sábado, 24 de octubre de 2020

"La noche de los maniquíes" - Stephen Graham Jones - Capítulo 1

 


1

 

 

Así que Shanna consiguió un nuevo empleo en el cine; pensamos que podríamos gastarle una broma, y ahora la mayoría de nosotros estamos muertos; y estoy comenzando a sentirme un poco culpable por eso.

Me gustaría decir que no fue mi idea, que todos lo pensamos espontáneamente diciendo partes de la broma que se fueron armando en el aire como un rompecabezas; un cuarto fue mi plan, otro cuarto de Danielle, Tim y JR compitiendo para terminar el resto.

Pero en cierto sentido, todo se debió a mí.

Déjenme explicarles.

Primero, el trabajo de Shanna en el cine, el grande que está junto al lago. Su mamá la obligaba a hacerlo. No a trabajar (Shanna tuvo trabajos desde que había comenzado la secundaria), sino a hacerlo específicamente allí. Su salario iba directo a la casa para pagar lo que había sucedido en el césped, un asunto totalmente distinto y para nada culpa mía. Al menos, no totalmente. La razón de que fuera el cine y no el show del dólar, el autocine o el complejo de salas que estaba un poco más lejos, 15 kilómetros hacia Dallas, se debía en primer lugar a que aquel era el más importante de Rockwall; y segundo (aunque casi igual de relevante, y probablemente la verdadera razón), que la mamá de Shanna había salido con el jefe de seguridad de ese lugar cuando estaban en la secundaria, y él podría vigilar a la hija de su ex novia. Eso creía él.

A las dos semanas, Shanna hizo uso de sus beneficios como acomodadora para hacernos entrar por la salida de emergencia en la parte trasera de la sala 14, la última de ese sector y la más alejada de las oficinas centrales donde estaba la seguridad. No era tanto porque quisiésemos ver una película, sino por la adrenalina de no pagar. Ya saben. De cualquier manera, sin asientos asignados tuvimos que corrernos los cuatro a nuevos lugares cada vez que entraba un grupo de personas. Era una especie de regalo, que terminó cuando un asistente llegó a contar a la gente y nosotros le dijimos que ya habíamos tirado los boletos, ¿acaso alguien los guarda? El problema era que no podíamos recordar los números de butaca.

Probablemente habría funcionado, o podría haber funcionado, pero el asistente nos preguntó cuál era la película; seguro que lo sabíamos, ¿no?

En realidad, no.

Peor aun, resultó ser una película de ancianos (cuatro viejos que escapaban del geriátrico, niños cariñosos y situaciones de arrestos para tener un último juego de golf) y ahí fue cuando nos encogimos de hombros y nos rendimos. Mejor ser atrapados, que aceptar que queríamos ver eso.

Como éramos estudiantes del décimo año, al igual que Shanna, no tardaron en preguntarle si nos conocía. Por supuesto que la negamos mientras nos echaban, pero eso no borraba las fotos de internet, y había muchas de ellas. Incluso debajo de todos los filtros y leyendas, resultaba obvio que éramos nosotros cinco, desde la primaria hasta esa misma noche, incluyendo una selfie grupal en nuestros asientos, publicada al instante en su historia.

Por lo tanto, el resultado de habernos colado sin saber que debíamos sentarnos en la primera fila hasta que la película empezara, fue (A) que Shanna ahora debería trabajar acompañada de un “empleado con experiencia” más confiable, y (B) que harían recuentos sorpresivos de personas en todas las películas de las que ella estuviese a cargo.

Era una cagada, especialmente porque ella podría ganar más en propinas trabajando en el lavadero de autos con Danielle (debido a los baños químicos las chicas ya no trabajaban demasiado en ese lugar, y por eso recibían billetes de diez y hasta de veinte); pero aún debía pagarle seiscientos a su mamá por el jardín, así que no tenía escapatoria.

Más allá de eso, la broma.

JR vive más o menos en el culo del mundo, ¿saben? ¿Pasando Rabbit Ridge, prácticamente en Heath? Por detrás de su vallado hay una gran colina que usábamos para deslizarnos en cajas. Estupideces de niños que nos hacían presas fáciles de los mosquitos, por lo que parecía que teníamos acné antes de padecerlo de verdad. Bueno, en sexto grado Tim buscaba marcar un récord con las cajas, y se estrelló en los árboles, cayendo en el lodo oscuro y apestoso del arroyo que en realidad nunca había tenido agua, siempre había sido barro.

