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Gwendy
abre sus ojos al oscuro silencio de la habitación, desorientada por la
ausencia de luz en la ventana, y momentáneamente olvida quién es ella. Se
escabulle en el baño para orinar y experimenta un pico de pánico en el pecho
cuando recuerda la cena con sus padres.
Después de guardar la caja de
botones en una caja de seguridad a prueba de incendios en la oficina que
comparte con Ryan, ella pasa los siguientes cinco minutos buscando sus llaves.
Finalmente las encuentra en el bolsillo dela chaqueta sobre el piso, y se
apresura hacia la puerta, decidida a no llegar tarde.
Conduciendo más rápido de lo
aconsejable en ese camino resbaladizo, se encuentra a una cuadra de la casa de
sus padres cuando vuelve a pensar en la caja. “Debería estar segura en la mini
bóveda,” dice en voz alta y se ríe.
Esa caja fuerte fue idea de su
marido. Convencido de que necesitaban un lugar donde guardar sus artículos
valiosos, él supervisó la compra e instalación de la SentrySafe unos meses
antes de mudarse al condominio. Por supuesto, siete años más tarde no había
nada dentro, salvo por un puñado de contratos, los papeles de un viejo seguro,
un sobre con algo de dinero, y una pelota de béisbol firmada por Ted Williams
dentro de un cubo de plástico. Y ahora, la caja de botones.
No puedo seguir cargándola conmigo a todas partes, piensa Gwendy,
girando en Carbine Street. Tampoco puedo tenerla en la casa, no cuando
vuelva Ryan. La había guardado en una caja de seguridad en el Banco de
Rhode Island durante sus cuatro años en Brown, y eso había funcionado. Tal vez
se diese una vuelta por Ahorros y Préstamos de Castle Rock la semana siguiente,
para ver qué tenían disponible.
Gwendy avista la cabaña de sus
padres más adelante en la distancia y le nace una sonrisa. Su padre realmente
se ha superado este año. Luces verdes, rojas y azules de Navidad delinean el
contorno del techo, y suben y bajan en espiral por las columnas del porche. Un
Santa Claus inflable gigante, iluminado por una serie de brillantes
reflectores, danza con la brisa en el centro del jardín frontal. Un reno de
nariz roja, también inflable, pace en la nieve a los pies de Santa.
Él hizo todo esto por mamá, cae en la cuenta Gwendy, entrando por
el acceso y estacionando detrás de la camioneta de su padre. Aún sonriendo,
sale y se dirige a la puerta. Ha vuelto a casa.
26
El
señor Peterson está preparando pollo y empanadillas para cenar, y los
tres se ponen al tanto de todo; desde las dos niñas perdidas hasta la inesperada
transformación de la vecina de enfrente, Betty Johnson, en una rubia platinada,
pasando por la racha de tres derrotas consecutivas de los Patriotas de New
England. La señora Peterson, luciendo mejor de lo que Gwendy la ha visto en
meses, se queja porque aún necesita tomar siestas diarias, y por los cuidados
excesivos de su esposo, pero lo hace con una sonrisa llena de gratitud y un
afectuoso pellizco en el antebrazo del señor Peterson. Ella está usando una
peluca diferente esta noche (un tono más oscuro y unas pulgadas más larga) de
la que Gwendy le vio la última vez que estuvo en su casa, y no solo la hace
lucir más saludable: también se la ve más joven. Su rostro se ilumina cuando
Gwendy se lo dice.
“¿Alguna novedad de Ryan?”
pregunta la señora Peterson mientras su marido se va a la cocina para silenciar
el temporizador del horno.
“No desde que llamó hace dos
noches,” dice Gwendy.
“¿Aún crees que llegará a tiempo
para Navidad?”
Gwendy sacude la cabeza. “No lo
sé, mamá. Todo depende de lo que pase allá. He estado viendo las noticias pero
no han reportado demasiado aún.”
El señor Peterson ingresa en el
comedor con una fuente cargada de bizcochos. “Vi al presidente Hamlin en la
tele esta tarde. Todavía no puedo creer que nuestra Gwendy trabaje con el
comandante en jefe.”
La señora Peterson le sonríe a su
hija y hace una mueca de fastidio. Ya ha escuchado este discurso. Muchas veces.
Ambas lo han escuchado.
“¿Has hablado con él en los
últimos tiempos” pregunta su padre, ansioso.
“Algunos de nosotros estuvimos en
una reunión con él y el vicepresidente la semana pasada,” dice Gwendy.
Su padre hierve de orgullo.
