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La oficina de Gwendy es amplia y
espaciosa. Las paredes están pintadas de un amarillo suave y las adornan un mapa
enmarcado de Maine, un espejo cuadrado con marco plateado, y una insignia de la
Universidad Brown. Brillante, una iluminación cálida baña un escritorio de
caoba centrado en la pared opuesta. Encima de él hay una lámpara, teléfono,
agenda, computadora y teclado, y numerosas pilas de documentos. Del otro lado
del recinto hay un sofá de cuero negro. Frente a él, una mesa ratona cubierta
por revistas desplegadas. Una pequeña mesa con una cafetera se ubica a un
costado. También hay un archivero de tres cajones en la esquina más alejada y
una pequeña biblioteca ocupada por libros de tapa dura, baratijas y fotos
enmarcadas. La primera de las dos fotos más grandes muestra a una Gwendy
radiante y bronceada, cruzados sus brazos con los de un apuesto hombre barbudo
en el desfile del 4 de julio, en Castle Rock, dos años antes. La segunda es de
una Gwendy más joven parada delante de su madre y padre en la base del
Monumento a Washington.
Gwendy se sienta frente a su
escritorio, con la barbilla apoyada sobre sus manos en entrelazadas, observando
la fotografía de ella y sus padres en vez del reporte abierto frente a ella.
Luego de un momento, suspira y cierra la carpeta, alejándola.
Presiona una serie de teclas en su
computadora y abre su cuenta de email. Pasa revista por las docenas de noticias
en su casilla de correo, y se detiene en un email de su madre. La indicación
del tiempo le muestra que fue recibido diez minutos antes, hace doble clic
sobre él en su monitor aparece el artículo escaneado de una noticia.
La llamada de Castle Rock
Jueves – 16 de diciembre, 1999
AUN SIN RASTROS DE DOS NIÑAS
DESAPARECIDAS
A pesar de una intensa búsqueda por todo el
condado, y de las docenas de pistas entregadas por varios ciudadanos, no ha
habido progreso en el caso de dos muchachas de Castle Rock que fueron
secuestradas.
La última víctima, Varla Hoffman, 15 años,
de la calle Juniper en Castle Rock, fue arrebatada de su dormitorio en la tarde
del martes 14 de diciembre. Poco después de las 6 p.m. su hermano mayor cruzó
la calle para visitar a un compañero. Al regresar no más de quince minutos después,
descubrió la puerta trasera rota y a su hermana desaparecida.
“Trabajamos contra reloj para encontrar a
estas chicas,” comentó Norris Ridgewick, sheriff de Castle Rock. “Trajimos
oficiales de pueblos vecinos y estamos organizando búsquedas adicionales.”
Rhonda Tomlinson, 14, de Bridgton,
desapareció camino a su casa volviendo de la escuela en la tarde del martes 7
de diciembre…
Gwendy frunce el ceño. Ha visto suficiente. Cierra el
email y comienza a alejarse; pero vacila. Escribiendo en el teclado, cambia a
CORREO GUARDADO y usa la flecha de arriba para moverse por la pantalla. Después
de un tiempo que se le hace eterno, se detiene en otro email de su madre, este
fechado el 19 de noviembre de 1998. El asunto dice: ¡FELICITACIONES!
Lo abre y hace doble clic en el enlace. Una pequeña y
oscura ventana con el título Buen día,
Boston se abre en el centro del monitor. Luego comienza un video de baja
resolución, y la música de presentación de Buen
día, Boston comienza a sonar por los parlantes de la computadora. Gwendy
baja rápidamente el volumen.
En la pantalla, Gwendy y la popular conductora de un
programa diurno, Della Cavanaugh, se encuentran sentadas frente a frente en
sendas sillas rectas de cuero negro. Ambas muestran las piernas cruzadas y
llevan micrófonos enganchados en las solapas. En lo alto del video corre un
banner que dice: MUCHACHA LOCAL LO LOGRA.
Gwendy se encoge ante el sonido de su voz en el
video, pero no lo apaga. En vez de eso, reajusta el volumen, se recuesta en su
silla, y se ve siendo entrevistada, recordando cuán profundamente extraño (e
incómodo) se sintió el tener que contar su vida frente a miles de extraños…
4
Después de graduarse de Brown en la primavera de
1984, Gwendy pasa el verano trabajando medio turno en Castle Rock antes de asistir
al Taller de Escritores de Iowa, a principios de septiembre. Por los siguientes
tres meses, se enfoca en sus tareas y comienza a escribir los episodios
iniciales de la que se convertiría en su primera novela, un drama familiar e
intergeneracional ambientado en Bangor.
