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Cuarenta
y ocho horas de holgazanería (ella intenta decirse que no era vagancia,
sino relajación y distensión; pero no se lo cree) es todo lo que Gwendy puede
tolerar. El miércoles se despierta al amanecer y sale a correr.
Cae un aguanieve granulosa y los
caminos están resbalosos por el hielo; pero Gwendy no afloja, y sigue adelante
con la capucha de la sudadera bien ceñida a su rostro. Generalmente, correr por
el centro de Castle Rock es una experiencia reconfortante para Gwendy. Sigue su
ruta habitual: por Main Street, evitando las aceras llenas de nieve, pasa la
Municipalidad, la biblioteca y el Western Auto, rodeando el largo camino
alrededor del hospital y dirigiéndose a calle arriba después del salón de los
Caballeros de Columbia, y regresa hacia View Drive. Y tiene una sensación de
equilibrio en su vida, de pertenencia.
Ha viajado por todo el país debido a su trabajo (primero como ejecutiva, luego
como escritora/cineasta, y finalmente como servidora pública) pero solo hay un
Castle Rock, Maine. Tal y como su madre le ha dicho al extraño de sombrero
negro en el mal, este es su hogar.
Pero algo no está bien hoy.
Esta mañana ella se siente como
una visitante viajando por un paisaje extraño y poco amistoso. Su mente está
dispersa y distraída; sus piernas, lentas y pesadas.
Al principio ella achaca esta
sensación a la forma en que había terminado su conversación con Ryan la noche
anterior, tan abrupta e inquietante. Después de cortar, se durmió llorando de
preocupación.
Pero cuando pasa frente a la
estación del sheriff mientras corre calle arriba, se da cuenta de que es algo
totalmente diferente. Por primera vez, ella entiende cuánto le aterra la
difícil tarea que debe cumplir esa mañana.
35
La
primera impresión que Gwendy tiene de Caroline Hoffman es la de una
mujer acostumbrada a salirse con la suya.
Cuando Gwendy ingresa en la
estación de policía a las 9:50 (diez minutos antes de la reunión), espera que
los Hoffman no hayan llegado aún, así ella y el Sheriff Ridgewick tienen tiempo
para discutir la investigación.
En vez de eso, los tres la están
esperando en el salón de conferencias. No hay señales de Sheila Brigham, la
eterna ordenanza del departamento de policía de Castle Rock, así que el oficial
George Footman acompaña a Gwendy hasta el lugar de la reunión y cierra la
puerta al salir.
El Sheriff Ridgewick está sentado
en el costado de una larga y angosta mesa, con una silla vacía junto a él. El
señor y la señora Hoffman se encuentran frente a él, al otro lado de la mesa,
con una silla vacía separándolos. Ambos conforman una pareja interesante. Frank
Hoffman es de estatura media, usa lentes y lleva un traje marrón arrugado que
ha conocido mejores días. Tiene círculos oscuros alrededor de sus ojos y una
nariz fina que ha sido rota más de una vez. Caroline Hoffman es al menos siete
o diez centímetros más alta que su marido, y robusta y ancha de hombros y
pecho. Podría ser una mujer leñadora, algo no inusual en esta parte del mundo.
Usa tejanos y una camiseta gris de Harley Davidson con las mangas enrolladas.
El tatuaje de un ancla decora un fornido antebrazo.
“Perdón por la demora,” dice
Gwendy, sentándose junto al sheriff. Coloca su bolso de cuero en la mesa, pero
rápidamente lo quita y lo deja en el piso cuando se percata de que está
goteando nieve derretida. Usa la manga del suéter para limpiar el charquito que
había dejado.
“Buen día, congresista,” dice el
Sheriff Ridgewick.
“¿Ya podemos empezar?” pregunta la
señora Hoffman, mirando al sheriff con una mirada punzante.
“Seguro.”
Gwendy se inclina y extiende su
mano, primero al señor Hoffman y luego a su esposa. “Buen día, soy Gwendy
Peterson. Lamento mucho conocerlos en estas circunstancias.”
“Buen día,” dice el señor Hoffman
con una voz sorprendentemente grave.
“Sabemos quién es usted,” dice la
señora Hoffman, limpiándose la mano en el pantalón como si hubiese tocado algo
desagradable. “La pregunta es, ¿cómo nos va a ayudar?”
“Bueno,” dice Gwendy, “Haré lo que
esté dentro de mis posibilidades para ayudar a encontrar a su hija, señora
Hoffman. Si el Sheriff Ridgewick necesita…”
“Su nombre es Carla,” interrumpe
la mujerona, entrecerrando los ojos de nuevo. “Lo menos que puede hacer es
decir su maldito nombre.”
