miércoles, 24 de marzo de 2021

LATER de Stephen King EN ESPAÑOL - Capítulo 4

 


LATER - STEPHEN KING - En español


4

 

El funeral fue tres días más tarde. Fue mi primero y resultó interesante, pero no lo que uno llamaría divertido. Por lo menos mi madre no tuvo que oficiar de Consoladora Titular. El señor Burkett tenía una hermana y un hermano que se encargaron de eso. Eran viejos, pero no tanto como él. El señor Burkett lloró durante todo el servicio, mientras su hermana le alcanzaba pañuelos descartables uno tras otro. Parecía que su bolso estaba lleno de ellos. Me sorprende que tuviese lugar para algo más.

Esa noche, con mamá comimos pizza de Domino’s. Ella tomó vino y yo Kool Aid, como un premio especial por haberme portado bien durante el funeral. Cuando llegamos a la última porción, ella me preguntó si pensaba que la señora Burkett había estado allí.

“Sí. Estaba sentada en los escalones que llevaban a donde estaban hablando el sacerdote y sus amigos.”

“El púlpito. ¿Pudiste…?” Ella levantó la última porción, la observó, y luego la bajó. Me miró. “¿Pudiste ver a través de ella?”

“¿Quieres decir como en una película de fantasmas?”

“Sí. Me imagino que algo así.”

“Nop. Ella estaba ahí, pero seguí en camisón. Me sorprendió verla porque murió hace tres días. Generalmente no duran tanto.”

“¿Simplemente desaparecen?”

“Sí.”

“¿Qué estaba haciendo, James?”

“Solo estaba sentada. Una o dos veces miró su ataúd, pero más que nada lo miraba a él.”

“Al señor Burkett. Marty.”

“Así es. En un momento dijo algo, pero no pude oírla. Muy pronto después de que mueren, sus voces comienzan a apagarse, como cuando bajas la música del auto. Luego de un rato ya no los puedes escuchar.”

“Y después desaparecen.”

“Sí,” dije. Tenía un nudo en la garganta, así que me bebí el resto de mi Kool-Aid para pasarlo. “Se van.”

“Ayúdame a limpiar,” dijo. “Luego podemos ver un episodio de Torchwood, si quieres.”

“¡Sí, genial!” En mi opinión Torchwood no era tan genial, pero quedarme levantado una hora después de mi horario de ir a la cama era muy, muy genial.

“Bien. Siempre que entiendas que esto no será una costumbre. Pero necesito decirte algo primero, y es muy importante; así que debes prestar atención. Mucha atención.”

“Okay.”

Ella se arrodilló para que nuestras caras estuviesen a la misma altura, y me tomó por los hombros, con delicadeza pero firmemente. “Nunca le cuentes a nadie que ves gente muerta, Jamie. Nunca.”

“Igual no me creerían. Tú no me creías.”

“Yo creía un poco,” dijo. “Desde ese día en el Central Park. ¿Recuerdas?” Se sopló el flequillo. “Claro que recuerdas, ¿cómo podrías olvidarlo?”

“Me acuerdo.” Solo desearía haberlo olvidado.

Ella seguía con una rodilla en el suelo, mirándome a los ojos. “Así es la cosa. Es bueno que la gente no te crea. Pero algún día, alguien tal vez podría creerte. Y ese ‘tal vez’ conduciría a la conversación equivocada, o podría ponerte en peligro.”

“¿Por qué?”

“Existe un viejo refrán que dice ‘los muertos no hablan’, Jamie. Pero a ti que pueden hablarte, ¿no? Los muertos y las muertas. Tú aseguras que deben responder tus preguntas con la verdad. Como si la muerte fuese una dosis de sodio pentotal.”

Yo no tenía idea de qué significaba aquello, y ella debió notarlo en mi expresión porque dijo que no importaba, pero debía recordar lo que la señora Burkett me había dicho cuando le pregunté acerca de sus anillos.

“¿Y qué con eso?” le pregunté. Me gustaba estar cerca de mamá, pero no me agradaba su mirada tan intensa.

“Esos anillos eran valiosos, en especial el de compromiso. La gente muere con secretos, Jamie, y siempre hay personas que ansían conocer esos secretos. No quiero asustarte, pero a veces un susto es la única lección que funciona.”

Yo pensé en el hombre de Central Park, que era una lección acerca de ser cuidadoso en el tráfico y usar el casco siempre que uno ande en bicicleta… lo pensé pero no lo dije.

“No voy a hablar de eso,” dije.

“A nadie. Excepto a mí. Si necesitas hacerlo.”

“Okay.”

“Bien. Tenemos un acuerdo.”

Se levantó, nos fuimos a la sala y miramos la TV. Cuando terminó el programa, me cepillé los dientes, oriné y me lavé las manos. Mamá me arropó y besó, y dijo lo mismo de siempre: “Dulces sueños, descansa bien, duerme profundo y yo también.”

La mayoría de las noches ese era el último momento que la veía hasta la mañana. Escuchaba el repiqueteo del vidrio mientras se servía una segunda copa (o una tercera), luego el jazz se ponía a un volumen mínimo cuando comenzaba a leer algún manuscrito. Solo que me parece que las mamás tienen un sentido extra, porque esa noche volvió y se sentó en mi cama. O tal vez simplemente me escuchó gimotear, aunque yo intentaba hacerlo lo más silencioso posible. Porque, como ella siempre decía, es mejor ser parte de la solución que del problema.

“¿Qué ocurre, Jamie?” preguntó, acariciándome el pelo. “¿Estás pensando en el funeral? ¿O en la señora Burkett?”

“¿Qué me pasaría si tú te mueres, mamá? ¿Tendré que ir a vivir a un orfanato?” Porque seguro que no viviría con el tío Harry.

“Claro que no,” dijo mamá, aún acariciando mi cabello. “Y eso es lo que llamamos una discusión estéril, ya que no voy a morir por mucho tiempo. Tengo treinta y cinco años, y eso significa que todavía me queda más de la mitad de mi vida.”

“¿Y si te agarra lo mismo que al tío Harry, y te vas a vivir a ese lugar con él?” Las lágrimas corrían por mi rostro. Sus caricias me consolaban, pero también me hacían llorar más, quién sabe por qué. “Ese lugar apesta. ¡Huele a meo!”

“La chance de que eso ocurra es tan pequeña que, si la pones junto a una hormiga, esta se verá como Godzilla,” dijo. Aquello me arrancó una sonrisa y me hizo sentir mejor. Ahora que soy más grande sé que ella o estaba mintiendo o estaba desinformada, pero el gen que disparó lo que tenía el tío Harry – Alzheimer temprano – la esquivó, gracias a Dios.

“No voy a morir, no vas a morir, y creo que existe una buena posibilidad de que esa habilidad peculiar que tienes se vaya cuando crezcas. Entonces… ¿estamos bien?”

“Estamos bien.”

“Basta de lágrimas, Jamie. Solo dulces sueños y…”

“Descansa bien, duerme profundo y yo también,” terminé.

“Sí sí sí.” Me besó en la frente y se marchó. Dejando la puerta algo entreabierta, como siempre.

Me guardé de decirle que no era el funeral lo que me había hecho llorar, ni la señora Burkett, porque ella no me asustaba. La mayoría de ellos no me daban miedo. Pero el ciclista de Central Park me hizo cagar en los pantalones. Él era aterrador.


 

2 comentarios:

  1. Gracias! De verdad gracias por subir otro capítulo! Y que rapidez y calidad! Un abrazo amigo!

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