LATER de Stephen King EN ESPAÑOL
Prólogo, introducción y capítulo 1
Entonces
se divisó la casa de Marsden. Era como una de esas mansiones de Hollywood Hills
que uno ve en las películas: enorme y sobresaliendo por la colina. El sector
que se mostraba a nosotros era todo de vidrio.
“La
casa construida por la heroína.” Liz habló de manera brutal.
Pasamos
una curva más antes de llegar al patio pavimentado en frente de la casa. Liz
giró y yo vi un hombre frente al garaje doble donde se encontraban los autos de
lujo de Marsden. Abrí la boca para decir que debía de ser Teddy, el portero;
pero luego observé que su boca había desaparecido.
Y
considerando el agujero rojo que se encontraba donde había estado su boca, no
había muerto por causas naturales.
Como
dije, esta es una historia de terror…
No quiero comenzar pidiendo
disculpas (quizás es probable que exista incluso una regla que lo prohíbe, como
nunca terminar una frase con una preposición); pero tras releer las treinta
páginas que he escrito hasta ahora, siento que debo hacerlo. Se trata de cierto
término que uso una y otra vez. De mi madre aprendí muchísimas palabras de
pocas letras (insultos, como están por averiguar) y las usé desde una temprana
edad, pero esta a la que me refiero es una de siete letras. La palabra es después, con el significado de “luego”,
“con el tiempo descubrí” y “solo fue más adelante que me di cuenta.” Sé que es
repetitivo, pero no tuve alternativa porque mi historia comienza cuando yo aún
creía en Santa Claus y en el Ratón Pérez (si bien incluso a los seis tenía mis
dudas). Ahora tengo veintidós, lo cual es después, ¿cierto? Me imagino que a
los cuarenta (suponiendo que llegue tan lejos) miraré atrás, a lo que creí que
entendía cuando tenía veintidós, y descubriré que hubo mucho que no comprendí
en absoluto. Siempre hay un después, ahora lo sé. Al menos hasta que morimos. A
partir de entonces, supongo que después es
todo lo anterior.
Mi
nombre es Jamie Conklin, y érase una vez que dibujé un pavo de Acción de
Gracias, el cual pensé que era para caerse de culo. Después (y no mucho
después) descubrí que en realidad era como lo que sale del culo. A veces la
verdad duele.
Creo
que esta es una historia de terror. A ver qué les parece.
Volvía de la escuela con mi
madre. Ella me llevaba de la mano. En la otra mano yo aferraba mi pavo, el que
hicimos en primer grado la semana antes de Acción de Gracias. Yo estaba tan
orgulloso del mío que prácticamente saltaba en una pata. Veamos, lo que debías
hacer era poner la mano sobre un pedazo de cartulina y trazar alrededor de ella
con un crayón. Eso te daba la cola y el cuerpo. En cuanto a la cabeza, debías
apañártelas.
Se lo
mostré a mamá y ella dijo sí sí sí, bien bien bien, está genial; pero no creo
que lo haya visto realmente. Es muy posible que estuviese pensando en uno de
los libros que intentaba vender. “Agitar el producto”, así lo llamaba ella.
Verán, mamá era agente literaria. Ese trabajo antes era desempeñado por su
hermano, mi tío Harry, pero mamá se hizo cargo del negocio un año antes de la
época que les estoy relatando. Es una larga historia, y es medio deprimente.
Yo dije
“Usé verde oscuro porque es mi color favorito. Tú lo sabes, ¿no?” Para entonces
ya casi llegábamos a nuestro edificio. Estaba a solo tres manzanas de mi
escuela.
Ella
volvió a decir sí sí sí. Y agregó “Tú juega o mira Barney y El autobús escolar
mágico cuando lleguemos a casa, niño, tengo un millón de llamadas que
hacer.”
Entonces
yo dije sí sí sí, lo que me valió un
coscorrón y una sonrisa. Me encantaba hacer reír a mi madre, porque ya a los
seis años sabía que se tomaba todo muy seriamente. Después descubrí que yo era
en parte el responsable de esa actitud. Ella pensaba que tal vez estaba criando
a un niño loco. El día que les estoy contando fue cuando decidió que, después
de todo, yo no estaba demente. Lo cual debió haber sido un alivio por una
parte, pero por otra no.
