martes, 13 de octubre de 2020

"La pluma mágica de Gwendy" en español: capítulos finales.

 


Aquí termina la nueva entrega de Gwendy Peterson y la misteriosa caja de botones que marcó su vida desde joven. Como todos y todas ya saben, Richard Chizmar ha expresado su deseo de escribir una tercera parte. Aún no sabemos si prosperará la idea de la trilogía, por lo que hasta el momento esto es lo que tenemos de Gwendy.

Espero les haya gustado mi trabajo de traducción, y les sirva a aquellas y aquellos demasiado ansiosos como para esperar la versión oficial en español; versión que, por lo pronto, no tiene fecha de aparición.

En unos días subiré una reseña de este libro, y comenzaré con la publicación de "Night of the Mannequins" ("La noche de los maniquíes"), lo último de Stephen Graham Jones, recién salido del horno (se publicó en septiembre); así que prepárense para leer un buen slasher de la mano de uno de los mejores escritores de terror actuales, y que lamentablemente no tiene casi ningún libro traducido al español.

Por último, síganme en Patreon (https://www.patreon.com/yotraductor) y fíjense los beneficios de patronearme; desde ya quedaré muy agradecido por cualquier colaboración. Y si quieren comentar, sugerir o aportar, siempre son bienvenidos y bienvenidas de hacerlo en los comentarios.

¡Saludos, hasta la próxima!


71

Por primera vez en su vida, Gwendy quiere contarle a alguien acerca de la caja de botones.

Ella mira a Ryan en el asiento del conductor. Odia tener que ocultarle un secreto tan grande (cualquier secreto, en realidad) pero teme que pudiera ser peligroso para su esposo el saber acerca de la caja. Tampoco le gusta el hecho de que él no tenga opción en cuanto al tema. Si decide contarle, él estará atrapado con el conocimiento (y la responsabilidad) le guste o no. ¿Es mejor que lo que Richard Farris ha hecho con ella? ¡Seguro que no!

“Pagaría por saber lo que piensas,” dice él, mirando el retrovisor para cambiar de carril. “Estás muy callada. ¿Te preocupa la sesión de emergencia?”

Ella asiente con la cabeza. “Sí.” Y es verdad.

“Te irá bien, cariño.”

“honestamente no sé qué se supone que haga, cuál será mi rol en todo esto.”

“Escuchar y aprender. Luego te pararás y dirigirás. Es lo que siempre haces.”

Ella suspira y mira por la ventanilla. Estanques congelados y granjas, transformadas en fantasmas grises por la nieve, lucen borrosos en los campos lejanos. “Con suerte podremos hacerlo entrar en razón. Pero no tengo muchas esperanzas.”

“Si te conozco, no descansarás hasta que lo logres.”

La llamada llegó la noche anterior. Del otro lado de la línea estaba el Vocero de la Cámara de Representantes en persona, Dennis Hastert. Su mensaje fue breve y puntual: tanto la Cámara como el Senado debían reincorporarse en lunes 3 de enero a las 9:00 am, cinco días antes de lo previsto. Gwendy le agradeció el aviso, colgó y le contó a Ryan. Ellos habían dejado la casa de sus padres un par de horas antes, y él no había tenido siquiera tiempo de desempacar.

Ella tenía miedo de dejar la caja de botones dentro de la bóveda en el departamento (¿y si Ryan decidía volver a casa sin ella y abrirla?) y el Banco de Castle Rock estaba cerrado por ser domingo, así que no tenía más opción que llevársela con ella.

Tan pronto como solucionó ese problema, surgió otra complicación: debido a la poca antelación del aviso, no había podido agendar un vuelo privado desde el Aeropuerto del Condado, y se vería obligada a volar desde un aeroparque justo al sur de Portland. Pero el traslado extra y las preguntas inevitables de Ryan (“¿Desde cuándo volamos en privado?”) valían la pena, aunque solo fuera para evitar las máquinas de rayos X del aeropuerto.

“¿Qué te parece si te dejo al frente con el equipaje?” pregunta Ryan, girando para salir de la rampa y acceder a la entrada del Aeroparque Portland Sur. “Iré a estacionar en el garaje y nos encontramos dentro.”

“Suena bien. Tenemos tiempo de sobra.”

Ryan se detiene en el sector indicado como ZONA DE DESPACHO frente al edificio principal (a diferencia del aeropuerto del condado, este lugar tiene en efecto más de una edificación, sin mencionar las múltiples pasarelas y un estacionamiento de tres niveles) y descarga el equipaje del baúl, incluyendo la maleta de Gwendy que esconde a la caja. Deja a Gwendy parada en el andén y conduce al otro lado de la calle hasta el garaje.

