sábado, 26 de septiembre de 2020

"La pluma mágica de Gwendy" en español: capítulos 39 y 40

 


39

El Sheriff Ridgewick tiene razón en algo: la mitad de Castle Rock se suma a la búsqueda. Al menos, eso le parece a Gwendy cuando toma su lugar en el largo arco de gente, la mayoría de las mujeres vestidas con abrigos coloridos y botas, la mayoría de los hombres usando el uniforme estándar de un varón adulto de Nueva Inglaterra: el camuflaje. Mientras comienzan a rastrear el campo, Gwendy mira alrededor y ve gente vieja junto a parejas jóvenes, y parejas jóvenes caminando al lado de chicos universitarios y de la preparatoria. Incluso bajo estas sombrías circunstancias, ese cuadro le provoca una breve sonrisa. A pesar de su oscura historia e idiosincrasia, Castle Rock sigue siendo un lugar que se preocupa por los suyos.

Las instrucciones del sheriff son simples: caminar despacio, lado a lado, con no más de cinco o seis pies de separación entre personas; si se encuentra algo, cualquier cosa, no tocarla ni acercarse; llamar a un oficial e irán corriendo.

Gwendy observa el terreno cubierto de nieve frente a ella, forzando deliberadamente sus pies a que se muevan, apurando el paso a pesar de la gélida temperatura. Sus mejillas arden y sus ojos lagrimean por el azote constante del viento. Por primera vez esa mañana, sus pensamientos vuelven a la caja de botones. Ella sabe que comer el chocolate fue un error, un momento de debilidad, y está decidida a que no vuelva a ocurrir. Seguro, la hizo sentirse mejor la noche anterior (bueno, para ser honesta, más que eso). Y cuando se miró en el espejo del baño esta mañana (sintiéndose más descansada y con el alma más purificada de lo que se había sentido en meses), y viendo que los oscuros círculos que se habían alojado bajo sus ojos las últimas semanas habían desaparecido, de repente los chocolates mágicos no parecían una mala idea.

Pero luego recordó su dedo acariciando la superficie lisa del botón rojo y la vocecilla susurrando en su cabeza: Cuidado con lo que sueñas porque esa caja puede escuchar tus pensamientos. Ella escapó de ese recuerdo e intentó alejarlo lo más posible.

“Gwendy, querida,” dice una voz, arrancándola de sus pensamientos. “¿Cómo está tu madre?”

Gwendy levanta la cabeza y mira, primero a la derecha, luego a la izquierda. Una mujer mayor, unos puestos más allá en la línea, levanta una mano enguantada y saluda.

“¡Señora Verril! No la había visto.”

La mujer le sonríe. “Está bien, querida. Es difícil saber quién es quién cuando está toda arropada así.”

“Mamá está mucho mejor. Gracias por preguntar. Ha vuelto a cocinar y está lista para echar a mi papá de la casa, así tiene algo de paz y tranquilidad.”

La señora Verril se cubre la boca y suelta una risita. “Bueno, por favor envíale mis saludos y dile que me encantaría pasar a verla en algún momento.”

“Lo haré, señora Verril. Estoy segura de que le encantará verla.”

“Gracias querida.”

Gwendy sonríe y regresa su atención al campo de nieve impoluta que se extiende frente a sus ojos. Calcula que faltan otros cuarenta y cinco o cincuenta y cinco metros antes de llegar a la línea de árboles. ¿Y luego qué? piensa. ¿Pegamos la vuelta o seguimos adelante? Debe haberse perdido esa parte de las indicaciones.

Sintiendo que el hombre a su derecha la está observando, Gwendy mira en su dirección. Tiene razón; sus ojos marrones se encuentran observándola detenidamente. El hombre es joven, unos veinte años, algo desabrigado con una camiseta de franela por fuera del pantalón y una gorra de béisbol de los Buffalo Bills. De repente el hombre sonríe más allá de ella. “Te dije que era ella, pa.”

“¿Disculpa?” dice la muchacha, confundida.

Una voz calmada a su izquierda dice, “Estaba seguro que era demasiado joven para ser gobernadora… o senadora.”