Cuando termina el taller, ella regresa a Castle Rock
para las Fiestas, se hace un tatuaje de una pequeña pluma junto a la cicatriz
de su pie derecho (ya sabremos más de la pluma dentro de poco), y comienza a
buscar empleos a tiempo completo. Recibe varias ofertas interesantes y pronto
se decide por una floreciente firma de
publicidad y relaciones públicas, cerca de Portland.
A fines de enero de 1985, el señor Peterson sigue a
Gwendy (en un tráiler de U-Haul lleno de muebles de segunda mano, cajas de
cartón repletas de ropa, y más zapatos de los que una persona debería tener) y
la ayuda en su mudanza al departamento alquilado en un segundo piso del centro
de la ciudad.
Gwendy comienza a trabajar la semana siguiente.
Rápidamente demuestra tener un instinto natural para el mundo de la publicidad;
y en el transcurso de los siguientes dieciocho meses gana un par de
promociones. A mitad del segundo año, ella se encuentra viajando por toda la
costa este para encontrarse con clientes VIP, y aparece incluida en los nombres
más importantes de la compañía como Gerente Ejecutiva de Cuentas.
A pesar de frenético itinerario, la novela inconclusa
nunca se aleja de sus pensamientos. Fantasea acerca de ella constantemente, y
la picotea en cada momento y resquicio de tiempo libre que puede hacerse:
vuelos largos, fines de semana, días nevados poco frecuentes, y las ocasionales
noches de semana en que su trabajo se lo permite.
Durante una fiesta navideña de su trabajo, en
diciembre de 1987, su jefe, en una conversación informal, le presenta a Gwendy
un viejo amigo de la universidad, a quien le cuenta que su empleada modelo no
solo es un gerente de primera línea, sino también una aspirante a escritora. Da
la casualidad de que el viejo amigo está casado con una agente literaria, así
que llama a su esposa y le presenta a Gwendy. Contenta de tener una compañera
amante de los libros con quien charlar, la agente congenia inmediatamente con
Gwendy y, para el final de la velada, la convence de que le envíe las primeras
quince páginas de su manuscrito.
Cuando acaba la segunda semana de enero, y el
teléfono de Gwendy suena una tarde, ella se sorprende al escuchar del otro lado
que la agente le pregunta qué fueron de
esas quince primeras páginas. Gwendy le explica que creyó que la agente solo
estaba siendo amable y realmente no quería agregar un libro más a la pila de
obras impublicables. La mujer le asegura a Gwendy que nunca es cortés cuando se
trata de su material de lectura, e insiste en que se lo envíe cuanto antes. Entonces,
por la noche, Gwendy imprime los tres primeros capítulos de su novela, los mete
en un sobre expreso de FedEx y los despacha. Dos días después, la agente llama
de nuevo pidiendo el resto del manuscrito.
Solo que existe un problema: Gwendy no ha terminado
el libro.
En vez de admitir eso a la agente, ella se toma el
día siguiente libre, un viernes (la primera vez que lo hace), y pasa todo un
largo fin de semana bebiendo litros de Pepsi dietética y escribiendo a dos
manos para terminar la última media docena de capítulos. Durante el almuerzo
del lunes, Gwendy imprime las casi trescientas páginas restantes y las apretuja
en una caja de FedEx.
Varios días más tarde, la agente llama y le ofrece
representarla. El resto, como se dice, es historia.
En abril de 1990, la novela debut de una Gwendy de 28
años, El verano de la libélula, es
publicada en tapa dura con excelentes críticas y menos que sorprendentes
ventas. Unos meses después gana el prestigioso Premio Robert Frost, que la
Sociedad Literaria de New England entrega anualmente “a trabajos literarios de
gran mérito”. Este galardón le representa quizás (y es un quizás muy limitado) la venta de unos pocos cientos de ejemplares
más, y constituye una linda propaganda para la edición en tapa blanda. En otras
palabras, nada del otro mundo.
