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Así que Shanna
consiguió un nuevo empleo en
el cine; pensamos que podríamos gastarle una broma, y ahora la mayoría de
nosotros estamos muertos; y estoy comenzando a sentirme un poco culpable por
eso.
Me gustaría decir que no fue mi idea, que
todos lo pensamos espontáneamente diciendo partes de la broma que se fueron
armando en el aire como un rompecabezas; un cuarto fue mi plan, otro cuarto de
Danielle, Tim y JR compitiendo para terminar el resto.
Pero en cierto sentido, todo se debió a mí.
Déjenme explicarles.
Primero, el trabajo de Shanna en el cine,
el grande que está junto al lago. Su mamá la obligaba a hacerlo. No a trabajar
(Shanna tuvo trabajos desde que había comenzado la secundaria), sino a hacerlo
específicamente allí. Su salario iba directo a la casa para pagar lo que había
sucedido en el césped, un asunto totalmente distinto y para nada culpa mía. Al
menos, no totalmente. La razón de que fuera el cine y no el show del dólar, el
autocine o el complejo de salas que estaba un poco más lejos, 15 kilómetros
hacia Dallas, se debía en primer lugar a que aquel era el más importante de
Rockwall; y segundo (aunque casi igual de relevante, y probablemente la
verdadera razón), que la mamá de Shanna había salido con el jefe de seguridad de
ese lugar cuando estaban en la secundaria, y él podría vigilar a la hija de su
ex novia. Eso creía él.
A las dos semanas, Shanna hizo uso de sus
beneficios como acomodadora para hacernos entrar por la salida de emergencia en
la parte trasera de la sala 14, la última de ese sector y la más alejada de las
oficinas centrales donde estaba la seguridad. No era tanto porque quisiésemos
ver una película, sino por la adrenalina de no pagar. Ya saben. De cualquier
manera, sin asientos asignados tuvimos que corrernos los cuatro a nuevos
lugares cada vez que entraba un grupo de personas. Era una especie de regalo,
que terminó cuando un asistente llegó a contar a la gente y nosotros le dijimos
que ya habíamos tirado los boletos, ¿acaso alguien los guarda? El problema era
que no podíamos recordar los números de butaca.
Probablemente habría funcionado, o podría haber funcionado, pero el
asistente nos preguntó cuál era la película; seguro que lo sabíamos, ¿no?
En realidad, no.
Peor aun, resultó ser una película de
ancianos (cuatro viejos que escapaban del geriátrico, niños cariñosos y
situaciones de arrestos para tener un último juego de golf) y ahí fue cuando
nos encogimos de hombros y nos rendimos. Mejor ser atrapados, que aceptar que
queríamos ver eso.
Como éramos estudiantes del décimo año, al
igual que Shanna, no tardaron en preguntarle si nos conocía. Por supuesto que
la negamos mientras nos echaban, pero eso no borraba las fotos de internet, y
había muchas de ellas. Incluso debajo de todos los filtros y leyendas, resultaba
obvio que éramos nosotros cinco, desde la primaria hasta esa misma noche,
incluyendo una selfie grupal en nuestros asientos, publicada al instante en su
historia.
Por lo tanto, el resultado de habernos
colado sin saber que debíamos
sentarnos en la primera fila hasta que la película empezara, fue (A) que Shanna
ahora debería trabajar acompañada de un “empleado con experiencia” más
confiable, y (B) que harían recuentos sorpresivos de personas en todas las
películas de las que ella estuviese a cargo.
Era una cagada, especialmente porque ella
podría ganar más en propinas trabajando en el lavadero de autos con Danielle
(debido a los baños químicos las chicas ya no trabajaban demasiado en ese
lugar, y por eso recibían billetes de diez y hasta de veinte); pero aún debía
pagarle seiscientos a su mamá por el jardín, así que no tenía escapatoria.
Más allá de eso, la broma.
JR vive más o menos en el culo del mundo,
¿saben? ¿Pasando Rabbit Ridge, prácticamente en Heath? Por detrás de su vallado
hay una gran colina que usábamos para deslizarnos en cajas. Estupideces de
niños que nos hacían presas fáciles de los mosquitos, por lo que parecía que
teníamos acné antes de padecerlo de verdad. Bueno, en sexto grado Tim buscaba
marcar un récord con las cajas, y se estrelló en los árboles, cayendo en el
lodo oscuro y apestoso del arroyo que en realidad nunca había tenido agua,
siempre había sido barro.
Ninguno de nosotros había bajado hasta allí
desde que Danielle se había topado con hiedra venenosa, ortigas o no sabíamos
qué, así que estábamos esperando cuando vimos a Tim volver rengueando,
sangrando por la frente y sosteniendo un brazo pálido y doblado graciosamente a
la altura del codo.
