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Gwendy
pasa el resto de la tarde barriendo su casa, viendo las noticias por
cable y bebiendo mucho café. Horas antes, abandonó la oficina del sheriff
sintiéndose deprimida e incompetente en partes iguales, como si hubiera
decepcionado a todos en el salón. Obviamente había dicho algo que desató la ira
de la señora Hoffman, y el sheriff estaba
manejando bien a la pareja hasta que ella abrió su bocaza. Y ese comentario
petulante acerca de su ropa y sus botas… molestó a Gwendy. No debería haberla
incomodado, Gwendy lo sabía, pero lo había hecho. Después de varios años
volviendo a Castle Rock, se había acostumbrado a esas ironías ocasionales.
Venían incluidas en el paquete. Entonces, ¿por qué dejó que le afectara así?
“Bueno, no te quedes muda,” le
dice a la caja de botones. “idea algo y respóndeme.”
La caja la ignora. Está ahí (en la
mesa, junto a una taza semivacía de café y una guía de TV vieja) y le responde
con un silencio empecinado. Ella toma el control remoto y sube el volumen de la
televisión.
El presidente Hamlin está parado
donde comienza el césped de la Casa Blanca, cruzado de brazos en actitud
desafiante, mientras el helicóptero Marine Uno zumba en el fondo. “… y si continúan
con estas amenazas contras los Estados Unidos de América,” dice, mostrando su
mejor ara de tipo rudo a la cámara, “no tendremos más alternativa que responder
a la agresión con agresión. Este gran país no retrocederá.”
Gwendy observa con escepticismo.
“Jesús, piensa que está en una película.”
Su celular suena. Ella sabe que es
demasiado pronto para que sea Ryan de nuevo, pero igual se tira sobre el sofá y
agarra el aparato. “¿Hola?”
“Hola Gwen, es papá.”
“Justo estaba pensando en
ustedes,” dice ella, silenciando la televisión. “¿Necesitan que lleve algo para
la cena?”
Hay una breve pausa antes de la
respuesta. “Era por eso que te llamaba. ¿Te molestaría mucho si cancelamos esta
noche?”
“Claro que no,” dice ella,
sentándose. “¿Está todo bien?”
“Todo en orden. Solo que mamá está
algo agotada después de su cita con el doctor esta tarde. A decir verdad, yo
también.”
“¿Quieres que busque algo en
Pazzano’s y se los lleve? No tendría problema.”
“Eres un amor; pero no, estamos
bien. Voy a calentar algo de lasaña y nos iremos a la cama temprano.”
“Ok, pero llámame si cambian de
idea. Y dale un beso a mamá.”
“Lo haré, cariño. Gracias por ser
tan buena hija.”
“Buenas noches, papá.”
Gwendy cuelga y mira el árbol de
Navidad parado en el rincón. Una serie de luce se han apagado. “Sí, una hija
genial… Olvidé por completo que ella tenía cita con el doctor hoy.” Se levanta,
da unos pasos hacia el centro del recinto y luego se detiene. Repentinamente
siente deseos de llorar, y no simples sollozos. Tiene ganas de caer de
rodillas, enterrar el rostro en las manos y llorar hasta desmayarse.
Con una opresión creciéndole en el
pecho, Gwendy se tira otra vez en el sofá. Esto
es patético, piensa, limpiándose las lágrimas con el canto de las manos. Absolutamente patético. Tal vez un baño
caliente y un vaso de vino puedan…
Y entonces mira a la caja de
botones.
37
Gwendy
no puede recordar la última vez que salió a correr dos veces en un día.
Si tuviese que adivinar, diría que fue cuando tenía doce años, el mismo verano
en que Frankie Stone comenzó a llamarla Goodyear y ella decidió finalmente
hacer algo acerca de su peso. Ella corría casi a todos lados ese verano: a la
tienda de la esquina a buscar huevos y pan para su madre, a la casa de Olive
para escuchar discos y hojear el último número de la revista Teen y, por supuesto, cada mañana
(incluso los domingos) subía corriendo las Escaleras Suicidas hasta el parque
Castle View. Cuando la escuela comenzó en septiembre, Gwendy había perdido casi
siete kilos de grasa y la caja de botones estaba escondida en lo profundo de su
armario. Luego de eso, la vida nunca volvería a ser lo mismo para ella.
Esta noche, ella trota a buen
ritmo por el medio de la ruta 117, disfrutando la sensación de su corazón
bombeando en el pecho. La nieve dejó de caer varias horas antes, alrededor de
la hora de la cena, y las barredoras están ocupadas despejando los cordones
cunetas de la calle a última hora. Los caminos principales están
inquietantemente vacíos y silenciosos. Al pie de la colina, ella pasa junto a
un grupo de hombres con cascos y chalecos anaranjados de la municipalidad de
Castle Rock. Uno de ellos arroja la pala con la que trabaja y le dedica un
entusiasta aplauso. Ella le sonríe y alza los pulgares, mientras sigue
corriendo.
La pequeña chocolatina que le
entregó la caja tenía la forma de un búho, y Gwendy la observa fascinada ante
los asombrosos detalles (las líneas de cada pluma, la punta del pico, las
sombras oscuras que rodean sus ojos) antes de llevarla a la boca y dejar que se
disuelva en la lengua.