Ella mira alrededor y ve dos familias numerosas esperando en fila con sus maletas en el sector de despacho de equipaje (en este caso, una cabina improvisada de fibra de vidrio con un par de carros junto a ella). Varios niños se esfuerzan por liberarse de sus padres, y una niña pequeña con la cara enrojecida y surcada por lágrimas, parece estar al borde de un grave berrinche. Un empleado del aeropuerto, solitario y abrumado, se encuentra etiquetando la montaña de maletas con la eficiencia y celeridad de un perezoso. Si tiene alguien que lo ayude en este segundo día de enero, por el momento no está a la vista.

Gwendy suspira, sintiendo pena por el tipo, y se sienta en una banca cercana. Acomoda las tres grandes maletas frente a ella y ubica la suya a su lado, descansando un brazo sobre ella para cuidarla.

“Discúlpeme, señora, ¿esté asiento está ocupado?”

“Para nada,” dice ella, alzando la vista. “Puede…”

Richard Farris está parado frente a ella, luciendo casi como una réplica del hombre que conoció veinticinco años antes en un banco del Castle View Park. Su rostro no ha envejecido ni un día, y viste jeans oscuros con una camisa (gris esta vez, envez de blanca), un saco oscuro y, por supuesto, ese pequeño sombrero negro encajado en la cabeza.

“¿Cómo… de dónde salió?” dice con voz baja, asombrada.

Él se sienta en el otro extremo de la banca, sonriendo cálidamente. La maleta descansa entre ellos.

Gwendy piensa en pellizcarse para saber que no está soñando, pero de repente tiene miedo de moverse. “¿Era usted ese día en el mal con mi mamá? ¿Por qué, por qué me dejó la caja otra vez?” Ella habla rápido ahora, con la frustración y ansiedad guardadas durante semanas surgiendo en su voz. “Creí que había dicho…”

Farris alza una mano, silenciándola. “Entiendo que tengas preguntas, pero mi tiempo aquí es limitado, así que charlemos un poco antes de que nos interrumpan.” Él se acerca un poco más hacia el centro de la banca. “En cuanto al regreso de nuestra vieja amiga, la caja de botones… digamos que me encontraba en cierto aprieto y necesitaba dejarla en un lugar seguro por un tiempo.” Él la mira con sus ojos celestes, mostrando afecto sincero. “Tú, Gwendy Peterson, fuiste el lugar más seguro en el que pude pensar.”

“Supongo que debo tomarlo como un cumplido.”

“Esa era la intención, querida niña. Te lo dije hace mucho, tu posesión de la caja fue excepcional la primera vez que te la dejé. Y tengo la certeza de que lo fue una vez más.”

“No estaría tan segura,” dice ella. “Estuve hecha un desastre todo el tiempo. No sabía qué hacer. Apretar el botón, no apretarlo.” Ella lanza un prolongado suspiro. “Al final, hice lo mejor que pude.”

“Y es lo que uno puede esperar en cualquier tarea de este tipo. Conociéndote, creo que esta vez también te manejaste bastante bien.” Él apoya la mano sobre la maleta, deslizando sus largos y delgados dedos por el cierre. “Ignorar las tentaciones de los botones es un trabajo difícil. No muchos se pueden resistir. Pero, como tú bien sabes, cuando se la deja en paz la caja puede ser una poderosa fuerza benéfica.”

“Pero no la dejé en paz,” dice ella con un tono quejumbroso que recuerda muy bien de la adolescencia. “No del todo. Tiré de la palanca… bastante.”

Farris afirma muy suavemente.

“¿Mi madre estará bien? Los chocolates la curaron, ¿cierto?” Y luego, como reflexionando: “Debía intentarlo.”

“Los hospitales cometen errores, especialmente cuando se trata de esos análisis de sangre. Las muestras se contaminan; los tubos se confunden. Sucede todo el tiempo. ¿Confío en que le dejaste suficientes suministros?”

“Lo hice,” dice ella, sonando como una adolescente culpable.

Una minivan estaciona frente a ellos. La puerta se abre salen una mujer con su hija pequeña cargando maletas. Ambas se despiden alegremente del conductor, la puerta se cierra, y la van desaparece. La mujer y la niña llegan hasta el final de la fila de equipajes y ni por un momento miran en dirección a ellos dos.

“Lo que sucedió con Lucas Browne y el esposo de mi amiga… las cosas desagradables que vi en mi cabeza… la caja lo hizo, ¿verdad? ¿Fue por los chocolates? ¿Volverá a suceder?”

“Eso no depende de mí. Cuando se trata de la caja de botones, algunas cosas (varias cosas) están fuera de mi alcance.”

Ella lo mira. “Pero si usted no tiene las respuestas, ¿quién las tiene?”

Farris no responde, solo la estudia detrás de sus ojos entrecerrados que ahora parecen casi grises. El sombrero traza una delgada línea de sombra sobre su frente. Finalmente dice: “Tengo, no obstante, una respuesta para ti que creo has estado esperando por bastante tiempo.”

“¿Qué?” pregunta Gwendy, y regresa el tono lastimoso. La idea de que Richard Farris no es la fuerza omnipotente detrás del poder de la caja, sino algún tipo de cuidador sobrevalorado, no solo enoja a Gwendy: también la aterra.