“No
hables de esto con nadie,” me dijo después ese día. “Excepto conmigo. Y ni
siquiera conmigo, niño. ¿Okay?”
Le dije
okay. Cuando eres pequeño y hablas con tu madre, le dices okay a todo. Salvo,
por supuesto, cuando te dice que es hora de ir a la cama. O de que termines el
brócoli.
Llegamos
a nuestro edificio y el ascensor seguía averiado. Uno podría decir que las
cosas habrían sido diferentes si hubiese estado funcionando, pero no lo creo.
Yo pienso que la gente que afirma que la vida se trata de las decisiones que
tomamos y los caminos que recorremos, está hablando cagadas. Porque fíjense,
escaleras o ascensor, igual habríamos terminado en el tercer piso. Cuando el
errático dedo del destino te apunta, todos los caminos conducen al mismo lugar.
Eso es lo que opino. Tal vez cambie de parecer cuando sea más viejo, pero no lo
creo.
“A la
mierda este ascensor,” dijo mamá. Y luego, “No escuchaste eso, niño.”
“¿Escuchar
qué?” dije, lo que me reportó otra sonrisa. La última de esa tarde, se los
aseguro. Le pregunté si quería que le lleve el bolso, el cual como siempre
contenía un manuscrito, uno grande aquel día, como de quinientas páginas (mamá
siempre se sentaba en una banqueta a leer mientras esperaba que yo saliese de
la escuela, si el día estaba lindo). Ella dijo, “Es una oferta tentadora, ¿pero
qué es lo que siempre te digo?”
“Uno
debe llevar su propia carga en la vida”, contesté.
“Correctamundo.”
“¿Este
es de Regis Thomas?” pregunté.
“Así
es. El viejo Regis, quien paga nuestra renta.”
“¿Se
trata de Roanoke?”
“¿Es
necesario que preguntes, Jamie?” Cosa que me hizo reír disimuladamente. Todo lo que escribía el viejo Regis era
sobre Roanoke. Esa era la carga que él llevaba en su vida.
Subimos
por las escaleras hasta el tercer piso, donde había dos apartamentos más aparte
del nuestro al final del pasillo. El nuestro era el más lujoso. El señor y la
señora Burkett estaban parados afuera del 3 A, y enseguida supe que algo andaba
mal porque el señor Burkett estaba fumando un cigarrillo, algo que nunca antes
le había visto hacer y que, de todas
maneras, estaba prohibido en el edificio. Sus ojos lucían enrojecidos, y su
cabello, todo revuelto en picos grises. Yo siempre lo llamé “señor”, pero en
realidad era Profesor Burkett, y enseñaba algo complicado en la Universidad de
New York. Literatura Inglesa y Europea, me enteré después. La señora Burkett
llevaba puesto un camisón, y estaba descalza. El camisón era bastante delgado.
Podía ver la mayor parte de sus cosas a través de él.
Mi
madre dijo “¿Marty, qué ocurre?”
Antes
de que él pudiese responder, le mostré mi pavo. Porque lo veía triste y quería
animarlo, pero también porque estaba muy orgulloso de mi dibujo. “¡Mire, señor
Burkett, hice un pavo! ¡Mire, señora Burkett!” Se lo enseñé a la anciana,
sosteniendo el dibujo frente a mi rostro porque no quería que ella pensara que
estaba viendo sus cosas.
El
señor Burkett no prestó atención. Creo que ni me oyó. “Tia, tengo horribles
noticias. Mona murió esta mañana.”
Mi
madre dejó caer el bolso con el manuscrito dentro entre sus piernas, y se llevó
la mano a la boca. “¡Oh no! ¡Dime que no es verdad!”
Él
comenzó a llorar. “Se levantó a la noche porque quería beber agua. Volví a
dormirme y esta mañana la encontré en el sofá, cubierta con un edredón hasta la
barbilla; entonces caminé en puntas de pies hasta la cocina e hice café porque
pensé que el aroma la des… la desperta…”
En ese
momento realmente se derrumbó. Mamá lo abrazó igual que lo hacía conmigo cuando
me lastimaba, a pesar de que el señor Burkett tenía como cien años (setenta y
cuatro, supe después).