Hubo un momento de completa satisfacción (por qué, no lo sabe; tal
vez por todo) y luego una ráfaga de
deslumbrante lucidez y energía que atraviesa todo su cuerpo. De repente ella no
solo deja de tener ganas de llorar; todo su cuerpo se siente más liviano, su
visión parece más aguda, y los colores de su casa lucen más brillantes y
vibrantes. ¿Así sucedía cuando ella era más joven? No lo puede recordar. Todo
lo que sabía era que repentinamente sentía que le salían alas, y podía volar al
cielo y tocar la luna. Ella inmediatamente se puso ropas deportivas y
zapatillas, y salió afuera.
No, no inmediatamente, recuerda
cuando pasa por la estación Sunoco hacia Main Street y el centro del pueblo.
Antes había ocurrido algo.
En medio de todos esos gratos sentimientos,
esos maravillosos sentimientos, de
repente se encontró mirando fijamente el botón rojo de la izquierda de la caja,
y luego extendió lentamente un dedo y lo tocó, acariciando su superficie
pulida; y la idea de apretarlo y borrar al presidente Richard Hamlin de la faz
de la tierra germinó en el fondo de su cerebro como el jirón de un sueño
olvidado justo antes de despertar.
Wow, chica, susurró una vocecilla dentro de su cabeza. Cuidado con lo que sueñas porque esa caja
puede escuchar tus pensamientos. No lo dudes ni por un segundo.
Luego, y solo luego, ella apartó
cuidadosamente su dedo y subió a cambiarse para ir a correr.
38
Al
día siguiente, amanece despejado y frío. Un viento enérgico sopla desde
el este, silbando entre las copas de los árboles y levantando montoncitos de
nieve contra las ruedas de los autos estacionados y los costados de los
edificios. Bajo el brillo del sol mañanero, la alfombra de nieve escarchada es
casi demasiado brillante para mirarla.
Gwendy lleva su auto hasta la
esquina del estrecho desvío de la carretera y se quita los lentes de sol. Media
docena de vehículos de la policía se encuentra aparcada en una fila escalonada
frente a ella. Un grupo de oficiales uniformados se amontona entre dos de los
autos, con las cabezas gachas, perdidos en la conversación. Un campo abierto de
tal vez quince o veinte acres rodeado por un espeso bosque se extiende al
costado derecho del camino. Gruesos árboles se apretujan del otro lado,
bloqueando los rayos del sol y bajando la temperatura al menos diez grados.
El Sheriff Ridgewick avista el
auto de la muchacha y se aparta del grupo de hombres. Comienza a caminar en su
dirección, por lo que Gwendy sale y lo encuentra a mitad de camino.
“Gracias por venir con tan previo
aviso,” dice él. “Creí que querrías estar aquí.”
“¿Qué sucede?” pregunta ella,
subiendo la cremallera de su pesada campera. “¿Encontraron a las niñas?”
“No.” Dirige su vista al campo
abierto. “Aún no. Pero encontramos la sudadera que Carla Hoffman llevaba la noche
que desapareció.”
Ella mira alrededor. “¿Aquí
afuera?”
El hombre asiente y señala a la
esquina noreste del campo. Gwendy sigue al dedo y, entrecerrando los ojos,
apenas puede ver un par de figuras oscuras camufladas por el fondo de árboles.
“Uno de mis hombres la vio esta mañana. El viento soplaba tan fuerte que de
hecho se estaba moviendo sobre el campo. Eso fue lo que llamó su atención. Eso
y el color.
“¿Color?”
“Sabemos por el hermano mayor de
Carla que ella llevaba una sudadera rosada Nike la noche que la secuestraron. El
oficial vio algo pequeño y rosado dando tumbos en el campo, y estacionó. Al
principio pensó que solo era una bolsa de plástico. El viento sopla fuerte hoy,
estos árboles forman una especie de túnel de viento y toda clase de basura
termina aquí. Latas vacías. Cartones de comida rápida. Bolsas de plástico, de
papel, lo que se te ocurra.”
“Me parece que tu oficial se
merece un aumento por haberse bajado a revisar.”
“Es un buen hombre.” El sheriff
mira fijamente a Gwendy. “Todos mis hombres y mujeres lo son.”
“¿Y ahora qué pasará?”
“El equipo de evidencia está allí
revisando la sudadera. El oficial Footman se encuentra juntando un grupo de gente
para realizar un rastreo en el área circundante. Si quieres, puedes ayudar. La
mitad del pueblo probablemente aparecería si se lo permitiésemos.”
Gwendy asiente. “Creo que lo haré.
En el auto tengo un gorro y un par de guantes.”
“Vaya forma de pasar el día antes
de Navidad.” Él suspira profundamente. “Como sea, capaz que falta una hora más
o menos para que empecemos. Podrías meterte y encender la calefacción.”
Comienza a dirigirse hacia los otros hombres. “Hay café y donas en uno de los
patrulleros, si quieres.”
Gwendy no presta atención a la
oferta. Está observando el campo cubierto de nieve, con el ceño fruncido.
“Sheriff… si el oficial encontró la sudadera volando por sobre la nieve, y
recién paró de nevar ayer por la tarde, significa que la remera fue dejada en
las últimas…” Piensa. “Dieciséis horas, más o menos.”
“Tal vez,” dice. “A menos que
hubiera estado a resguardo en algún lugar y el viento la hubiese soltado luego
de que la nieve paró.”
“Oh,” dice Gwendy. “No pensé en
eso.”
“Todo lo que sé es que no hay
casas a tres millas de nosotros, y este desvío es usado principalmente por
cazadores. O encontramos la sudadera por casualidad, o querían que la
encontráramos.” Mira a los hombres reunidos entre los autos y vuelve la vista a
Gwendy. “Yo apuesto por lo segundo.”
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