viernes, 13 de noviembre de 2020

"La noche de los maniquíes" - Stephen Graham Jones - Capítulo 12 (1)

 


12

 

 

 

El plan original era organizar una pijamada, ser el primero en “encontrar” a JR muerto y, enloquecido y a los gritos, salir corriendo hacia los bosques antes de que nadie pudiese preguntarme nada.

Era fácil de arreglar, por supuesto sabiendo que habría seiscientas llamadas paranoicas de mi mamá, y mi papá estaría listo para salir a buscarme. Pero debía ser así. El papá de JR era un gran loco conspiranoide que actualmente momento se encontraba sin trabajo, por lo que no había manera de escabullirme dentro de la casa. No con candados en todas las puertas, y probablemente con las llaves que los abrían también bajo candados. No había sapos de cerámica. Más bien, debía haber minas antipersonales.

Aun así, loco o no, no se merecía un manotazo de Manny, frente al cual tosas sus balas serían inofensivas e inútiles. Tampoco se lo merecía su mamá, la enfermera doméstica, ni su pequeña hermana, Gwen. O sea, nadie se merece esa mano viniendo sobre ellos; pero especialmente nadie se lo merece por tenernos a JR o a mí de hijo o hermano. No fueron ellos quienes se alejaron de Manny, fuimos nosotros. Causa y efecto, acción y reacción inevitable, amigo, derribándonos como dominós.

En fin, la noche debería haber sido así: primero, escondí las tapas del distribuidor tanto de la minivan de mamá como de la camioneta de papá, para que al yo salir corriendo por el bosque ellos fueran los últimos en llegar. Esto es importante porque no quiero escuchar a mi mamá llamándome por entre los árboles, ¿saben? ¿Qué chico no se detendría al oír algo así?

Lo siguiente sería ir a lo de mi amigo para pasar la noche como lo habíamos hecho cientos de veces, luego de que el papá de JR me pasase a buscar después de ofrecerse a hacerlo como siempre lo hacía. Al igual que todas las veces, nadie revisaría mi mochila. ¿Y qué si lo hiciesen? ¿Qué tenía, una máscara barata de Halloween para ocultar las lágrimas por si comenzaba a llorar? ¿Algunos calzoncillos y una remera extra, por insistencia de mi mamá; un carrete de hilo verde, sobrante de algún proyecto escolar; un cepillo de dientes envuelto en tela, porque no podía cerrar las bolsitas plásticas? Ningún cuchillo, ni armas, ni listas de qué hacer o cuándo, ni extensas notas explicando todo lo que sucedió desde la broma del cine.

Es decir, esa lista existía, claro; pero estaba en mi cabeza.

Entonces, después de cenar lo que fuese a preparar el papá de JR (que sería supuestamente la mejor última cena porque siempre se esmeraba en la cocina tras ser despedido, como probándose a sí mismo en la mesa ya que no podía hacerlo en la concesionaria de autos), mi plan era poner la tercera película de superhéroes, que había alquilado en DVD, para mantener todo como las veces anteriores. Como si mi plan no fuera a funcionar sin ella, como si la película fuera la causa de todo. No yo, la película. Si no la hubiesen estado pasando, todos esos chicos seguirían vivos, ¿cierto?

A continuación, esperar que JR se durmiese. Él era famoso por no aguantar dos horas de películas sin claudicar, mucho menos resistiría una épica de tres horas que te obligaba a tener presentes las dos anteriores, para recordar quién había revivido y quién seguía muerto.

Luego de eso me pondría la máscara, observando su pecho moverse arriba y abajo, arriba y abajo. Planeaba tomarme un momento para reconsiderarlo, sí. JR era, en eso entonces lo creía, el último de nosotros a no ser por mí. ¿Realmente quería borrarnos a todos así nomás? ¿Cómo si nunca hubiésemos existido?

Pero es que nunca se había tratado de nosotros, debía recordármelo a cada momento. La cuestión eran los hermanitos y hermanitas que debían crecer, las mamás y papás que jamás habían hecho algo malo, salvo por los errores típicos que los padres no pueden evitar. Todo lo que había estado haciendo desde lo de Shanna había sido salvar vidas a diestra y siniestra. Sí, la película de superhéroes estaba en mi bolso, pero yo también estaba en una película de superhéroes, yo era el superhéroe. No el que todos quieren, pero la vida real no siempre es como en las películas. A veces para los verdaderos héroes, el sacrificio que hacen es su propia leyenda o recuerdo, o incluso sus vidas, ¿no? En ocasiones, la forma de saber que has hecho lo correcto es cuando todo el pueblo te odia y quiere verte muerto. En esos casos, el éxito justamente radica en que todavía haya gente viva para odiarte.

Volviendo a lo nuestro, JR. En vez de usar la cuerda fosforescente (no estaba seguro, en estas circunstancias a puertas cerradas, si podría salirme con la mía y evitar que la relacionasen con la reveladora marca alrededor del cuello de mi amigo), esta vez utilizaría una percha de alambre de su ropero. ¿Vieron que a veces los extremos quedan lo suficientemente agudos como para engancharte la piel o abrirte un dedo mientras cuelgan una camisa? Buscaría alguna así y dejaría la remera en el piso. Nadie estaría pensando en remeras por la mañana.

Entonces, después de desenrollarla y enderezarla lo mejor posible, podría clavársela a JR en la oreja o por la nariz. Según lo que pude averiguar, ambas son vías directas al cerebro. Finalmente me decidí por la nariz, puesto que es una de las formas como hacen las lobotomías (gracias internet) y sabía que sin importar lo que toques, si empujas lo bastante profundo y fuerte, dejarías inhabilitado permanentemente al paciente. Con un cable en la oreja, no estaba tan seguro. Tal vez solo afectase algunos recuerdos o listas de colores, o algo así, dándole tiempo a JR de levantarse y luchar, llamando la atención de su padre.

