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Entonces sí, veo gente
muerta. La he visto desde que tengo uso de razón. Pero no es como en aquella
película con Bruce Willis. Puede ser interesante, a veces es aterrador (el tipo
de Central Park), puede convertirse en un dolor de cabeza, pero la mayor parte
del tiempo simplemente sucede. Como
nacer zurdo, o ser capaz de tocar piezas de música clásica a los tres años, o
sufrir de Alzheimer a temprana edad, que es lo que le ocurrió a mi tío Harry
cuando solo tenía cuarenta y dos. A los seis años, cuarenta y dos me sonaba a
viejo; pero incluso entonces entendí que es demasiado joven para terminar
desconociendo quién eres. O cuál es el nombre de las cosas (por alguna razón
eso era lo que más me asustaba cuando íbamos a ver al tío Harry). Sus
pensamientos no se ahogaron en sangre por culpa de una vena cerebral obstruida;
pero igualmente se ahogaron.
Mamá y
yo llegamos al 3C, y ella abrió la puerta. Lo cual tomó cierto tiempo, porque
hay tres cerrojos. Ella solía decir que era el precio de vivir con estilo.
Teníamos un apartamento de seis habitaciones con vista a la avenida. Mamá lo
llamaba el Palacio del Parque. Teníamos una mujer de limpieza que iba dos veces
a la semana. Mamá poseía un Range Rover en el garaje de la Segunda Avenida, y
en ocasiones íbamos hasta la residencia del tío Harry en Speonk. Gracias a
Regis Thomas y algunos otros escritores (pero sobre todo Regis Thomas),
vivíamos a lo grande. Eso no duró mucho, debido a una serie de eventos que
discutiré pronto. Cuando pienso en eso, a veces creo que mi vida fue como una
novela de Dickens, solo que con insultos.
Mamá
arrojó el bolso con el manuscrito y su cartera sobre el sofá y se sentó. El
sofá hizo un ruido de pedo que normalmente nos hacía reír, pero no ese día.
“Mierda bendita,” dijo mamá, y luego levantó la mano en un gesto de alto. “Tú…”
“Nop,
no lo escuché,” dije.
“Bien.
Necesito un collar de choques eléctricos o algo así, que suene cada vez que
insulto cuando estás cerca. Eso me enseñará.” Estiró el labio inferior y sopló
para correrse las mechas de la frente. “Tengo aún doscientas páginas de lo último
de Regis para leer…”
“¿Cómo
se llama este?” pregunté, sabiendo que el título incluiría de Roanoke. Como siempre.
“La dama fantasma de Roanoke” dijo. “Es
uno de sus mejores trabajos, lleno de sex… de besos y abrazos.”
Yo
fruncí la nariz.
“Lo
siento, niño, pero las señoras aman los corazones palpitantes y los muslos
tórridos.”
Ella miro al bolso con el
manuscrito dentro, asegurado con las consabidas seis u ocho bandas elásticas,
una de las cuales siempre se rompía y obtenía de mamá algunos de sus mejores juramentos.
Muchos de los cuales todavía uso. “Ahora no siento deseos de hacer otra cosa
que beberme una copa de vino. Tal vez toda la botella. Mona Burkett era todo un
dolor de cabeza, él quizás esté mejor sin ella, pero por ahora está hundido.
Ruego a Dios que tenga parientes, porque no me atrae la idea de ser la
Consoladora Titular.
“Ella
también lo amaba,” dije.
Mamá me
miró de manera extraña. “¿Sí? ¿Te parece?”
“Lo sé.
Dijo algo malvado acerca de mi pavo, pero luego lloró y lo besó en la mejilla.”
“Eso lo
imaginaste, James,” agregó ella, pero sin demasiada convicción. Para entonces,
mamá ya se daba cuenta de algo, estoy seguro; pero a los adultos les cuesta
creer, y les diré por qué. Cuando de chicos descubren que Santa Claus es un
fraude, que Ricitos de Oro no existe y que el Conejo de Pascua es una patraña
(son solo tres ejemplos, podría agregar más) les crea un complejo, y dejan de
creer en todo aquello que no puedan ver con sus propios ojos.
“Nop,
no lo imaginé. Ella me dijo que nunca sería un Rembrandt. ¿Qué es eso?”
“Un
artista,” dijo mamá, y volvió a resoplar sus mechas. No sé por qué no se las
cortaba o se peinaba distinto. Podría haberlo hecho, porque era muy bonita.
“Cuando
vayamos a comer, no se te ocurra decirle nada de lo que crees que viste al
señor Burkett.”
“No lo
haré,” dije, “pero ella tenía razón. Mi pavo es una cagada.” Me sentía mal por
eso.
