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Gwendy
tampoco revisa la caja de botones la mañana siguiente. Otro punto para
ella.
La Navidad amanece oscura y
melancólica, con una capa sofocante de gruesas nubes colgando sobre Castle
Rock. El informe meteorológico anuncia nevadas para la noche, y los camiones de
la municipalidad ya están ocupados regando sal mientras Gwendy hace su camino
de la tura 117 hacia la casa de sus padres. Casi todas las casas por las que
pasa tienen aún sus luces de Navidad brillando a las diez y media de la mañana.
Por alguna razón, en vez de lucir alegres y festivas, las tenues luces y el
cielo turbio ofrecen un escenario deprimente para su trayecto.
Gwendy espera pasar el día con el
mismo ánimo triste con el que se durmió, pero se decide a ocultarlo de sus
padres. Ya tienen suficientes preocupaciones como para que ella les arruine la
Navidad.
Pero cuando la mesa ya está
levantada y se han intercambiado los regalos, Gwendy se encuentra de un humor
sorprendentemente bueno. Pasar la Navidad en la casa donde se crio hace que el
mundo parezca seguro y pequeño otra vez, al menos por un rato.
Como todos los años, el señor y la
señora Peterson se preocupan de que Gwendy se exceda y los llene de regalos
(“¡Te dijimos que no lo hicieras este año, querida, no tuvimos mucho tiempo
para ir de compras!”) pero ella sabe que están sorprendidos y encantados con
sus presentes. Papá, aún en pijama y bata, se sienta en su sillón reclinable
con las piernas alzadas, leyendo las instrucciones de su nuevo reproductor de
DVD. Mamá está ocupada modelando su chaqueta L.L.Bean y las botas en el espejo
grande del pasillo. Bajo el árbol esperan una pila de rompecabezas, camisetas
de varias clases y suéteres, un TiVo para que mamá grabe digitalmente sus
programas, una chaqueta de invierno L.L.Beam para hombres, y una tarjeta de
suscripción a las revistas National
Geographic y People; todo junto a
los regalos sin abrir de Ryan.
Gwendy está igual de satisfecha
con sus regalos, especialmente con un precioso diario forrado en cuero que su
madre encontró en una pequeña tienda en Bangor. Está sentada en el sofá de la
sala, disfrutando de la textura del grueso papel con los dedos, cuando su padre
le extiende un gran sobre rojo.
“Un regalo más, Gwennie.”
“¿Qué es esto?” pregunta, tomando
el sobre.
“Una sorpresa,” dice la señora
Peterson, acercándose y sentándose en el reposabrazos de la reclinadora.
Gwendy abre el sobre y extrae una
tarjeta. Un brillante árbol de Navidad decora el frente. Una niñita con coletas
está parada al pie del árbol, mirando hacia arriba, maravillada. Gwendy abre la
tarjeta, y una pequeña pluma blanca cae flotando a sus pies, sobre la alfombra.
“¿Acaso es…?” comienza a
preguntar, con los ojos desorbitados, pero luego lee lo que su padre le ha
escrito…
SIEMPRE creíste
en la magia,
querida Gwendy, y la magia
SIEMPRE ha creído en ti.
… y no puede encontrar las
palabras para terminar.
Levanta la vista a sus padres.
Ambos están sentados con sonrisas bobaliconas en el rostro. En los ojos de su
madre se forman lágrimas de felicidad.
Gwendy se agacha y recoge la
pluma; la observa con incredulidad. “No puedo…” Voltea la pluma sobre la palma
de la mano. “¿Cómo… dónde la
encontraron?”
“En el garaje,” dice
orgullosamente el padre. “Estaba buscando un destornillador de 3/8 en uno de
esos gabinetes con los que te la pasabas jugando cuando eras niña, los que
tienen pequeños cajoncitos.”
Gwendy asiente en silencio.
“Abrí el último cajón de la última
fila, y allí estaba. No podía creerlo.”
“Debes haberla escondido allí,”
dice la madre. “¿Hace cuánto? Treinta años.”
“No recuerdo,” dice Gwendy. Mira a
sus padres y ahora es ella la de la sonrisa boba. “No puedo creer que hayan
encontrado mi pluma mágica…”
47
Cuando Gwendy tiene diez
años, su familia pasa una semana en las afueras de Nueva York visitando a uno
de los primos del señor Peterson. Es julio y el primo (Gwendy ya no recuerda su
nombre ni los de su esposa y tres hijos; haciendo memoria, nunca se vieron de
nuevo excepto en alguna boda o funeral) posee una casa de verano junto a un
lago, así que hay mucho para hacer. Andar en canoa, nadar, pescar, saltar de
los columpios de neumáticos, incluso esquí acuático. También hay un pequeño
pueblo vecino con un mini golf y tobogán acuático para los turistas.
