10
Como Danielle no tenía perros como los de Shanna (eran ladradores, no
asesinos, pero muy ruidosos) tuve que
alejarla de su casa.
¿Por qué? Supongo que también quería salvar a sus perros.
Manny los aplastaría en cuanto se hubiese encargado de la familia. Tal vez
incluso antes, ya que estarían merodeando, intentando morder a través del duro
caparazón de plástico de los pies para llegar al centro pulposo que, sabían,
debía estar por ahí.
Esto es lo que hago, salvo gente. Y perros.
De todas maneras, encontrarla lejos de su casa significaba
atraparla en una cita con Steve; estarían besándose mientras morían.
Disimulado entre la vigilia en honor a Tim (capucha, gafas de
sol, guantes) me mantuve a una distancia de ellos que sería como de dos o tres
autos de largo, distancia ocupada por ochenta o noventa estudiantes. Steve
aferraba la mano de Danielle como si le perteneciese, como manteniéndose
“fuerte” para ella en estos momentos tan dolorosos y trágicos. Las banderas
frente a la escuela flameaban a media asta como si, no lo sé, Tim hubiese sido
un edificio federal o algo por el estilo.
Se oían llantos, plegarias y cánticos, y luego sucedió algo
que no me esperaba: la gente pasó junto a la mascota de la escuela, un
guardabosque de caricatura, y dejó rosas, animales de peluche, botellas de
cerveza y notas dobladas tres o cuatro veces, sostenidas con piedras.
A la familia de Tim le habría encantado si hubiesen estado
allí. Pero aunque no se hallasen presentes para apreciar todo el cariño que
recibía Tim, aún así estaban vivos al
cien por ciento, lo sabía. Abrazándose y llorando sin encontrar respuestas;
pero los hermanitos de Tim iban a vivir y, algún día, sus padres serían
abuelos. Y Tim habría muerto de todas
maneras, así que en realidad yo no había hecho nada, ¿cierto? Nada aparte
de salvarlos.
Tomé el curso avanzado de Física un par de semanas, ¿saben?
¿Antes de que comenzara Matemáticas? En las físicas, así como en el mundo, toda
acción tiene una reacción equivalente y opuesta. O, si prefieren al revés, esa reacción tiene una causa precisa. Que
ellos estuviesen vivos, sanos y lamentándose, era la reacción a la causa que yo personificaba, a entrar en la habitación
de Tim y asesinarlo.
Solo que, si quería salvar a todos los demás, no podía decirlo
en voz alta.
Otra forma de ver esa acción/reacción sería, como dice un tipo
al final de la segunda de esas películas de superhéroes (ni siquiera era un
héroe, solo un reportero que escribía sobre el asunto), deben hacerse sacrificios.
Según el curso avanzado de Inglés eso estaría en voz pasiva,
lo que elimina la responsabilidad y oculta al verdadero autor de la acción.
Así lo expresaba en mi cabeza durante toda la vigilia,
específicamente porque me eliminaba
de la ecuación: debían hacerse sacrificios. Debía pagarse el precio.
En fin, sostuve una vela, balanceándome adelante y atrás, e
intenté tener recuerdos significativos como todos los demás, siempre con
Danielle a la vista. Y cuando la cera cayó entre mi pulgar y mi índice apreté
los dientes y aguanté el dolor. Así supe que tenía lo que debía tener para
hacerlo todo de nuevo.
Dejando la vigilia, Steve llevó a Danielle a la hamburguesería
que a ella le gustaba, la que está cruzando el lago, en la que yo le había mostrado el secreto del
doble menú. Sé que ella ordenó eso. Yo estaba entre los arbustos del
estacionamiento, me habrían visto si me sentaba cerca de ellos; pero por la
forma en que ella se comió su hamburguesa y el resto de la de Steve, me di
cuenta de que era el doble menú. Y la manera en que comió la hamburguesa de
Steve, sin evitar lo que él había mordido, fue como el beso más público de la
historia.
Quise dejar de mirar, pero no podía perderlos de vista.
Mientras regresaban al auto compacto de Steve (por supuesto
que él debía tener un coche de esos, no algo genial y desafiante como una
motocicleta), todo el camino hacia el flojomóvil, Danielle habló con su mamá
por teléfono, explicándole que llegaría tarde porque todavía estaba “triste y
todo eso, ¿ok?”
No la culpo. O sea, ella estaba
triste, lo sé, aunque no estuviese llorando y lamentándose y arruinándose el
maquillaje como tantas de las chicas en la vigilia, quienes nunca habían tenido
tiempo para Tim cuando estaba vivo.