Ninguno de nosotros había bajado hasta allí desde que Danielle se había topado con hiedra venenosa, ortigas o no sabíamos qué, así que estábamos esperando cuando vimos a Tim volver rengueando, sangrando por la frente y sosteniendo un brazo pálido y doblado graciosamente a la altura del codo.

Corrimos al bosque para ver el resto.

Allí, en el lodo negro del lecho del arroyo, había un maniquí blanco, un muñeco Ken gigante levantando al cielo el único brazo que le quedaba.

Créanme que fue nuestro juguete por el resto del verano.

Nos turnamos para tenerlo en nuestras casas, llevándolo por partes atadas a las patinetas y bicicletas, o metido en mochilas de acampar. Les robamos ropa a nuestros padres para vestirlo, lo dejamos en distintos lugares. Tuvo muchos nombres, pero al final se le quedó “Manny”; ya saben, por “Maniquí”. Ya lo sé, muy inteligente.

Cuando finalmente nos aburrimos de él terminó en mi garaje, montado en la Kawasaki 750 que mi papá había abandonado, la motocicleta prohibida por mi mamá pero que no significaba que papá tuviese que venderla, lo cual era una gran problema entre ellos. Pero no importa.

Así que Manny había sido una broma de niños, antes de que la vida se tornara toda seriedad y solicitudes de universidades. Mi idea de revivirlo para esta broma perfecta era una forma de honrar a los niños que habíamos sido, pensé en su momento. Y sería el último golpe de Manny. Shanna entendería la broma enseguida. Eso era muy importante. Sería una manera de mostrarle nuestro arrepentimiento por los problemas en su nuevo trabajo. Bueno, y también por el jardín que estaba pagando con su nuevo trabajo. Por muchas cosas, ¿de acuerdo? O sea, ella siempre había sido la más fuerte de nosotros, la más mala cuando debía serlo, la menos propensa a llorar o a quejarse por cortes o raspones, la que ganaba más parches de los WoodScouts; pero nosotros pensábamos que eso no quería decir que no le gustasen los lindos gestos. Significaría incluirla en la broma definitiva, la que, algún día, resumiría toda nuestra experiencia en la secundaria y, ahora mismo, nos lanzaría al futuro en plena forma.

Entonces asaltamos nuevamente los placares de nuestros padres, y rebuscamos en el baúl de disfraces que nadie había hallado todavía, bien escondido en los árboles detrás de la Santa Trinidad. Necesitábamos ropas para Manny, pero también para nosotros.

Ese viernes por la noche, estaríamos vestidos a la moda de los ’90.

Danielle se metió todo un brazo del maniquí en la pernera, lo que nos hizo… desviar la mirada, pero no tanto? Quiero decir, está bien, Danielle siempre fue una de nosotros, una chica, sí, pero nunca un prospecto de cita, ¿entienden? Sobre todo porque ninguno salía con nadie, no necesitábamos novios o novias ya que nos teníamos a nosotros. O tal vez no teníamos las agallas, nos ocultábamos en la seguridad de la amistad, no lo sé. Ahora no importa. Y Shanna era algo así como mi tercera prima por parte de mamá. Pero la cuestión con Danielle, el hecho de que hubiese estado fuera de toda posibilidad, era probablemente porque todos nos habíamos visto con las narices llenas de moco en la primaria, habíamos transitado juntos el camino del acné y el comienzo de la secundaria, y ahora nos contábamos historias de horror acerca de las constantes preguntas sobre la universidad por parte de abuelos y amigos de la familia. Éramos demasiado cercanos para algo romántico, ¿eso tiene sentido? Salir entre nosotros nunca se había considerado, ni siquiera remotamente.

Aun así, ver el brazo del maniquí tocando su pierna me obligó a desviar totalmente la vista. No sé qué les pasó a Tim y JR. Luego ella hizo lo mismo con el otro brazo y se ató unas bandanas alrededor del muslo para sostenerlos; una parte de mí se preguntó por qué no habíamos jugado a esto mucho antes.

“Ya tenemos dos miembros,” dijo JR como si eso fuese de ayuda.

Las piernas fueron mucho más complicadas.

Terminamos en la tienda del tío de Tim, en la parte vieja de Rockwall, donde el hombre usó una sierra para cortar las piernas de punta a punta en dos largas porciones, y por la mitad. Luego le perforó unos agujeros para ponerles clavijas y de esa manera poder unirlas de nuevo. Como le contamos acerca de la broma que le gastaríamos a Shanna, nos obsequió un rollo de cinta adhesiva para juntar las piernas. Al irnos, él sacudió la cabeza diciendo que era grandioso ser joven y tan estúpido.

