4
El funeral fue tres días
más tarde. Fue mi primero y resultó interesante, pero no lo que uno llamaría
divertido. Por lo menos mi madre no tuvo que oficiar de Consoladora Titular. El
señor Burkett tenía una hermana y un hermano que se encargaron de eso. Eran
viejos, pero no tanto como él. El señor Burkett lloró durante todo el servicio,
mientras su hermana le alcanzaba pañuelos descartables uno tras otro. Parecía
que su bolso estaba lleno de ellos. Me sorprende que tuviese lugar para algo
más.
Esa noche, con mamá comimos pizza de Domino’s. Ella tomó
vino y yo Kool Aid, como un premio especial por haberme portado bien
durante el funeral. Cuando llegamos a la última porción, ella me preguntó si
pensaba que la señora Burkett había estado allí.
“Sí.
Estaba sentada en los escalones que llevaban a donde estaban hablando el
sacerdote y sus amigos.”
“El
púlpito. ¿Pudiste…?” Ella levantó la última porción, la observó, y luego la
bajó. Me miró. “¿Pudiste ver a través de ella?”
“¿Quieres
decir como en una película de fantasmas?”
“Sí.
Me imagino que algo así.”
“Nop.
Ella estaba ahí, pero seguí en camisón. Me sorprendió verla porque murió hace
tres días. Generalmente no duran tanto.”
“¿Simplemente
desaparecen?”
“Sí.”
“¿Qué
estaba haciendo, James?”
“Solo
estaba sentada. Una o dos veces miró su ataúd, pero más que nada lo miraba a
él.”
“Al
señor Burkett. Marty.”
“Así
es. En un momento dijo algo, pero no pude oírla. Muy pronto después de que
mueren, sus voces comienzan a apagarse, como cuando bajas la música del auto.
Luego de un rato ya no los puedes escuchar.”
“Y
después desaparecen.”
“Sí,”
dije. Tenía un nudo en la garganta, así que me bebí el resto de mi Kool-Aid
para pasarlo. “Se van.”
“Ayúdame
a limpiar,” dijo. “Luego podemos ver un episodio de Torchwood, si quieres.”
“¡Sí,
genial!” En mi opinión Torchwood no
era tan genial, pero quedarme levantado una hora después de mi horario de ir a
la cama era muy, muy genial.
“Bien.
Siempre que entiendas que esto no será una costumbre. Pero necesito decirte
algo primero, y es muy importante; así que debes prestar atención. Mucha atención.”
“Okay.”
Ella
se arrodilló para que nuestras caras estuviesen a la misma altura, y me tomó
por los hombros, con delicadeza pero firmemente. “Nunca le cuentes a nadie que
ves gente muerta, Jamie. Nunca.”
“Igual
no me creerían. Tú no me creías.”
“Yo
creía un poco,” dijo. “Desde ese día
en el Central Park. ¿Recuerdas?” Se sopló el flequillo. “Claro que recuerdas,
¿cómo podrías olvidarlo?”
“Me
acuerdo.” Solo desearía haberlo olvidado.
Ella
seguía con una rodilla en el suelo, mirándome a los ojos. “Así es la cosa. Es
bueno que la gente no te crea. Pero algún día, alguien tal vez podría creerte.
Y ese ‘tal vez’ conduciría a la conversación equivocada, o podría ponerte en
peligro.”
“¿Por
qué?”
“Existe
un viejo refrán que dice ‘los muertos no hablan’, Jamie. Pero a ti sí que pueden hablarte, ¿no? Los muertos
y las muertas. Tú aseguras que deben
responder tus preguntas con la verdad. Como si la muerte fuese una dosis de
sodio pentotal.”
Yo
no tenía idea de qué significaba aquello, y ella debió notarlo en mi expresión
porque dijo que no importaba, pero debía recordar lo que la señora Burkett me
había dicho cuando le pregunté acerca de sus anillos.