Fue
entonces cuando la señora Burkett me habló. Era difícil escucharla, pero no
tanto como a alguno de ellos porque estaba bastante fresca. Ella dijo “Los
pavos no son verdes, James.”
“Bueno,
el mío lo es,” dije.
Mi
madre seguía abrazando al señor Burkett, acunándolo. No la escucharon porque no
podían, y no me oyeron a mí porque estaban haciendo cosas de adultos: mamá,
consolando; el señor Burkett, sollozando.
El
señor Burkett dijo, “Llamé al Dr. Allen y vino y dijo que tuvo un farto.” Al
menos eso es lo que escuché. Lloraba demasiado y era difícil entenderlo. “Él
llamó a la funeraria. Ellos se la llevaron. No sé qué voy a hacer sin ella.”
La
señora Burkett dijo, “Mi marido le va a quemar el cabello a tu madre con ese
cigarrillo, si no tiene cuidado.”
Y,
efectivamente, lo hizo. Pude oler el pelo chamuscado, un olor parecido al de los
salones de belleza. Mamá era demasiado cortés como para decir algo al respecto,
pero lo alejó y le quitó el cigarrillo de la mano, para después arrojarlo al
piso y pisarlo. Me pareció algo desconsiderado, un acto muy sucio, pero no dije
nada. Me daba cuenta de que era una situación especial.
También
supe que seguir hablando con la señora Burkett lo espantaría. A mamá también.
Hasta un niño pequeño se da cuenta de ciertas cosas básicas, si no vive
encerrado en un ático. Se dice por favor, gracias, no andas mostrando tu
salchicha en público ni masticas con la boca abierta, y no debes hablar con
gente muerta cuando está parada junto a los vivos que comienzan a extrañarla.
Solo quiero decir, en mi defensa, que cuando la vi no sabía que estaba muerta.
Después me perfeccioné en distinguir la diferencia, pero por entonces recién
estaba aprendiendo. Yo podía ver a través de su camisón, no de ella. Los
muertos se ven igual que los vivos, con la excepción de que siempre llevan la
ropa que tenían cuando murieron.
Mientras
tanto, el señor Burkett estaba recreando todo el asunto. Le contó a mi madre
cómo se sentó en el piso junto al sofá y sostuvo la mano de su esposa hasta que
el doctor llegó, y luego otra vez hasta que arribaron los de la funeraria.
“Vinieron y se la llevaron” fue lo que dijo, pero no lo entendí hasta que mamá
me lo explicó. Y al principio creí escuchar tiñeron,
quizás por el olor del pelo quemado de mamá. Su llanto había disminuido, pero
volvió a reavivarse. “Sus anillos se perdieron,” dijo a través de las lágrimas.
“Ambos, el de boda y el de compromiso, ese con un diamante grande. Busqué en su
mesa de noche, donde los deja cuando se pasa en las manos esa crema para la
artritis de olor apestoso…”
“La
verdad que huele mal,” admitió la señora Burkett. “El Lanolin es básicamente un
ungüento de ovejas, pero realmente funciona.”
Yo
asentí para demostrarle que entendía, pero no dije nada.
“… y en
la repisa del baño, porque a veces los deja allí… Busqué por todos lados.”
“Ya
aparecerán,” susurró mi madre, y ahora que su cabello estaba a salvo volvió a
abrazar al hombre. “Ya aparecerán, Marty, no te preocupes por eso.”
“¡La extraño tanto! ¡Ya la estoy extrañando!”
La
señora Burkett agitó una mano frente a la cara. “Le doy seis semanas para que
invite a almorzar a Dolores Magowan.”
El
señor Burkett estaba sollozando, y mi madre lo calmaba como lo hacía conmigo
cuando me raspaba la rodilla, o esa vez en que quise prepararle una taza de té
y me volqué agua caliente en la mano. Mucho ruido, en otras palabras, por lo
que aproveché la oportunidad pero mantuve la voz baja.
“¿Dónde
están sus anillos, señora Burkett? ¿Lo sabe?”
