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El
breve discurso de Gwendy en la fiesta de Año Nuevo resulta más que bien,
y se gana una entusiasta ronda de aplausos por parte de la audiencia, junto con
los acostumbrados silbidos. Castle Rock puede estar orgullosa del éxito de su
chica, pero aún hay muchos que no creen que una mujer deba representarlos en la
capital del país, y mucho menos una de treinta y siete años que encima es
demócrata. Es lo que muchos veteranos llaman “sumar un insulto a la injuria.”
Cuando Brigette explicó la primera
vez que el plan era juntar a todos los de la Municipalidad en el parque de
Castle Rock a las 11:00 pm para realizar el conteo a medianoche, en el centro
de la ciudad y junto a la torre del reloj, Gwendy pensó que era el epítome de
una mala idea. Estaría oscuro y helado. La gente, cansada y malhumorada.
Incluso predijo que la mayoría seguramente preferiría la calidez de sus livings
para celebrar la caída de la bola con Dick Clark y las estrellas invitadas en
la televisión.
Pero, ahora lo admitía, se
equivocaba.
Los voluntarios de la municipalidad
habían creado todo un mundo de ensueño en el parque, colgando docenas de
guirnaldas navideñas con luces en los árboles y arbustos, alrededor de las
barandas, en el techo de la glorieta y a lo largo de la estacada blanca que
bordea los bosques al norte del parque. Adornos rojos y verdes cuelgan de los
postes de luz y las señales de tráfico. Un puesto de chocolate y café caliente
ha sido instalado a la entrada, y alguien incluso ornamentó el Monumento a los Caídos, ciñendo el cuello de los
soldados de la Primera Guerra con un brillante listón rojo y limpiando los
lamparones de excremento de palomas de los cascos.
Brillando por su ausencia, los
carteles por las niñas perdidas habían desaparecido de los postes telefónicos,
las farolas y las ventanas de las pocas edificaciones que rodeaban al parque.
Por unas pocas horas, ese tema había sido suprimido y la gente se enfocaba en
lo positivo y esperanzador. Mañana por la mañana, los posters y las habladurías
sin duda regresarían.
A las 11:45 pm, mientras Gwendy está
haciendo fila para una taza de chocolate, el lugar está realmente animado. Los
niños pasan corriendo en grupos junto a ella, gritando y riendo, arrojándose
bolas de nieve y patinando sobre charcos de hielo, mientras sus padres y
vecinos caminan por los alrededores, pasando de un grupo a otro, charlando,
bebiendo a escondidas sorbos de whiskey de sus petacas, y haciendo grandiosos
planes para que el 2000 sea el mejor año de todos. Gwendy llega a ver a Grace
Featherstone, la de la librería, hablando con Nanette, la empleada de la
cafetería. Brigette se encuentra dando instrucciones a un grupo de empleados
junto a las mesas de picnic, sin duda asegurándose de que todo esté listo para
la cuenta regresiva a medianoche. Gwendy había visto al señor y la señora Hoffman
más temprano, en el salón, pero los evitó escondiéndose en el baño más tiempo
de lo necesario. Con respecto a eso, hasta ahora iba bien; no los había vuelto
a ver.
La fila va avanzando, y ella se
fija en un hombre alto con un gran bigote y una gorra de los Patriots apoyado
en un poste de luz junto a la fuente. Parece estar mirándola, pero Gwendy no
está segura. Piensa que recuerda haberlo visto antes entre el público durante
su discurso.
“¿Es usted, señora Gwendy
Peterson?”
Ella se vuelve. Le toma un segundo
reconocer al hombre mayor parado detrás,
pero enseguida lo recuerda. “Vaya, hola de nuevo. Señor Charlie Browne.”
“Solo Charlie, por favor.”
“¿Disfrutando de las
festividades?”
“Lo disfrutaba mucho más cuando
estábamos bajo techo y no me congelaba las menudencias.”
Gwendy echa la cabeza atrás y ríe.
“Qué bueno que no esté soplando viento, o todos pareceríamos estatuas de
hielo.”
Él gruñe y mira alrededor. “¿Vio a
mi hijo por algún lado? Cuando ese reloj dé las doce, me largo de aquí.”
