Comienzan las nuevas y desopilantes aventuras de Gwendy 😁. Bueno, tal vez no tan desopilantes, pero nuevas seguro. Los invito formalmente a pasar por mi página de Patreon, donde podrán ver los extraordinarios beneficios de colaborar conmigo: https://www.patreon.com/yotraductor. Recién estoy armando todo, así que verán algo escuálida la página; mas con el tiempo irá creciendo. ¡Vámonos con Gwendy!
LA PLUMA MÁGICA DE GWENDY
1
El jueves 16 de diciembre de 1999,
Gwendy Peterson se despierta antes que el sol, se viste en capas para el frío y
sale a correr.
Alguna vez ella caminó con cierta
cojera gracias a una herida en el pie derecho, pero seis meses de fisioterapia
y plantillas ortopédicas en sus zapatillas New Balance favoritas se ocuparon de
ese problemita. Ahora ella corre al menos dos o tres veces por semana,
preferiblemente al amanecer mientras la ciudad recién comienza a abrir sus
ojos.
Han ocurrido muchas cosas en los
quince años desde que Gwendy se hubo graduado en la Universidad Brown y se mudó
lejos de su pueblo natal de Castle Rock, Maine; pero hay tiempo para contar esa
historia. Por ahora, continuemos mientras ella realiza su recorrido.
Luego de estirar sus piernas en
los escalones de concreto de su casa alquilada, Gwendy corre por la Novena
Avenida, sus pies pisando a un ritmo estable sobre el camino con sal, hasta que
llega a la Avenida Pensilvania. Gira a la izquierda y cruza el Monumento Naval
y la Galería Nacional de Arte. Incluso en pleno invierno, los museos están bien
iluminados, los caminos de grava y asfalto bien limpios; nuestros impuestos en
acción.
Una vez que Gwendy llega al Mall,
acelera un cambio, sintiendo la ligereza de sus pies y la fuerza en sus
piernas. Su coleta asoma desde la capucha, golpeando contra la espalda de su
sudadera con cada paso que da. Cruza por el Estanque Reflectante, extrañando a
las familias de patos y aves que hacen de él su hogar durante los meses cálidos
del verano, hacia la sombra del obelisco del Monumento a Washington. Se mantiene
en la senda iluminada, dando un rodeo a la famosa estructura, y encara por el
este hacia el Capitolio. Los Museos Smithsonianos se alinean aquí a ambos lados
del Mall, y ella recuerda la primera vez que visitó Washington D.C.
En aquel verano ella tenía diez
años, y junto a sus padres pasó tres largos y sudorosos días explorando la
ciudad desde el amanecer hasta el crepúsculo. Al final de cada día, caían
rendidos en las camas del hotel y ordenaban servicio a la habitación (un lujo
inaudito para la familia Peterson) porque estaban demasiado exhaustos para
ducharse y aventurarse a salir a cenar. En la última mañana, su padre
sorprendió a la familia con boletos para uno de los tours en carros a pedales
por la ciudad. Los tres se apretujaron al fondo del pequeño carruaje, tomando
helados y riendo mientras el guía pedaleaba alrededor del Mall.
Ni en un millón de años soñó
Gwendy que un día viviría en la capital del país. Si alguien le hubiese
planteado la posibilidad, incluso dieciocho meses antes, su respuesta habría
sido un rotundo no. La vida es curiosa,
piensa, cortando por un camino de grava en dirección a la Novena Avenida. Llena
de sorpresas, y no todas buenas.
Dejando atrás el Mall, Gwendy
llena sus pulmones de aire helado y acelera para la corrida final. Las calles
ahora están vivas, bullendo de trabajadores tempraneros, indigentes emergiendo
de sus cajas de cartón, y los ronroneos y rechinos de los camiones de basura
haciendo sus rondas. Gwendy avista las luces multicolores de Navidad que
cuelgan de su ventana, y se lanza a correr con velocidad. Su vecina de enfrente
levanta una mano y la saluda, mas Gwendy no la ve ni la oye. Sus piernas se
flexionan con una gracia fluida y fuerza, pero su mente está muy lejos en esta
fría mañana de diciembre.
2
Incluso con el cabello húmedo y
apenas un toque de maquillaje en el rostro, Gwendy es hermosa. Despierta varias
miradas de admiración (sin mencionar algunas abiertamente envidiosas) mientras
permanece en la esquina del atestado ascensor. Si su vieja amiga, Olive Kepnes,
aún viviera (incluso después de todos estos años, Gwendy piensa en ella casi
todos los días), Olive le diría que luce como un millón de dólares y algo más.
Y estaría en lo cierto.
Vestida con unos sencillos
pantalones grises, blusa de sed blanca y zapatos de tacón bajo (lo que su madre
llama zapatos sensibles), Gwendy luce diez años más joven que los treinta y
siete que tiene. Ella discutiría vigorosamente con quien le dijera eso, pero
sus protestas serían en vano. Era la simple verdad.
El ascensor suena su campana y las
puertas se abren en el tercer piso. Gwendy y dos más se deslizan hacia afuera y
se unen al pequeño grupo de empleados que esperan en fila frente al puesto de
seguridad acordonado. Un robusto guardia con una placa y arma en el costado se
encuentra la entrada, escaneando las etiquetas de identificación. Una joven
guardia mujer está ubicada unos pasos detrás de él, observando una pantalla a
medida que los empleados pasan entre los parantes verticales de un detector de
metales.
Cuando llega el turno de Gwendy al
frente de la fila, ella extrae una identificación laminada de su cartera de
cuero y se la entrega al guardia.
“Buen día, congresista Peterson.
¿Día ajetreado?” escanea el código de barra y se la devuelve con una sonrisa
amistosa.
“Todos son ajetreados, Harold.”
Ella le guiña el ojo. “Tú lo sabes.”
La sonrisa del guardia se
ensancha, exponiendo un par de incisivos de oro. “Ey, no diré nada si usted
tampoco lo hace.”
Gwendy se ríe y comienza a
alejarse. A sus espaldas: “Salude de mi parte a su marido.”
Ella echa un vistazo por sobre el hombro, reajustando la cartera en el brazo. “Lo haré. Con suerte, estará en casa para Navidad.”
“Dios quiera,” dice Harold, persignándose. Luego se vuelve hacia el siguiente empleado y escanea su credencial. “Buen día, congresista.”
Podrías traducir la segunda parte de "El circo de la familia Pilo"¿?
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