martes, 10 de noviembre de 2020

"La noche de los maniquíes" - Stephen Graham Jones - Capítulo 10 (1)

 


10

 

 

 

Como Danielle no tenía perros como los de Shanna (eran ladradores, no asesinos, pero muy ruidosos) tuve que alejarla de su casa.

¿Por qué? Supongo que también quería salvar a sus perros. Manny los aplastaría en cuanto se hubiese encargado de la familia. Tal vez incluso antes, ya que estarían merodeando, intentando morder a través del duro caparazón de plástico de los pies para llegar al centro pulposo que, sabían, debía estar por ahí.

Esto es lo que hago, salvo gente. Y perros.

De todas maneras, encontrarla lejos de su casa significaba atraparla en una cita con Steve; estarían besándose mientras morían.

Disimulado entre la vigilia en honor a Tim (capucha, gafas de sol, guantes) me mantuve a una distancia de ellos que sería como de dos o tres autos de largo, distancia ocupada por ochenta o noventa estudiantes. Steve aferraba la mano de Danielle como si le perteneciese, como manteniéndose “fuerte” para ella en estos momentos tan dolorosos y trágicos. Las banderas frente a la escuela flameaban a media asta como si, no lo sé, Tim hubiese sido un edificio federal o algo por el estilo.

Se oían llantos, plegarias y cánticos, y luego sucedió algo que no me esperaba: la gente pasó junto a la mascota de la escuela, un guardabosque de caricatura, y dejó rosas, animales de peluche, botellas de cerveza y notas dobladas tres o cuatro veces, sostenidas con piedras.

A la familia de Tim le habría encantado si hubiesen estado allí. Pero aunque no se hallasen presentes para apreciar todo el cariño que recibía Tim, aún así estaban vivos al cien por ciento, lo sabía. Abrazándose y llorando sin encontrar respuestas; pero los hermanitos de Tim iban a vivir y, algún día, sus padres serían abuelos. Y Tim habría muerto de todas maneras, así que en realidad yo no había hecho nada, ¿cierto? Nada aparte de salvarlos.

Tomé el curso avanzado de Física un par de semanas, ¿saben? ¿Antes de que comenzara Matemáticas? En las físicas, así como en el mundo, toda acción tiene una reacción equivalente y opuesta. O, si prefieren al revés, esa reacción tiene una causa precisa. Que ellos estuviesen vivos, sanos y lamentándose, era la reacción a la causa que yo personificaba, a entrar en la habitación de Tim y asesinarlo.

Solo que, si quería salvar a todos los demás, no podía decirlo en voz alta.

Otra forma de ver esa acción/reacción sería, como dice un tipo al final de la segunda de esas películas de superhéroes (ni siquiera era un héroe, solo un reportero que escribía sobre el asunto), deben hacerse sacrificios.

Según el curso avanzado de Inglés eso estaría en voz pasiva, lo que elimina la responsabilidad y oculta al verdadero autor de la acción.

Así lo expresaba en mi cabeza durante toda la vigilia, específicamente porque me eliminaba de la ecuación: debían hacerse sacrificios. Debía pagarse el precio.

En fin, sostuve una vela, balanceándome adelante y atrás, e intenté tener recuerdos significativos como todos los demás, siempre con Danielle a la vista. Y cuando la cera cayó entre mi pulgar y mi índice apreté los dientes y aguanté el dolor. Así supe que tenía lo que debía tener para hacerlo todo de nuevo.

Dejando la vigilia, Steve llevó a Danielle a la hamburguesería que a ella le gustaba, la que está cruzando el lago, en la que yo le había mostrado el secreto del doble menú. Sé que ella ordenó eso. Yo estaba entre los arbustos del estacionamiento, me habrían visto si me sentaba cerca de ellos; pero por la forma en que ella se comió su hamburguesa y el resto de la de Steve, me di cuenta de que era el doble menú. Y la manera en que comió la hamburguesa de Steve, sin evitar lo que él había mordido, fue como el beso más público de la historia.

Quise dejar de mirar, pero no podía perderlos de vista.

Mientras regresaban al auto compacto de Steve (por supuesto que él debía tener un coche de esos, no algo genial y desafiante como una motocicleta), todo el camino hacia el flojomóvil, Danielle habló con su mamá por teléfono, explicándole que llegaría tarde porque todavía estaba “triste y todo eso, ¿ok?”

No la culpo. O sea, ella estaba triste, lo sé, aunque no estuviese llorando y lamentándose y arruinándose el maquillaje como tantas de las chicas en la vigilia, quienes nunca habían tenido tiempo para Tim cuando estaba vivo.

