miércoles, 30 de septiembre de 2020

"La pluma mágica de Gwendy" en español: capítulos 49 y 50

 


49

Desafortunadamente, incluso después de la sorpresiva aparición de su pluma mágica, el buen humor de Gwendy no dura mucho; a las nueve se encuentra derrumbada frente al televiso, extrañando terriblemente a su marido. Un dolor hueco ha reptado hasta su corazón, y ni la meditación ni los pensamientos positivos pueden aliviarla. Mira fijamente el celular, esperando que suene, pero permanece en silencio junto a ella en el sofá.

La caja de botones está sobre la mesa ratona junto al libro de Grisham, la pequeña pluma blanca y una taza de té caliente. Normalmente, Gwendy se preocuparía de que se derramase la bebida sobre la caja. Esta noche, no le importa en absoluto.

Una vez que hubo llegado al edificio, Gwendy llamó al Sheriff Ridgewick para desearle Feliz Navidad y preguntar por Caroline Hoffman. Él atendió al primer timbrazo y le aseguró que la señora Hoffman estaba bien. Algunos puntos y una contusión (y algo aturdida por la resaca).  El hospital la tuvo toda la noche y le dio el alta por la tarde. Su esposo la esperaba para llevarla a casa.

La llamada comenzó a cambiarle el humor (aún podía recordar el feo tajo en la frente de la mujer, y las miradas vidriosas y expectantes de los presentes a su alrededor) y cuando se tiró sobre el mazo de naipes que Ryan había dejado, el espiral descendente empezó en serio.

En su segunda cita oficial, Ryan le confesó que siempre había querido ser un mago. Gwendy quedó encantada por la idea y le rogó que le mostrase algún truco. Después de cenar, y de mucha insistencia por parte de Gwendy, pararon en una tienda y compraron un mazo de cartas Bycicle. Ambos se sentaron en un banco de la plaza y Ryan realizó tres o cuatro trucos diferentes, cada uno más complejo que el otro. Gwendy estaba impresionada por sus habilidades, pero era mucho más que eso. Era más profundo que eso. Esta faceta infantil era un aspecto de Ryan que ella desconocía cuando solo eran amigos, parte de su verdadero ser. Fue la primera vez que Gwendy pensó: Capaz que me enamore de este chico.

Veinte minutos antes, cuando Gwendy se agachó para levantar su señalador y descubrió el viejo mazo de cartas en un nido de pelusas de polvo bajo el sofá, su primera reacción fue de serena gratitud: Ey, me alegra encontrarte, Ryan te va a buscar cuando vuelva a casa.

Y luego esas cuatro palabras explotaron en su cabeza: ¡CUANDO VUELVA A CASA!

Oh Dios mío, él olvidó sus condenadas cartas, pensó con el estómago revuelto. Nunca se a ningún lado sin ellas. Dice que son su amuleto de la suerte. Dice que le recuerda a casa y lo mantienen a salvo.

Gwendy toma el libro de la mesa ratona e inmediatamente lo deja de nuevo. No se puede concentrar. Mira la pantalla del televisor, balanceando nerviosamente el pie. “Si él no va a llamar, al menos que haya algo en las noticias. Cualquier cosa. Por favor.” Ella sabe que habla demasiado consigo misma, pero no le importa. No hay nadie que la escuche.

Gira la cabeza y observa la caja de botones. “¿Tú qué estás mirando?”

Inclinándose hacia adelante, desliza su dedo por el borde redondeado de la caja de madera, manteniéndose a distancia de los botones. “Tú me hiciste lastimar a esa mujer anoche, ¿no?”

Entonces siente algo, una leve vibración en la yema del dedo, y retira la mano. Antes de darse cuenta de lo que está diciendo: “¿Qué? ¿Puedes ayudarme a traer de vuelta a Ryan?”

Seguro, piensa vagamente. Averigua por las noticias dónde están las fuerzas rebeldes en Timor. Una vez que hayas localizado la ubicación, aprieta el botón rojo. Cuando hayan desaparecido acabará el levantamiento, y Ryan volverá. Simple.

Gwendy sacude la cabeza. Pestañea. El cuarto parece balancearse, aunque muy débilmente, como si estuviese en un bote sobre aguas algo agitadas.

Y oye, mientras te ocupas de eso, ¿por qué no haces algo también respecto de ese imbécil presidente tuyo?

