lunes, 16 de noviembre de 2020

"La noche de los maniquíes" - Stephen Graham Jones - Capítulo 12 (Final) y agradecimientos del autor



12


¿Shanna?

“¿Qué?” dije, sacudiendo la cabeza en negación, porque si ella seguía viva significaba que…

Volví a sacudir la cabeza. No podía ser ella.

Excepto que sí lo era, ¿verdad?

Ese montón de carne aplastado en su casa no había sido ella; solo sus dos perros, su mamá y su hermano[1].

En cuanto a ella, me imagino que de alguna manera había sido arrojada a los bosques, quedando con amnesia las primeras semanas, robando comida de los patios y de los autos abiertos. Pero esa era Shanna también, la más dura de todos nosotros, siempre la mejor WoodScout. Y… esa camisa de bolos que llevaba había pertenecido a mi papá, de cuando tuvo un equipo. Estaba en la caja de disfraces, la que teníamos en nuestro fuerte detrás de la Santa Trinidad.

Allí había estado viviendo. Porque no tenía familia. Porque alguien estaba matando a todos sus amigos.

Me deshice de la máscara con los ojos al instante llenos de lágrimas.

“Estás… estás viva,” le dije.

Como respuesta, echó a correr directamente hacia mí y yo me senté, listo para abrazarla y ser abrazado. Pero en el último momento antes de que sucediese, su rodilla se estrelló contra mi cara, echando mi cabeza hacia atrás y arrojándome por los aires.

“No, no,” le dije cuando pude hablar, sosteniendo aún la cuerda brillante, intentando explicarle. “Yo estaba… Yo pensé que Manny te había matado, ¿sabes? Creí que habías sido la primera. Pero, pero, solo hice todo esto porque… porque si no lo hacía, él iba a… él mataría a nuestras familias, Shanna, no a propósito, él no entiende, lo haría sin querer. Pero, pero yo solamente… desde que tú… Estuve salvando a todos, ¿sí? Sus familias, quiero decir. La de Danielle, la de Tim…”

“La de JR,” dijo ante el cuerpo de nuestro amigo.

Me sacudí la nariz ensangrentada pero eso solo hizo espacio para que siguiese manando más sangre.

Asentí con la cabeza, la familia de JR también; yo la estaba salvando.

“¿Y también la familia de Steve?” agregó Shanna.

“Él no cuenta,” le dije, aspirando con dificultad. “Daño colateral.”

“¿Lo mismo que Manny iba a hacerle a nuestras familias, quieres decir?” dijo Shanna avanzó un paso con los puños cerrados junto a las piernas, puños para . Por afuera yo negaba con la cabeza. Pero por dentro, sabía que Shanna siempre había sido la más lista de nosotros.

Ella tenía razón.

Yo no solamente lucía como Manny. Me había convertido en Manny.

Y si él no la había matado, ¿entonces habría siquiera intentado asesinar a alguien? Si quitas la primera ficha de dominó, ¿el resto se mantiene en pie?

Pero, pero: él había salido del cine, ¿o no?

“¡Yo vi cómo se iba del cine!” le dije a Shanna, insistiendo.

“No sé lo que viste, pero no fue él,” me dijo, ahora muy cerca de mí. “¿Quieres saber cómo estoy tan segura, Sawyer? ¿Querido primo? ¿Quieres que te cuente?”

Me tiré para atrás, alejándome de ella, de todo esto, con las manos en la tierra y sacudiendo la cabeza: no, no, yo no quería oír acerca de ningún maniquí en el sector de objetos perdidos en el cine, no quería escuchar nada sobre ningún maniquí con viseras verdes en la sala de descanso, no quería escuchar nada remotamente parecido a eso, gracias.

“¡Estás mintiendo!” le grité, con mi saliva formando una nube frente a mi cara porque había puesto toda mi fuerza en decir esto, para hacerlo realidad.

“Vamos ya mismo a verlo,” contestó ella y, como acto de pura defensa, solo para silenciarla a ella y a sus mentiras, lancé mi mano hacia adelante con un movimiento de látigo, la mano que aún sostenía la cuerda. Shanna debió verla venir, estaba brillando, había absorbido toda la luz de la película; pero no pudo detenerla.

El joystick le dio en los ojos, más hacia la izquierda, pero la encegueció lo suficiente como para que yo pudiese salir corriendo ente todos los despojos que Manny seguía arrojando, al tiempo que el piso literalmente temblaba con sus gigantescas pisadas, las cuales destruían todo el pastizal de los alrededores. Corrí, corrí con todas mis fuerzas, caí y me levanté. Pero lo peor de todo fue tropezarme, dos o tres filas más allá, con la motocicleta de mi papá, ¿saben? La Kawasaki desvencijada, tirada ahí como un caballo que sabía que yo lo necesitaría para huir.

