Aquí termina la nueva entrega de Gwendy Peterson y la misteriosa caja de botones que marcó su vida desde joven. Como todos y todas ya saben, Richard Chizmar ha expresado su deseo de escribir una tercera parte. Aún no sabemos si prosperará la idea de la trilogía, por lo que hasta el momento esto es lo que tenemos de Gwendy.
Espero les haya gustado mi trabajo de traducción, y les sirva a aquellas y aquellos demasiado ansiosos como para esperar la versión oficial en español; versión que, por lo pronto, no tiene fecha de aparición.
En unos días subiré una reseña de este libro, y comenzaré con la publicación de "Night of the Mannequins" ("La noche de los maniquíes"), lo último de Stephen Graham Jones, recién salido del horno (se publicó en septiembre); así que prepárense para leer un buen slasher de la mano de uno de los mejores escritores de terror actuales, y que lamentablemente no tiene casi ningún libro traducido al español.
Por último, síganme en Patreon (https://www.patreon.com/yotraductor) y fíjense los beneficios de patronearme; desde ya quedaré muy agradecido por cualquier colaboración. Y si quieren comentar, sugerir o aportar, siempre son bienvenidos y bienvenidas de hacerlo en los comentarios.
¡Saludos, hasta la próxima!
71
Por
primera vez en su vida, Gwendy quiere contarle a alguien acerca de la
caja de botones.
Ella mira a Ryan en el asiento del
conductor. Odia tener que ocultarle un secreto tan grande (cualquier secreto, en realidad) pero teme que pudiera ser peligroso
para su esposo el saber acerca de la caja. Tampoco le gusta el hecho de que él
no tenga opción en cuanto al tema. Si decide contarle, él estará atrapado con
el conocimiento (y la responsabilidad) le guste o no. ¿Es mejor que lo que
Richard Farris ha hecho con ella? ¡Seguro que no!
“Pagaría por saber lo que
piensas,” dice él, mirando el retrovisor para cambiar de carril. “Estás muy
callada. ¿Te preocupa la sesión de emergencia?”
Ella asiente con la cabeza. “Sí.”
Y es verdad.
“Te irá bien, cariño.”
“honestamente no sé qué se supone
que haga, cuál será mi rol en todo esto.”
“Escuchar y aprender. Luego te
pararás y dirigirás. Es lo que siempre haces.”
Ella suspira y mira por la
ventanilla. Estanques congelados y granjas, transformadas en fantasmas grises
por la nieve, lucen borrosos en los campos lejanos. “Con suerte podremos hacerlo
entrar en razón. Pero no tengo muchas esperanzas.”
“Si te conozco, no descansarás
hasta que lo logres.”
La llamada llegó la noche
anterior. Del otro lado de la línea estaba el Vocero de la Cámara de
Representantes en persona, Dennis Hastert. Su mensaje fue breve y puntual:
tanto la Cámara como el Senado debían reincorporarse en lunes 3 de enero a las
9:00 am, cinco días antes de lo previsto. Gwendy le agradeció el aviso, colgó y
le contó a Ryan. Ellos habían dejado la casa de sus padres un par de horas
antes, y él no había tenido siquiera tiempo de desempacar.
Ella tenía miedo de dejar la caja
de botones dentro de la bóveda en el departamento (¿y si Ryan decidía volver a
casa sin ella y abrirla?) y el Banco de Castle Rock estaba cerrado por ser
domingo, así que no tenía más opción que llevársela con ella.
Tan pronto como solucionó ese
problema, surgió otra complicación: debido a la poca antelación del aviso, no
había podido agendar un vuelo privado desde el Aeropuerto del Condado, y se
vería obligada a volar desde un aeroparque justo al sur de Portland. Pero el
traslado extra y las preguntas inevitables de Ryan (“¿Desde cuándo volamos en
privado?”) valían la pena, aunque solo fuera para evitar las máquinas de rayos
X del aeropuerto.
“¿Qué te parece si te dejo al
frente con el equipaje?” pregunta Ryan, girando para salir de la rampa y
acceder a la entrada del Aeroparque Portland Sur. “Iré a estacionar en el
garaje y nos encontramos dentro.”
“Suena bien. Tenemos tiempo de
sobra.”
Ryan se detiene en el sector
indicado como ZONA DE DESPACHO frente al edificio principal (a diferencia del
aeropuerto del condado, este lugar tiene en efecto más de una edificación, sin
mencionar las múltiples pasarelas y un estacionamiento de tres niveles) y
descarga el equipaje del baúl, incluyendo la maleta de Gwendy que esconde a la
caja. Deja a Gwendy parada en el andén y conduce al otro lado de la calle hasta
el garaje.
Ella mira alrededor y ve dos
familias numerosas esperando en fila con sus maletas en el sector de despacho de
equipaje (en este caso, una cabina improvisada de fibra de vidrio con un par de
carros junto a ella). Varios niños se esfuerzan por liberarse de sus padres, y
una niña pequeña con la cara enrojecida y surcada por lágrimas, parece estar al
borde de un grave berrinche. Un empleado del aeropuerto, solitario y abrumado,
se encuentra etiquetando la montaña de maletas con la eficiencia y celeridad de
un perezoso. Si tiene alguien que lo ayude en este segundo día de enero, por el
momento no está a la vista.