Todo eso cambia muy pronto con el lanzamiento de su
segundo libro, un thriller suburbano llamado Turno de Noche, publicado el siguiente otoño. Las críticas
excepcionales y el boca a boca disparan las ventas, llevándola a la lista de
bestsellers del New York Time durante
cuatro semanas consecutivas, donde se ubica cómodamente entre mega estrellas de
la talla de Sidney Sheldon, Anne Rice y John Grisham.
El año siguiente, 1993, es testigo de la publicación
de la tercera y más ambiciosa novela de Gwendy, Un beso en la Oscuridad, un poderoso thriller de seiscientas
páginas que transcurre a bordo de un crucero. El libro representa un regreso a
las listas de bestsellers (esta vez por seis semanas) y muy pronto llega a los
cines justo para las Fiestas la versión fílmica de Turno de Noche, protagonizada por Nicholas Cage como el marido
suburbano engañado.
En este punto de su carrera, Gwendy está lista para
dar el gran salto a las grandes ligas de la industria del entretenimiento. Su
agente le anticipa una oferta de 7 dígitos por su próximo libro, y tanto El verano de la libélula como Un beso en la Oscuridad se encuentran en
avanzado estado de producción por parte de importantes estudios de cine. Todo
lo que ella debe hacer es mantener el rumbo, como le gusta decir a su padre.
En vez de eso, ella cambia de dirección y sorprende a
todos.
Un beso en la
Oscuridad está dedicado a un hombre llamado Johnathon Riordan. Años antes,
cuando Gwendy comenzó a trabajar en la agencia, fue él quien la tomó bajo su
tutela y le enseñó los secretos del mundo publicitario. En un momento en que él
fácilmente podría verla como una competencia directa (especialmente debido a la
proximidad de sus edades; Johnathon era solo tres años mayor que Gwendy) él decidió
en cambio hacerse amigo de ella y se convirtió en su aliado más cercano, tanto
dentro como fuera de la oficina. Cuando Gwendy olvidó las llaves dentro del
auto por segunda vez en otros tantos días, ¿a quién le pidió ayuda? A
Johnathon. Cuando necesitó buenos consejos sobre citas, ¿a quién acudió? A
Johnathon. Ambos pasaron incontables noches comiendo comida china directamente
de los empaques de cartón, y mirando comedias románticas en el apartamento de
Gwendy. Cuando ella vendió su novela debut, Johnathon fue la primera persona a
quien se lo contó; y cuando participó en su primer evento de firma de
ejemplares, él estaba al frente de la fila en la librería. A medida que pasó el
tiempo y su relación se fue fortaleciendo, Johnathon se convirtió en el hermano
mayor que Gwendy nunca tuvo, pero que siempre quiso. Y luego él enfermó. Y
nueve meses después, había fallecido.
Aquí es donde la sorpresa entra en escena.
Inspirada por la muerte de su mejor amigo a manos del SIDA, Gwendy renuncia a la
agencia de publicidad y dedica los siguientes ocho meses a escribir unas
memorias no ficticias acerca de la inspiradora vida de Johnathon como un joven
gay, y las trágicas circunstancias de su deceso. Al terminar, y con el luto aún
no superado, inmediatamente se embarca en la dirección de un documental basado
en la historia de Johnathon.
Su familia y amigos quedan sorprendidos, y a la vez
no. La mayoría quiere explicar su nueva pasión con la simple y remanida frase:
“Solo es Gwendy siendo ella misma.” En cuanto a su agente, aunque nunca se lo
dice directamente (eso sería antipático, por no decir descortés), está
profundamente decepcionada. Gwendy ha estado en la ruta del estrellato, pero la
ha abandonado para encarar un tema tan controvertido e inesperado como la
epidemia del SIDA.
Pero a Gwendy no le preocupa. Alguien importante le
dijo una vez: “Tú tienes muchas cosas para contarle al mundo… y el mundo va a
escuchar.” Y Gwendy Peterson está convencida de ello.
Ojos cerrados:
la historia de Johnathon se publica en el verano de 1994. Genera
comentarios positivos en Publishers
Weekly y Rolling Stone, pero no
impacta en las cadenas nacionales de librerías. Para fines de agosto, la obra
es relegada a las mesas de saldos en la mayoría de las tiendas.
