miércoles, 23 de septiembre de 2020

"La pluma mágica de Gwendy" en español: capítulos 32 y 33

 


32

El aire gélido se siente bien en los pulmones de Gwendy, y el ardor en sus piernas es como reencontrarse con un viejo amigo. Luego de dejar a su mamá en la casa, no quería otra cosa que llegar a su condominio e ir directo a su cama; pero su cerebro tuvo otras ideas. Especialmente después del susto que había vivido en el mal.

Sigue Pleasent Roads cuesta abajo por la colina ventosa, la calle bien iluminada y alegre con metros y metros de luces navideñas titilantes, hasta que llega a la ruta 117. Aquí el camino se hace más oscuro, solo hay algunos postes de luz solitarios que dibujan unos mortecinos círculos de enfermiza luz amarillenta sobre el suelo, y ella aumenta el ritmo, dirigiéndose hacia el viejo puente techado que cruza el arroyo Bowie.

Correr es, para Gwendy, tanto un acto de meditación como una forma de ejercicio. En los raros días de mal clima cuando se ve forzada a ejercitarse en la cinta sinfín o en el Stair Master de la Universidad, escucha música en su walkman Sony (generalmente algo alegre y divertido como Britney Spears o los Backstreet Boys, razón por la cual Ryan nunca se olvida de burlarse); pero durante sus excursiones en el exterior, casi siempre prefiere correr en silencio. Solo ella y sus pensamientos más profundos, los sonidos familiares de la ciudad o la campiña, y el golpeteo rítmico de sus zapatillas castigando el asfalto.

Esta noche, ella piensa en su marido.

Por supuesto, está preocupada por él y teme que no llegue a casa para Navidad; pero sabe que esas inquietudes están fuera de su control y son un poco egoístas. Ryan tiene trabajo que hacer, una tarea a veces peligrosa que ama con todo su corazón, y ella apoya esa pasión incondicionalmente, como él lo hace con la suya. Es parte de lo que hace que ambos funcionen tan bien juntos. En la vida diaria, ellos prefieren la simplicidad de la compañía mutua (un paseo por el bosque, un juego de rummy en la mesa de la cocina, una función doble en el autocine) antes que los eventos de etiqueta y las suntuosas inauguraciones de arte; pero cuando el trabajo llama ambos conocen las reglas. La verdadera pasión casi siempre viene acompañada de sacrificios.

¿Entonces por qué esta vez estoy angustiada? Se pregunta Gwendy, mientras se acerca al viejo puente. Este no es el primer contratiempo. Ryan ha debido marcharse docenas de veces desde que están juntos.

Una serie de respuestas pasan por su cabeza mientras corre: es por las festividades; es porque su madre aún se está recuperando de una enfermedad grave; porque la caja de botones ha regresado a su vida y ella no tiene idea de qué hacer con ella.

Gwendy considera la pregunta durante un rato más, luego elige la opción Todas Las Anteriores y retoma el paso, enfocándose en el camino que tiene por delante.

La luz de calle empotrada en las tablas exteriores del puente está a oscuras, debido seguramente a que se convirtió en el blanco de un pueblerino aburrido con un rifle calibre .22. La entrada se abre ominosa como una boca oscura y hambrienta, pero Gwendy no se detiene. Entra en el corazón del túnel a oscuras, rodeada por los ecos de sus pisadas veloces, recordando (como cuando era una niña) la leyenda del troll malvado que vivía debajo del puente.

Es solo una historia, se dice a sí misma, balanceando los brazos. Nada te va a atrapar. Nada saltará de las vigas para…

Está a unos metros de la salida cuando escucha un sonido en la oscuridad que se cierra a sus espaldas. Unos rasguños furtivos, como garras sobre el pavimento. Un dedo de terror recorre el largo de su columna. Ella no quiere girarse y mirar, pero no lo puede evitar. Un par de ojos anormalmente juntos, sin pestañear y sanguinolentos, la observan desde las sombras. Gwendy siente que sus piernas comienzan a flaquear y las obliga a mantenerse firmes, a medida que su aliento se acelera y agita. Cuando deja de mirar, ya ha salido del puente y está de nuevo bajo las estrellas, en la ruta 117.