Gwendy suspira, sintiendo pena por
el tipo, y se sienta en una banca cercana. Acomoda las tres grandes maletas
frente a ella y ubica la suya a su lado, descansando un brazo sobre ella para
cuidarla.
“Discúlpeme, señora, ¿esté asiento
está ocupado?”
“Para nada,” dice ella, alzando la
vista. “Puede…”
Richard Farris está parado frente
a ella, luciendo casi como una réplica del hombre que conoció veinticinco años
antes en un banco del Castle View Park. Su rostro no ha envejecido ni un día, y
viste jeans oscuros con una camisa (gris esta vez, envez de blanca), un saco
oscuro y, por supuesto, ese pequeño sombrero negro encajado en la cabeza.
“¿Cómo… de dónde salió?” dice con
voz baja, asombrada.
Él se sienta en el otro extremo de
la banca, sonriendo cálidamente. La maleta descansa entre ellos.
Gwendy piensa en pellizcarse para
saber que no está soñando, pero de repente tiene miedo de moverse. “¿Era usted
ese día en el mal con mi mamá? ¿Por qué, por qué me dejó la caja otra vez?”
Ella habla rápido ahora, con la frustración y ansiedad guardadas durante
semanas surgiendo en su voz. “Creí que había dicho…”
Farris alza una mano,
silenciándola. “Entiendo que tengas preguntas, pero mi tiempo aquí es limitado,
así que charlemos un poco antes de que nos interrumpan.” Él se acerca un poco
más hacia el centro de la banca. “En cuanto al regreso de nuestra vieja amiga,
la caja de botones… digamos que me encontraba en cierto aprieto y necesitaba
dejarla en un lugar seguro por un tiempo.” Él la mira con sus ojos celestes,
mostrando afecto sincero. “Tú, Gwendy Peterson, fuiste el lugar más seguro en
el que pude pensar.”
“Supongo que debo tomarlo como un
cumplido.”
“Esa era la intención, querida
niña. Te lo dije hace mucho, tu posesión de la caja fue excepcional la primera
vez que te la dejé. Y tengo la certeza de que lo fue una vez más.”
“No estaría tan segura,” dice
ella. “Estuve hecha un desastre todo el tiempo. No sabía qué hacer. Apretar el
botón, no apretarlo.” Ella lanza un prolongado suspiro. “Al final, hice lo
mejor que pude.”
“Y es lo que uno puede esperar en
cualquier tarea de este tipo. Conociéndote, creo que esta vez también te
manejaste bastante bien.” Él apoya la mano sobre la maleta, deslizando sus
largos y delgados dedos por el cierre. “Ignorar las tentaciones de los botones
es un trabajo difícil. No muchos se pueden resistir. Pero, como tú bien sabes,
cuando se la deja en paz la caja puede ser una poderosa fuerza benéfica.”
“Pero no la dejé en paz,” dice
ella con un tono quejumbroso que recuerda muy bien de la adolescencia. “No del
todo. Tiré de la palanca… bastante.”
Farris afirma muy suavemente.
“¿Mi madre estará bien? Los
chocolates la curaron, ¿cierto?” Y luego, como reflexionando: “Debía
intentarlo.”
“Los hospitales cometen errores,
especialmente cuando se trata de esos análisis de sangre. Las muestras se
contaminan; los tubos se confunden. Sucede todo el tiempo. ¿Confío en que le
dejaste suficientes suministros?”
“Lo hice,” dice ella, sonando como
una adolescente culpable.
Una minivan estaciona frente a
ellos. La puerta se abre salen una mujer con su hija pequeña cargando maletas.
Ambas se despiden alegremente del conductor, la puerta se cierra, y la van
desaparece. La mujer y la niña llegan hasta el final de la fila de equipajes y
ni por un momento miran en dirección a ellos dos.
“Lo que sucedió con Lucas Browne y
el esposo de mi amiga… las cosas desagradables que vi en mi cabeza… la caja lo
hizo, ¿verdad? ¿Fue por los chocolates? ¿Volverá a suceder?”
“Eso no depende de mí. Cuando se
trata de la caja de botones, algunas cosas (varias
cosas) están fuera de mi alcance.”
Ella lo mira. “Pero si usted no
tiene las respuestas, ¿quién las tiene?”
Farris no responde, solo la
estudia detrás de sus ojos entrecerrados que ahora parecen casi grises. El
sombrero traza una delgada línea de sombra sobre su frente. Finalmente dice:
“Tengo, no obstante, una respuesta para ti que creo has estado esperando por
bastante tiempo.”
“¿Qué?” pregunta Gwendy, y regresa
el tono lastimoso. La idea de que Richard Farris no es la fuerza omnipotente
detrás del poder de la caja, sino algún tipo de cuidador sobrevalorado, no solo enoja a Gwendy: también la aterra.
