sábado, 19 de septiembre de 2020

"La pluma mágica de Gwendy" en español: capítulos 25, 26 y 27

 


25

Gwendy abre sus ojos al oscuro silencio de la habitación, desorientada por la ausencia de luz en la ventana, y momentáneamente olvida quién es ella. Se escabulle en el baño para orinar y experimenta un pico de pánico en el pecho cuando recuerda la cena con sus padres.

Después de guardar la caja de botones en una caja de seguridad a prueba de incendios en la oficina que comparte con Ryan, ella pasa los siguientes cinco minutos buscando sus llaves. Finalmente las encuentra en el bolsillo dela chaqueta sobre el piso, y se apresura hacia la puerta, decidida a no llegar tarde.

Conduciendo más rápido de lo aconsejable en ese camino resbaladizo, se encuentra a una cuadra de la casa de sus padres cuando vuelve a pensar en la caja. “Debería estar segura en la mini bóveda,” dice en voz alta y se ríe.

Esa caja fuerte fue idea de su marido. Convencido de que necesitaban un lugar donde guardar sus artículos valiosos, él supervisó la compra e instalación de la SentrySafe unos meses antes de mudarse al condominio. Por supuesto, siete años más tarde no había nada dentro, salvo por un puñado de contratos, los papeles de un viejo seguro, un sobre con algo de dinero, y una pelota de béisbol firmada por Ted Williams dentro de un cubo de plástico. Y ahora, la caja de botones.

No puedo seguir cargándola conmigo a todas partes, piensa Gwendy, girando en Carbine Street.  Tampoco puedo tenerla en la casa, no cuando vuelva Ryan. La había guardado en una caja de seguridad en el Banco de Rhode Island durante sus cuatro años en Brown, y eso había funcionado. Tal vez se diese una vuelta por Ahorros y Préstamos de Castle Rock la semana siguiente, para ver qué tenían disponible.

Gwendy avista la cabaña de sus padres más adelante en la distancia y le nace una sonrisa. Su padre realmente se ha superado este año. Luces verdes, rojas y azules de Navidad delinean el contorno del techo, y suben y bajan en espiral por las columnas del porche. Un Santa Claus inflable gigante, iluminado por una serie de brillantes reflectores, danza con la brisa en el centro del jardín frontal. Un reno de nariz roja, también inflable, pace en la nieve a los pies de Santa.

Él hizo todo esto por mamá, cae en la cuenta Gwendy, entrando por el acceso y estacionando detrás de la camioneta de su padre. Aún sonriendo, sale y se dirige a la puerta. Ha vuelto a casa.


 

26

El señor Peterson está preparando pollo y empanadillas para cenar, y los tres se ponen al tanto de todo; desde las dos niñas perdidas hasta la inesperada transformación de la vecina de enfrente, Betty Johnson, en una rubia platinada, pasando por la racha de tres derrotas consecutivas de los Patriotas de New England. La señora Peterson, luciendo mejor de lo que Gwendy la ha visto en meses, se queja porque aún necesita tomar siestas diarias, y por los cuidados excesivos de su esposo, pero lo hace con una sonrisa llena de gratitud y un afectuoso pellizco en el antebrazo del señor Peterson. Ella está usando una peluca diferente esta noche (un tono más oscuro y unas pulgadas más larga) de la que Gwendy le vio la última vez que estuvo en su casa, y no solo la hace lucir más saludable: también se la ve más joven. Su rostro se ilumina cuando Gwendy se lo dice.

“¿Alguna novedad de Ryan?” pregunta la señora Peterson mientras su marido se va a la cocina para silenciar el temporizador del horno.

“No desde que llamó hace dos noches,” dice Gwendy.

“¿Aún crees que llegará a tiempo para Navidad?”

Gwendy sacude la cabeza. “No lo sé, mamá. Todo depende de lo que pase allá. He estado viendo las noticias pero no han reportado demasiado aún.”

El señor Peterson ingresa en el comedor con una fuente cargada de bizcochos. “Vi al presidente Hamlin en la tele esta tarde. Todavía no puedo creer que nuestra Gwendy trabaje con el comandante en jefe.”

La señora Peterson le sonríe a su hija y hace una mueca de fastidio. Ya ha escuchado este discurso. Muchas veces. Ambas lo han escuchado.

“¿Has hablado con él en los últimos tiempos” pregunta su padre, ansioso.

“Algunos de nosotros estuvimos en una reunión con él y el vicepresidente la semana pasada,” dice Gwendy.

Su padre hierve de orgullo.