¿Ella está teniendo estos pensamientos o los está escuchando? De repente es difícil de decirlo. “¿Destruir Corea del Norte?” pregunta suavemente.

Debes tener cuidado. Si haces eso, alguien supondrá que los EE.UU. son responsables. Alguien como China, digamos, y querrán vengarse, ¿cierto?

“¿Entonces qué propones?” Su voz suena muy distante.

No propongo nada, querida mujer, solo alimento pensamientos. ¿Pero qué pasaría situ presidente desapareciese? Esa no es mala idea, ¿eh? Y piénsalo, está a un botón rojo de distancia.

Gwendy se aleja de la caja, con los ojos fijos en algo muy lejano. “¿Asesinar en nombre de la paz?”

Podrías llamarlo así, ¿cierto? Personalmente prefiero ponerlo en los términos de esa vieja pregunta: si fuera posible, ¿viajarías al pasado para asesinar a Hitler?

Gwendy extiende los brazos y levanta la caja de botones. “Richard Hamlin será muchas cosas, la mayoría malas, pero no es Adolf Hitler.

No todavía, al menos.

Ella apoya la caja en el regazo y se recuesta en el sillón. “Tentador, pero nadie asegura que el vicepresidente será mejor. Ese tipo es todo un caso.”

¿Entonces por qué no deshacerse de ambos? Comenzar de cero.

Está mirando fijamente la fila de botones de colores. “No lo sé... es mucho para analizar.”

Está bien. Tal vez sería más fácil comenzar con algo menos… lejano. ¿Una pesada llamada Caroline Hoffman? ¿Qué te parece cierto congresista maleducado de Mississippi?

“Puede ser…” Gwendy lentamente extiende la mano derecha…

Y entonces suena el celular.


 

50

Gwendy arroja la caja de botones sobre el sofá. Agarra el celular. “¿Hola? ¿Ryan? ¿Hola?”

“Lo siento, señora Peterson,” dice una voz calmada. “Soy Bea. Bea Whiteley.”

“¿Bea?” dice ella, ausente. Siente que la habitación vuelve a enfocarse, aunque por nada del mundo puede recordar si antes estaba fuera de foco. “¿Está todo bien?”

“Todo en orden. Solo quería… primero, pedir disculpas por llamar tan tarde en Navidad. No consideré las tres horas de diferencia hasta que el teléfono comenzó a llamar.”

“No hay problema, Bea. Estoy despierta.”

“Parece que Ryan no pudo volver.”

Gwendy se acomoda en el sofá. Mira la caja de botones, pero aleja la vista rápidamente. “No, no llegó. Sin embargo, espero tener noticias suyas pronto.”

“Lo siento.”

“Gracias.” Puede escuchar risas en el fondo. “Parece que tus nietos están pasando una feliz Navidad.”

“Correteando como animalitos salvajes.”

Gwendy ríe.

“Señora Peterson, llamé para darle las gracias.”

“¿Por?”

“Por las hermosas notas que escribió en los libros para mis chicos. Nadie había dicho esas cosas sobre mí antes, excepto mi familia. Quería decirle cuánto significaron para mí.”

“El gusto fue mío, Bea. Cada una de esas palabras es verdad.”

“Fue toda una sorpresa,” dice Bea, emocionada. “Le juro que  nunca había visto a mi hija mirarme como hoy. Tan orgullosa de mí.”

“Tiene toda la razón en estar orgullosa,” dice Gwendy, sonriendo. “Su madre es una mujer maravillosa.”

“Bueno, le agradezco nuevamente. Yo…” La mujer duda.

“¿Quieres decir algo?”

Cuando Bea Whiteley vuelve a hablar, su voz suena rara y dubitativa. “Me preguntaba… ¿está todo bien por ahí, señora Peterson?”

“Todo bien,” responde, incorporándose y mirando otra vez la caja de botones. “¿Por qué preguntas?”

“Me siento tonta diciéndolo en voz alta, pero… justo antes de llamar, no podía sacarme de la cabeza la sensación de que algo andaba mal… de que usted estaba en problemas.”

Gwendy se estremece. “Nop, todo bien. Solo estaba mirando televisión.”

“Ok… bien.” Suena realmente aliviada. “La dejaré tranquila. Feliz Navidad, señora Peterson, y gracias de nuevo.”

“Feliz Navidad, Bea. Nos vemos en un par de semanas.”


 

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