jueves, 29 de octubre de 2020

"La noche de los maniquíes" - Stephen Graham Jones - Capítulo 3



3

 

 

 

Durante el largo camino a casa, pasando las mansiones de los ricachones, Danielle y JR estuvieron parloteando ideas de qué pudo haber ocurrido. Tim y Shanna no estaban ahí porque habían quedado en la cárcel del cine, de la que solo te liberas bajo la mirada agria del papá o mamá al que podías avisar con la única llamada que te permitían.

Danielle estaba segura en un noventa por ciento de que había sido una doble broma, cosa que yo no sabía que existiese. Su teoría era que algunos chicos de la universidad habían visto lo que tramábamos y se escabulleron, echaron a Manny en el pasillo y lo llevaron poco a poco hacia la puerta; lo sacaron de vista, probablemente parte por parte, luego vistieron a alguien con sus ropas durante alguna escena de acción. Quién sabe por qué. ¿Acaso es automático robar cualquier maniquí que encuentras?

“Nosotros lo habríamos hecho,” contrarrestó Danielle.

JR y yo nos encogimos de hombros, no lo podíamos negar.

La idea de JR era que el asistente en realidad nos había reconocido a alguno de nosotros, y de alguna manera se dio cuenta de lo que estábamos haciendo; no hay nada nuevo bajo el sol, dice esa estúpida canción. De cualquier manera, cuando alumbró con su linterna debió haber estado fingiendo. O tal vez lo hizo, pero no pudimos ver si alumbraba a un boleto o solo a su palma abierta.

Luego, quizás porque hay un puerta secreta para el proyector en la parte trasera, o algo parecido, escondió a Manny, se cambió las ropas y volvió a sentarse en el mismo lugar, colocándose la gorra a último momento. Solo para enseñarnos una lección asustándonos.

“Funcionó,” dijo Danielle, refiriéndose más que nada a mí, creo, ya que mis músculos temblaban y se sacudían por los nervios, como si estuviese a punto de estallar. Debo aclarar que era el tercer día que olvidaba tomar mis medicinas. Generalmente, ellas alivian mis nervios para que la gente no lo note.

Sin embargo, esta noche no. Esta noche mis nervios están a flor de piel.

“¿Pero entonces qué hizo con Manny?” me hicieron preguntar mis estúpidos nervios.

JR me estudió por cinco segundos, como intentando encontrarle sentido a mi pregunta, pero no halló una respuesta.

“¿Entonces qué piensas tú, Einstein?” dijo.

Así me llamaban desde que comencé a tomar cursos avanzados porque mi mamá decía que me calmarían y mantendrían mi cerebro enfocado en otros temas, en vez de obsesionarme con cosas malas para después tener que contárselas a quien quisiese escuchar. Entonces quedó “Einstein”. No se puede hacer nada frente a un nombre que es tanto un insulto como un halago. Los cursos habían mantenido mi cabeza ocupado, sin embargo. Hasta ahora.

“No sabemos nada sobre él, ¿cierto?” dijo Danielle. “Mi mamá contó que él jugaba básquetbol el año que llegamos a las regionales, pero no continuó.”

Manny”, le dije.

“¿Qué quieres decir?” preguntó JR, con la boca azul por el refresco.

“Tal vez nadie lo tiró en el barro” dije, mirándolos a ambos a los ojos, primero a JR, después a Danielle. “Tal vez él ha estado allí desde siempre hasta que, finalmente, fue descubierto.”

“Luce exactamente igual a los del trabajo de mi tía,” dijo Danielle.

“Seguro que está enojado por no tener… ya saben,” dijo JR, sosteniendo un pene imaginario como si tuviese una manguera para incendios. Danielle corrió los ojos, levantándolos como hacen las chicas.

“Hablo en serio,” dije, y luego hice una pausa como cuando se cuentan historias alrededor de la fogata de un campamento. “Yo no lo puse sobre la motocicleta, y sé que mi mamá tampoco. Ella dice que da escalofríos, así pálido como es.”

“Eso deja a una sola persona obvia,” dijo Danielle, tocándose el mentón en un falso gesto de reflexión. “¿Cómo podremos resolver este misterio imposible?”

“Mi papá ama esa motocicleta,” dije con toda seriedad. “Él no… él no haría una broma como esa.”

“¿O sea que Manny intentaba huir?” preguntó JR, con cierto nerviosismo en la voz.

“Mi papá casi muere en esa moto,” dije enseguida, con un tono de insulto en mi voz.

Cuando hablas de cómo tu papá estuvo hospitalizado por tres semanas, nadie puede decir nada por diez segundos.

“Quizás alguien lo tiró desde un avión,” dijo Danielle. “Me refiero a Manny. Cerca hay un pequeño aeropuerto, ¿no?”

“¿Ese aeropuerto de miniatura?” pregunté, después del segundo que me llevó ubicarlo mentalmente, al otro lado de la interestatal.

“Tal vez arrojaron a una persona,” dijo JR, desplomándose sobre sí mismo, “y mientras caía, el único hechizo que se le ocurrió para salvarse fue convertirse en un maniquí.”

“Porque ese es un hechizo que todos los hechiceros memorizan,” dice. “Y porque los hechiceros son reales. Estoy hablando en serio. Ustedes estaban sentados en el mismo ángulo que yo. Vi a Manny pararse, vi a Manny alejarse caminando.”

“Sus piernas están armadas con pedacitos de madera,” dijo Danielle, supongo que tratando de comportarse como la adulta.

“Y solo tiene un bulto,” dijo JR, jugando de nuevo con su pelvis, definitivamente sin ser el adulto del grupo.

“Él fue nuestro amigo todo el verano,” dije. “Y simplemente lo olvidamos.”

Ninguno podía discutir eso.

Los tres nos encogimos de hombros, y éramos lo suficientemente malas personas como para ni siquiera llamar a Tim o a Shanna esa noche. Y después Shanna dejó de llamarnos durante toda la semana (ya lo había hecho antes, para darnos una lección) y Tim estaba tan castigado que no tenía acceso a ningún tipo de teléfono.

Tal vez así es como sucede después de la secundaria, ¿no? O incluso en los tramos finales de la secundaria. Simplemente desapareces, luego se hace cada vez más fácil no llamar, más tarde olvidas el número, y un día ves a tu viejo amigo en la fila del cine y tu vista no se detiene sobre él, porque sería muy incómodo. No importa que te conozcan mejor que nadie en el mundo. No importa que te hayan derramado jugo de naranja a propósito en el regazo cuando te hiciste encima. No importa que te hayas abrazado a ellos cuando se quedaron a dormir, y lloraron juntos porque sus papás se iban de casa. No importa un millón de cosas.

No lo sé, realmente no lo sé.

De cualquier forma, nunca llegaremos a esa fase de incomodidad. Obviamente.

¿O no es obvio? Ni Danielle, JR, ni yo miramos detrás cuando volvimos a casa esa noche; pero si lo hubiésemos hecho, apuesto a que habríamos visto un hombre alto a nuestras espaldas, observándonos por debajo de la visera de la gorra; sus pantalones, camisa y zapatos desentonando; sus ojos pintados de azul, desorbitados e intensos. Su postura, absolutamente perfecta.


  

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