Gwendy niega. “Lo siento, no lo he
visto.”
“Ahí estás,” dice Brigette,
llegando envuelta en un halo de perfume. “Te andaba buscando. ¿Qué haces en la
fila?” Sacude la mano furiosamente en dirección a una mujer del puesto. “¿Me
trae inmediatamente un chocolate para la congresista?”
“Brigette, no,” dice Gwendy
horrorizada. La gente las está mirando, alguno de ellos señalándolas.
“Aquí está,” dice una mujer de
cabello oscuro, llegando apurada con una humeante taza de chocolate.
Gwendy no quiere aceptarla, pero
no tiene opción. “Gracias, no era necesario.”
“Tonterías,” dice Brigette,
tomándola del brazo y llevándola. “Te quiero junto a mí a la medianoche.”
“Feliz año nuevo, señor Browne,”
dice Gwendy por sobre el hombro. “Un gusto volver a verlo.”
“Feliz año nuevo, congresista,”
dice él, sonriendo, y Gwendy no sabe si es su imaginación o no, pero está casi
segura de que el tono del hombre ha dejado de ser amistoso.
“Tres minutos más,” dice Brigette,
mirando su reloj. Encuentra a su marido hablando con otros dos hombres. “¡Travis,
Travis!” Apunta a la torre del reloj. “¡Por allí!”
Él asiente dudando y comienza a ir
en esa dirección.
La torre del reloj se encuentra en
el corazón mismo del Parque de Castle Rock. Mide casi siete metros de alto y un
metro de ancho. Erigido durante la reconstrucción del pueblo, después del Gran
Incendio, muestra una placa en la base que dice: En honor al indomable espíritu de los ciudadanos de Castle Rock – 1992.
Una mujer robusta, luciendo lo que
parecen varias capas de camisetas de franela, lanza una mirada de alivio al
aproximarse a ellas. “Gracias a Dios, comenzaba a preocuparme.” Le entrega un
micrófono a Brigette. Un largo cable negro repta desde él hasta un gran
parlante preparado sobre una mesa de picnic, a sus espaldas.
Gwendy sonríe a la mujer. “Feliz
año nuevo.”
La mujer le desea lo mismo,
tímidamente, y con rapidez corre la vista.
Travis pasa junto a ellas,
sonriendo y oliendo a loción de afeitar y whiskey. “¿Todo listo, señoras?”
“Casi,” dice Brigette. Enciende el
micrófono y del parlante surge un silbido de acople. La gente gruñe y se cubre
las orejas. La mujer de las remeras se escabulle para manipular varias perillas
del parlante hasta que el sonido disminuye y, finalmente, desaparece.
“¡Un minuto para la medianoche!”
anuncia Brigette, ansiosa. “¡Un minuto para la medianoche!”
La gente comienza a juntarse al
pie de la torre, los niños avanzan hasta el frente, la mayoría usando collares
fluorescentes y llevando cornetas y silbatos. Varios de los adultos usan
sombreros de cartón con brillantina que rezan ¡Y2K!, ¡2000! O ¡FELIZ AÑO NUEVO!
“¡Treinta segundos!” exclama
Brigette con una voz rozando la histeria; y, por primera vez en la noche,
Gwendy se pregunta cuánto bebió su amiga.
Estudiando la multitud, ve a
Grace, Nanette y Milly Harris, la organista de la iglesia, acurrucadas al
costado. Las tres observan el reloj y cuentan. Charlie Browne está parado con
un pie en la cerca. Lleva puestas botas de vaquero y un sombrero de plástico
verde con una flor amarilla artificial. Sonríe y saluda a Gwendy con gran
aspaviento. Ella le agradece el saludo, pensando que tal vez se equivocó unos
momentos antes.
A unos metros detrás del señor
Browne está el desconocido de bigotes con la gorra de los Patriots. Se
encuentra observando a la gente, pero es difícil verle el rostro porque la
visera se lo cubre.
“DIEZ, NUEVE, OCHO, SIETE, SEIS…”
Brigette aleja el micrófono de su boca. El rugido de la multitud se ha elevado
más que la voz amplificada.