Entonces, como si el mundo me estuviese susurrando que estaba
en el camino correcto, Steve se dirigió hasta la versión barata del cine donde
Shanna había trabajado: el show del dólar, cuatro pantallas en un mall que
todavía decía “Sears” y “JCPenny” pero en letras oscuras, porque los carteles
habían sido removidos como si el mundo hubiese avanzado sin este lugar.
Para ese momento, la película de superhéroes había quedado
relegada a sitios como estos.
Estaba inseguro, vigilándolos, pensando que si Manny venía a
por Danielle mientras estaba con Steve y este caía en la huella de un pie gigante,
no sería realmente una gran pérdida. Incluso yo ganaría puntos extras.
Pero debía recordármelo: si estaban en una cita irían a un lugar público, y habrían
más personas que se verían afectadas, no solamente el cachondo Steve.
No debería llamarlo así, estábamos en sexto grado y todos
habíamos tenido charlas individuales con el consejero, pero yo nunca había
podido dejar de usar ese apodo.
Unos minutos después de comenzada la película pagué mi dólar cincuenta
y me senté detrás de ellos. Como este no es un cine de verdad no hay butacas
numeradas, te ubicas donde quieras. Y dado que esto estaba destinado a suceder,
porque yo estaba haciendo lo correcto, Danielle y Steve no se fueron a las
filas traseras desde donde podrían haber visto a cualquiera que los estuviese
acechando. Estaban en donde llamaríamos, si todos hubiésemos sobrevivido, el
asiento de Manny: justo en el medio.
Desperdigados por toda la sala había tal vez otras quince
parejas, quienes habían pagado no tanto por ver la película sino para tener
cerca de tres horas de caricias, arrumacos y (como decía mamá de manera
grosera) “toqueteos”.
Caminé por el pasillo y me senté al final de la fila detrás de
la de Danielle y Steve.
Cuando nadie veía me acurrucando más y más, hasta que
finalmente saqué la máscara del bolsillo. Parte de poder continuar con mi
misión era impedir que un testigo pudiese describirte. Eso te retrasaría.
De esta manera pasé la primera hora de la película viendo las
ridículas venganzas, las matanzas computarizadas, las bromas internas y los
guiños a las dos primeras partes; y por unos minutos llegué a olvidar lo que
estaba haciendo, solo era otro cliente disfrutando de la película tanto como
era posible.
Pero entonces, de repente, Danielle estaba parada frente a mí,
mirándome, con el brillo de la pantalla detrás de su cabello como ella fuera la superheroína.
Abrí la boca, esperando poder articular alguna mentira que me
justificase allí, pero luego me di cuenta: como las butacas estaban tan pegadas
apenas había lugar para las rodillas sin que tocasen el asiento de enfrente.
Ella se había dado vuelta para caminar de costado hasta el pasillo.
Sin embargo, por un momento juro que ella me reconoció,
reconoció mis ojos detrás de la máscara.
Aparté la vista y gruñí algo así como justo enfrente o estúpidos
chicos, y siguió su camino hacia la galería, pensando tal vez que yo era la
víctima de un accidente o algo así (la máscara, la hora tan tarde, el lugar
solitario) y que debía comprarme un pote de palomitas, ¿o eso sería un insulto?
Así pensaba ella, créanme. Y eso empeoró aún más la situación. Quede congelado,
encogiéndome más aun de lo que estaba, como el periscopio de un submarino en
una caricatura. Y lentamente, en modo ninja, me arrastré hasta ponerme justo
detrás de Steve, quien estaba atento a lo que sucedía en la pantalla.
Ahora que Danielle se había ido, él podía rascarse y
acomodarse a sus anchas. Tanto así que parecía que estuviese ocurriendo algo
más, como si se estuviera tocando en la oscuridad del cine.
Como dije, nunca me gustó Steve. Y no tengo idea de lo que
Danielle vio en él. Como prueba de su personalidad, o la falta de ella, ¿quién
va a ver una película de superhéroes con su novia cuando acaban de matar a uno
de sus mejores amigos de la forma más violenta? ¿Y cuando lo había perdido solo
un par de semanas después de que otra
gran amiga muriese, con quien habían sido compañeras desde primer grado?
“Pedazo de mierda,” susurré, y Steve se paralizó, mirando al
costado sin estar seguro de lo que había oído.
Mi cordel fosforescente resplandeció con el brillo del
proyector como el tentáculo de un monstruo, absorbiendo toda la luz que le fue
posible, y luego bajó hasta su garganta con los joysticks que usaba como
manijas perfectamente acomodados en mis manos. Como la butaca estaba
atornillada al piso de cemento (Tim estaba en una silla de oficina) esto fue
mucho más fácil. Y dado que Steve era bastante larguirucho, no podía acomodar
sus piernas para pararse y presentar batalla.
Agarró, tironeó, y finalmente dio unos espasmos agonizantes
mucho más rápido que Tim.
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario