17
“Estoy
seguro de que extrañaré su cara sonriente las siguientes semanas, congresista.”
“Yo también voy a extrañarte,”
dice Gwendy, deteniéndose ante el puesto de seguridad. Busca dentro de su bolso
y saca una pequeña caja envuelta en papel de regalo. La extiende a través de la
barrera al corpulento guardia. “Feliz Navidad, Harold.”
Harold queda boquiabierto.
Lentamente toma el regalo. “Usted me trajo… ¿en serio es para mí?”
Gwendy sonríe y asiente. “Por
supuesto. Jamás olvidaría a mi jefe de seguridad favorito.”
Él la mira confundido. “¿Jefe
de…?” Y luego sonríe, y los dientes de oro resplandecen bajo las luces
fluorescentes. “Oh, se está burlando de mí.”
“Abre tu regalo, tonto.”
Los gruesos dedos atacan el
envoltorio y descubren una brillante caja negra con Bulova impreso en oro en la parte superior. Él abre la caja y
observa con incredulidad. “¿Me compró un reloj?”
“Lo vi admirando el del
congresista Anderson la semana pasada,” dice Gwendy. “Pensé que tú te merecías
uno propio.”
Harold abre la boca pero no salen
palabras. Gwendy se sorprende al ver que los ojos del guardia están brillantes,
y que su barbilla tiembla. “Yo… esto es lo más lindo que nadie me ha regalado
jamás,” dice finalmente. “Gracias.”
Por primera vez en el día, Gwendy
siente que tal vez todo estará bien. “Por nada, Harold. Espero que tú y tu
familia tengan una hermosa Navidad.” Ella le palmea el brazo, afectuosa, y se
da vuelta para marcharse.
“No tan rápido,” dice Harold,
alzando una mano. Se agacha detrás del escritorio y regresa con un regalo
envuelto. Se lo entrega a Gwendy.
Ella lo mira sorprendida, y
después lee la etiqueta: Para la
congresista Gwendy Peterson; de Harold y Beth. “Gracias,” dice ella,
sinceramente emocionada. “A los dos.” Abre el presente. Es un grueso libro en
tapas duras con una brillante cubierta anaranjada. Ella lo voltea para ver la
tapa… y el recinto comienza a girar, arriba, abajo, y otra vez arriba; como si
estuviese sentada en un subibaja de la plaza.
“¿Está bien, congresista?”
pregunta Harold. “¿Ya lo tiene?”
“No, no,” dice Gwendy, sosteniendo
el libro. “Nunca lo he leído, pero siempre quise hacerlo.”
“Oh, bien,” responde el hombre,
aliviado. “Yo apenas pude pasar de las solapas, pero mi esposa lo leyó y dijo
que es fascinante.”
Gwendy fuerza una sonrisa.
“Gracias de nuevo, Harold. En serio, qué hermosa sorpresa.”
“Gracias a usted otra vez, congresista Peterson. No debería haberme regalado
nada, pero me alegra que lo haya hecho.” Rompe en risas.
Gwendy desliza el libro dentro del
bolso de cuero y enfila hacia el ascensor. Mientras desciende, le echa otro
vistazo a la tapa, solo para asegurarse de que no está perdiendo la razón.
No, no lo está.
El libro que Harold le dio es Gravity´s Rainbow. Es la misma novela
que Richard Farris estaba leyendo en aquel banco de Castle View, veinticinco
años antes. El mismo día que le dio a Gwendy la caja de botones.
18
Gwendy
se ve tentada de cancelar sus largamente anticipados planes para cenar
con amigos, incluso antes de que apareciese la copia de Gravity´s Rainbow; pero la sorpresa de Harold (bienintencionada
pero no muy placentera) la termina de convencer. Se va directo a su casa,
desentierra la caja de botones de su escondite, se pone pantalones de jogging y
un ancho suéter, y llama a un delivery.
Mientras sus amigos (dos ex
compañeros de Brown) cenan filete mignon y verduras grilladas en el histórico
Old Ebbit Grill sobre la Quinceava Avenida (donde uno tiene que llamar con
semanas de antelación para reservar una mesa), Gwendy está sentada sola en la
mesa del comedor, picoteando la ensalada más miserable que probó en su vida y
mordisqueando una porción de pizza.
En realidad no está sola, por
supuesto. La caja de botones está ahí, descansando en el lado opuesto de la
mesa, mirándola comer como un invitado silencioso. Unos minutos antes ella
levantó la mirada de su cena y preguntó con bastante sinceridad, “Ok, has
regresado. ¿Qué hago contigo ahora?” La caja no respondió.
La atención de Gwendy se encuentra
enfocada en un programa nocturno de noticias en la televisión, y no está feliz.
Aún no puede creer que Clinton haya perdido ante este idiota. “El Presidente de
los Estados Unidos es un completo imbécil,” dice, empujando en su boca una hoja
de lechuga más marrón que verde. “Díselos, Bernie.”
El conductor Bernard Shaw, con su
cabello entrecano y un grueso mostacho, hace justamente eso: “… recapitulando
la cadena de eventos que nos ha traído hasta esta situación potencialmente
catastrófica. Inicialmente, fotos de satélites espías llevaron a los oficiales
de EE.UU. A sospechar que Corea del Norte estaba desarrollando una nueva
instalación nuclear cerca del centro Yongbyon,
originalmente desmantelado por un acuerdo de 1994. Basado en estas
fotografías, Washington exigió un pago de $ 300 millones por el derecho a
inspeccionar el sitio. A principios de esta semana, el Presidente Hamlin
respondió con dureza (y muchos dicen que de forma poco educada) en comentarios
dirigidos al líder norcoreano, quien se negó a paga cualquier tipo de
inspección llamando “ridícula y cómica” a esa propuesta. En este momento, en la
última hora, Pyongyang ha emitido un comunicado escrito, refiriéndose al
presidente Hamlin como “un bravucón sin cerebro” y amenazando con romper el
acuerdo de 1994. Aún no hay respuesta por parte de la Casa Blanca, pero un
oficial que quiso permanecer anónimo afirma…”
“Genial,” dice Gwendy,
levantándose de la mesa y desechando el resto de la ensalada en la basura. “Un
concurso de meadas entre dos ego maníacos. Voy a recibir un montón de llamadas
por esto…”
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