Por eso, la nariz. Y no debería olvidarme de girar una vez que atravesase cualquier membrana presente al final de la nariz; giro que requeriría de todo mi hombro para lograr el mayor movimiento posible con el alambre, lo cual me imagino que va a ser una gentileza. Porque este era JR. Y, como las heridas serían internas, no visibles, nadie buscaría una percha culpable oculta bajo la alfombra, lo que me daría la oportunidad de perderme en los bosques como lo había planeado.

Pero, por supuesto, nunca tuve la oportunidad.

Fue culpa del papá de JR.

Yo ya estaba pasando mi mano sobre las perchas de las lindas camisas de JR en su ropero, cuando la voz de su papá atronó la casa, llamándonos para que bajemos: nos iba a llevar a ver una película, con palomitas incluidas.

“¿Al cine de Shanna?” pregunté.

“Es el destino,” dijo JR, y entendí: el autocine a quince o veinticinco kilómetros entre los matorrales. A quince o veinticinco kilómetros del lago.

“O-kay…” dije, tal vez con cierto gusto.

Escucha,” dijo JR cuando fuimos a su habitación para cambiarnos, y apoyó la sien sobre la pared que nos separaba del cuarto de sus padres, diciéndome que hiciera lo mismo, para escuchar.

Del otro lado se oían… ¿clics? Por un terrible momento me imaginé a su padre  chasqueando sus piernas con clavijas, y usando una máscara de piel humana sobre su rostro de maniquí. Pero la vida nunca es tan complicada, por supuesto. La explicación era que el papá de JR se estaba armando, como siempre. Pistolas, cuchillos y probablemente granadas. Su papá siempre había sido algo desequilibrado y, desde que conoció la iglesia de las armas, no había mejorado precisamente. Sin embargo, yo sabía lo que él quería probar esta vez: que podía llevar a los dos últimos (eso éramos JR y yo), llevarnos a un lugar público y mantenernos a salvo, sin importar las promesas que mi mamá le había obligado a hacer. Eso fue entonces. Esto es ahora.

O tal vez estaba relacionado con probar que su despido era injusto. No estoy seguro. Pero tampoco es que antes hubiese sido un guardaespaldas, un guardia de seguridad. Atrapar a los malos no estaba en la descripción de “vendedor de autos”. Yo creo que en la concesionaria él tal vez había sido una especie de chico malo.

Diría que lo descubriría algún día cuando yo fuese adulto, pero bueno.

En fin, me dio un tremendo escalofrío cuando llegamos a la fila de autos, todo pintado de rojo por las balizas, y vi la película que estaban dando. Era la misma a la que habíamos ido con Manny, la que Shanna estaba viendo cuando su ventana se transformó en un camión, la que Tim estaba listo para ver y la misma a la Steve había llevado a Danielle; la misma que yo tenía guardada en mi mochila, en lo de JR.

¿Cuáles son las chances de algo así? ¿La misma película, apareciendo en cada asesinato?

A veces te das cuenta de que lo que estás haciendo es lo único posible. Que el mundo conspira para que lo logres, no dándote permiso sino empujándote en la dirección correcta, mostrándote guiños secretos y señales obvias, y eliminando cualquier obstáculo para que tengas el camino lo más despejado posible.

Entonces adelantamos la parte en que el papá de JR se baja del auto para explicarle a unos muchachos que allí habían familias, y los niños (JR y yo entre ellos) no necesitaban demostraciones de cómo fumar hierba. Pasemos rápido el momento en que dos papás de Rockwall envían palomitas de maíz a nuestro auto, lo cual fue tomado por el papá de JR como el peor insulto posible ya que él podía pagar palomitas si quisiese; y vayamos un poco después de que Gwen, la hermana de JR, se acurruca contra su madre y la enfermedad del sueño se propaga por todo el asiento delantero llegando hasta su padre, quien seguramente estuvo horas puliendo balas y aceitando ranuras, practicando movimientos y disparos, haciendo sonidos con la boca mientras su esposa quiere convencerse de que todo mejorará cuando él consiga otro trabajo.

Yo debía quedarme a solas con JR, ¿verdad?

Había demasiada gente en los autos cercanos, muchos testigos potenciales, y yo debía pensar en ellos, ¿o no? Con JR y yo en el mismo lugar, Manny podía llegar atronando y dejando muertos a cada gigantesco paso. Muertes accidentales, transeúntes inocentes, daño colateral. Como el papá de JR les había dicho a los fumadores de hierba y bebedores de cerveza: familias.

Ustedes podrán preguntarse por qué me preocupaban tanto las familias, siendo un adolescente que, se supone, solo quiere alejarse de su familia; pero… ¿en serio debo explicarlo? No es que mi mamá y papá casi se separaran cuando yo estaba en sexto grado, mi papá patinando en la Kawasaki, mi mamá cocinando todo lo que había en la despensa para luego tirarlo todo a la basura (que creo fue el mismo año que encontramos a Manny), y no es porque Shanna hubiese tenido que ir a terapia por dos años debido al abandono de su papá. Es cuestión de matemática: una familia generalmente son dos o tres o cuatro o cinco personas, y cada uno de nosotros solo una. Cinco amigos en conjunto, sí, podríamos contar como una familia si quieren. Pero aún así, es una sola familia la que muere, no otras cinco; y aquí los números decidían todo. Es fácil, ¿cierto? Es lógico. Es la forma en que debo pensar. Debería obtener una medalla por eso, tendría que ser un modelo de pensador para algún anuncio de servicios públicos.


Continuará...

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