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El
aire gélido se siente bien en los pulmones de Gwendy, y el ardor en sus
piernas es como reencontrarse con un viejo amigo. Luego de dejar a su mamá en
la casa, no quería otra cosa que llegar a su condominio e ir directo a su cama;
pero su cerebro tuvo otras ideas. Especialmente después del susto que había
vivido en el mal.
Sigue Pleasent Roads cuesta abajo
por la colina ventosa, la calle bien iluminada y alegre con metros y metros de
luces navideñas titilantes, hasta que llega a la ruta 117. Aquí el camino se
hace más oscuro, solo hay algunos postes de luz solitarios que dibujan unos
mortecinos círculos de enfermiza luz amarillenta sobre el suelo, y ella aumenta
el ritmo, dirigiéndose hacia el viejo puente techado que cruza el arroyo Bowie.
Correr es, para Gwendy, tanto un
acto de meditación como una forma de ejercicio. En los raros días de mal clima
cuando se ve forzada a ejercitarse en la cinta sinfín o en el Stair Master de
la Universidad, escucha música en su walkman Sony (generalmente algo alegre y
divertido como Britney Spears o los Backstreet Boys, razón por la cual Ryan
nunca se olvida de burlarse); pero durante sus excursiones en el exterior, casi
siempre prefiere correr en silencio. Solo ella y sus pensamientos más
profundos, los sonidos familiares de la ciudad o la campiña, y el golpeteo
rítmico de sus zapatillas castigando el asfalto.
Esta noche, ella piensa en su
marido.
Por supuesto, está preocupada por
él y teme que no llegue a casa para Navidad; pero sabe que esas inquietudes
están fuera de su control y son un poco egoístas. Ryan tiene trabajo que hacer,
una tarea a veces peligrosa que ama con todo su corazón, y ella apoya esa
pasión incondicionalmente, como él lo hace con la suya. Es parte de lo que hace
que ambos funcionen tan bien juntos. En la vida diaria, ellos prefieren la
simplicidad de la compañía mutua (un paseo por el bosque, un juego de rummy en
la mesa de la cocina, una función doble en el autocine) antes que los eventos
de etiqueta y las suntuosas inauguraciones de arte; pero cuando el trabajo
llama ambos conocen las reglas. La verdadera pasión casi siempre viene
acompañada de sacrificios.
¿Entonces por qué esta vez estoy angustiada? Se pregunta Gwendy,
mientras se acerca al viejo puente. Este no es el primer contratiempo. Ryan ha
debido marcharse docenas de veces desde que están juntos.
Una serie de respuestas pasan por
su cabeza mientras corre: es por las festividades; es porque su madre aún se
está recuperando de una enfermedad grave; porque la caja de botones ha
regresado a su vida y ella no tiene idea de qué hacer con ella.
Gwendy considera la pregunta
durante un rato más, luego elige la opción Todas Las Anteriores y retoma el
paso, enfocándose en el camino que tiene por delante.
La luz de calle empotrada en las
tablas exteriores del puente está a oscuras, debido seguramente a que se
convirtió en el blanco de un pueblerino aburrido con un rifle calibre .22. La
entrada se abre ominosa como una boca oscura y hambrienta, pero Gwendy no se
detiene. Entra en el corazón del túnel a oscuras, rodeada por los ecos de sus
pisadas veloces, recordando (como cuando era una niña) la leyenda del troll
malvado que vivía debajo del puente.
Es solo una historia, se dice a sí misma, balanceando los brazos. Nada te va a atrapar. Nada saltará de las
vigas para…
Está a unos metros de la salida
cuando escucha un sonido en la oscuridad que se cierra a sus espaldas. Unos
rasguños furtivos, como garras sobre el pavimento. Un dedo de terror recorre el
largo de su columna. Ella no quiere girarse y mirar, pero no lo puede evitar.
Un par de ojos anormalmente juntos, sin pestañear y sanguinolentos, la observan
desde las sombras. Gwendy siente que sus piernas comienzan a flaquear y las
obliga a mantenerse firmes, a medida que su aliento se acelera y agita. Cuando
deja de mirar, ya ha salido del puente y está de nuevo bajo las estrellas, en
la ruta 117.