Corrimos al bosque para ver el resto.
Allí, en el lodo negro del lecho del
arroyo, había un maniquí blanco, un muñeco Ken gigante levantando al cielo el
único brazo que le quedaba.
Créanme que fue nuestro juguete por el
resto del verano.
Nos turnamos para tenerlo en nuestras
casas, llevándolo por partes atadas a las patinetas y bicicletas, o metido en
mochilas de acampar. Les robamos ropa a nuestros padres para vestirlo, lo
dejamos en distintos lugares. Tuvo muchos nombres, pero al final se le quedó
“Manny”; ya saben, por “Maniquí”. Ya lo sé, muy inteligente.
Cuando finalmente nos aburrimos de él
terminó en mi garaje, montado en la Kawasaki 750 que mi papá había abandonado,
la motocicleta prohibida por mi mamá pero que no significaba que papá tuviese
que venderla, lo cual era una gran problema entre ellos. Pero no importa.
Así que Manny había sido una broma de
niños, antes de que la vida se tornara toda seriedad y solicitudes de
universidades. Mi idea de revivirlo para esta broma perfecta era una forma de
honrar a los niños que habíamos sido, pensé en su momento. Y sería el último
golpe de Manny. Shanna entendería la broma enseguida. Eso era muy importante.
Sería una manera de mostrarle nuestro arrepentimiento por los problemas en su
nuevo trabajo. Bueno, y también por el jardín que estaba pagando con su nuevo trabajo. Por muchas cosas,
¿de acuerdo? O sea, ella siempre había sido la más fuerte de nosotros, la más
mala cuando debía serlo, la menos propensa a llorar o a quejarse por cortes o
raspones, la que ganaba más parches de los WoodScouts; pero nosotros pensábamos
que eso no quería decir que no le gustasen los lindos gestos. Significaría
incluirla en la broma definitiva, la que, algún día, resumiría toda nuestra
experiencia en la secundaria y, ahora mismo, nos lanzaría al futuro en plena
forma.
Entonces asaltamos nuevamente los placares
de nuestros padres, y rebuscamos en el baúl de disfraces que nadie había
hallado todavía, bien escondido en los árboles detrás de la Santa Trinidad.
Necesitábamos ropas para Manny, pero también para nosotros.
Ese viernes por la noche, estaríamos
vestidos a la moda de los ’90.
Danielle se metió todo un brazo del maniquí
en la pernera, lo que nos hizo… desviar la mirada, pero no tanto? Quiero decir,
está bien, Danielle siempre fue una de nosotros, una chica, sí, pero nunca un
prospecto de cita, ¿entienden? Sobre todo porque ninguno salía con nadie, no
necesitábamos novios o novias ya que nos teníamos a nosotros. O tal vez no
teníamos las agallas, nos ocultábamos en la seguridad de la amistad, no lo sé.
Ahora no importa. Y Shanna era algo así como mi tercera prima por parte de
mamá. Pero la cuestión con Danielle, el hecho de que hubiese estado fuera de
toda posibilidad, era probablemente porque todos nos habíamos visto con las
narices llenas de moco en la primaria, habíamos transitado juntos el camino del
acné y el comienzo de la secundaria, y ahora nos contábamos historias de horror
acerca de las constantes preguntas sobre la universidad por parte de abuelos y
amigos de la familia. Éramos demasiado cercanos para algo romántico, ¿eso tiene
sentido? Salir entre nosotros nunca se había considerado, ni siquiera
remotamente.
Aun así, ver el brazo del maniquí tocando
su pierna me obligó a desviar totalmente la vista. No sé qué les pasó a Tim y
JR. Luego ella hizo lo mismo con el otro brazo y se ató unas bandanas alrededor
del muslo para sostenerlos; una parte de mí se preguntó por qué no habíamos
jugado a esto mucho antes.
“Ya tenemos dos miembros,” dijo JR como si
eso fuese de ayuda.
Las piernas fueron mucho más complicadas.
Terminamos en la tienda del tío de Tim, en
la parte vieja de Rockwall, donde el hombre usó una sierra para cortar las
piernas de punta a punta en dos largas porciones, y por la mitad. Luego le perforó unos agujeros para ponerles clavijas
y de esa manera poder unirlas de nuevo. Como le contamos acerca de la broma que
le gastaríamos a Shanna, nos obsequió un rollo de cinta adhesiva para juntar
las piernas. Al irnos, él sacudió la cabeza diciendo que era grandioso ser
joven y tan estúpido.
