lunes, 28 de septiembre de 2020

"La pluma mágica de Gwendy" en español: capítulos 44 y 45

 


44

Desde que Gwendy tiene memoria, los Peterson han asistido a la Misa de vísperas de Navidad de las 7:00 PM en la iglesia católica de Nuestra Señora de las Aguas Serenas, y luego cruzan el pueblo hacia la fiesta anual de los Bradley. Cuando era niña, Gwendy acostumbraba pasar el soñoliento viaje de vuelta con la cabeza recostada sobre el frío vidrio de la ventanilla trasera, buscando en el cielo nocturno una señal de la nariz roja de Rodolfo.

El servicio de la iglesia dura esta noche poco más de una hora. Hugh y Blanche Goff, vecinos de toda la vida de los Peterson, llegan unos minutos tarde. Gwendy hace lugar alegremente para ellos en el banco. La señora Goff huele a naftalina y pastillas de menta, pero a Gwendy no le importa. Los Goff nunca pudieron tener hijos, y ella es como una especie de hija sustituta para ellos.

Gwendy cierra los ojos y se pierde en el sermón del padre Lawrence; su voz tranquilizadora es tan parte de los recuerdos de su infancia como los chapuzones de los sábados por la mañana junto a Olive Kepnes en el natatorio de Castle Rock. Pocas de las historias del sacerdote son nuevas para ella, pero no obstante encuentra sus palabras reconfortantes. Gwendy descubre una alegría pura en el rostro de su madre, mientras la señora Peterson canta junto al coro y, poco después, suelta una risita cuando el señor Goff deja escapar una ventosidad durante la Sagrada Comunión, ganándose un gentil levantamiento de cejas de su padre.

Al terminar el servicio, los Peterson salen junto con el resto de la congregación y se quedan afuera, en la entrada principal de la iglesia, charlando con amigos y vecinos. Las felicitaciones más cálidas son para la mamá de Gwendy, ya que es su primera visita a la iglesia en semanas. Sin embargo, hay una excepción. El padre Lawrence abraza efusivamente a Gwendy y literalmente la levanta del suelo. Antes de desaparecer en la rectoría, le hace prometer que volverá pronto. Una vez que la muchedumbre se dispersa, Gwendy acompaña al señor y la señora Goff hasta su auto y luego sigue a sus padres hasta la mansión de los Bradley en Willow Street.

Anita Bradley (según los rumores que han corrido envidiosamente por Castle Rock desde hace tres décadas) se casó con un hombre viejo y rico. Luego de que su esposo Lester, un exitoso empresario maderero diecinueve años mayor, sufriera un infarto fatal en 1991, muchos pensaron que, una vez terminados los servicios fúnebres y los asuntos legales, Anita empacaría y se largaría a las doradas costas de Florida o, incluso, a alguna isla. Pero se equivocaron. Castle Rock era su hogar, insistía Anita, y no se iría a ningún lugar.

Resultó que su permanencia fue algo muy bueno para el pueblo. Anita había pasado los casi nueve años desde la muerte de su marido donando su tiempo y dinero a una larga lista de organizaciones de caridad locales, ofreciendo su experiencia de costurera a la Sociedad Dramática de la Secundaria de Castle Rock, y ejerciendo la dirección del Comité de Benefactores de la biblioteca. También preparaba una muy deliciosa tarta de manzanas, que vendía durante todo el verano en la Pastelería de Nora.

Una sonriente y algo achispada Anita (con su largo cabello plateado peinado en una especie de torre de tres pisos que desafiaba la gravedad) da la bienvenida a la familia Peterson con delicados abrazos y suaves (sin mencionar ásperos) besos en las mejillas. La casa de tres plantas se extiende por más de dos mil metros cuadrados en la cima de una colina rocosa, y posee habitaciones enteras repletas de antigüedades del siglo pasado. Gwendy siempre ha sentido terror de romper algo valioso. Toma los abrigos de sus padres y, agregando el suyo, los deja envueltos sobre un sofá victoriano en la biblioteca. Después se dirige al bullicioso y enorme salón principal, buscando rostros familiares, ansiosa por hacerse ver y luego marcharse a casa.

Pero, como suele ocurrir en Castle Rock, es difícil encontrar rostros familiares de su edad. La mayoría de los amigos de secundaria de Gwendy nunca regresaron a La Roca después de la universidad. Como ella, muchos de ellos tomaron empleos en la vecina Portland, en Derry o en Bangor. Otros se mudaron a distintos estados y solo vuelven ocasionalmente para visitas a los padres o familiares. Brigette Desjardin es una del pequeño puñado de excepciones a esta regla, y parece ser la única presente en la fiesta anual navideña en lo de los Bradleys. Gwendy se topa con ella junto a la fuente de ponche (esta vez no hay desafortunados vuelcos) y disfruta de una entusiasta pero breve conversación con Brigette y su marido antes de que un amigo de Brigette algo ebrio los interrumpa. Gwendy sonríe y se aleja.

Por supuesto, hay muchos más esperando hablar con Gwendy. Aunque los rostros familiares escaseen, las caras amistosas (y las curiosas) no. Pareciera que todos quieren una foto o un par de palabras con la Famosa Congresista, y la ráfaga de preguntas llega rápida y furiosa:

¿Dónde está su marido? ¿Dónde está Ryan? (“Al otro lado del océano, trabajando.”)

¿Cómo se siente tu mamá? (“Mucho mejor, gracias, ella está por aquí, la estoy buscando.”)

¿Cómo es en verdad el presidente Hamlin? (“Ummmm… es un caso serio.”)

¿Qué tal van las cosas en el DC? (“Oh, va todo bien, dando una buena lucha todos los días.”)