“Créeme,”
Como siempre, ella se siente tentada
de contarle a su padre la realidad de la situación: que el presidente Hamlin es
un sexista desagradable quien raramente mira a Gwendy a los ojos; en vez de
eso, se enfoca en sus piernas si lleva un vestido o en su pecho si lleva
pantalones. Que siempre intenta no pararse demasiado cerca del comandante en
jefe por su tendencia a tocarle el brazo y los hombros cuando le habla. También
siente deseos de contarle que el presidente es tonto como como una rosquilla y
que tiene un aliento horrible, pero no dice nada de eso. Al menos, no a su
padre. Con su madre, la historia es diferente.
“Me gustó lo que dijo de Corea del
Norte,” dice el señor Peterson. “Necesitamos un líder fuerte para tratar con
ese lunático.”
“Por ahora está actuando más como
un niño petulante que como un líder.”
Su padre la mira con dureza. “¿A
ti realmente no te cae bien, no?”
“No es que…” dice ella. Cuidado, chica. “Solo que no me gustan
sus políticas. Ha recortado fondos para la salud de los pobres cada año que ha
estado en funciones. Hizo lo mismo con los fondos federales para los análisis
del SIDA y reforzó las leyes anti-gay en todo el país. Encabeza un movimiento
para reducir el presupuesto de las artes en las escuelas públicas. Desearía que
se preocupase más por la gente y menos por ganar todas las discusiones.”
Su padre no dice nada.
Gwendy se encoge de hombros. “¿Qué
puedo decir? Es un muggle, papá.”
“¿Qué es un muggle?” pregunta él.
La señora Peterson le toca el
brazo. “De Harry Potter, querido.”
Él mira alrededor de la mesa.
“¿Harry quién?”
Esta vez su esposa le golpea el
brazo. “Oh, ya basta, tontuelo.”
Todos se ríen.
“Te engañé por un momento,” le
dice, guiñándole el ojo.
Por las próximas horas, Gwendy se
relaja y la caja de botones apenas cruza por su cabeza. Hay un momento breve,
cuando ella está parada frente a la ventana de la cocina observando el patio, y
alcanza a ver el viejo olmo como una torre en la distancia, y recuerda que una
vez escondió la caja en una pequeña grieta en la base del grueso tronco. Pero
el recuerdo abandona sus pensamientos tan rápido como llega, y en unos segundos
ella está de vuelta en la sala viendo Milagro
en la calle 34 y trabajando en un puzle con su padre.
27
“… inicialmente
ocurrió cuando militantes anti-independencia lanzaron un ataque sobre una
multitud de civiles desarmados.”
Una expresión de amarga sinceridad
se dibuja en el rostro del periodista del Canal Cinco, mientras en un banner se
lee ÚLTIMO MOMENTO: CRISIS EN TIMOR, subiendo desde el inferior de la pantalla.
“Los primeros informes hablan de violencia y derramamiento de sangre a lo largo
y ancho de todo el país, centrándose la lucha más encarnizada en la ciudad
capital de Dili. La lucha estalló luego de que la mayoría de los votantes de la
isla eligiesen independizarse de Indonesia. Ya se han reportado más de
doscientas víctimas civiles, y se espera que ese número aumente.”
Gwendy se sienta a los pies de la
cama, vestida con una larga bata de franela, la caja de botones acomodada en
una almohada a su lado, con sus filas de botones multicolores luciendo como
colmillos bajo el brillo de la televisión.
El conductor promete más noticias
de último momento desde Timor, en cuanto estén disponibles, y luego el Canal
Cinco se va a comerciales.
Al principio, Gwendy no se mueve,
incluso parece que no respira; luego se vuelve hacia la caja y con una voz
extraña e inexpresiva dice, “La curiosidad mató al gato.” Usa su meñique para
apretar la palanca de la derecha de la caja.
Aparece un delgado cajoncito de
madera en el centro, con un dólar de plata en él. Gwendy toma la moneda
reluciente y, sin mirarla, la coloca a su lado en la cama. El cajoncito se
esconde sin un sonido.
“Pero la satisfacción lo trajo de
vuelta,” recita con la misma extraña voz y presiona la otra palanca.
La bandeja de madera vuelve a
salir, esta vez ofreciendo un pequeño chocolate con la forma de un caballo.
Ella levanta el chocolate con dos
dedos firmes y lo observa maravillada. Llevándolo al rostro, cierra los ojos y
respira el dulce y extraordinario aroma. Sus ojos se abren perezosos y observan
el chocolate con una mirada de deseo. Se relame los labios, mientras éstos
comienzan a abrirse…
… y luego corre al baño, con
lágrimas cayendo de sus ojos, y tira el caballo de chocolate en el inodoro.
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