Gwendy espera todo el verano por ese viaje. Comienza a ahorrar tan
pronto como termina la escuela, guardando cada centavo que gana por ayudar a su
padre en la limpieza del garaje y barrer la casa de punta a punta con su madre.
Cuando ella empaca su maleta y se trepa al asiento trasero para el viaje de
siete horas, ha juntado casi quince dólares en monedas. Su plan es conservar la
mayor parte del dinero hasta los dos últimos días del viaje, y luego darse sus
gustos. Dulces, historietas, helado, tal vez incluso una radio portátil con
auriculares, si le alcanza.
Pero las cosas no salen así.
A los pocos minutos de llegar, sus padres desaparecen en la cabaña para
un “gran recorrido” y Gwendy se encuentra parada junto al auto rodeada por un
grupo de chicos del lugar, incluyendo sus tres primitos, que están pasando el
verano en el lago. Los chicos están sin remera y bronceados, y lucen salvajes
con sus cabellos enredados y sus ojos vivaces. Las chicas tienen las piernas
largas y se las ven distantes, mayores.
Nerviosa y sin saber qué decir, Gwendy abre su maleta y les muestra su
bolsito plástico lleno de monedas. La mayoría no le presta atención, algunos
incluso se ríen. Pero uno de los más grandes no se ríe; parece interesado,
capaz que incluso impresionado. Espera que los otros chicos se vayan, saltando
y gritando en el patio, y se aproxima a Gwendy.
“Ey, niña,” dice, mirando alrededor. “Tengo algo que tal vez te
interese.”
“¿Qué?” pregunta Gwendy, más nerviosa ahora que está a solas con un
chico – un chico lindo y mayor.
Él revisa el bolsillo trasero de sus jeans cortados como
pantaloncillos, y cuando saca la mano tiene algo pequeño, peludo y blanco.
“¿Una pluma”? pregunta Gwendy, confundida.
El niño hace cara de disgusto.
“No es cualquier pluma. Es una pluma mágica.”
Gwendy siente palpitar el corazón. “¿Mágica?”
Asé es. Perteneció a un jefe indio que vivía por aquí. También era un
curador, uno poderoso.”
Gwendy traga saliva. “¿Qué es lo que hace?”
“Hace… cosas mágicas,” dice. “Ya sabes, te trae buena suerte y te hace
más inteligente. Cosas como esas.”
“¿Puedo verla?” pregunta Gwendy casi sin aliento.
“Seguro, pero me estoy cansando de cuidarla. La tengo desde hace unos
años. ¿Te interesaría tenerla tú?”
“¿Tú quieres dármela a mí?”
“Dártela no,” responde. “Vendértela.”
Gwendy no duda. “¿Cuánto?”
El niño lleva un dedo sucio a los labios, pensando. “Creo que diez
dólares es un precio justo.”
Los hombros de Gwendy se sacuden un poco. “no lo sé… es mucho dinero.”
“Por una pluma mágica, no.” Él comienza a guardar la pluma. “No hay
problema, se la venderé a alguien más.”
“Espera,” balbucea Gwendy. “No dije que no.”
Él la mira altivo. “Tampoco dijiste que sí.”
Gwendy echa un vistazo a su bolso de plástico lleno de monedas, y luego
a la pluma.
“Te diré algo,” dice el niño. “Eres nueva por aquí, así que te haré
precio. ¿Qué te parecen nueve dólares?”
Gwendy siente como si acabara de ganar el premio mayor en la ruleta de
la feria. “Hecho,” dice de una, y comienza a contar nueve dólares en monedas.
48
Más
tarde, de regreso a su casa esa noche de Navidad, Gwendy piensa en las
palabras de su padre: “Todos nos burlamos de ti por esa pluma, Gwen, pero no te
importó. Tú creías. Eso era lo
importante, y lo sigue siendo ahora: siempre fuiste una creyente. Tu hermoso
corazón te ha llevado por caminos inesperados, pero tu fe (en ti, en los otros,
en el mundo que te rodea) siempre te ha guiado. Eso es lo que simboliza tu
pluma mágica.”
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