Probablemente algún estúpido mapache, piensa Gwendy, esquivando un
bache del camino. Inspirando profundamente el aire frío, sigue corriendo, ahora
un poco más rápido, y no vuelve a mirar atrás.
33
Cumplidas
todas sus compras navideñas, y con la correspondencia al día, Gwendy
pasa el lunes y martes anteriores a Navidad enfrascada en una rutina perezosa,
casi escandalosa. Para ella, al menos.
En la mañana del lunes, duerme
hasta tarde (se despierta casi noventa minutos después de las seis, como
acostumbra, luego de haberse obligado la noche anterior a apagar la alarma) y
se queda en la cama hasta cerca del mediodía, viendo noticiarios y películas en
el cable. Después de un lujoso y prolongado baño de espuma, prepara un almuerzo
liviano y se retira al solárium, donde se estira sobre el sofá y alterna entre
mirar por el ventanal y soñar despierta, mientras lee el nuevo thriller de
Ridley Pearson hasta bien entrada la tarde. Una vez que el sol de diciembre
comienza su inevitable declinación hacia el horizonte, marca la página, deja el
voluminoso libro sobre una mesa y sube las escaleras para cambiarse de ropa.
Luego agarra sus llaves y se va a cenar a la casa de sus padres.
Luego de casi tres meses de
ausencia en la cocina, la señora Peterson finalmente se siente lista para
volver a cocinar. Bajo la mirada vigilante de su marido, ella prepara y sirve
una cacerola humeante de bistec stroganoff y una bandeja con forma de árbol navideño
repleta de arrollados caseros. La comida es deliciosa, y la señora Peterson se
muestra tan abierta y totalmente satisfecha consigo misma que su sonrisa le
arranca unas lágrimas a su esposo.
Luego de cenar, Gwendy y su padre
echan a la señora Peterson mientras levantan la mesa y lavan los platos. Luego
se unen a ella para mirar Villancico de
Navidad por televisión, y abren un nuevo rompecabezas.
Unos minutos antes de las nueve,
Gwendy se despide de sus padres y regresa al condominio. Se plantea salir a correr,
pero luego se arrepiente. En vez de eso, marca la combinación de tres dígitos
de la caja fuerte y saca la caja de botones.
Le hace compañía a los pies de la
cama mientras ella se pone una bata y se cepilla los dientes. Descubre que
habla cada vez más y más con la caja, como hacía cuando era más joven. La caja
no contesta, claro, pero ella está casi segura de que escucha – y observa. Antes de guardarla se sienta
al borde del colchón, coloca la caja sobre regazo y aprieta la palanca que está
junto al botón rojo. La delgada bandeja se desliza hacia afuera, portando un
minúsculo mono de chocolate. Ella admira los detalles, y luego lentamente lo
levanta hasta su nariz e inhala. Sus ojos se cierran. Al abrirlos de nuevo, se
levanta y camina con decisión hasta el baño donde arroja el chocolate por el
inodoro. A diferencia de la última vez, no hay pánico ni lágrimas. “¿Ves?” le
dice a la caja cuando regresa al dormitorio, “Yo tengo el control aquí. No tú.”
Y luego retorna la caja a la pequeña bóveda de seguridad y se va a dormir.
El martes es más o menos una
repetición del día anterior, y hay momentos en que Gwendy no puede evitar el
recuerdo de escenas de Hechizo de tiempo,
esa tonta película que Ryan ama tanto.
Comienza el día durmiendo de nuevo
hasta tarde y remoloneando en la cama la mayor parte de la mañana. Después toma
un largo baño, termina la novela de Pearson poco antes del almuerzo, y devora
los primeros cuatro capítulos de lo nuevo de John Grisham.
Su ánimo no es demasiado festivo,
pero se obliga a sacar el árbol artificial y la caja de adornos de su rincón.