Él es un buen tipo, realmente. Si alguna vez fuese a llegar a su edad, me gustaría ser como él.

En fin, con las piernas cortadas Tim metió las partes inferiores en su mochila más grande y se puso una remera de su papá sobre ella. Se veía endiabladamente falso, ¿pero alguien le preguntaría a un chico jorobado si llevaba algo ahí detrás?

JR usó su viejo bolso de fútbol para la mayor parte del resto, y se lo sujetamos con cinta por la mitad, en el estómago, ya que dos jorobados a la vez sería tentar a la suerte. Yo tomé el último pie y me lo metí bajo el brazo, pensando en el futuro incierto.

“¿Lo vas a llevar así, Sawyer?” dijo Danielle, señalando que era todo un desafío.

Yo asentí, y no era mentira. Lo que hice fue envolverlo en cartón y cinta marrón de embalar. Mi historia sería que se trataba de una lámpara que mi mamá me pidió que recogiese del taller de reparaciones, y la ventana de mi auto (no tengo auto) no cerraba; no podía dejarla en el estacionamiento, ¿cierto?

Me jugaba a que, a pesar de que el cine tuviese nuevas reglas respecto de mochilas, no tendría una política sobre lámparas reparadas. Y una vez que alguien la hubiese sopesado, se darían cuenta de que no era un arma. JR no podría hacer esto, pues su padre era un conocido loco de las armas y la gente asumía que el hijo tenía los mismos genes con forma de balas. Pero mi papá se preocupaba sobre todo por el kilometraje de su nuevo auto eléctrico, cuánto nos ahorrábamos al mes o al año, y por el futuro híbrido. Yo no levantaría sospechas, podría pasar bailando por la boletería con cualquier cosa, estaba seguro.

Para probarlo arrojé la cabeza en una bolsa plástica de compras, de manera que quedaba completamente visible para cualquiera que mirara. Pero si vieran una cabeza humana en la bolsa de alguien haciendo fila en la boletería, ¿ustedes dirían algo? O sea, ¿si yo fuera el que tenía la bolsa, y mis antecedentes fuesen inmaculados, con todas mis crisis emocionales dejadas bien atrás en el pasado?

No mirarían por segunda vez. Probablemente, ni siquiera una vez. Nadie lo haría.

Al torso los metimos en una bolsa de basura a la que frotamos con desperdicios de verdad, y la dejamos en la pared junto a la salida de emergencia. Era la sala 4; Danielle había ido hacia la boletería y hecho la fila para todos. Con el cabello en la cara, solo era una chica cualquiera un viernes por la noche.

Entramos discretamente, esta vez pagamos, incluso llegamos a la sala con tiempo de sobra para abrir la puerta de emergencia sin problemas (Tim fingió una caída en las escaleras, volcó toda su bebida, JR actuó ofendido y listo para pelear, nadie me vio abrir la puerta para que Danielle pudiera meter una sospechosa bolsa de basura).

Esperamos hasta los avances para armar a Manny, pero debimos quedarnos tirados en el suelo frente a la primera fila. Fue asqueroso. Nuestros cabellos y remeras se pegaban al piso, y conocíamos las historias de los jugadores de footbal más grandes, que se sentaban en las últimas filas para mear en secreto, dejando que todo fluyese hasta la pantalla, donde nos encontrábamos.

Cuando terminamos nuestras gargantas estaban inflamadas por tanta tos que simulamos para acallar los rasguidos de la cinta adhesiva. Cada uno sacó una prenda de vestir asignada, vestimos a Manny, y completamos el atuendo con una gorra de los Redskins de mi papá, que usaba cuando trabajaba en el garaje y que yo sabía que no extrañaría; probablemente estaría mejor sin ella.

A la cuenta de tres, cuando la pantalla estaba más oscura, lo pusimos de pie, lo llevamos caminando hasta el asiento que le habíamos comprado, e incluso le colocamos el boleto en el bolsillo frontal de su camisa, como un pañuelo.

No sabíamos si esta era la sala de Shanna (ella no sabía cuál le asignaban hasta que llegaba, y podían cambiarla sin ningún motivo) así que la elegimos porque era una película que realmente queríamos ver.

Era la tercera parte de una serie de superhéroes, y ya habíamos visto las dos primeras unas diez veces en el cine, en el show del dólar, el autocine, el videoclub y en copias piratas (no necesariamente en ese orden).

Por supuesto, era la primera vez de Manny en un cine.

Él nunca pestañeó.


 

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