Gwendy voltea la cabeza a la derecha, y la vuelve a la derecha. “Yo no… no soy ninguna de las dos cosas.”

El hombre más viejo se rasca la barbilla sin afeitar. “¿Entonces qué eres?”

“Soy una…”

“Ella es una congresista,” dice el hombre joven con un poco de vergüenza. “Ya te lo había dicho.”

“Me temo que estoy perdida,” dice Gwendy, exasperada. “¿Nos conocemos?”

“No, señora. Mi nombre es Lucas Brown y ese de allí es mi padre.”

“Charlie,” dice el viejo, poniendo la mano en el estómago y haciendo una reverencia. “Tercera generación de Castle Rock.”

“Espere un momento, o sea que su nombre es… ¿Charlie Brown?”

El hombre vuelve a inclinarse. “A sus órdenes.”

El más joven gruñe y se sonroja aun más.

En realidad son agradables, piensa Gwendy.

“De cualquier forma, la vi cuando el sheriff estaba hablando,” dice Lucas. “Codeé a mi pa y le dije quién eras.” Miró a su padre con el mentón levantado. “Pero no me creyó.”

“No lo hice, debo admitirlo,” dice él, levantando la mano. “Creí que tenías que ser mucho más grande para trabajar en un puesto de alto rango en el gobierno.”

Gwendy le ofrece una ancha sonrisa. “Bueno, lo tomaré como un cumplido. Gracias.”

Radiante, el viejo saca pecho. “Mi chico es el listo de la familia. Dos años de universidad en Buffalo… antes de que se metiese en un problemita. Pero pronto volverá a terminar lo que comenzó, ¿cierto hijo?”

Lucas, quien de repente pareciera querer estar en cualquier otro lugar menos allí, asiente con la cabeza. “Sí señor. Algún día.”

“Bueno, es un placer conocerlos,” dice Gwendy, ansiosa por terminar la conversación. “Siempre es agradable conocer…”

“¿Qué es eso?” pregunta Lucas, señalando un pequeño objeto oscuro que emerge de los árboles. Por la fila de rastreadores va creciendo un murmullo. La gente comienza a señalar. Alguien del extremo izquierdo rompe filas y va tras el objeto, resbalando y dando de cara contra la nieve. Varios ríen sarcásticamente.

Al principio, Gwendy piensa que es una bolsa de plástico, como había dicho el sheriff antes. Tiene el mismo tamaño y forma, y vuela con el viento, arriba, abajo, girando en pequeños círculos, dando tumbos en el suelo y levantándose de nuevo.

Pero luego, en medio del campo, el objeto inexplicablemente cambia de dirección en medio vuelo. Girando bruscamente a la derecha, se dirige directamente hacia ella

… y Gwendy recuerda repentinamente una tempestuosa y dorada tarde de abril que ella alguna vez pasó junto a un muchacho que amaba, volando cometas, tomándose de las manos t sintiendo que su felicidad duraría para siempre y…

En ese momento, ella comprende que es un sombrero lo que se precipita hacia ella en el flagelante viento. Un pequeño y pulcro sombrero negro.

El objeto oscuro de repente vira a la izquierda, alejándose de ella a una velocidad increíble; y por un momento fugaz y esperanzador Gwendy cree estar equivocada, solo es una bolsa. Pero el viento arremete de nuevo y lo trae de vuelta, cada vez más cerca, desviándose y dando volteretas por el campo congelado directamente hasta sus pies…

…donde Lucas Browne, adelantándose y dándole un pisotón, termina abruptamente con su largo viaje.

“¿Podrías mirar eso?” dice Charlie Browne, con los ojos abiertos como dólares plateados de 1891. Se agacha y lo levanta.

“¡Alto!” gita Gwendy. “¡No lo toquen!”

El hombre viejo aparta su mano y la mira. “¿Por qué no?”

“Podría… podría ser evidencia.”

“Oh, cierto,” dice él, enderezándose y dándose una buen palmada en la sien.

Una pequeña multitud los está rodeando en ese momento.

“¿Qué es eso?”

“¿Es lo que yo pienso?”

“¿Vieron ese movimiento repentino? Como si alguien lo estuviera manejando por control remoto.”

