9
“¿Está usted bien, congresista?
Estuve tocando un largo rato.”
Gwendy se aleja de la puerta y
hace a pasar a su recepcionista. Bea trae una pequeña bandeja con el pavo en
ella. Lo deja en el escritorio y se vuelve hacia su jefa. Si Bea vio la moneda
de plata junto al teclado, no lo mencionó.
“Estoy bien,” dice Gwendy. “Sólo algo
avergonzada. Estaba leyendo un poco y creo que me dormí.”
“Debe haber soñado algo serio. Se
escuchaba como si gimiese.”
Tú no tienes ni idea, piensa Gwendy.
“¿Seguro que está bien?” pregunta
Bea. “Si no le molesta que se lo diga, usted parece un poco confundida y se ve
muy pálida. Casi como si hubiese visto un fantasma.”
Bingo de nuevo, piensa Gwendy, y casi se larga a reír. “Esta mañana
corrí más de lo acostumbrado y no he bebido lo suficiente. Seguramente esté
deshidratada.”
La recepcionista le dirige una
larga mirada, claramente escéptica. “Entonces iré a buscar un par más de
botellas de agua. Enseguida vuelvo.” Se da vuelta y se dispone a salir de la
oficina.
“¿Bea?”
Ella se detiene en el umbral y se
gira de vuelta.
“¿Alguien pasó por la oficina
mientras yo estaba en la reunión de esta mañana?”
Bea niega con la cabeza. “No,
señora.”
“¿Estás segura?”
“Sí, señora.” Echa un vistazo a su
alrededor. “¿Pasa algo malo? ¿Quiere que llame a Seguridad?”
“No, no,” responde Gwendy,
acompañando a la mujer a la salida de la oficina. “Pero usted debería llamar a
un doctor, ya que parece que no puedo permanecer despierta después del
almuerzo, en estos días.”
Bea le ofrece una vez más su
mirada desvaída, no muy convencida, y se marcha.
Gwendy cierra la puerta y enfila
directamente al archivero. Ella sabe que no tiene demasiado tiempo.
Arrodillándose otra vez, abre el cajón inferior. La caja de botones sigue allí,
prácticamente brillando bajo las luces, esperando por ella.
Gwendy extiende ambas manos y
vacila, sus dedos suspendidos a una o dos pulgadas sobre la superficie pulida.
Ella siente que los vellos de sus brazos comienzan a erizarse, escucha el
susurro apagado de algo en un rincón
de su cerebro. Tomando coraje, levanta delicadamente la caja y la saca del
cajón. Y mientras lo hace, todo vuelve como un torbellino a ella…
10
Cuando Gwendy era una niña, su
padre sacaba del ático la vieja caja de cartón indicada como DIAPOSITIVAS cada
verano, generalmente alrededor del 4 de julio. Él preparaba su antiguo
proyector sobre la mesa ratona, ubicaba la pantalla desplegable frente a la
chimenea y apagaba las luces. Para él siempre era un gran acontecimiento. Mamá
preparaba palomitas maíz y una jarra de limonada fresca. Papá relataba cada una
de las diapositivas con lo que él llamaba “voz de Hollywood” y hacía sombras
chinescas durante las pausas. Gwendy solía sentarse en el sofá, entre sus
padres, pero a veces los acompañaban otros niños del vecindario; y en esas
ocasiones ella se sentaba en el piso frente a la pantalla con sus amigos.
Algunos de los niños se aburrían e inventaban rápidamente una excusa para irse
(“Ups, lo siento señor Peterson, acabo de recordar que le prometí a mi mamá
ordenar mi cuarto esta noche.”), pero Gwendy nunca abandonaba. Ella estaba
fascinada con la pantalla, y aun más por las historias que contaban esas
imágenes.
Mientras los dedos de Gwendy se
cierran alrededor de la caja de botones por primera vez en quince años, es como
si una muestra de diapositivas de imágenes vibrantes, titilantes (cada una
narrando su propia historia secreta) floreciera frente a sus ojos.
Repentinamente, es:
-
22 de
agosto, 1974, y un extraño hombre con traje oscuro y un prolijo sombrerito
negro está buscando algo debajo de una banca en el parque de Castle Rock, y
saca una bolsa de lona cerrada con una cuerda. Tira de ella y extrae la caja de
caoba más hermosa…
-
una mañana
de septiembre, y Gwendy está parada frente al armario de su habitación,
vistiéndose para la escuela. Cuando termina, desliza un pequeño trozo de
chocolate en su boca y cierra los ojos en éxtasis…
-
bachillerato,
mientras Gwendy se observa en cuerpo entero frente al espejo de un vestidor, y
se da cuenta de que no solo es linda, ella es hermosa, y ya no usa anteojos…
-
último año
de la secundaria y ella está sentada en el sofá, mirando horrorizada las
imágenes de cadáveres hinchados y plagados de moscas, que muestra la pantalla
de la televisión…
-
tarde en
la noche, la casa tan silenciosa que parece un cementerio, y ella está sentada
con las piernas cruzadas en su cama, mientras la caja de botones descansa sobre
su regazo. Tiene los ojos entrecerrados en concentración, usando su pulgar para
presionar el botón rojo, y luego volteando su cabeza hacia la ventana abierta,
esperando escuchar el retumbar…
-
una
templada noche de primavera y ella está gritando histéricamente mientras dos
adolescentes caen sobre su mesa de luz, desparramando por el piso cepillos y
artículos de maquillaje, antes de rodar hasta el armario abierto, cayendo y
tirando vestidos y blusas y pantalones de sus perchas de plástico, terminando
en el suelo hechos un montón, y luego una asquerosa mano tatuada con una cinta
azul levanta la caja de botones y la estrella, primero por la esquina, contra
la coronilla del cráneo de su novio…
Gwendy carraspea y está de nuevo
en Washington D.C.; y sin un momento que perder. Cruza gateando la oficina y
vomita en el cesto de papeles junto a su escritorio.
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