“Créeme,”

Como siempre, ella se siente tentada de contarle a su padre la realidad de la situación: que el presidente Hamlin es un sexista desagradable quien raramente mira a Gwendy a los ojos; en vez de eso, se enfoca en sus piernas si lleva un vestido o en su pecho si lleva pantalones. Que siempre intenta no pararse demasiado cerca del comandante en jefe por su tendencia a tocarle el brazo y los hombros cuando le habla. También siente deseos de contarle que el presidente es tonto como como una rosquilla y que tiene un aliento horrible, pero no dice nada de eso. Al menos, no a su padre. Con su madre, la historia es diferente.

“Me gustó lo que dijo de Corea del Norte,” dice el señor Peterson. “Necesitamos un líder fuerte para tratar con ese lunático.”

“Por ahora está actuando más como un niño petulante que como un líder.”

Su padre la mira con dureza. “¿A ti realmente no te cae bien, no?”

“No es que…” dice ella. Cuidado, chica. “Solo que no me gustan sus políticas. Ha recortado fondos para la salud de los pobres cada año que ha estado en funciones. Hizo lo mismo con los fondos federales para los análisis del SIDA y reforzó las leyes anti-gay en todo el país. Encabeza un movimiento para reducir el presupuesto de las artes en las escuelas públicas. Desearía que se preocupase más por la gente y menos por ganar todas las discusiones.”

Su padre no dice nada.

Gwendy se encoge de hombros. “¿Qué puedo decir? Es un muggle, papá.”

“¿Qué es un muggle?” pregunta él.

La señora Peterson le toca el brazo. “De Harry Potter, querido.”

Él mira alrededor de la mesa. “¿Harry quién?”

Esta vez su esposa le golpea el brazo. “Oh, ya basta, tontuelo.”

Todos se ríen.

“Te engañé por un momento,” le dice, guiñándole el ojo.

Por las próximas horas, Gwendy se relaja y la caja de botones apenas cruza por su cabeza. Hay un momento breve, cuando ella está parada frente a la ventana de la cocina observando el patio, y alcanza a ver el viejo olmo como una torre en la distancia, y recuerda que una vez escondió la caja en una pequeña grieta en la base del grueso tronco. Pero el recuerdo abandona sus pensamientos tan rápido como llega, y en unos segundos ella está de vuelta en la sala viendo Milagro en la calle 34 y trabajando en un puzle con su padre.


 

27

“… inicialmente ocurrió cuando militantes anti-independencia lanzaron un ataque sobre una multitud de civiles desarmados.”

Una expresión de amarga sinceridad se dibuja en el rostro del periodista del Canal Cinco, mientras en un banner se lee ÚLTIMO MOMENTO: CRISIS EN TIMOR, subiendo desde el inferior de la pantalla. “Los primeros informes hablan de violencia y derramamiento de sangre a lo largo y ancho de todo el país, centrándose la lucha más encarnizada en la ciudad capital de Dili. La lucha estalló luego de que la mayoría de los votantes de la isla eligiesen independizarse de Indonesia. Ya se han reportado más de doscientas víctimas civiles, y se espera que ese número aumente.”

Gwendy se sienta a los pies de la cama, vestida con una larga bata de franela, la caja de botones acomodada en una almohada a su lado, con sus filas de botones multicolores luciendo como colmillos bajo el brillo de la televisión.

El conductor promete más noticias de último momento desde Timor, en cuanto estén disponibles, y luego el Canal Cinco se va a comerciales.

Al principio, Gwendy no se mueve, incluso parece que no respira; luego se vuelve hacia la caja y con una voz extraña e inexpresiva dice, “La curiosidad mató al gato.” Usa su meñique para apretar la palanca de la derecha de la caja.

Aparece un delgado cajoncito de madera en el centro, con un dólar de plata en él. Gwendy toma la moneda reluciente y, sin mirarla, la coloca a su lado en la cama. El cajoncito se esconde sin un sonido.

“Pero la satisfacción lo trajo de vuelta,” recita con la misma extraña voz y presiona la otra palanca.

La bandeja de madera vuelve a salir, esta vez ofreciendo un pequeño chocolate con la forma de un caballo.

Ella levanta el chocolate con dos dedos firmes y lo observa maravillada. Llevándolo al rostro, cierra los ojos y respira el dulce y extraordinario aroma. Sus ojos se abren perezosos y observan el chocolate con una mirada de deseo. Se relame los labios, mientras éstos comienzan a abrirse…

… y luego corre al baño, con lágrimas cayendo de sus ojos, y tira el caballo de chocolate en el inodoro.


 

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