñado.

No debes permitirte ver esas cosas cuando estás a punto de matar a una persona. Como tampoco debes revivirla corriendo hacia el lago, su blusa cayendo, el sostén sostenido por breteles negros y no verde brillante, como uno esperaría para que combinasen con las copas.

Haz los cálculos, haz los cálculos dije para mis adentros, para ganar decisión.

Ella tenía dos miembros en la familia, cuando Tim había tenido cuatro, cinco si contamos a la hermana. Pero igual, su mamá y su hermana no habían hecho nada que mereciese la furia de Manny, ¿o sí? Y quién sabe, quizás Mercy, su hermanita, crezca y viaje a Marte donde va a inventar la vacuna espacial contra la polio, y su mamá la verá en televisión, y Marcy dirá para todo el mundo que se lo dedica a su hermana a quien aún extraña y en la que piensa todos los días.

Su hermana, que murió viendo una película de superhéroes.

Corrí hasta el final de la fila, llegué al pasillo con el pecho ya agitado y la boca detrás de la máscara tomando todo el aire con sabor a plástico que podía.

“Lo siento, D,” le grité, y mi voz hizo vibrar la delgada máscara, haciéndome cosquillas en los labios. El sonido de mi voz, la vos de su mejor amigo, la detuvo.

Ella se dio vuelta, inclinó la cabeza sobre un costado, tal vez viendo la cara de Manny e intentando conciliar eso con la voz que acababa de oír.

“¿Sawyer?” dijo, con una especie de paréntesis alrededor de los ojos, como si su mente estuviese en pausa, lista para decirle a los labios que sonriesen, que todo era una terrible broma.

“¿Esto es más una locura que una película arruinada, tal vez?” dijo alguien, aunque la pregunta en realidad no era tal.

Dejé que el cordel verde brillante se desenrollase de mi mano y pestañeé para limpiar las lágrimas que se estaban formando en todo mi cuerpo.

Danielle dio un paso atrás y chocó con una mujer que corría a la salida, segura de que un tornado caería sobre nosotros, o quizás pensando que yo era algún tirador aunque no tuviese un arma. Chocó contra Danielle y la empujó fuertemente al costado. Ella se golpeó las costillas contra uno de los viejos apoyabrazos de madera.

Se giró pero sin dejar nunca de mirarme, ni a los seis pasos que nos separaban.

Porque no quería asustarla más, y porque estaba seguro de que mi voz se quebraría, traicionándome, me acerqué a ella y me coloqué detrás. Rodeé la cuerda alrededor de su garganta, su cabello se enganchó, y tire fuertemente para hacerlo rápido y lo menos doloroso posible. Es lo que uno hace por alguien de quien está enamorado en secreto.

Apreté tanto que su cabello se cortó y su cabeza cayó hacia atrás, emitiendo un crujido fuerte y un chasquido. Y después su barbilla quedó apoyada sobre el pecho.

“¿Danielle?” pude decir, atragantado, con mi máscara ahora muy próxima a su rostro.

Sus ojos aún seguían húmedos, mirando, las oscuras pupilas dilatándose por lo que fuera que estuviese viendo ahora, donde sea que estuviese.

Me levanté la máscara hasta la frente y, por primera vez, como un adiós o un hola, la besé lenta y suavemente en la mejilla, y toqué sus labios con índice enguantado. Y en ese momento sentí que volaba hacia atrás.

Lo primero que me pasó por la cabeza fue que había esperado demasiado y Manny había roto el techo del cine, tomándome entre sus enormes dedos. Pero luego vi que era algún espectador infectado de superheroísmo, presumiéndole a su novia o novio.

Me levantó pero mi máscara se había enganchado en el cabello de Danielle y se soltó, volviendo sobre mi rostro en una posición casi perfecta, solo que bloqueaba la mayor parte de mi visión. Cuando él me vio retrocedió violentamente, cayó en un asiento y quedó sentado como esperando que la película continuase.

“Lo siento, lo siento,” le dije a él, a Danielle, a todo el mundo. Luego salí corriendo hacia la puerta de salida, y seguí corriendo hasta el estacionamiento frente a tres tiendas vacías, donde esperaba la moto de mi papá. El cielo estaba verde arriba y alrededor mío, hirviendo de asesinatos.

En la edición especial de noticias de aquella noche, había nacido Carapálida.

“No,” dije mientras agrandaba los orificios oculares de mi máscara con la lima de mi mamá. “Se llama Manny.”


 

LATER de Stephen King EN ESPAÑOL - Capítulo 14

  14   Es hora de hablar de Liz Dutton, así que presten atención. Préstenle atención. Medía alrededor de un metro setenta, la altura d...