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“Súbele,
gwen,” dice su padre, sentado en el brazo de su sillón reclinable. Está
mirando a la pantalla de la televisión fascinado.
“Haré unos breves comentarios,”
dice el Sheriff Ridgewick a la maraña de micrófonos instalados afuera de la
estación de policía, “y luego le cederé el lugar al detective Frank Thome, de
la Policía Estatal, quien responderá a cualquier pregunta.”
Abre un bloc de notas y comienza a
leer. “Hoy temprano, el Departamento del Sheriff del Condado Castle llevó a
cabo un allanamiento en una residencia ubicada en el 112 Ford Road, al norte de
Castle Rock. Fueron descubiertas varias pertenencias de Rhonda Tomlinson bajo
el piso de madera de uno de los dormitorios. Después de entrevistar a distintos
residentes de la casa, se puso bajo custodia a un sospechoso, Lucas Browne,
veinte años. Luego de recibir la autorización del propietario, Charles Browne,
de cincuenta y nueve años, de registrar la cabaña localizada junto al lago Dark
Score, los oficiales descubrieron a Deborah Parker encadenada e inconsciente
dentro del sótano. Ella ya se ha reunido con su familia y está siendo atendida
en el hospital.”
El sheriff levanta la vista de su
bloc de notas, y los oscuros círculos alrededor de sus ojos cuentan el resto de
la historia. “Tras una exhaustiva búsqueda por el terreno adyacente a la
cabaña, los oficiales pudieron localizar los restos de Rhonda Tomlinson y Carla
Hoffman enterrados a poca distancia. Ambas familias han sido notificadas y los
restos de las víctimas serán trasladados a la morgue del condado para continuar
con la investigación. Lucas Browne ha sido acusado por los secuestros y
asesinatos de la señorita Tomlinson y la señorita Hoffman, y el secuestro y
tortura de la señorita Parker. Hay cargos adicionales pendientes. Lucas Browne
sigue bajo custodia en el Departamento del Sheriff. Ahora, el detective Thome
atenderá sus preguntas.”
El Sheriff Ridgewick se aleja del
podio improvisado y baja la vista al suelo.
“Bueno.” El señor Peterson
suspira. “No es para nada un final feliz, pero supongo que es lo mejor que
podíamos esperar.”
“Esas pobres familias,” dice la
señora Peterson, haciendo la señal de la cruz. “No puedo ni imaginarme por lo
que están pasando.”
Gwendy no dice nada. Las últimas
dieciocho horas han sido un torbellino, y su cerebro y cuerpo aún están
luchando por recuperarse.
Unas horas antes, el sheriff le
había confiado en detalle los horrores descubiertos en la casa y la cabaña de
los Browne: una par de bolsas Ziploc halladas en la habitación de Lucas, la
primera con joyas de Dios sabe cuántas mujeres, y la segunda conteniendo
cincuenta y siete dientes de varias formas y tamaños. En el sótano de la cabaña
encontraron un macabro conjunto de herramientas que contaba con varios alicates
ensangrentados, un taladro eléctrico y distintas motosierras. Gwendy se
preguntó cuánto tardaría la prensa en conocer esta información.
“Bien por Norris Ridgewick,” dice el señor Peterson, todavía mirando la televisión. “Ya era hora que la gente del pueblo lo reconociera.”
El celular de Gwendy suena. “Mejor que atienda.” Se levanta del sofá y entra en la cocina. “¿Hola?”
“¿Tienes un minuto?”
“¿Las orejas le arden, sheriff?”
“Todos los días durante las dos
últimas semanas,” dice él, cansado.
“Acabamos de ver la conferencia de
prensa. Lo hiciste bien.”
“Gracias.” Hace una pausa. “Aún me
siento raro por no mencionar tu parte en la investigación. No me parece bien
llevarme todo el crédito.”
“Creo que mucho de ese crédito te
lo debían desde hace un tiempo.”
“Yo no estaría de acuerdo.”
“Yo sí.”
“Tengo una pregunta para ti.”
Aquí viene. “¿Qué es?” pregunta.
“Sé que todo el asunto de la
escuela dental te dio una pista. Y las botas tejanas. ¿Pero cómo supiste realmente?”
Gwendy no se apresura a responder.
Cuando lo hace, sus palabras han sido cuidadosamente escogidas, y son lo más
honestas que puede permitirse. “Fue solo un fuerte… presentimiento. Él
transmitía una sensación incómoda, una especie de hambre, uno lo podía sentir emanando de él.”
“¿Entonces dice que fue…
instinto?”
Ella se lo imagina levantando los
ojos. “Algo así.”
“Bueno, lo que sea que haya sido,
estoy agradecido. Salvaste la vida de esa chica.”
“Nosotros lo hicimos, Norris.”
“¿Estás en tu casa ahora? Quería
dejarte el informe que acabo de redactar. Para asegurarme de que estamos
coordinados.”
“Estoy en lo de mis padres, pero
podría pasar por la comisaría después de cenar.”
“Es demasiado tarde. ¿Te molesta
si te lo llevo ahí?”
“Está bien. Aquí estaré.” Y
piensa, Si intenta darme la mano, solo le
diré que estoy engripándome y es mejor no tocarme. Como le dije antes a mis
padres.
“Genial, dame quince minutos.”
Pero solo tarda diez.
Gwendy se encuentra inclinada
sobre la mesa del comedor, buscando la pieza de una esquina del último
rompecabezas (el horizonte nocturno de Nueva York) cuando suena el timbre.
“Ese es Norris,” dice,
levantándose de la mesa.
“Hazlo pasar,” dice la señora
Peterson.
Gwendy llega hasta el recibidor.
“Debes haber venido volando…” dice, mientras abre la puerta. Las palabras
mueren en su garganta. “¿Ryan?”
Su esposo está parado en el
porche, con un ramo de flores en una mano y su cámara en la otra. Su rostro
está afeitado y bronceado, y sus ojos titilan con ansiedad. Parece un chico
balanceándose sobre sus talones y sonriendo.
“Sé que te gustan las sorpresas,”
dice él.
Gwendy chilla con entusiasmo y se
arroja en sus brazos. Él arroja el bolso de la cámara y la alza con su mano
libre, dando vueltas con ella. Sus labios se encuentran con los de ella, y
mientras giran y giran en el porche de la casa donde creció, ella piensa: No hay nada malo en este hombre, solo hogar.
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