jueves, 10 de septiembre de 2020

"La pluma mágica de Gwendy" en español: capítulos 11 y 12

 


11

Debido al exorbitante costo que significa mantener dos residencias en estados separados, muchos congresistas novatos se ven forzados a rentar departamentos sobrevaluados (muchos de ellos situados en sótanos húmedos y sin ventilación) o a compartir casas alquiladas o condominios con varios compañeros de cuarto. La mayoría lo hace sin quejarse. Las horas son largas, y ellos raramente vuelven a casa salvo para bañarse y dormir, o, si tienen suerte, comer tranquilamente de vez en cuando.

Gwendy Peterson no sufre ese dilema financiero (gracias al éxito de sus novelas y sus adaptaciones al cine) y vive sola en una casa de tres habitaciones situada a dos cuadras hacia el este del Capitolio. Sin embargo, ella no siente ningún tipo de culpa a causa de su situación y siempre se apresura a ofrecer un cuarto desocupado a cualquiera que lo necesite.

Esta noche, sin embargo, mientras se sienta en el medio de su sofá con las piernas recogidas bajo ella, comiendo de una caja de camarones lo mein y mirando sin ver la televisión, se siente inmensamente agradecida por su situación y más todavía por no tener invitados en ese momento.

La caja de botones yace en el sofá junto a ella; parece algo fuera de lugar, casi como el juguete de un niño en el ambiente estéril de la casa. A Gwendy le tomó la mayor parte de la tarde idear la manera de escamotear la caja fuera de la oficina. Tras varios intentos fallidos, finalmente se decidió a tirar sus botas nuevas en el piso del closet y usar la gran caja de cartón en la que venían, para colocarla bajo su brazo. Por fortuna, los puestos de seguridad distribuidos a lo largo del edificio controlaban solo al personal que entraba, no al que salía.

En la televisión aparece el comercial de una nueva película de Tom Hanks, pero Gwendy ni se entera. No se ha movido del sofá en las últimas dos horas excepto para atender la puerta cuando el hombre del delivery tocó el timbre. Docenas de preguntas acuden a su mente, una detrás de la otra en rápida sucesión, con una docena más esperando su turno en las sombras.

Dos preguntas recurrentes aparecen con frecuencia, en un bucle continuo:

¿Por qué volvió la caja?

¿Y por qué ahora?


 

12

Gwendy jamás le ha contado a nadie acerca de la caja de botones. Ni a su esposo, ni a sus padres; ni siquiera a Johnathon o al psicólogo que visitó dos veces por semana durante seis meses, cuando tenía veintitantos años.

Hubo una época en que la caja acaparaba sus pensamientos cada mañana, cuando estaba obsesionada con el misterio y poder que ella contenía; pero eso fue hace mucho tiempo. Ahora, en su mayoría, los recuerdos de la caja parecen retazos sueltos de un sueño recurrente que alguna vez tuvo durante su adolescencia, pero cuyos detalles se han perdido hace tiempo en el laberinto interminable de la adultez. Hay mucho de cierto en el viejo proverbio: ojos que no ven, corazón que no siente.

Ella pensó, por supuesto, acerca de la caja en los quince años desde que desapareció de su vida; pero (y acaba de aceptarlo en los últimos sesenta minutos) ni remotamente tanto como probablemente habría debido, considerando el papel importantísimo que la caja de botones jugó en la mayor parte de su juventud.

Haciendo memoria, hubieron semanas, tal vez incluso meses, en que no cruzaba por su cabeza y luego, bum, veía la noticia de un desastre misterioso, aparentemente natural, ocurrido en algún país o estado lejano; entonces inmediatamente se imaginaba a alguien sentado en un auto o en la mesa de la cocina con sus dedos descansando sobre un brillante botón rojo.

O se tropezaba con la noticia online de un hombre que había encontrado un tesoro en el patio de su casa suburbana, y hacía clic en el enlace para ver si se mencionaba algún dólar Morgan de 1891.

También hubieron esos momentos oscuros (por suerte aislados) en que se topaba con la imagen granulada de un viejo video en la televisión, o cazaba al vuelo algún comentario en la radio concerniente a la masacre de Jonestwon en Guyana. Cuando eso ocurría, su corazón se paraba y caía en un oscuro hoyo de depresión durante días.

Y finalmente, estaban esas veces en que avistaba un elegante y negro sombrero bombín en medio de la multitud de la calle, o sobre la mesa de una cafetería en la calle, y espiaba el brillante domo de ese sombrero negro descansando junto a una taza de humeante café o de un glaseado o de un té helado y, por supuesto, sus pensamientos volvían al hombre del saco negro. Ella pensaba en Richard Farris y en el sombrero más que en todo lo demás. Siempre era el misterioso señor Farris el que asomaba a la superficie de su mente consciente. Fue su voz la que escuchó en la oficina, y es la escucha ahora, cuando está sentada en el sofá con las piernas recogidas bajo el cuerpo: “Cuida de la caja, Gwendy. Ella otorga regalos, pero son una recompensa pequeña por la responsabilidad. Y sé cuidadosa…”

3 comentarios:

  1. Hola , desdse Quilpué, Chile, necesitamos la clave de cifrado del documental de los Dr. Feelgood, es posible? si no, igual saludos. Échale una mirada al youtube https://www.youtube.com/channel/UCqbyOuWThDiOiSeJVaz5KwQ para que sepas en qué estamos. Abrazos.

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    1. Hola, lamentablemente perdí esa clave. Espero en algún momento recuperar el documental. Ya voy a mirar el canal, saludos.

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