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Gwendy
está sentada con las piernas cruzadas en la cama, el cabello húmedo
envuelto en una toalla, y envía el email que acaba de redactar. Una vez que el
módem se desconecta, cierra su laptop. Con cara de preocupación, salta de la
cama y comienza a vestirse. Se está atando los zapatos cuando suena el
teléfono.
“¿Hola?” Intenta no esperanzarse.
“Gwendy, soy Patsy Follet. ¿Estás
ocupada?”
“¡Patsy!” dice ella, entusiasmada
al escuchar la voz de la congresista. “Acabo de responder tu email.”
“Y yo, de leerlo. Me imaginé que
sería más fácil llamarte.”
“Bueno, ¿cómo estás?” pregunta
Gwendy. “¡Feliz año nuevo!”
“También para ti. Me iba genial
hasta que hablé con mi amigo del Senado esta mañana. Después, no tan genial.”
“¿Realmente creen que nos
convocarán antes de lo previsto?”
“Eso es lo que me dijo. Alguna
sesión de emergencia por culpa del Presidente Bocón y Corea. La primera vez que
sucede desde Harry Truman.”
“Significa que hay más de lo que
nos cuentan las noticias.”
“Evidentemente,” dice Patsy con
disgusto. “Debo admitir, es la primera vez
que realmente tengo miedo de que ese idiota nos meta en otra guerra.”
Gwendy mira la caja de botones al
otro lado de la habitación. Camina hasta ella.
“¿Gwen, estás ahí?”
“Sí, aquí estoy. Solo estaba
pensando.”
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Gwendy
solo se queda en lo de sus padres por un rato, lo suficiente para hablar
de los Patriots con su papá (él opina que Pete Carroll debe retirarse después
de terminar otra vez en cuarto lugar; ella cree que se merece un año más para
cambiar las cosas) y ayudar a su mamá en la elección de un vestido para la cena
de Año Nuevo con los Goffs.
Ella ya ha salido y está buscando
las llaves de su auto cuando la señora Peterson abre la puerta y la detiene.
“Espera un segundo. Necesito hablarte de algo.”
Gwendy se da vuelta. “Debes
entrar, mamá, antes de que te resfríes. Está helado.”
“Solo será un segundo.”
Malas noticias, piensa Gwendy, leyéndole la expresión de la cara. Sabía que era demasiado bueno para ser
cierto.
“Me temo que tengo malas
noticias.”
“Oh, mamá,” dice Gwendy. “¿Qué
ocurre?”
“Debería habértelo dicho antes,
pero seguía acobardándome.”
Gwendy se acerca. “Solo dime qué
es lo que pasa.”
“Revisé mi cartera, busqué por
todos lados, incluso llamé al hospital… pero no puedo encontrar tu pluma
mágica.”
Gwendy la mira y comienza a reír.
“¿Qué? ¿Cuál es la gracia?”
“Pensé… pensé que me dirías que
estabas enferma de nuevo, que el hospital se había equivocado.”
La señora Peterson se coloca una
mano en el corazón. “Dios, no.”
“La pluma ya aparecerá, si debe
hacerlo,” dice Gwendy, abriendo la puerta de casa. “Ya apareció antes. Ahora
entra, tontuela.”
66
Camino
a su casa desde Carbine Street, Gwendy ve la camioneta del sheriff
estacionada en la curva de la ruta 117 con las balizas encendidas. Ella pone el
guiño y se estaciona detrás de él.
Al bajar del auto, ella ve al
sheriff trepando por una zanja nevada que corre junto a la autopista. Está
hasta las caderas de nieve y maldice sin parar.
“¿Qué pensarían los ciudadanos si
te escucharan hablar así?”
El sheriff levanta la vista hacia
ella, con nieve en el pelo y una mirada asesina. “Pensarían que he tenido un
día de mierda, lo que es cierto.”
Gwendy extiende una mano para
ayudarlo. “¿Qué estabas haciendo ahí abajo?”
“Creí que había visto algo,” dice,
tomándole la mano. Sale de la zanja y comienza a sacudir las botas sobre la
grava. La vuelve a mirar. “Estaba por llamarte antes de estacionarme.”
“¿Qué pasa?”
Él se frota la barbilla con una
mano. “Recibimos un sobre en la comisaría hace una hora. Sin remitente. Con
sello postal de ayer, en Augusta.”
Gwendy se siente enrojecer, Sabe
qué vendrá a continuación.
“Dentro del sobre estaba el gorro
anaranjado que Deborah Parker llevaba la tarde que se fue a patinar. Y dentro
del gorro… habían tres dientes más, posiblemente suyos.”
Gwendy lo mira muda, incapaz de
articular una palabra.
“Para empeorar las cosas, hace un
rato hablé con ese reportero del Portland
Herald. Alguien filtró información. Ya sabe de los dientes que encontramos
en la sudadera, y sabe acerca del sobre.”
“Pero dijiste que lo recibieron
hace una hora.”
Él asiente. “Así es.”
“¿Entonces cómo…?”
El sheriff se encoge de hombros.
“Supongo que alguien necesitaba el dinero. Como sea, está escribiendo un
artículo para el diario de mañana y ya está usando como alias apodo “El hada de
los dientes”.
“Jesús.”
“Huh,” responde el hombre,
sombrío. “La mierda está por salir a flote.”
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