Entonces, como si el mundo me estuviese susurrando que estaba en el camino correcto, Steve se dirigió hasta la versión barata del cine donde Shanna había trabajado: el show del dólar, cuatro pantallas en un mall que todavía decía “Sears” y “JCPenny” pero en letras oscuras, porque los carteles habían sido removidos como si el mundo hubiese avanzado sin este lugar.

Para ese momento, la película de superhéroes había quedado relegada a sitios como estos.

Estaba inseguro, vigilándolos, pensando que si Manny venía a por Danielle mientras estaba con Steve y este caía en la huella de un pie gigante, no sería realmente una gran pérdida. Incluso yo ganaría puntos extras.

Pero debía recordármelo: si estaban en una cita irían a un lugar público, y habrían más personas que se verían afectadas, no solamente el cachondo Steve.

No debería llamarlo así, estábamos en sexto grado y todos habíamos tenido charlas individuales con el consejero, pero yo nunca había podido dejar de usar ese apodo.

Unos minutos después de comenzada la película pagué mi dólar cincuenta y me senté detrás de ellos. Como este no es un cine de verdad no hay butacas numeradas, te ubicas donde quieras. Y dado que esto estaba destinado a suceder, porque yo estaba haciendo lo correcto, Danielle y Steve no se fueron a las filas traseras desde donde podrían haber visto a cualquiera que los estuviese acechando. Estaban en donde llamaríamos, si todos hubiésemos sobrevivido, el asiento de Manny: justo en el medio.

Desperdigados por toda la sala había tal vez otras quince parejas, quienes habían pagado no tanto por ver la película sino para tener cerca de tres horas de caricias, arrumacos y (como decía mamá de manera grosera) “toqueteos”.

Caminé por el pasillo y me senté al final de la fila detrás de la de Danielle y Steve.

Cuando nadie veía me acurrucando más y más, hasta que finalmente saqué la máscara del bolsillo. Parte de poder continuar con mi misión era impedir que un testigo pudiese describirte. Eso te retrasaría.

De esta manera pasé la primera hora de la película viendo las ridículas venganzas, las matanzas computarizadas, las bromas internas y los guiños a las dos primeras partes; y por unos minutos llegué a olvidar lo que estaba haciendo, solo era otro cliente disfrutando de la película tanto como era posible.

Pero entonces, de repente, Danielle estaba parada frente a mí, mirándome, con el brillo de la pantalla detrás de su cabello como ella fuera la superheroína.

Abrí la boca, esperando poder articular alguna mentira que me justificase allí, pero luego me di cuenta: como las butacas estaban tan pegadas apenas había lugar para las rodillas sin que tocasen el asiento de enfrente. Ella se había dado vuelta para caminar de costado hasta el pasillo.

Sin embargo, por un momento juro que ella me reconoció, reconoció mis ojos detrás de la máscara.

Aparté la vista y gruñí algo así como justo enfrente o estúpidos chicos, y siguió su camino hacia la galería, pensando tal vez que yo era la víctima de un accidente o algo así (la máscara, la hora tan tarde, el lugar solitario) y que debía comprarme un pote de palomitas, ¿o eso sería un insulto? Así pensaba ella, créanme. Y eso empeoró aún más la situación. Quede congelado, encogiéndome más aun de lo que estaba, como el periscopio de un submarino en una caricatura. Y lentamente, en modo ninja, me arrastré hasta ponerme justo detrás de Steve, quien estaba atento a lo que sucedía en la pantalla.

Ahora que Danielle se había ido, él podía rascarse y acomodarse a sus anchas. Tanto así que parecía que estuviese ocurriendo algo más, como si se estuviera tocando en la oscuridad del cine.

Como dije, nunca me gustó Steve. Y no tengo idea de lo que Danielle vio en él. Como prueba de su personalidad, o la falta de ella, ¿quién va a ver una película de superhéroes con su novia cuando acaban de matar a uno de sus mejores amigos de la forma más violenta? ¿Y cuando lo había perdido solo un par de semanas después de que otra gran amiga muriese, con quien habían sido compañeras desde primer grado?

“Pedazo de mierda,” susurré, y Steve se paralizó, mirando al costado sin estar seguro de lo que había oído.

Mi cordel fosforescente resplandeció con el brillo del proyector como el tentáculo de un monstruo, absorbiendo toda la luz que le fue posible, y luego bajó hasta su garganta con los joysticks que usaba como manijas perfectamente acomodados en mis manos. Como la butaca estaba atornillada al piso de cemento (Tim estaba en una silla de oficina) esto fue mucho más fácil. Y dado que Steve era bastante larguirucho, no podía acomodar sus piernas para pararse y presentar batalla.

Agarró, tironeó, y finalmente dio unos espasmos agonizantes mucho más rápido que Tim.


Continuará...

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