“CINCO… CUATRO… TRES… DOS… UNO…”
La gente estalla. “¡FELIZ AÑO NUEVOOOO!”
El aire se llena con una cacofonía
de gritos embriagados, cornetas y silbatos. Vuela la serpentina y el papel
picado. Alguien dispara cañitas voladoras. El cielo nocturno se ilumina con
explosiones rojas, blancas y azules que alumbran también el suelo cubierto de
nieve. Alrededor de Gwendy, todos se abrazan y besan. Ella piensa en Ryan, la
forma en que su barba le roza el mentón cuando la besa, y siente crecer en el
centro del pecho un dolor profundo.
Brigette se desenreda del abrazo
de su marido, y llega el turno de Gwendy. “¡Feliz año nuevo!” grita por sobre
el bullicio, abrazando fuerte a su amiga. “¡Estoy muy feliz que estés aquí!”
“¡Feliz año nuevo!” dice Gwendy,
con el rostro bañado por el fulgor de los fuegos artificiales.
“Ahora es mi turno.” Travis está
parado detrás de su esposa, con los brazos abiertos de par en par, mirando a
Gwendy. “¡Feliz año nuevo!”
Gwendy se inclina, lo abraza y su
cara se aplasta contra la fría mejilla de Travis. “Feliz año…” comienza a
decir. Y entonces, algo cambia.
Todo cambia.
De repente, ve a Travis muy
claramente, muy brillante y enfocado,
casi como si tuviese luz propia, y todo a su alrededor se desploma. Ella nota
la pequeña cicatriz en la barbilla de Travis e inmediatamente sabe que el perro del vecino, Barney, lo
atacó cuando él tenía ocho años porque le había estado tirando piedras desde el
otro lado de la cerca. Eso fue en Boston, donde Travis creció. Ella observa su
cabello grueso, ondulado y repentinamente sabe
que está teniendo un romance con su estilista, una mujer soltera llamada Katy
que vive en un tráiler a las afueras del pueblo con su hijo de tres años. Su
vieja amiga Brigette no sabe nada al respecto…
… y luego la visión se desvanece,
y Travis desaparece de su vista, como si hubiese sido succionado por un vórtice
negrísimo; y todo a su alrededor vuelve a aparecer.
“… estás bien?” pregunta Travis.
Está parado a unos pasos, mirándola con preocupación.
Gwendy pestañea y mira en rededor.
“Estoy bien,” dice. “Por un momento me mareé.”
“Dios, creí que te estaba dando un
ataque, o algo así.”
“Vamos,” dice Brigette,
agarrándole el brazo. “Sentémonos.”
“En serio, estoy bien.” Quiere
marcharse, y quiere marcharse ya. “Creo que ya es hora de irme a casa. Ha sido
un largo día.”
“¿Segura que deberías manejar?
Travis podría…”
“Estaré bien,” dice Gwendy,
forzando una sonrisa. “Lo prometo.”
Brigette la mira fijamente. “Ok,
pero ten cuidado.”
“Lo haré,” dice Gwendy,
despidiéndose. “Mañana te hablo.”
¿Qué diablos fue eso? Piensa, cruzando el parque hacia su auto. No
sabe cómo describir lo que acaba de pasar, pero está segura de que nunca antes
había experimentado algo remotamente parecido. Es casi como si se abriera una
puerta, y ella hubiese pasado. ¿Pero abierta a qué? ¿Al alma de Travis? Suena
increíble, como algo salido de una novela de ciencia ficción, pero tiene algo
de sentido, así como la caja de botones.
¿Acaso lo que ocurrió es algún
tipo de efecto colateral, debido a los chocolates que le dio a su mamá? ¿Y por
qué Travis? Apenas lo conoce, y no fue la única persona con la que tuvo
contacto esta noche. Estrechó la mano de muchas otras personas.
Repentinamente, una figura oscura
surge de las sombras frente a ella. “¿Está bien, señora Peterson?”
Sorprendida, Gwendy se para en
seco. Es el extraño de la gorra de los Patriots, y está parado lo
suficientemente cerca como para tocarla. Ahora se encuentra atrapada entre dos
edificios, y está mucho más oscuro sin las luces de la calle.
“Estoy bien,” dice, intentando
sonar tranquila. “Debería tener más cuidado al emboscar a la gente así.