En medio de toda esa muerte y caos giratorio, todos los gritos y las luces enloquecidas, mi rostro perdió la expresión, como la máscara que llevaba. No solo por volver a ver la motocicleta, sino porque estaba escuchando de nuevo las seiscientas llamadas paranoicas desde mi casa a la de JR de nuevo. Las llamadas acerca de quedarme a dormir en esa casa.

Lo que había ocurrido, lo que debió haber pasado, fue que llamaron al celular del papá de JR, se enteraron de dónde estábamos, y tras tirarse los pelos y entrar en pánico y prometerse que jamás volverían a confiar en ningún padre, se subieron al único vehículo que tenían, puesto que los dos distribuidores se estaban congelando en el freezer del garaje. Entonces mi mamá había abrazado la espalda de mi papá y se habían montado en esa máquina mortal que iba a salvarme la vida, y corrieron hasta el autocine para rescatarme de quienquiera que estuviese matando a mis amigos, y probablemente yendo tras de mí.

Lo siento mamá, donde sea que estés. Lo siento tanto, mierda.

Levanté la moto, pateé el arranque y solo miré atrás cuando alguien me llamó.

Era mi papá.

Su cabello estaba parado, su camisa hecha trizas y sus lentes habían desaparecido, todo producto de la destrucción de Manny, la destrucción que nunca debió haber sucedido.

Justo ahora, me imaginaba, él avanzaba tambaleándose por el patio de juegos y los quioscos, con su andar pesado, intentando atrapar a Shanna con sus manos, así como se atrapa una lagartija. Ella habría tratado de plantarse y ser la última chica, la que surge a último momento, quien saca fuerzas que no sabía que tuviese; pero, vamos, ¿no?

Ya estaba muerta.

Solo quedaba yo.

“¡Debo escaparme, debo huir!” le grité a mi papá a través del viento, con lágrimas calientes sobre mis mejillas, bajo la máscara. Pero había demasiado que explicar, demasiadas vidas en riesgo como para despedidas, así que finalmente solté la cuerda fosforescente, que se fue volando hasta la pierna de mi papá. Y cuando él la vio, tal vez deduciendo lo que era, lo que había sido, me alejé de él y de todo eso, hice rugir los 750 cc de la moto más fuerte de lo que nunca lo había hecho, puse la primera y salí volando, girando a derecha e izquierda para esquivar a los espectadores que intentaban salvarse de la tempestad que Manny había desatado sobre nosotros. Fui hasta el final de una fila, luego por otra, siempre con la intención de saltar hasta la carretera; pero todo lo que encontraba eran vallados y autos apilados, gente corriendo por doquier. Me paré en los pedales, mirando alrededor, hasta que finalmente vi la entrada con una de sus barreras bajada.

Volví a sentarme y me lancé como un cohete hacia adelante, atravesé la barrera como si fuera una película, la madera astillándose contra el manubrio pero sin arrojarme de la moto, lo que probablemente debió haber ocurrido si todo esto no estuviese destinado a suceder.

Ya sobre el asfalto del camino hacia el Aeropuerto, con los faros apagados, en realidad ya arrancados de la motocicleta, llegué a los ciento treinta creo, lo más rápido y aterrador que jamás había ido. Parecía que las zapatillas resbalarían de los pedales y la moto seguiría adelante, mientras yo me quedaba con el manubrio en la mano y las piernas flameando en el aire.

Cuando avisté el lago, diez minutos y muchos insectos aplastados después, apagué el motor y llegué hasta el estacionamiento del cine de Shanna. Aparqué la moto junto al cordón de la vereda, en el lugar donde una gruesa flecha amarilla pintada sobre el asfalto señalaba mi destino. Parecía que el mundo continuaba tratando de mostrarme el camino, en el caso de que yo perdiese la decisión a último momento.

Sin embargo, estaba decidido. No iba a abandonar ahora, no luego de todo lo que había hecho para llegar hasta aquí.

Sesenta largos pasos después me encontré en el muelle, y como si yo supiese que eso iba a estar ahí, alguien del otro lado del lago había remado para comer en lo de Dodie, dejando su pequeño bote amarrado allí.

Dos minutos más tarde traje el bote hasta aquí, Manny.