Él es un buen tipo, realmente. Si alguna
vez fuese a llegar a su edad, me gustaría ser como él.
En fin, con las piernas cortadas Tim metió
las partes inferiores en su mochila más grande y se puso una remera de su papá
sobre ella. Se veía endiabladamente falso, ¿pero alguien le preguntaría a un
chico jorobado si llevaba algo ahí detrás?
JR usó su viejo bolso de fútbol para la
mayor parte del resto, y se lo sujetamos con cinta por la mitad, en el
estómago, ya que dos jorobados a la vez sería tentar a la suerte. Yo tomé el
último pie y me lo metí bajo el brazo, pensando en el futuro incierto.
“¿Lo vas a llevar así, Sawyer?” dijo
Danielle, señalando que era todo un desafío.
Yo asentí, y no era mentira. Lo que hice
fue envolverlo en cartón y cinta marrón de embalar. Mi historia sería que se
trataba de una lámpara que mi mamá me pidió que recogiese del taller de
reparaciones, y la ventana de mi auto (no tengo auto) no cerraba; no podía
dejarla en el estacionamiento, ¿cierto?
Me jugaba a que, a pesar de que el cine
tuviese nuevas reglas respecto de mochilas, no tendría una política sobre
lámparas reparadas. Y una vez que alguien la hubiese sopesado, se darían cuenta
de que no era un arma. JR no podría hacer esto, pues su padre era un conocido
loco de las armas y la gente asumía que el hijo tenía los mismos genes con
forma de balas. Pero mi papá se preocupaba sobre todo por el kilometraje de su nuevo
auto eléctrico, cuánto nos ahorrábamos al mes o al año, y por el futuro
híbrido. Yo no levantaría sospechas, podría pasar bailando por la boletería con
cualquier cosa, estaba seguro.
Para probarlo arrojé la cabeza en una bolsa
plástica de compras, de manera que quedaba completamente visible para
cualquiera que mirara. Pero si vieran una cabeza humana en la bolsa de alguien
haciendo fila en la boletería, ¿ustedes dirían
algo? O sea, ¿si yo fuera el que tenía la bolsa, y mis antecedentes fuesen
inmaculados, con todas mis crisis emocionales dejadas bien atrás en el pasado?
No mirarían por segunda vez. Probablemente,
ni siquiera una vez. Nadie lo haría.
Al torso los metimos en una bolsa de basura
a la que frotamos con desperdicios de verdad, y la dejamos en la pared junto a
la salida de emergencia. Era la sala 4; Danielle había ido hacia la boletería y
hecho la fila para todos. Con el cabello en la cara, solo era una chica cualquiera
un viernes por la noche.
Entramos discretamente, esta vez pagamos, incluso llegamos a la sala con
tiempo de sobra para abrir la puerta de emergencia sin problemas (Tim fingió
una caída en las escaleras, volcó toda su bebida, JR actuó ofendido y listo
para pelear, nadie me vio abrir la puerta para que Danielle pudiera meter una
sospechosa bolsa de basura).
Esperamos hasta los avances para armar a
Manny, pero debimos quedarnos tirados en el suelo frente a la primera fila. Fue
asqueroso. Nuestros cabellos y remeras se pegaban al piso, y conocíamos las
historias de los jugadores de footbal más grandes, que se sentaban en las
últimas filas para mear en secreto, dejando que todo fluyese hasta la pantalla,
donde nos encontrábamos.
Cuando terminamos nuestras gargantas
estaban inflamadas por tanta tos que simulamos para acallar los rasguidos de la
cinta adhesiva. Cada uno sacó una prenda de vestir asignada, vestimos a Manny,
y completamos el atuendo con una gorra de los Redskins de mi papá, que usaba
cuando trabajaba en el garaje y que yo sabía que no extrañaría; probablemente
estaría mejor sin ella.
A la cuenta de tres, cuando la pantalla
estaba más oscura, lo pusimos de pie, lo llevamos caminando hasta el asiento
que le habíamos comprado, e incluso le colocamos el boleto en el bolsillo
frontal de su camisa, como un pañuelo.
No sabíamos si esta era la sala de Shanna
(ella no sabía cuál le asignaban hasta que llegaba, y podían cambiarla sin
ningún motivo) así que la elegimos porque era una película que realmente
queríamos ver.
Era la tercera parte de una serie de
superhéroes, y ya habíamos visto las dos primeras unas diez veces en el cine,
en el show del dólar, el autocine, el videoclub y en copias piratas (no
necesariamente en ese orden).
Por supuesto, era la primera vez de Manny
en un cine.
Él nunca pestañeó.
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