Probablemente algún estúpido mapache, piensa Gwendy, esquivando un bache del camino. Inspirando profundamente el aire frío, sigue corriendo, ahora un poco más rápido, y no vuelve a mirar atrás.


 

33

Cumplidas todas sus compras navideñas, y con la correspondencia al día, Gwendy pasa el lunes y martes anteriores a Navidad enfrascada en una rutina perezosa, casi escandalosa. Para ella, al menos.

En la mañana del lunes, duerme hasta tarde (se despierta casi noventa minutos después de las seis, como acostumbra, luego de haberse obligado la noche anterior a apagar la alarma) y se queda en la cama hasta cerca del mediodía, viendo noticiarios y películas en el cable. Después de un lujoso y prolongado baño de espuma, prepara un almuerzo liviano y se retira al solárium, donde se estira sobre el sofá y alterna entre mirar por el ventanal y soñar despierta, mientras lee el nuevo thriller de Ridley Pearson hasta bien entrada la tarde. Una vez que el sol de diciembre comienza su inevitable declinación hacia el horizonte, marca la página, deja el voluminoso libro sobre una mesa y sube las escaleras para cambiarse de ropa. Luego agarra sus llaves y se va a cenar a la casa de sus padres.

Luego de casi tres meses de ausencia en la cocina, la señora Peterson finalmente se siente lista para volver a cocinar. Bajo la mirada vigilante de su marido, ella prepara y sirve una cacerola humeante de bistec stroganoff y una bandeja con forma de árbol navideño repleta de arrollados caseros. La comida es deliciosa, y la señora Peterson se muestra tan abierta y totalmente satisfecha consigo misma que su sonrisa le arranca unas lágrimas a su esposo.

Luego de cenar, Gwendy y su padre echan a la señora Peterson mientras levantan la mesa y lavan los platos. Luego se unen a ella para mirar Villancico de Navidad por televisión, y abren un nuevo rompecabezas.

Unos minutos antes de las nueve, Gwendy se despide de sus padres y regresa al condominio. Se plantea salir a correr, pero luego se arrepiente. En vez de eso, marca la combinación de tres dígitos de la caja fuerte y saca la caja de botones.

Le hace compañía a los pies de la cama mientras ella se pone una bata y se cepilla los dientes. Descubre que habla cada vez más y más con la caja, como hacía cuando era más joven. La caja no contesta, claro, pero ella está casi segura de que escucha – y observa. Antes de guardarla se sienta al borde del colchón, coloca la caja sobre regazo y aprieta la palanca que está junto al botón rojo. La delgada bandeja se desliza hacia afuera, portando un minúsculo mono de chocolate. Ella admira los detalles, y luego lentamente lo levanta hasta su nariz e inhala. Sus ojos se cierran. Al abrirlos de nuevo, se levanta y camina con decisión hasta el baño donde arroja el chocolate por el inodoro. A diferencia de la última vez, no hay pánico ni lágrimas. “¿Ves?” le dice a la caja cuando regresa al dormitorio, “Yo tengo el control aquí. No tú.” Y luego retorna la caja a la pequeña bóveda de seguridad y se va a dormir.

El martes es más o menos una repetición del día anterior, y hay momentos en que Gwendy no puede evitar el recuerdo de escenas de Hechizo de tiempo, esa tonta película que Ryan ama tanto.

Comienza el día durmiendo de nuevo hasta tarde y remoloneando en la cama la mayor parte de la mañana. Después toma un largo baño, termina la novela de Pearson poco antes del almuerzo, y devora los primeros cuatro capítulos de lo nuevo de John Grisham.