Supongo
que se me notaba, porque ella me abrazó. “Ven aquí, niño.”
Fui y
la abracé.
“Tu
pavo es hermoso. Es el más hermoso que vi en mi vida. Voy ponerlo en el
refrigerador y se quedará allí para siempre.”
La
abracé tan fuerte como pude, y puse mi rostro en el hueco de su hombro para
oler el perfume. “Te amo, mamá.”
“Yo
también te amo, Jamie, un montonazo. Ahora ve a jugar o a ver la TV. Debo hacer
algunas llamadas antes de ordenar la comida china.
“Okay.”
Enfilé hacia mi habitación, pero me detuve. “Ella puso sus anillos en el
estante superior del armario del pasillo, detrás de unos álbumes de recortes.”
Mi
madre me miró con la boca abierta. “¿Y por qué haría tal cosa?”
“Le
pregunté y me dijo que no sabía. Que para ese momento sus pensamientos estaban
ahogados en sangre.”
“Oh
Dios mío,” susurró mamá, y se frotó el cuello con la mano.
“Deberías
pensar una forma de decírselo cuando vayamos a comer. Así ya no se preocupa por
eso. ¿Puedo comer General Tso?”
“Sí”
dijo ella. “Y arroz moreno, no blanco.”
“Bien
bien bien,” dije, y me fui a jugar con mis Legos. Estaba construyendo un robot.
3
El apartamento de los Burkett era más pequeño que el nuestro, pero confortable. Luego de la cena, mientras abríamos las galletas de la fortuna (la mía decía Una pluma en la mano es mejor que un ave en el aire, lo cual no tenía sentido), mamá dijo “¿Revisaste los armarios, Marty? Quiero decir, por los anillos.”
“¿Por
qué los dejaría en un armario?” Una pregunta muy sensata.
“Bueno,
si estaba sufriendo un infarto, tal vez no pensaba con claridad.”
Estábamos
comiendo en la pequeña mesa redonda de la cocina. La señora Burkett se
encontraba sentada en una de las banquetas de la mesada, y asintió
vigorosamente cuando mamá dijo eso.
“Tal
vez revise,” dijo el señor Burkett. Sonaba muy exhausto. “En este momento estoy
demasiado cansado y molesto.”
“Fíjate
en el armario de la habitación cuando andes por ahí,” dijo mamá. “Yo voy a buscar
en el del pasillo ahora mismo. Me vendrá bien estirarme un poco, después de
todo ese cerdo agridulce.”
La
señora Burkett dijo, “¿Ella sola inventó todo eso? No sabía que fuese tan
lista.” Ya se estaba haciendo difícil escucharla. Luego de un rato ya no podría
oírla en absoluto; solo vería sus labios moverse, como si estuviese detrás de
un grueso panel de vidrio. Y poco después habría desaparecido.
“Mi
mamá es muy lista,” dije.
“Nunca
afirmé lo contrario,” dijo el señor Burkett, “pero si encuentra esos anillos en
el armario del pasillo, me comeré el sombrero.”
Justo
entonces mi madre exclamó “¡Bingo!” y volvió con los anillos en la palma de una
mano extendida. El de enlace era bastante común, pero el de compromiso era
grande como un ojo. Una verdadera joya.
“¡Oh
Dios mío!” gritó el señor Burkett. “¿Cómo es posible…?”
“Le
recé a San Antonio,” explicó mamá, pero me echó un rápido vistazo de reojo. Y
una sonrisa. “’¡Antonito, Antonito, ayúdame a buscar; algo se ha perdido y lo
tienes que encontrar!’ Y como puedes ver, funcionó.”
Pensé
en preguntarle al señor Burkett si quería sal y pimenta para su sombrero, pero
me contuve. No era el momento de hacerme el gracioso y, además, es como mi
madre siempre dice: a nadie le gustan los listillos.
Grande Fabrooooo! Muchas gracias genio! Va tomando forma la historia a lo king! Vos ya lo terminaste de leer o lo lees mientras lo traducís?
ResponderEliminar¡Gracias a vos por los comentarios! Yo ya lo leí, así que ahora esta contaría como una segunda lectura, jejeje. Te paso la dirección de la reseña que hice en Goodreads. No tiene spoilers. ¡Saludos! https://www.goodreads.com/review/show/3868263220
EliminarBuena reseña fabri! Me dieron más ganas de seguir leyendo, tambien enterarme lo que pasó en central park que nombraste y tanto menciona jamie!
ResponderEliminar¡Gracias! Pronto llega ese momento, creo que antes del domingo sale ese capítulo.
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