Sé que cuando termines lo que estás haciendo en el autocine, cuando el sol finalmente se levante de nuevo sobre nuestro pueblo, vendrás bamboleándote por los pastizales, sacudiéndolo todo, pasando por encima de las casas, agachándote bajo los cable de alta tensión; y cada pocos pasos (te pido perdón por eso) deberás detenerte para ajustar las piezas de tus piernas. Por las clavijas que usamos.

Pero solo ven hasta el agua, Manny. Ven al lago.

En el agua esas clavijas se hincharán, y así mantendrán unidas tus piernas, ¿no es cierto?

Y en el camino, cuando estés vadeando el lago, formando olas gigantescas frente a ti, probablemente tan grandes que arrojen a los autos fuera del puente, entonces verás a uno de tus viejos amigos esperándote, balanceándose, con su rostro plástico muy plácido y los labios cerrados tal y como siempre estuvieron los tuyos, sus manos aferrándose fuerte a los costados de su pequeño bote.

Ese soy yo.

Lo que también tengo ahora en el bolsillo, es el boleto que Tim no pudo encontrar esa noche que volviste a nosotros. Pero ese boleto ya no sirve para aquella película. Toda esa cuestión de los superhéroes se ha acabado. Lo que quiero, lo que necesito ahora, la razón por la que traje este boleto especial es la siguiente: ¿puedes llevarme contigo, por favor? Creo que ya terminé con todos aquí, excepto conmigo mismo. Solo quiero, si se puede, si me lo permites, solo quiero ir contigo y dormir, esperar al próximo grupo de niños que nos encuentre a nosotros, el maniquí con las piernas desarmadas y el maniquí de niño junto a él, con el rostro blanco de placer por toda la diversión que se avecina.

Jugaremos todo el verano, y nunca terminará, lo sé.

No puede terminar, no mientras estemos juntos, mientras nos tengamos el uno al otro.

Te amo, Manny. Nunca dejé de amarte, amigo.

Tú fuiste el mejor amigo que pudimos haber tenido.

Hubo que hacer sacrificios, sí; pero todo eso ya pasó, ya ha terminado.

Créditos, por favor.


 

Agradecimientos

 

Gracias a Larry Dobbs y a mi hermano Spot por la ayuda sobre Rockwall siempre a último momento. He ido allí muchas veces a lo largo de los años, pero hay algunas cosas que desconocería de no ser por ellos. Pero aun así debí retocar esto y aquello para que todo funcionase. Lo siento, Rockwall. Gracias a Ellen Datlow por lograr que todo esto encaje. Ella solo hizo una o dos preguntas, como siempre, pero esas preguntas orientaron toda la reescritura, haciendo que todo encuentre su lugar. Y no, jamás encontré un maniquí en los pastizales donde me crie. Había de todo entre los arbustos, pero nunca un maniquí. Gracias también a los X-Men con quienes crecí. Hay una viñeta en alguna de esas revistas donde un Centinela gigante y de rostro blanco se está agachando para atrapar a un mutante. Yo estudié y estudié esa viñeta muchísimo, hace veinte o treinta años. Estaba fascinado con la cara del Centinela. También asustado. Me apropié de ellos para esta historia, pero con respeto, porque no quiero que vengan a buscarme. Lo que significa, supongo, que todavía me siento un mutante después de tanto tiempo. Pero el Lobo en la camioneta blanca de John Darnielle también estuvo presente en mí mientras escribía esto. Y Will Christopher Baer, quien alguna vez dijo que yo entendía bien la angustia juvenil, lo cual pienso que es un cumplido? Digamos que sí. Porque la otra interpretación es que me quedé estancado en la secundaria. Y muchas gracias a mi hijo e hija, Rane y Kinsey, chicos amantes del slasher hasta la médula: criados con ellos, siempre viéndolos conmigo, dispuestos a hablar del tema, siempre listos para uno más. Y, finalmente, gracias a mi esposa, Nancy, a quien no le gustan los slashers ni un poco pero me permite seguirla por la casa contándole de uno u otro, o del que esté escribiendo en ese momento, y de cómo finalmente me va a salir bien esta vez. Estoy seguro de que ella sabe muy bien que esto nunca va a acabar; pero seguirla por la casa hablando de slashers, amigo: si eso no es lo mejor que puedo desear, no me imagino qué podría serlo.



[1] En el eBook original en inglés, en esta parte dice “sister” (hermana). No obstante, durante todo el libro hace referencia a un hermano por lo que se prefirió cambiar la palabra, asumiendo que se trata de un error (N. del T.)


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