Él se inclina más cerca y, por un
momento, Gwendy teme que vaya a tomarle la mano. “Tu vida es, en efecto, tuya.
Las historias que decides contar, la gente por la que has elegido luchar, las
vidas que has tocado…” Él agita la mano frente a la cara de Gwendy. “Todo lo
hiciste tú. No la caja de botones. Tú siempre
has sido especial, Gwendy Peterson, desde el día que naciste.”
Gwendy se olvida de respirar por
un momento. Siente que un enorme peso se derrumba de sus hombros, de su
corazón. “Gracias,” dice con voz temblorosa.
Farris levanta la cabeza, como si
hubiese escuchado una voz lejana. “Vaya, mi tiempo se terminó. Tu esposo está
encamino. Un hombre adorable, también. Todo un narrador por mérito propio.”
“¿Y qué hay de la caja?” balbucea
Gwendy.
“Ya me ocupé de ella.”
Ella lo mira, momentáneamente
confundida, y luego levanta la maleta, sacudiéndola.
Parece vacía. Está vacía.
“¿Cómo lo…?”
Farris ríe. “Ya deberías haber
aprendido a no hacer esas preguntas tontas, jovencita.”
Se siente extraño ser llamada
“jovencita” por un hombre que aparenta su misma edad. Pero al fin y al cabo,
cada minuto de esta experiencia se siente extraño, casi como un sueño.
“Debo irme,” dice él, parándose, y
Gwendy está segura de que sacará su antiguo reloj de bolsillo para ver la hora.
Pero no lo hace. “Aunque lo demoré un poco, tu marido es un hombre devoto y
estará aquí muy pronto.” Mira a Gwendy con la misma sonrisa afectuosa brillando
en sus ojos. “Y luego los dos despacharán sus valijas y alzarán vuelo juntos
hacia una vida larga, próspera y feliz.”
“Si podemos llegar a tiempo con
esa fila,” dice Gwendy bromeando.
“¿Qué fila?” pregunta él.
Ella mira y señala. “Aquella.”
Pero no hay nadie esperando frente al despacho de equipajes. Ni una persona.
“¿Qué diablos…?”
Cuando se vuelve, Richard Farris
ha desaparecido.
Ella se levanta y mira alrededor,
pero no ve a nadie. La pasarela y el camino están vacíos. Él simplemente se
desvaneció en el aire. Pero no sin antes dejarle un obsequio de despedida.
Posada sobre la maleta de Gwendy
se encuentra una pequeña pluma blanca.
72
“Todo
listo,” dice Ryan trotando por la calle. Levantan sus maletas y se
dirigen al centro de despacho.
“¿Por qué te demoraste tanto?”
pregunta Gwendy.
“El ascensor estaba fuera de
servicio. Tuve que bajar caminando tres pisos. Luego me di cuenta de que había
olvidado cerrar el maldito auto, así que tuve que subir todo el camino de
vuelta.”
Gwendy se ríe. “Mi pequeño
preocupón.”
“Lo aprendí de ti,” dice él,
sacándole la lengua.
Ella le aferra el brazo,
deteniéndolo, repentinamente seria. “Estuve pensando en lo que dijiste. En el auto.”
Él la mira intrigado.
“Tenías razón,” dice ella. “Mañana
cuando llegue, escucharé y aprenderé, y luego haré mi trabajo. Lo que sea
necesario. No importa cuánto tarde.”
Él se inclina hacia ella, sus
frentes se tocan. “Esa es la Gwendy Peterson que conozco.”
“¿En qué los puedo ayudar,
amigos?” pregunta el hombre sonriente dentro de la cabina.
“Tenemos el vuelo 117,” dice Ryan
revisando el boleto. “Programado para las 3:10. Queremos despachar estas tres
maletas, por favor.”
El hombre toma un portapapeles y
anota algo. “¿Puedo ver sus identificaciones, si son tan amables?”
Ryan extrae su billetera y le
muestra al hombre su licencia de conducir. Gwendy saca la suya del bolsillo de
la cartera y la desliza sobre el mostrador. El hombre las levanta, controla el
nombre y se las extiende. “Eso es todo,” dice. Sale de la cabina y coloca las
maletas en uno de los carros. Toma un walkie-talkie de su cinturón, presiona un
botón y dice “Equipaje del vuelo 117. Ven a buscarlo, Johnny.”
Una voz apagada contesta
“Recibido, jefe, estaré ahí al instante.”
Gwendy y Ryan comienzan a encarar
la pasarela hacia el edificio principal. Pero Gwendy se vuelve unos pasos y
regresa al carro de equipaje. Arroja su maleta con las otras. Luego busca
dentro del bolsillo de su abrigo. “Aquí tiene, señor. Feliz año nuevo.” Le
entrega algo al hombre dentro de la cabina.
Él la levanta y la mira. Su rostro
se ilumina al ver la moneda plateada en la palma de su mano. “Eh, muchas
gracias, señora.”
Gwendy ríe. Se da vuelta, toma la
mano de Ryan y entran juntos en el aeropuerto.
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