miércoles, 11 de noviembre de 2020

"La noche de los maniquíes" - Stephen Graham Jones - Capítulo 10 (2)

 


10



Guardé el cordel, me eché de espaldas, esperando, y en lo que pensé estando en aquella posición fue lo mismo que todos pensamos cuando estábamos armando a Manny al frente de la pantalla: los jugadores de football orinando en el cine.

El motivo por el que pensaba en eso era que, al morir, el cuerpo de Steve se había relajado y su orina goteaba del asiento sobre el suelo de concreto, justo enfrente de mi cara. Se deslizó hacia el otro lado, gracias gravedad, pero no sin antes formarse un pequeño charco. La inclinación o declinación del show del dólar no es lo que se dice empinada, ¿verdad?

En ese momento (solo podía ver porque ese charco estaba muy cerca de mis ojos) todo el teatro se sacudió, tembló como si hubiese caído un asteroide en el estacionamiento. Me siento culpable por decirlo, pero mi corazón saltó. Ese sonido, ese impacto, solo podía ser Manny, ¿cierto? No había razón por la que no pudiese salir del lago y acercarse si alguno de nosotros estaba aquí. Y ahora estábamos dos. Probablemente nos vigilaba mientras cruzábamos el puente, Danielle en el flojomóvil y yo en una Kawasaki 750 con un faro tembloroso. Y si era él, si iba a presentarse antes de que yo pudiese acabar con nuestro pequeño grupo, lograría que todos tendrían que entender lo que había estado haciendo, lo que hacía en ese momento. Lo que acababa de hacer. Igual, comparado con el número de bajas que Manny dejaría a su paso, los muertos y los daños a este condenado mal, Steve sería completamente olvidado, solo un cuerpo más. Y Tim y Shanna serían, en retrospectiva, un preludio, una precuela, un prólogo. Creo que pensaba así por haber visto tantas veces esa película.

Bien, en cuanto supe que debía ser Manny, también pensé en el pozo que había dejado en Oak. Ese no era el final que quería para Danielle: ver un pie gigante viniéndosele encima.

“¡Ya estoy aquí!” grité tan fuerte como pude a Manny, deseando que pudiera escucharme a través del techo y sin importarme que el resto del público definitivamente me escuchara. “¡Ya lo estoy haciendo!” le dije a él y a todos. “¡Tú no tienes que hacerlo!”

Luego no hubo exactamente silencio, sino los murmullos de la gente parándose y preguntando, gruñendo. De todas formas era como una estática, lo suficientemente baja como para que la estridencia en mi cabeza de alguna manera saliese al exterior: el viejo sistema de sirenas para tornados estaba subiendo con sus gemidos ululantes. Lo cual tenía sentido ya que durante toda la historia del bagre de mi papá habían anunciado por televisión las probabilidades de un tornado. Pero esas advertencias son muy comunes en Rockwall, al menos hacia el final de la primavera.

Levanté un poco la cabeza para escuchar mejor, para sentir si había algún cambio de presión, por si algún torbellino imposible nos estaba succionando el aire para después aplastarlo sobre nosotros; pero todo lo que había eran instrucciones a través de los altoparlantes del mal, y una de las heroínas en la pantalla gritando enfurecida al encontrar arrasada una colonia de extraterrestres pacíficos.

Todavía puedes hacerlo, me dije.

Ninguna de las alertas de tornado es real, o en realidad no anuncian un tornado; solo agitan a la gente empujándola a refugios y sótanos. En serio, en toda mi vida solo he visto un embudo tocar tierra, y fue muy lejos en el campo. Tal vez mató a uno o dos ratones. Lo siento, ratones, ustedes también son importantes; pero esta vez probablemente sería otra alerta en falso.

Eso no impidió que se encendiesen las luces.

Peor aun, lo que me mostraron fue a Danielle, parada al final de la fila, mirando lo que las luces le mostraban a ella: a mí. O no “a mí” exactamente, sino a un tipo tirado detrás de su novio. Un tipo que, cuando la miró, tenía rostro de maniquí. Excepto por los ojos.

Ella pasó de mí a Steve, su cabeza apoyada en la silla, sus ojos seguramente abiertos y secos, mirando al techo, con una línea roja alrededor del cuello.

Danielle dejó caer la coca cola que había ido a buscar y ya estaba corriendo antes de que tocase el piso.

Y, lo admito, ahora yo estaba llorando detrás de la máscara. Comenzaba a hacerlo, en silencio. No por Steve, a quién le importa él, sino porque desde que había comenzado con todo esto, accidentalmente empecé a imaginarme que al terminar, Danielle despertaría, me vería como realmente soy, y sería el comienzo de todo. No importaría que ella hubiese estado en la lista para asesinar, que hubiese tenido que ser sacrificada si queríamos salvar a su familia. Era un sueño, ¿no? Como un deseo.