Especialmente con todo lo que está pasando.”
“Mis disculpas,” dice el hombre
con tono amable. “Vi lo que ocurrió y me preocupé.”
“Vio lo que ocurrió,” repite
Gwendy con un hilo de voz. “¿Y por qué me estaba mirando, señor…?”
“Nolan,” dice el hombre, abriendo
su abrigo para mostrar una placa en el cinturón. “Detective Nolan.”
Gwendy abre los ojos y siente un
rubor subiendo por sus mejillas. “Ahora me siento como una tonta.”
El detective levanta las manos.
“Por favor no, señora. Debería haberme identificado enseguida.”
“¿El sheriff le pidió que me
vigile?”
“No, señora. Por cómo habla de
usted, debe estar seguro de que puede cuidarse sola.”
Gwendy ríe. Se imagina a Norris
diciendo esas palabras. “Bueno, que tenga buenas noches, detective. Gracias por
preocuparse.”
Él asiente en silencio y comienza
a dirigirse hacia el parque.
Gwendy enfila hacia la calle y, en
el momento que reconoce al hombre caminando en su dirección, decide llevar a
cabo un experimento. “Hola, señor Gallagher,” dice. “Feliz año nuevo.” Se saca
un guante y le extiende la mano.
“Feliz año nuevo para usted,
señorita.” El profesor de álgebra de octavo le estrecha la mano con un apretón
firme. Ella siente los gruesos callos de su palma. “Debería pasar por la
escuela algún día. A los chicos les encantará verla.”
“Lo haré,” dice ella, esperando
que ocurra algo extraordinario, cualquier
cosa.
Pero no sucede nada.
Así que sigue caminando hasta
llegar a su auto. Va pensando en la caja de botones y sus chocolates, sin mirar
dónde pisa, cuando siente que su pie se desliza. Un momento está viendo su reflejo en el oscuro vidrio de una
cafetería, y al siguiente se encuentra patinando sobre un charco de hielo,
agitando las manos.
Alguien la toma por la cintura.
“Oh, Dios mío,” dice
enderezándose.
“Eso estuvo cerca, señora
Peterson.” Lucas Browne la suelta y se acerca al cordón. Regresa con su guante.
“Se le cayó esto.” Sonríe y se lo entrega, rozándole los dedos…
… y de repente, Main Street se
hunde: los autos, las tiendas, las luces de la calle desaparecen, y todo lo que
ella ve es a él iluminado, casi
brillante. Y así, sin más, ella lo sabe.
Lucas Browne es el Hada de los Dientes. Mira su mano y ve cómo sus dedos
enguantados se cierran alrededor de un instrumento de acero quirúrgico, llegan
hasta la boca de un muñeco lleno de dientes falsos sobre una mesa muy
iluminada, puede leer Escuela Dental
en una bata de laboratorio que él lleva puesta… y esos mismos dedos, ahora
sucios, aferrando unos alicates; y está parado frente a una aterrada Deborah
Parker, su largo cabello pegoteado por el sudor, los ojos exorbitados y llenos
de miedo, las puntas de las botas texanas del hombre manchadas con sangre…
Y luego la oscuridad se lo
engulle, y la ciudad vuelve a enfocarse, y Lucas Browne se encuentra parado
frente a ella.
“¿Qué pasó?” pregunta él,
achicando los ojos. “¿Está bien?”
“Estoy… estoy bien,” dice ella.
“Gracias. Me salvaste de una fea caída.” Su voz suena apagada y distante.
Una joven pareja que camina
abrazada pasa junto a ellos. El chico, un aspirante a james Dean con su
chaqueta de cuero y un cigarrillo colgando de los labios, los saluda. “¿Qué
hay, Lucas?”
Lucas no responde, ni siquiera lo
mira. Solo observa a Gwendy cruzar la calle con la misma mirada cautelosa en el
rostro.
Gwendy se sube al auto, cerrando
apuradamente la puerta. Sus manos tiemblan y su corazón parece que va a
estallar. Arranca y se aleja sin esperar a que se caliente el motor. Cuando
echa un vistazo a la acera, Lucas Browne sigue allí, mirándola.
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