5
Como ocurre a menudo en este rincón del planeta, una
reunión anterior se está extendiendo, por lo que Gwendy llega con tiempo de
sobra. Cerca de dos docenas de Representantes se encuentran amontonados en el
vestíbulo, a la espera de poder entrar al Salón de Conferencia 9, así que ella
se ubica junto al dispensador de agua en el lobby exterior, esperando poder
revisar sus notas en privado. No tiene suerte: es una mañana de esas.
“¿Olvidó hacer sus tareas anoche, jovencita?”
Ella aprieta la boca y levanta la vista de la carpeta
abierta.
Milton Jackson, veterano representante del estado de
Mississippi, tiene setenta años, luce como de noventa, y es la viva imagen de
cómo luciría un buitre si bajase aleteando de un cable telefónico y se metiese
en un traje caro. En otras palabras, nada agradable.
“Claro que no,” dice Gwendy, ofreciendo su sonrisa
más encantadora. Desde el día uno en su nuevo trabajo, ella reconoció que Milton
era uno de esos hombres que detestaba a cualquiera que tuviese una visión positiva de la vida, o que simplemente
fuera feliz; así que ella bromeó. “Solo estoy ganando puntos extra. ¿Y cómo
está usted en esta bella mañana de diciembre?”
El anciano la miró de reojo, como tratando de
adivinar si era una pregunta capciosa. “Ahh, estoy bien”, gruñó finalmente.
“Déjala en paz, Milt,” dijo alguien a sus espaldas.
“Ella podría ser tu nieta.”
Esta vez la sonrisa de Gwendy es genuina, mientras se
gira hacia su amiga. “Reconocería esa dulce voz en cualquier lado. Buen día,
Patsy.”
“Hola, Gwennie. ¿Este vejestorio te está molestando?”
Patsy Follett está en sus sesenta y es tan adorable como menuda. Incluso con
las elegantes botas de taco alto que lleva puestas, Patsy alcanza apenas el
metro y medio de alto. Su cabello batido es totalmente platinado y su
maquillaje, podríamos decir, es abundante.
“No señora, solo estamos hablando de estrategias para
la reunión de hoy.” Ella miró al congresista. “¿No es así, Sr. Jackson?”
El anciano no responde. Simplemente las estudia por
detrás de unas gruesas gafas, como si fueran insectos voladores aplastados
contra el parabrisas de su nuevo Mercedes.
“Hablando de estrategia,” dice Patsy. “Aún me debes
una respuesta sobre el presupuesto de educación, Milt.”
“Sí, sí,” gruñe él. “Le diré a mi secretaria que
contacte con una fecha.”
Gwendy mira al piso y nota un trozo de papel
higiénico pegado al taco de uno de los mocasines del viejo. Con cuidado estira
el pie de su zapato para retirarlo. Luego, desliza el papel contra el muro para
que nadie más lo pise.
“O tal vez podrías simplemente levantar el teléfono
tú mismo y llamarme hoy más tarde,” dice Patsy, enarcando las cejas.
Milton frunce el ceño y se aleja a los codazos para
llegar al frente de la multitud, sin ni siquiera despedirse.
Patsy lo observa alejarse y lanza un silbido. “Vaya,
ese fea cara es suficiente para quitarte las ganas de desayunar. Y tal vez de
almorzar, también.”
Los ojos de Gwendy se agrandan e intenta sofrenar una
risita. “Sé buena.”
“Es imposible, querida. Hoy estoy de malas, como una
bocina.”
Un murmullo se esparce entre el gentío y finalmente
comienzan a avanzar pulgada por pulgada hacia la entrada del salón de
conferencias.
“Supongo que ese momento otra vez,” dice Patsy.
Gwendy estira una mano, indicando a su amiga que vaya
delante de ella. “¿Cuál momento?”
Patsy sonríe, y su carita llena de maquillaje se
ilumina. “Momento de dar una buena batalla, por supuesto.”
Gwendy suspira y sigue a su amiga hacia el interior
del recinto.