Por otro lado, el documental de título parecido es
una historia totalmente distinta. Lanzado poco después que el libro, la
película es presentada en festivales llenos de público y llega a ganar un Oscar
por Mejor Documental. Cerca de cincuenta millones de espectadores ven cómo
Gwendy pronuncia, con lágrimas en los ojos, su discurso. Ella pasa la mayor
parte de los meses siguientes otorgando entrevistas a publicaciones nacionales,
y apareciendo en varios programas diurnos y nocturnos. Su agente está
maravillada. Ella ha vuelto a la senda del éxito, y está más vigente que nunca.
Gwendy conoce a Ryan Brown, un fotógrafo profesional
de Andover, Massachusetts, durante la filmación del documental. Ambos entablan
fácilmente amistad y, en un giro de eventos inesperado, comienzan una relación.
Una mañana nubosa de noviembre, mientras hacen
senderismo por las orillas del Royal River cerca de Castle Rock, Ryan saca de
su mochila un anillo de diamantes, echa una rodilla al suelo y le propone matrimonio. Gwendy, con lágrimas
y mocos corriendo por su rostro, se encuentra tan embelesada que no puede
articular palabra. Entonces Ryan, siempre buen muchacho, cambia de rodilla y le
pregunta de nuevo. “Sé cuánto te gustan las sorpresas, Gwennie. Vamos, ¿qué dices?
¿Pasas el resto de tu vida conmigo?” Esta vez Gwendy encuentra su voz.
Se casan al año siguiente en la iglesia de sus
padres, en el centro de Castle Rock. La recepción se lleva a cabo en la Posada
Castle y, más allá de que el hermano de Ryan bebe demasiado y se rompe la
muñeca en la pista de baile, la pasan muy bien. El padre de la novia y el padre
del novio congenian gracias a su admiración mutua por las nutrias de Louis L
Amour, y las dos madres pasan todo el día cuchicheando como hermanas. La
mayoría predice que ahora que Gwendy ha sentado cabeza, se estabilizará y
concentrará en escribir novelas de nuevo.
Pero Gwendy Peterson ama las sorpresas. Y tiene una
más bajo la manga.
Producto de la inflamada furia y frustración que le
produce la forma cruel y discriminatoria en que los enfermos de SIDA siguen
siendo tratados (ella está particularmente indignada por la reciente aprobación
en el Congreso de continuar con la prohibición de la entrada al país de gente
con VIH, aunque ya se han reportado más de dos millones y medio de casos en
todo el mundo), Gwendy decide, con la bendición de su marido, de candidatearse
en un cargo público.
Está de más decir que su agente no se encuentra para
nada satisfecha.
Gwendy se encomienda en cuerpo y alma a una campaña
que pronto toma impulso. Se suman adeptos en un número sin precedentes, y los
primeros patrocinadores exceden toda expectativa. Como señala un famoso y
mezquino personaje: “Peterson, con un carisma y energía sin límites, no solo ha
movilizado al voto joven y a los indecisos; ha encontrado la forma de atraer a
los simplemente curiosos. Y, en un estado tan conservador como Maine, eso
podría ser la clave para un otoño exitoso.”
Resulta que esa persona está en lo cierto. En noviembre de 1998, con un margen de menos de cuatrocientos votos, Gwendy Peterson supera al titular del Distrito Uno de Maine, el congresista republicano James Leonard. Al mes siguiente, solo unos días después de Navidad, se muda a Washington D.C.
Así que ahí la tienen, la historia de cómo Gwendy se
encuentra en los once meses y ocho días de un cargo de dos años en el Congreso,
exponiendo sus ideologías utópicas (como se refirió a ellas la Fox durante la
última transmisión) a quienquiera que desee escucharlas, y a menudo siendo
mencionada (no sin un dejo de burla) como la Congresista Famosa.
El intercomunicador de su escritorio lanza un pitido,
sacando a Gwendy de su máquina del tiempo. Tantea el teclado para cerrar el
video, y presiona un botón titilante en su teléfono. “¿Sí?”
“Siento molestarla, pero tiene una reunión de Normas
y Regulaciones en siete minutos.”
“Gracias, Bea. Enseguida salgo.”
Gwendy echa un vistazo a su reloj de pulsera,
incrédula. Cristo, acabas de desperdiciar
cuarenta y cinco minutos de tu mañana. ¿Cuál es tu problema?” Es una pregunta que se ha hecho mucho
últimamente. Coge un par de carpetines de la pila y se apresura a salir de la
oficina.
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