“Por supuesto. Haré lo que pueda
para encontrar a Carla. Si el sheriff necesita personal extra, me aseguraré de
que lo tenga. Si precisa de más equipo o vehículos, también me ocuparé. Lo que
sea que haga falta.”
La señora Hoffman mira al Sheriff
Ridgewick. “Lo que el sheriff necesita es alguien que venga y le enseñe a hacer
bien su trabajo.”
Gwendy se pone tensa. “Aguarde un
minuto, señora Hoffman…”
El sheriff toma a Gwendy del
antebrazo, haciéndola callar. Luego mira a los Hoffmans. “Amigos, sé que están
desesperados por respuestas. Entiendo que no estén felices con los progresos de
la investigación.”
La señora Hoffman ríe con sorna.
“Progresos.”
“Pero les aseguro que mis hombres
y yo estamos trabajando a tiempo completo para investigar cualquier indicio de
posible evidencia. Nadie descansará hasta que sepamos qué le sucedió a su
hija.”
“Es que estamos muy preocupados,”
dice el señor Hoffman. “Ambos estamos enfermos de preocupación.”
“Lo entiendo,” dice el sheriff.
“Todos lo entendemos.”
“Jenny Tucker, la de la
peluquería, dice que sus muchachos estuvieron revisando la granja Henderson
ayer,” dice la señora Hoffman. “¿Me quiere decir por qué?”
El sheriff suspira y sacude la
cabeza. “Jenny Tucker es la más chismosa del pueblo. Usted lo sabe.”
“Eso no quiere decir que mienta.”
“No, para nada. Pero en este caso no es verdad. Hasta donde sé, nadie ha
ido a la casa de los Henderson.”
“¿Por qué no?” presiona la mujer.
“Según escuché, estuvo preso en Shawshank cuando era joven.”
“Diablos, señora Hoffman, la mitad
de los trabajadores rústicos de Castle Rock estuvieron presos en algún momento.
No podemos andar revisando todas sus casas.”
“Díganos esto,” dice ella,
inclinando la cabeza al costado como un gallo enfurecido. “Y por una vez denos
una respuesta directa. ¿Qué tienen?
Después de una semana entera dando vueltas en círculos, ¿qué es lo que tienen?”
El Sheriff Ridgewick suelta un
largo suspiro. “Ya hablamos de esto. No puedo decirles más de lo que les he
dicho hasta ahora. Para proteger la integridad de la investigación…”
La señora Hoffman estrella un
pesado puño sobre la mesa, sorprendiendo a todos. “¡Patrañas!”
“Caroline,” dice el señor Hoffman,
“tal vez deberíamos…”
La mujer se vuelve hacia su marido
con los ojos en llamas. Las gruesas venas del cuello parecen que van a
explotar. “No tienen nada, Frank. Como te dije. No tienen una maldita cosa.”
Gwendy ha estado escuchando todo
con una sensación de asombro desconectado, como si estuviese en la primera fila
de la audiencia en un show vespertino. Pero algo dentro de ella se despierta.
Alza la mano en un esfuerzo por tomar control de la sala y dice, “¿Por qué no
nos tomamos un minuto y comenzamos de nuevo?”
Mirando a Gwendy, la señora
Hoffman se levanta repentinamente, tumbando la silla. “¿Por qué no te guardas
esa mierda optimista para los tipos de aquí que fueron lo suficientemente
tontos como para votarte?” Patea la silla, salpicando saliva por la comisura de
la boca. “¡Vienes aquí con tus ropas elegantes y tus botas de quinientos
dólares, tratando de deslumbrarnos como si fuéramos estúpidos o algo así!”
Abriendo de un portazo, abandona el recinto.
Gwendy se queda mirando fijamente
a la mujer con la boca abierta. “Yo no quise… Solo intentaba…”
El señor Hoffman se pone de pie. “Congresista,
sheriff, deben disculpar a mi esposa. Está muy alterada.”
“No hay problema,” dice el
sheriff, acompañándola a la puerta. “Nosotros entendemos.”
“Pido disculpas si algo que dije
empeoró las cosas,” dice Gwendy.
El señor Hoffman sacude la cabeza.
“Las cosas no pueden empeorar más, señora.” Mira con atención a Gwendy. “¿Usted
tiene hijos, congresista?”
Gwendy intenta tragar el nudo que
crece en su garganta. “No, no tengo.”
El hombre baja la vista y asiente,
pero no dice nada más. Luego sale del salón.
El Sheriff Ridgewik lo observa
alejarse y se vuelve a Gwendy. “Eso salió bien.”
Gwendy mira a su alrededor, sin
saber qué hacer. Todo ocurrió tan rápido que su cabeza está girando. Finalmente
espeta, “Yo compré estas botas en una barata.”
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