Pero luego ese deseo empezó a hacerse realidad en cierto modo. Allí parada al final de la fila, ella me estaba viendo como realmente era. El que había matado a Tim y que, más que seguro, también había matado a Shanna.

El que iba a por ella, ahora que su novio estaba fuera de combate.

Apoyé la mano en un asiento y me impulsé hacia arriba. No me permití pensar en cómo la había criado su mamá, quien trabajaba doble turno para pagar las cuentas, y su pequeña hermana peinándose como Danielle, pero haciéndolo mal y de alguna manera mejor, con un estilo aniñado.

No debes permitirte ver esas cosas cuando estás a punto de matar a una persona. Como tampoco debes revivirla corriendo hacia el lago, su blusa cayendo, el sostén sostenido por breteles negros y no verde brillante, como uno esperaría para que combinasen con las copas.

Haz los cálculos, haz los cálculos dije para mis adentros, para ganar decisión.

Ella tenía dos miembros en la familia, cuando Tim había tenido cuatro, cinco si contamos a la hermana. Pero igual, su mamá y su hermana no habían hecho nada que mereciese la furia de Manny, ¿o sí? Y quién sabe, quizás Mercy, su hermanita, crezca y viaje a Marte donde va a inventar la vacuna espacial contra la polio, y su mamá la verá en televisión, y Marcy dirá para todo el mundo que se lo dedica a su hermana a quien aún extraña y en la que piensa todos los días.

Su hermana, que murió viendo una película de superhéroes.

Corrí hasta el final de la fila, llegué al pasillo con el pecho ya agitado y la boca detrás de la máscara tomando todo el aire con sabor a plástico que podía.

“Lo siento, D,” le grité, y mi voz hizo vibrar la delgada máscara, haciéndome cosquillas en los labios. El sonido de mi voz, la vos de su mejor amigo, la detuvo.

Ella se dio vuelta, inclinó la cabeza sobre un costado, tal vez viendo la cara de Manny e intentando conciliar eso con la voz que acababa de oír.

“¿Sawyer?” dijo, con una especie de paréntesis alrededor de los ojos, como si su mente estuviese en pausa, lista para decirle a los labios que sonriesen, que todo era una terrible broma.

“¿Esto es más una locura que una película arruinada, tal vez?” dijo alguien, aunque la pregunta en realidad no era tal.

Dejé que el cordel verde brillante se desenrollase de mi mano y pestañeé para limpiar las lágrimas que se estaban formando en todo mi cuerpo.

Danielle dio un paso atrás y chocó con una mujer que corría a la salida, segura de que un tornado caería sobre nosotros, o quizás pensando que yo era algún tirador aunque no tuviese un arma. Chocó contra Danielle y la empujó fuertemente al costado. Ella se golpeó las costillas contra uno de los viejos apoyabrazos de madera.

Se giró pero sin dejar nunca de mirarme, ni a los seis pasos que nos separaban.

Porque no quería asustarla más, y porque estaba seguro de que mi voz se quebraría, traicionándome, me acerqué a ella y me coloqué detrás. Rodeé la cuerda alrededor de su garganta, su cabello se enganchó, y tire fuertemente para hacerlo rápido y lo menos doloroso posible. Es lo que uno hace por alguien de quien está enamorado en secreto.

Apreté tanto que su cabello se cortó y su cabeza cayó hacia atrás, emitiendo un crujido fuerte y un chasquido. Y después su barbilla quedó apoyada sobre el pecho.

“¿Danielle?” pude decir, atragantado, con mi máscara ahora muy próxima a su rostro.

Sus ojos aún seguían húmedos, mirando, las oscuras pupilas dilatándose por lo que fuera que estuviese viendo ahora, donde sea que estuviese.

Me levanté la máscara hasta la frente y, por primera vez, como un adiós o un hola, la besé lenta y suavemente en la mejilla, y toqué sus labios con índice enguantado. Y en ese momento sentí que volaba hacia atrás.

Lo primero que me pasó por la cabeza fue que había esperado demasiado y Manny había roto el techo del cine, tomándome entre sus enormes dedos. Pero luego vi que era algún espectador infectado de superheroísmo, presumiéndole a su novia o novio.

Me levantó pero mi máscara se había enganchado en el cabello de Danielle y se soltó, volviendo sobre mi rostro en una posición casi perfecta, solo que bloqueaba la mayor parte de mi visión. Cuando él me vio retrocedió violentamente, cayó en un asiento y quedó sentado como esperando que la película continuase.

“Lo siento, lo siento,” le dije a él, a Danielle, a todo el mundo. Luego salí corriendo hacia la puerta de salida, y seguí corriendo hasta el estacionamiento frente a tres tiendas vacías, donde esperaba la moto de mi papá. El cielo estaba verde arriba y alrededor mío, hirviendo de asesinatos.

En la edición especial de noticias de aquella noche, había nacido Carapálida.

“No,” dije mientras agrandaba los orificios oculares de mi máscara con la lima de mi mamá. “Se llama Manny.”


 

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