Él se inclina más cerca y, por un momento, Gwendy teme que vaya a tomarle la mano. “Tu vida es, en efecto, tuya. Las historias que decides contar, la gente por la que has elegido luchar, las vidas que has tocado…” Él agita la mano frente a la cara de Gwendy. “Todo lo hiciste tú. No la caja de botones. Tú siempre has sido especial, Gwendy Peterson, desde el día que naciste.”

Gwendy se olvida de respirar por un momento. Siente que un enorme peso se derrumba de sus hombros, de su corazón. “Gracias,” dice con voz temblorosa.

Farris levanta la cabeza, como si hubiese escuchado una voz lejana. “Vaya, mi tiempo se terminó. Tu esposo está encamino. Un hombre adorable, también. Todo un narrador por mérito propio.”

“¿Y qué hay de la caja?” balbucea Gwendy.

“Ya me ocupé de ella.”

Ella lo mira, momentáneamente confundida, y luego levanta la maleta, sacudiéndola.

Parece vacía. Está vacía.

“¿Cómo lo…?”

Farris ríe. “Ya deberías haber aprendido a no hacer esas preguntas tontas, jovencita.”

Se siente extraño ser llamada “jovencita” por un hombre que aparenta su misma edad. Pero al fin y al cabo, cada minuto de esta experiencia se siente extraño, casi como un sueño.

“Debo irme,” dice él, parándose, y Gwendy está segura de que sacará su antiguo reloj de bolsillo para ver la hora. Pero no lo hace. “Aunque lo demoré un poco, tu marido es un hombre devoto y estará aquí muy pronto.” Mira a Gwendy con la misma sonrisa afectuosa brillando en sus ojos. “Y luego los dos despacharán sus valijas y alzarán vuelo juntos hacia una vida larga, próspera y feliz.”

“Si podemos llegar a tiempo con esa fila,” dice Gwendy bromeando.

“¿Qué fila?” pregunta él.

Ella mira y señala. “Aquella.” Pero no hay nadie esperando frente al despacho de equipajes. Ni una persona.

“¿Qué diablos…?”

Cuando se vuelve, Richard Farris ha desaparecido.

Ella se levanta y mira alrededor, pero no ve a nadie. La pasarela y el camino están vacíos. Él simplemente se desvaneció en el aire. Pero no sin antes dejarle un obsequio de despedida.

Posada sobre la maleta de Gwendy se encuentra una pequeña pluma blanca.


 

72

“Todo listo,” dice Ryan trotando por la calle. Levantan sus maletas y se dirigen al centro de despacho.

“¿Por qué te demoraste tanto?” pregunta Gwendy.

“El ascensor estaba fuera de servicio. Tuve que bajar caminando tres pisos. Luego me di cuenta de que había olvidado cerrar el maldito auto, así que tuve que subir todo el camino de vuelta.”

Gwendy se ríe. “Mi pequeño preocupón.”

“Lo aprendí de ti,” dice él, sacándole la lengua.

Ella le aferra el brazo, deteniéndolo, repentinamente seria. “Estuve pensando en lo que dijiste. En el auto.”

Él la mira intrigado.

“Tenías razón,” dice ella. “Mañana cuando llegue, escucharé y aprenderé, y luego haré mi trabajo. Lo que sea necesario. No importa cuánto tarde.”

Él se inclina hacia ella, sus frentes se tocan. “Esa es la Gwendy Peterson que conozco.”

“¿En qué los puedo ayudar, amigos?” pregunta el hombre sonriente dentro de la cabina.

“Tenemos el vuelo 117,” dice Ryan revisando el boleto. “Programado para las 3:10. Queremos despachar estas tres maletas, por favor.”

El hombre toma un portapapeles y anota algo. “¿Puedo ver sus identificaciones, si son tan amables?”

Ryan extrae su billetera y le muestra al hombre su licencia de conducir. Gwendy saca la suya del bolsillo de la cartera y la desliza sobre el mostrador. El hombre las levanta, controla el nombre y se las extiende. “Eso es todo,” dice. Sale de la cabina y coloca las maletas en uno de los carros. Toma un walkie-talkie de su cinturón, presiona un botón y dice “Equipaje del vuelo 117. Ven a buscarlo, Johnny.”

Una voz apagada contesta “Recibido, jefe, estaré ahí al instante.”

Gwendy y Ryan comienzan a encarar la pasarela hacia el edificio principal. Pero Gwendy se vuelve unos pasos y regresa al carro de equipaje. Arroja su maleta con las otras. Luego busca dentro del bolsillo de su abrigo. “Aquí tiene, señor. Feliz año nuevo.” Le entrega algo al hombre dentro de la cabina.

Él la levanta y la mira. Su rostro se ilumina al ver la moneda plateada en la palma de su mano. “Eh, muchas gracias, señora.”

Gwendy ríe. Se da vuelta, toma la mano de Ryan y entran juntos en el aeropuerto.


 

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