¿Por qué no bebe nada? Espere, déjeme servirle algo. (“No, gracias, en serio, estoy algo cansada y no soy de beber.”)

¿Qué pasa con esas chicas perdidas? (“Es terrible y aterrador, y sé que el sheriff y su gente están haciendo lo humanamente posible para encontrarlas.”)

La vi corriendo la otra noche. ¿No se cansa de correr? (“De hecho no, lo encuentro relajante; por eso lo hago.”)

¿Debería preocuparme por lo de Corea del Norte? ¿Cree que iremos a la guerra? (“Que eso no le quite el sueño. Deberían ocurrir muchas desgracias para que Estados Unidos vaya a la guerra, y no creo que sucedan.”) Gwendy no está tan segura de esto último, pero se imagina que es parte de su trabajo mantener la calma entre sus constituyentes.

Para cuando localiza a sus padres sentados en un rincón del extremo opuesto del salón, hablando con un colega de la oficina de papá (el hombre también solicita “una foto muy rápida”, en la que Gwendy sonríe obedientemente), siente que acaba de terminar un día agitado de publicidad para uno de sus libros. También tiene una jaqueca atroz.

Una vez solos, les dice a sus padres que se encuentra exhausta y les pregunta si estarán bien sin ella. Su mamá reniega diciendo que Gwendy necesita dejar de trabajar tanto y le ordena que se vaya directo a la cama. Su padre le da una mirada sarcástica y dice, “Creo que podemos sobrevivir una noche sin tu ayuda, nena. Ve a casa y descansa.” Gwendy le aprieta el brazo, les da a ambos un beso de buenas noches, y comienza a cruzar el salón rumbo a la biblioteca para buscar su abrigo.

Fue entonces que sucedió.

Una mano musculosa surge del mar de gente y aferra a Gwendy por el hombro, haciéndola girar.

“Bueno bueno bueno, miren quién está aquí.”

Caroline Hoffman aparece repentinamente frente a ella, los ojos inyectados en sangre y reducidos a dos ranuras. La mano que aprisiona a Gwendy comienza a apretar. La mano libre se cierra en un carnoso puño.

Gwendy mira a su alrededor, buscando ayuda… pero el señor Hoffman no está por ningún lado, y nadie parece percatarse de lo que sucede. “Señora Hoffman, no sé qué…”

“Tú me das asco, ¿sabes?”

“Bueno, lamento que se sienta así, pero no sé…”

La mano presiona más fuerte.

“Suélteme,” dice Gwendy, sacudiéndose la mano de la mujer. Puede oler el aliento de la señora Hoffman, y no es cerveza; es algo más fuerte. Lo último que quiere es provocarla. “Escuche, entiendo que esté alterada y que yo no le caiga bien, pero este no es el momento ni el lugar.”

“Me parece que el momento y el lugar son perfectos,” dice la señora Hoffman, con una desagradable sonrisa burlona cruzándole la cara.

“¿Para qué?” pregunta airadamente Gwendy.

“Para patearte ese engreído trasero.”

Gwendy retrocede un paso, alzando las manos, asombrada de que eso esté por ocurrir.

“¿Todo en orden?” pregunta un hombre alto al que Gwendy jamás ha visto en su vida.

“No,” dice ella con voz temblorosa. “No, no lo está. Esta mujer ha bebido demasiado y necesita que alguien la lleve a su casa. ¿Puede ayudarla, o tal vez llamar a su marido?”

“Me encantaría.” El hombre se vuelve a la señora Hoffman e intenta tomarla del brazo. Ella le da un empujón. Él choca contra una pareja, volcando el vaso del hombre, que cae al suelo y se rompe. Y ahora todos están observando al hombre alto y a la señora Hoffman.

“¡¿Qué diablos están mirando?!” grita ella, con los mofletes enrojecidos. “¡Manga de estirados!”

“Oh Dios,” dice alguien a espaldas de Gwendy.

La muchacha aprovecha la distracción y rápidamente se escurre a la biblioteca, donde desentierra su abrigo de una pila sobre el sofá. Se lo pone, tragándose lágrimas de furia, y comienza a mecerse frente al sofá. ¿Cómo se atreve a ponerme las manos encima? ¿Cómo se atreve a decir esas cosas? Meciéndose más rápido, puede sentir el calor creciendo en todo su cuerpo. Todo lo que quería era ayudarla y ella actúa como…

Un golpe estridente llega desde el recinto contiguo.

Y luego gritos de alarma.

Gwendy corre hacia el salón, temiendo lo que pueda encontrar.

Caroline Hoffman yace inconsciente en el piso de parqué, los brazos desparramados sobre la cabeza. Una fea herida en la frente sangra profusamente. Una muchedumbre la está rodeando.

“¿Qué sucedió?” pregunta Gwendy a cualquiera.

“Se cayó,” dice un anciano frente a ella. “Se había calmado y estaba marchándose, cuando de repente giró, cayó y golpeó la mesa con la frente. Lo más extraño que vi en mi vida.”

“Fue como si alguien la hubiera empujado,” dice otra mujer. “Pero no había nadie allí.”

Recordando el torrente de furia que había sentido, y un sueño largamente olvidado sobre Frankie Stone, Gwendy se va tambaleando de la casa en una especie de sopor y no mira atrás.

Con la cabeza dándole vueltas, le toma varios minutos recordar dónde dejó el auto. Cuando finalmente lo encuentra, al fondo de la entrada de los Bradleys, se sube y conduce hacia su casa en silencio.


 

45

Cuando Gwendy llega a casa quince minutos después, cambia sus ropas por un camisón, se lava la cara, se cepilla los dientes y se va directo a la cama. No enciende la televisión, no pone a cargar el celular, y por primera vez desde su regreso, deja la caja de botones dentro de la bóveda de seguridad durante toda la noche.


 

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