El oficial Footman se aproxima a través de los espectadores. “¿Qué tenemos aquí?”

“Lo siento, oficial,” dice Lucas, quitando la bota del objeto. “Era la única forma de pararlo.”

El oficial no dice nada. Se arrodilla en la nieve y examina el objeto con detenimiento.

Por supuesto, no es una bolsa de compras.

Es un sombrero. Un pequeño y discreto sombrero negro.

Deslucido por el tiempo, gastado en los bordes, con un tajo de ocho centímetros en la copa aplastada.

“Esta cosa ha estado aquí desde hace mucho tiempo,” dice el oficial, poniéndose de pie. “No nos sirve.” Se aleja, y la gente comienza a dispersarse.

Gwendy no se mueve. Mordiéndose el labio, observa el sombrero negro, casi hipnotizada por su visión, sin percatarse de que Charlie Browne y su hija la están mirando. ¿Farris está enviando algún mensaje? ¿O está jugando conmigo? ¿Recuperando el tiempo perdido?

Se inclina para ver mejor al sucio sombrero, y un golpe de viento lo levanta arrojándolo lejos, precipitándolo hacia la carretera. Sube y sube, luego cae al piso rodando como un frisbee por varios metros antes de tomar vuelo otra vez.

Gwendy se queda inmóvil en medio del campo cubierto de nieve, los ojos alzados hacia el cielo, y mira cómo el sombrero negro desaparece tras los árboles más allá de la carretera. Cuando se da vuelta, la cadena de rastreadores se ha ido sin ella.


 

40

El Cementerio Homeland es el más grande y bonito de los tres camposantos de Castle Rock. En el frente hay altos portones de hierro con cerradura, pero solo se usa dos veces al año: durante la noche de graduación de la preparatoria, y en Halloween. El Sheriff George Bannerman está enterrado en Homeland, como también Reginald “Pop” Merrill, uno de los ciudadanos más infames (y desagradables) del pueblo.

Gwendy conduce a través de las suntuosas puertas en el momento en que el sol se pone sobre el horizonte, y no puede precisar si el cementerio, con sus suaves colinas, sus monumentos de piedra y sus sombras crecientes, luce tranquilo o amenazante. Se dice que tal vez sea ambas, aparcando junto al parque central. Tal vez ambas.

Sabiendo a dónde se dirige, camina directamente, forzando su camino a través de la  nieve que le llega hasta las rodillas, hacia un conjunto de lápidas dispersas que descansan en la cima de una colina escarpada, bordeada por un pequeño grupo de pinos. Hay manchones de tierra desnuda allí donde las gruesas ramas de los árboles han evitado que la nieve se acumule. Las copas se balancean adelante y atrás, susurrándose secretos entre ellas en la fría brisa.

 Gwendy se detiene frente a una pequeña lápida en la última fila. Los árboles crecen muy juntos, bloqueando la desfalleciente luz solar y echando sombras en el suelo, pero ella sabe de memoria lo que está esculpido en el mármol:

OLIVE GRACE KEPNES

1962 – 1979

Nuestro ángel amado

Elle echa una rodilla en la nieve, de poca altura en ese lugar, y marca los surcos con las puntas de los dedos desnudos. Como siempre, piensa que quienquiera que haya estado a cargo de la inscripción hizo un trabajo bastante mediocre. ¿Dónde estaban las fechas exactas del nacimiento y muerte de Olive? Esos datos eran importantes y deberían haber sido incluidos. ¿Y qué decía ese “Nuestro ángel amado” de la verdadera Olive Kepnes? Nada. No decía nada en absoluto para mantener su recuerdo vivo. ¿Por qué no mencionaba que Olive tenía una risa contagiosa, y sabía de Peter Frampton más que nadie en el mundo? ¿O que era una experta en todo tipo de dulces y malas películas de terror de la trasnoche? ¿O que quería ser veterinaria?

Gwendy se arrodilla en la nieve (los pies entumecidos a pesar de las botas impermeables, gracias a las horas de búsqueda infructuosa un rato antes) y pasa un tiempo con su vieja amiga hasta que las manchas de sombras se funden en una sola; entonces se despide y regresa hacia su auto lentamente en la oscuridad.


 

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