Arma el árbol en la esquina de la sala y cuelga la corona del año pasado en la
puerta. Cuando el ocaso desciende sobre Castle Rock, sube a cambiarse y se va a
la casa de sus padres para otra dosis de cocina de mamá. En el menú de esta
noche hay lasaña y ensalada, y Gwendy devora dos generosas porciones de cada
una. Luego de cenar, ella y su padre se encargan una vez más de los platos, y
después se unen a la señora Peterson en la sala de estar. La función de esta
noche es Blanca Navidad; cuando la
película llega a su fin y comienzan a pasar los créditos, el señor Peterson
asombra tanto a su esposa como a su hija al enrollar sus pantalones, en su
mejor imitación de Bing Crosby, y realizar la rutina completa de “Sisters”. La
señora Peterson, sin darle crédito a sus ojos, colapsa en el sofá riendo tan
fuerte que termina en un acceso de tos, haciendo que su marido corra a la
cocina por un vaso de agua. Ella toma un largo trago, comienza a hipar y suelta
un tremendo eructo – y los tres rompen en carcajadas delirantes otra vez. La
fiesta termina poco después, y Gwendy vuelve a su casa acompañada por las
ráfagas de nieve que bailan frente a los rayos de luz de los faros del auto.
Se toma su tiempo, conduciendo por
el pueblo, y llega a su casa exactamente a las nueve y media, haciendo
malabares con la pila de Tupperwares que su mamá le entregó, y que casi se le
cae. Sobró suficiente lasaña, stroganoff y cheescake para bien entrado el año
nuevo. Está luchando por abrir el refrigerador cuando suena su celular. Gwendy
mira la mesada donde había dejado el teléfono junto a sus llaves y vuelve su
atención al refrigerador. Desliza el recipiente más grande en el estante
superior, junto a cartones medio vacíos de leche y jugo de naranja, y está
tratando de hacer lugar en un estante más abajo cuando el celular suena otra
vez. Ella lo ignora y guarda los otros dos recipientes, uno detrás del otro. El
teléfono suena por tercera vez cuando Gwendy está cerrando la puerta del
refrigerador, y es casi como si un rayo cayese del cielo y golpeara algún
nervio dentro de ella.
Ella corre a atender, mirando al
suelo.
“¿Hola? ¿Hola?”
Al principio no hay nada. Y luego,
una explosión de estática.
“¿Hola?” dice de nuevo, embargada
por el desaliento. “¿Hay alguien…?”
“Ey, bebé… Estaba por colgar.”
Cada músculo de su cuerpo se
afloja, y debe apoyarse en la mesa para no caer. “Ryan…” dice, pero en un
suspiro.
“¿Estás ahí, Gwen?”
“Aquí estoy, cariño. Feliz de oír
tu voz.” Ahora llegan las lágrimas, derramándose en el rostro de la muchacha.
“Escucha… No sé cuánto aguantará
esta línea. Ni siquiera hemos podido cumplir con los reportes de las revistas,
ni de ningún diario… ayer… fuego por todo el lugar.”
“¿Estás bien, Ryan? ¿Estás a salvo?”
“Estoy bien. Quería decirte…
cuidándome y haciendo lo imposible… volver a tu lado.”
“Te extraño horrores,” dice ella,
incapaz de ocultar el dolor de su voz.
“Yo también te extraño, nena… sé
cuándo podré llamarte de nuevo, pero lo intentaré… para Navidad.”
“Se está cortando.”
Unos chasquidos intermitentes de
estática se apoderan de la línea. Gwendy aparta el teléfono de su oreja y
espera que el sonido aminore. Entre el ruido, escucha la voz de su marido que
se va desvaneciendo: “… te amo.”
Ella arrima otra vez el teléfono a
su oreja. “¿Hola? ¿Sigues ahí? ¡Por favor cuídate, Ryan!” Ahora, está casi
gritando.
La línea emite un crujido y queda
en silencio. Ella sigue apretando el teléfono a oreja, escuchando y deseando
oír una palabra más (cualquier cosa); pero nunca llega.
“Yo te amo más,” susurra, y corta
la llamada.
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