“¿Y
qué con eso?” le pregunté. Me gustaba estar cerca de mamá, pero no me agradaba
su mirada tan intensa.
“Esos
anillos eran valiosos, en especial el de compromiso. La gente muere con
secretos, Jamie, y siempre hay personas que ansían conocer esos secretos. No
quiero asustarte, pero a veces un susto es la única lección que funciona.”
Yo
pensé en el hombre de Central Park, que era una lección acerca de ser cuidadoso
en el tráfico y usar el casco siempre que uno ande en bicicleta… lo pensé pero
no lo dije.
“No
voy a hablar de eso,” dije.
“A
nadie. Excepto a mí. Si necesitas hacerlo.”
“Okay.”
“Bien.
Tenemos un acuerdo.”
Se
levantó, nos fuimos a la sala y miramos la TV. Cuando terminó el programa, me
cepillé los dientes, oriné y me lavé las manos. Mamá me arropó y besó, y dijo
lo mismo de siempre: “Dulces sueños, descansa bien, duerme profundo y yo
también.”
La
mayoría de las noches ese era el último momento que la veía hasta la mañana.
Escuchaba el repiqueteo del vidrio mientras se servía una segunda copa (o una
tercera), luego el jazz se ponía a un volumen mínimo cuando comenzaba a leer
algún manuscrito. Solo que me parece que las mamás tienen un sentido extra,
porque esa noche volvió y se sentó en mi cama. O tal vez simplemente me escuchó
gimotear, aunque yo intentaba hacerlo lo más silencioso posible. Porque, como
ella siempre decía, es mejor ser parte de la solución que del problema.
“¿Qué
ocurre, Jamie?” preguntó, acariciándome el pelo. “¿Estás pensando en el
funeral? ¿O en la señora Burkett?”
“¿Qué
me pasaría si tú te mueres, mamá? ¿Tendré que ir a vivir a un orfanato?” Porque
seguro que no viviría con el tío Harry.
“Claro
que no,” dijo mamá, aún acariciando mi cabello. “Y eso es lo que llamamos una
discusión estéril, ya que no voy a morir por mucho tiempo. Tengo treinta y
cinco años, y eso significa que todavía me queda más de la mitad de mi vida.”
“¿Y
si te agarra lo mismo que al tío Harry, y te vas a vivir a ese lugar con él?”
Las lágrimas corrían por mi rostro. Sus caricias me consolaban, pero también me
hacían llorar más, quién sabe por qué. “Ese lugar apesta. ¡Huele a meo!”
“La
chance de que eso ocurra es tan pequeña que, si la pones junto a una hormiga,
esta se verá como Godzilla,” dijo. Aquello me arrancó una sonrisa y me hizo
sentir mejor. Ahora que soy más grande sé que ella o estaba mintiendo o estaba
desinformada, pero el gen que disparó lo que tenía el tío Harry – Alzheimer
temprano – la esquivó, gracias a Dios.
“No
voy a morir, tú no vas a
morir, y creo que existe una buena posibilidad de que esa habilidad peculiar
que tienes se vaya cuando crezcas. Entonces… ¿estamos bien?”
“Estamos bien.”
“Basta de lágrimas, Jamie. Solo dulces sueños y…”
“Descansa
bien, duerme profundo y yo también,” terminé.
“Sí
sí sí.” Me besó en la frente y se marchó. Dejando la puerta algo entreabierta,
como siempre.
Me
guardé de decirle que no era el funeral lo que me había hecho llorar, ni la
señora Burkett, porque ella no me asustaba. La mayoría de ellos no me daban
miedo. Pero el ciclista de Central Park me hizo cagar en los pantalones. Él era
aterrador.
Gracias! De verdad gracias por subir otro capítulo! Y que rapidez y calidad! Un abrazo amigo!
ResponderEliminarOtro para vos, un saludo!!
ResponderEliminar