Su ánimo no es demasiado festivo, pero se obliga a sacar el árbol artificial y la caja de adornos de su rincón. Arma el árbol en la esquina de la sala y cuelga la corona del año pasado en la puerta. Cuando el ocaso desciende sobre Castle Rock, sube a cambiarse y se va a la casa de sus padres para otra dosis de cocina de mamá. En el menú de esta noche hay lasaña y ensalada, y Gwendy devora dos generosas porciones de cada una. Luego de cenar, ella y su padre se encargan una vez más de los platos, y después se unen a la señora Peterson en la sala de estar. La función de esta noche es Blanca Navidad; cuando la película llega a su fin y comienzan a pasar los créditos, el señor Peterson asombra tanto a su esposa como a su hija al enrollar sus pantalones, en su mejor imitación de Bing Crosby, y realizar la rutina completa de “Sisters”. La señora Peterson, sin darle crédito a sus ojos, colapsa en el sofá riendo tan fuerte que termina en un acceso de tos, haciendo que su marido corra a la cocina por un vaso de agua. Ella toma un largo trago, comienza a hipar y suelta un tremendo eructo – y los tres rompen en carcajadas delirantes otra vez. La fiesta termina poco después, y Gwendy vuelve a su casa acompañada por las ráfagas de nieve que bailan frente a los rayos de luz de los faros del auto.

Se toma su tiempo, conduciendo por el pueblo, y llega a su casa exactamente a las nueve y media, haciendo malabares con la pila de Tupperwares que su mamá le entregó, y que casi se le cae. Sobró suficiente lasaña, stroganoff y cheescake para bien entrado el año nuevo. Está luchando por abrir el refrigerador cuando suena su celular. Gwendy mira la mesada donde había dejado el teléfono junto a sus llaves y vuelve su atención al refrigerador. Desliza el recipiente más grande en el estante superior, junto a cartones medio vacíos de leche y jugo de naranja, y está tratando de hacer lugar en un estante más abajo cuando el celular suena otra vez. Ella lo ignora y guarda los otros dos recipientes, uno detrás del otro. El teléfono suena por tercera vez cuando Gwendy está cerrando la puerta del refrigerador, y es casi como si un rayo cayese del cielo y golpeara algún nervio dentro de ella.

Ella corre a atender, mirando al suelo.

“¿Hola? ¿Hola?”

Al principio no hay nada. Y luego, una explosión de estática.

“¿Hola?” dice de nuevo, embargada por el desaliento. “¿Hay alguien…?”

“Ey, bebé… Estaba por colgar.”

Cada músculo de su cuerpo se afloja, y debe apoyarse en la mesa para no caer. “Ryan…” dice, pero en un suspiro.

“¿Estás ahí, Gwen?”

“Aquí estoy, cariño. Feliz de oír tu voz.” Ahora llegan las lágrimas, derramándose en el rostro de la muchacha.

“Escucha… No sé cuánto aguantará esta línea. Ni siquiera hemos podido cumplir con los reportes de las revistas, ni de ningún diario… ayer… fuego por todo el lugar.”

“¿Estás bien, Ryan? ¿Estás a salvo?”

“Estoy bien. Quería decirte… cuidándome y haciendo lo imposible… volver a tu lado.”

“Te extraño horrores,” dice ella, incapaz de ocultar el dolor de su voz.

“Yo también te extraño, nena… sé cuándo podré llamarte de nuevo, pero lo intentaré… para Navidad.”

“Se está cortando.”

Unos chasquidos intermitentes de estática se apoderan de la línea. Gwendy aparta el teléfono de su oreja y espera que el sonido aminore. Entre el ruido, escucha la voz de su marido que se va desvaneciendo: “… te amo.”

Ella arrima otra vez el teléfono a su oreja. “¿Hola? ¿Sigues ahí? ¡Por favor cuídate, Ryan!” Ahora, está casi gritando.

La línea emite un crujido y queda en silencio. Ella sigue apretando el teléfono a oreja, escuchando y deseando oír una palabra más (cualquier cosa); pero nunca llega.

“Yo te amo más,” susurra, y corta la llamada.


 

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