miércoles, 16 de septiembre de 2020

"La pluma mágica de Gwendy" en español: capítulos 17 y 18

 


17

Estoy seguro de que extrañaré su cara sonriente las siguientes semanas, congresista.”

“Yo también voy a extrañarte,” dice Gwendy, deteniéndose ante el puesto de seguridad. Busca dentro de su bolso y saca una pequeña caja envuelta en papel de regalo. La extiende a través de la barrera al corpulento guardia. “Feliz Navidad, Harold.”

Harold queda boquiabierto. Lentamente toma el regalo. “Usted me trajo… ¿en serio es para mí?”

Gwendy sonríe y asiente. “Por supuesto. Jamás olvidaría a mi jefe de seguridad favorito.”

Él la mira confundido. “¿Jefe de…?” Y luego sonríe, y los dientes de oro resplandecen bajo las luces fluorescentes. “Oh, se está burlando de mí.”

“Abre tu regalo, tonto.”

Los gruesos dedos atacan el envoltorio y descubren una brillante caja negra con Bulova impreso en oro en la parte superior. Él abre la caja y observa con incredulidad. “¿Me compró un reloj?”

“Lo vi admirando el del congresista Anderson la semana pasada,” dice Gwendy. “Pensé que tú te merecías uno propio.”

Harold abre la boca pero no salen palabras. Gwendy se sorprende al ver que los ojos del guardia están brillantes, y que su barbilla tiembla. “Yo… esto es lo más lindo que nadie me ha regalado jamás,” dice finalmente. “Gracias.”

Por primera vez en el día, Gwendy siente que tal vez todo estará bien. “Por nada, Harold. Espero que tú y tu familia tengan una hermosa Navidad.” Ella le palmea el brazo, afectuosa, y se da vuelta para marcharse.

“No tan rápido,” dice Harold, alzando una mano. Se agacha detrás del escritorio y regresa con un regalo envuelto. Se lo entrega a Gwendy.

Ella lo mira sorprendida, y después lee la etiqueta: Para la congresista Gwendy Peterson; de Harold y Beth. “Gracias,” dice ella, sinceramente emocionada. “A los dos.” Abre el presente. Es un grueso libro en tapas duras con una brillante cubierta anaranjada. Ella lo voltea para ver la tapa… y el recinto comienza a girar, arriba, abajo, y otra vez arriba; como si estuviese sentada en un subibaja de la plaza.

“¿Está bien, congresista?” pregunta Harold. “¿Ya lo tiene?”

“No, no,” dice Gwendy, sosteniendo el libro. “Nunca lo he leído, pero siempre quise hacerlo.”

“Oh, bien,” responde el hombre, aliviado. “Yo apenas pude pasar de las solapas, pero mi esposa lo leyó y dijo que es fascinante.”

Gwendy fuerza una sonrisa. “Gracias de nuevo, Harold. En serio, qué hermosa sorpresa.”

“Gracias a usted otra vez, congresista Peterson. No debería haberme regalado nada, pero me alegra que lo haya hecho.” Rompe en risas.

Gwendy desliza el libro dentro del bolso de cuero y enfila hacia el ascensor. Mientras desciende, le echa otro vistazo a la tapa, solo para asegurarse de que no está perdiendo la razón.

No, no lo está.

El libro que Harold le dio es Gravity´s Rainbow. Es la misma novela que Richard Farris estaba leyendo en aquel banco de Castle View, veinticinco años antes. El mismo día que le dio a Gwendy la caja de botones.


 

18

Gwendy se ve tentada de cancelar sus largamente anticipados planes para cenar con amigos, incluso antes de que apareciese la copia de Gravity´s Rainbow; pero la sorpresa de Harold (bienintencionada pero no muy placentera) la termina de convencer. Se va directo a su casa, desentierra la caja de botones de su escondite, se pone pantalones de jogging y un ancho suéter, y llama a un delivery.

Mientras sus amigos (dos ex compañeros de Brown) cenan filete mignon y verduras grilladas en el histórico Old Ebbit Grill sobre la Quinceava Avenida (donde uno tiene que llamar con semanas de antelación para reservar una mesa), Gwendy está sentada sola en la mesa del comedor, picoteando la ensalada más miserable que probó en su vida y mordisqueando una porción de pizza.

En realidad no está sola, por supuesto. La caja de botones está ahí, descansando en el lado opuesto de la mesa, mirándola comer como un invitado silencioso. Unos minutos antes ella levantó la mirada de su cena y preguntó con bastante sinceridad, “Ok, has regresado. ¿Qué hago contigo ahora?” La caja no respondió.

La atención de Gwendy se encuentra enfocada en un programa nocturno de noticias en la televisión, y no está feliz. Aún no puede creer que Clinton haya perdido ante este idiota. “El Presidente de los Estados Unidos es un completo imbécil,” dice, empujando en su boca una hoja de lechuga más marrón que verde. “Díselos, Bernie.”

El conductor Bernard Shaw, con su cabello entrecano y un grueso mostacho, hace justamente eso: “… recapitulando la cadena de eventos que nos ha traído hasta esta situación potencialmente catastrófica. Inicialmente, fotos de satélites espías llevaron a los oficiales de EE.UU. A sospechar que Corea del Norte estaba desarrollando una nueva instalación nuclear cerca del centro Yongbyon,  originalmente desmantelado por un acuerdo de 1994. Basado en estas fotografías, Washington exigió un pago de $ 300 millones por el derecho a inspeccionar el sitio. A principios de esta semana, el Presidente Hamlin respondió con dureza (y muchos dicen que de forma poco educada) en comentarios dirigidos al líder norcoreano, quien se negó a paga cualquier tipo de inspección llamando “ridícula y cómica” a esa propuesta. En este momento, en la última hora, Pyongyang ha emitido un comunicado escrito, refiriéndose al presidente Hamlin como “un bravucón sin cerebro” y amenazando con romper el acuerdo de 1994. Aún no hay respuesta por parte de la Casa Blanca, pero un oficial que quiso permanecer anónimo afirma…”

“Genial,” dice Gwendy, levantándose de la mesa y desechando el resto de la ensalada en la basura. “Un concurso de meadas entre dos ego maníacos. Voy a recibir un montón de llamadas por esto…”


 

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