19
Gwendy se tapa con las frazadas
hasta el pecho y le da una última mirada a la caja antes de apagar la lámpara.
Temprano en la mañana, luego de cepillarse los dientes y lavarse la cara,
colocó la caja de botones en el vestidor, junto a su alhajero y sus cepillos.
Ahora, se pregunta si debería ponerla más cerca. Solo para estar segura.
Se estira para encender la luz de
nuevo, pero se queda congelada cuando escucha el chirrido de una puerta
abriéndose sobre goznes que necesitan aceite. Inmediatamente reconoce el
sonido. Es la puerta de su armario.
Sin poder moverse, observa con
terror cómo una figura oscura emerge del closet. Intenta ladrar una advertencia
(Alto, tengo un arma! ¡Llamaré al 911!;
lo que sea para ganar un poco de tiempo) pero se da cuenta de que está
conteniendo el aliento. Recordando la caja de botones en el vestidor, se
deshace del grueso acolchado y se arrastra por la cama.
Pero el intruso es demasiado
veloz.
Él la embiste, sus poderosos
brazos tomándola por la cintura y luchando para tirarla otra vez en la cama.
Ella grita y se agita ante su atacante, arañándole el rostro, desgarrando el pasamontañas
que tiene puesto.
Gwendy ve su cara en el brillo de
la televisión y gime.
El intruso es Frankie Stone (por
alguna razón vivo de nuevo y luciendo exactamente como hace casi veinte años en
la noche cuando mató a su novio), pantalones anchos camuflados, lentes oscuros
y una remera ajustada, mostrando su estúpida sonrisa, cabello castaño grasiento
chorreando sobre sus hombros, una explosión de acné salpicando sus mejillas.
Él la da vuelta e inmoviliza a
Gwendy contra el colchón, y ella puede oler el rancio y asqueroso aliento a
alcohol cuando le susurra “Dame la caja, perra estúpida. Dámela ahora mismo o
te comeré viva”; y luego sus mandíbulas se abren imposiblemente enormes, y el
mundo entero se oscurece mientras Frankie Stone cierra su boca y la engulle.
20
Gwendy se yergue impetuosamente en
la cama, aferrando un manojo de sábanas bañadas en sudor contra su pecho y
luchando por respirar. Sus ojos se apresuran a la puerta del armario (está bien
cerrado) y luego al vestidor. La caja de botones está exactamente como la dejó,
inmóvil en la oscuridad con su mirada vigilante.
21
“¿Segura que no quiere despachar
su maleta, congresista Peterson?”
Gwendy mira al copiloto, quien se
había presentado minutos antes cuando ella abordó el jet privado de ocho asientos,
pero ya ha olvidado su nombre. “No, está bien. Guardé mi laptop y probablemente
me dedique a hacer algún trabajo mientras esté en el aire.”
“Muy bien,” dice él. “deberíamos
estar despegando en treinta minutos.” Él muestra una sonrisa confiada (una que
dice, Su vida está en mis manos, señora;
pero anoche dormí muy bien y solo hice un pequeño saque de cocaína esta mañana,
así que está todo bien) y se sumerge en la cabina.
Gwebdy bosteza y mira por la
ventanilla a la ajetreada pista. Lo último que desea durante el corto vuelo es
juguetear con su laptotp. Se encuentra exhausta por no haber dormido
profundamente la noche anterior. Aún no han transcurrido cuarenta y ocho horas
desde que la caja de botones regresó a su vida, y ella ya ha pasado del impacto
y la curiosidad a la ira y el resentimiento. Mira de reojo su maleta, encajada
debajo de la butaca que está frente a ella, y lucha contra el impulso de volver
a revisar la caja.
Entrecerrando los ojos, intenta
silenciar la voz obsesiva que rebota en el fondo de su cabeza, y repentinamente
los abre de nuevo cuando cae en la cuenta de que se está durmiendo. Hacerlo con
la caja desprotegida no sería una buena idea, se dice a sí misma.
“¿Está segura?” se pregunta de
repente en voz alta, sin quererlo. Mira otra vez la valija. El vuelo dura menos
de noventa minutos. ¿Qué es lo peor que podría pasar si se toma una siesta?
Ella no lo sabe y no tiene intenciones de averiguarlo. Ya podrá dormir cuando
llegue a su destino.
¿Está segura? Está pensando en la vieja película de Dustin Hoffman,
esa con el malvado dentista nazi. ¿Está
segura?
Cuando se trata de la caja de
botones, Gwendy conoce la respuesta. La caja nunca está segura. No realmente.
“Somos los segundos en despegar,
congresista,” dice el copiloto, asomándose por la cabina. “La tendremos en
Castle Rock unos minutos antes del mediodía.”
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