6
Dos horas después, la puerta del salón de
conferencias se abre de un portazo y treinta representantes salen a la carrera,
todos y cada uno de ellos luciendo como si le aprovechase un puñado de
calmantes o, por lo menos, una ducha fría.
“¿Viste la cara del Viejo
Hernderson?” pregunta Patsy mientras ella y Gwendy pasan al vestíbulo. “Creí
que iba a fundir una junta justo allí, en el podio.”
“Nunca vi a alguien tan colorado…”
Alguien empuja fuertemente a
Gwendy por detrás, echándola a un lado, y pasa como si nada. Es su simpático
amigo de la mañana, Milton Jackson.
“Ey, lindos modales, imbécil,”
exclama Patsy a sus espaldas.
Gwendy presión las carpetas bajo
su brazo y se frota el hombro.
“¿Estás bien?”
“Oh, no hay problema,” dice ella.
“No deberías haberle gritado así.”
“¿Por qué no? El tipo se lo
merece.” Le echa un vistazo a Gwendy. “Tú no eres muy buena para perder el
temperamento, ¿cierto?”
Gwendy se encoge. “Supongo que
no.”
“Deberías probarlo alguna vez.
Capaz que te sientes mejor.”
“Bien. La próxima vez que suceda
algo así, le diré… que es un ejemplo andante del porqué necesitamos límites en
los cargos.”
“Shhh” dice Patsy mientras entran
al ascensor. “Ahora tú eres una de nosotros.”
Gwendy se ríe y presiona el botón
de su piso.
“¿Alguna novedad con la gente de
la farmacéutica?” pregunta Patsy.
Gwendy niega con la cabeza y baja
la voz. “Desde lo de Columbine, todos se limitan al control de armas y la salud
mental. ¿Y cómo podría culparlos? Solo desearía que la gente de aquí tuviese un
lapso de atención más prolongado que un niño de jardín de infantes. Hace tres
meses casi tenía los votos, Hoy, no estoy ni cerca.”
Las puertas del ascensor se abren
y ellas salen a un lobby casi vacío. “Bienvenida a la máquina, muchacha. Ya
volverá a girar en tu dirección. Siempre lo hace.”
“¿Hace cuánto que te dedicas a
esto, Patsy?”
“He representado al segundo
distrito del honorable estado de Carolina del Sur por dieciséis años ya.”
Gwendy silba. “¿Cómo…?” Se
detiene.
“¿Cómo lo hago?”
Gwendy asiente con timidez.
Patsy coloca una mano sobre el
hombro de la joven congresista. “Escucha, cariño, ya sé lo que estás pensando.
¿Cómo te metiste en este lío? No hace un año y ya te sientes frustrada y
superada, buscando una forma de salir.”
Gwendy la mira con amargura. “No
es lo que yo…”
Patsy la hace callar. “Confía en
mí, todos vivimos eso. Ya pasará. Encontrarás tu ritmo. Y si no, y descubres un
día que te estás ahogando, llámame. Hallaremos la forma de solucionarlo.”
Gwendy se inclina y abraza a su
amiga. Es un poco como abrazar a un niño, piensa. “Gracias Patsy. Te juro que
eres un ángel.”
“En realidad no. Soy vieja y
mandona, y no me interesa mucho la humanidad; pero tú eres diferente, Gwennie.
Eres especial.”
“No me siento demasiado especial
en éstos días, pero gracias de nuevo. Muchas gracias.”
Patsy comienza a alejarse, pero
Gwendy la llama. “¿Hablas en serio? ¿Tú también te sentiste así?”
Patsy se gira y coloca sus manos
sobre las caderas. “Querida, si me dieran un centavo por cada vez que me sentí
como tú ahora, aun así no tendría cambio para un dólar.”
Gwendy rompe en carcajadas. “¿Eso
qué significa?”
Patsy se encoge de hombros. “Nada.
Mi difunto marido decía eso cuando quería sonar inteligente, y se me pegó desde
entonces.”
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