Cuando
están muertos, tienen que decirte la verdad. No lo sabía a la edad de seis;
simplemente supuse que todos los adultos decían la verdad, vivos o muertos. Por supuesto que por entonces
también creía que Ricitos de Oro era una niña real. Pueden decir que era un
estúpido. Al menos, no creía que los tres osos pudiesen hablar.
“En el
estante superior del armario del pasillo,” dijo ella. “Bien al fondo, detrás de
los álbumes de recortes.”
“¿Por
qué allí?” pregunté, y mi madre me miró de forma extraña. Desde su punto de
vista, yo estaba hablando a la nada… aunque por entonces ella sabía que yo no
era igual que los otros chicos. Luego de un episodio en Central Park, nada
agradable (ya llegaré a eso) escuché que le decía por teléfono a un editor
amigo que yo era “vidente”. Eso me aterró, porque pensé que quería cambiarme de
nombre.
“No
tengo la menor idea,” dijo la señora Burkett. “En ese momento supongo que ya
estaba teniendo el infarto. Mis pensamientos se estaban ahogando en sangre.”
Pensamientos ahogados en sangre. Nunca lo olvidaré.
Mamá le
preguntó al señor Burkett si quería ir a nuestro apartamento por una taza de té
(“o algo más fuerte”), pero él dijo que no, que seguiría buscando los anillos
de su esposa. Le preguntó si le gustaría que le llevásemos comida china, que
era lo que mamá planeaba cenar, y él dijo que eso estaría bien, gracias Tia.
Mi
madre dijo “de nada”[1]
(algo que ella usaba casi tanto como sí sí sí y bien bien bien), luego le avisó
que se la llevaríamos a su apartamento alrededor de las seis, a menos que
quisiese cenar con nosotros, lo cual sería muy bienvenido. Él dijo que no, que
quería comer en su casa pero que le gustaría que nosotros cenásemos con él.
Excepto que lo que en realidad dijo fue nuestra
casa, como si la señora Burkett estuviese aún con vida. Cosa que no era tal, a
pesar de que ella continuase allí.
“Ya vas
a haber encontrado sus anillos,” dijo mamá. Me tomó de la mano. “Vamos, Jamie.
Veremos al señor Burkett más tarde, pero por ahora dejémoslo tranquilo.”
La
señora Burkett dijo, “Los pavos no son verdes, Jamie, y de todas maneras eso no
parece un pavo. Se asemeja más a una burbuja a la que le salen dedos. No eres
ningún Rembrandt.”
La
gente muerta debe decir la verdad, lo cual está bien cuando quieres conocer la
respuesta a una pregunta; pero como dije, la verdad puede doler. Comencé a
enfadarme con ella, pero justo entonces comenzó a llorar y no pude seguir. Se
giró hacia el señor Burkett y dijo, “¿Y ahora quién se fijará que no te saltes
el pasacintos trasero de tus pantalones? ¿Dolores Magowan? Debería reírme.”
Ella le besó la mejilla... o besó sobre
ella, no estoy seguro. “Te amaba, Marty. Aún te amo.”
El
señor Burkett alzó la mano y se rascó el lugar donde los labios de su esposa lo
habían tocado, como si tuviese una comezón. Me imagino que él pensó que solo
era eso.
Uhh que bueno esta! que trabajo! genial redacción, lo vas a seguir?
ResponderEliminar¡Hola! La verdad que no iba a seguir porque nadie visita el blog ☺☺☺ Pero tu mensaje me dio aliento, así que a partir de mañana sigo publicando los demás capítulos. ¡Saludos y gracias por tus palabras!♥♥♥
EliminarMe encantan tus traducciones, estas seguro que no te visitan mucha gente? Porque yo te visito hace rato, ya me lei el de la posada que piblico king a fin del año pasado en no me acuerdo que revista, y estoy leyendo el de gwendy que aprovechó a decirte me encantó, y pensé que nunca lo encontraría en español, este blog lo saque de no me acuerdo bien que página o foro de fans de king, quizás no te comenten muchos porque necesitan estar logueados en alguna cuenta, y la gente no tiende a hacerlo, pero dale para adelante que se nota que te gusta mucho y lo haces muy bien! Y encima no sabemos cuando saldrán en español estos libros, capaz un 3 meses como en 3 años o nunca....te mando un abrazo grande Fabro!
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