3
Durante el largo
camino a casa, pasando las
mansiones de los ricachones, Danielle y JR estuvieron parloteando ideas de qué
pudo haber ocurrido. Tim y Shanna no estaban ahí porque habían quedado en la
cárcel del cine, de la que solo te liberas bajo la mirada agria del papá o mamá
al que podías avisar con la única llamada que te permitían.
Danielle estaba segura en un noventa por
ciento de que había sido una doble broma, cosa que yo no sabía que existiese.
Su teoría era que algunos chicos de la universidad habían visto lo que tramábamos
y se escabulleron, echaron a Manny en el pasillo y lo llevaron poco a poco
hacia la puerta; lo sacaron de vista, probablemente parte por parte, luego
vistieron a alguien con sus ropas durante alguna escena de acción. Quién sabe
por qué. ¿Acaso es automático robar cualquier maniquí que encuentras?
“Nosotros lo habríamos hecho,” contrarrestó
Danielle.
JR y yo nos encogimos de hombros, no lo
podíamos negar.
La idea de JR era que el asistente en
realidad nos había reconocido a alguno de nosotros, y de alguna manera se dio
cuenta de lo que estábamos haciendo; no hay nada nuevo bajo el sol, dice esa
estúpida canción. De cualquier manera, cuando alumbró con su linterna debió
haber estado fingiendo. O tal vez lo hizo, pero no pudimos ver si alumbraba a
un boleto o solo a su palma abierta.
Luego, quizás porque hay un puerta secreta
para el proyector en la parte trasera, o algo parecido, escondió a Manny, se
cambió las ropas y volvió a sentarse en el mismo lugar, colocándose la gorra a
último momento. Solo para enseñarnos una lección asustándonos.
“Funcionó,” dijo Danielle, refiriéndose más
que nada a mí, creo, ya que mis músculos temblaban y se sacudían por los
nervios, como si estuviese a punto de estallar. Debo aclarar que era el tercer
día que olvidaba tomar mis medicinas. Generalmente, ellas alivian mis nervios
para que la gente no lo note.
Sin embargo, esta noche no. Esta noche mis
nervios están a flor de piel.
“¿Pero entonces qué hizo con Manny?” me hicieron preguntar mis
estúpidos nervios.
JR me estudió por cinco segundos, como
intentando encontrarle sentido a mi pregunta, pero no halló una respuesta.
“¿Entonces qué piensas tú, Einstein?” dijo.
Así me llamaban desde que comencé a tomar
cursos avanzados porque mi mamá decía que me calmarían y mantendrían mi cerebro
enfocado en otros temas, en vez de obsesionarme con cosas malas para después
tener que contárselas a quien quisiese escuchar. Entonces quedó “Einstein”. No
se puede hacer nada frente a un nombre que es tanto un insulto como un halago.
Los cursos habían mantenido mi cabeza
ocupado, sin embargo. Hasta ahora.
“No sabemos nada sobre él, ¿cierto?” dijo
Danielle. “Mi mamá contó que él jugaba básquetbol el año que llegamos a las
regionales, pero no continuó.”
“Manny”,
le dije.
“¿Qué quieres decir?” preguntó JR, con la
boca azul por el refresco.
“Tal vez nadie lo tiró en el barro” dije,
mirándolos a ambos a los ojos, primero a JR, después a Danielle. “Tal vez él ha
estado allí desde siempre hasta que, finalmente, fue descubierto.”
“Luce exactamente igual a los del trabajo
de mi tía,” dijo Danielle.
“Seguro que está enojado por no tener… ya
saben,” dijo JR, sosteniendo un pene imaginario como si tuviese una manguera
para incendios. Danielle corrió los ojos, levantándolos como hacen las chicas.
“Hablo en serio,” dije, y luego hice una
pausa como cuando se cuentan historias alrededor de la fogata de un campamento.
“Yo no lo puse sobre la motocicleta, y sé que mi mamá tampoco. Ella dice que da
escalofríos, así pálido como es.”
“Eso deja a una sola persona obvia,” dijo
Danielle, tocándose el mentón en un falso gesto de reflexión. “¿Cómo podremos
resolver este misterio imposible?”
“Mi papá ama esa motocicleta,” dije con
toda seriedad. “Él no… él no haría una broma como esa.”
“¿O sea que Manny intentaba huir?” preguntó
JR, con cierto nerviosismo en la voz.
“Mi papá casi muere en esa moto,” dije
enseguida, con un tono de insulto en mi
voz.
Cuando hablas de cómo tu papá estuvo
hospitalizado por tres semanas, nadie puede decir nada por diez segundos.
“Quizás alguien lo tiró desde un avión,”
dijo Danielle. “Me refiero a Manny. Cerca hay un pequeño aeropuerto, ¿no?”
“¿Ese aeropuerto de miniatura?” pregunté, después del segundo que me llevó ubicarlo
mentalmente, al otro lado de la interestatal.
“Tal vez arrojaron a una persona,” dijo JR, desplomándose sobre
sí mismo, “y mientras caía, el único hechizo que se le ocurrió para salvarse
fue convertirse en un maniquí.”
“Porque ese es un hechizo que todos los hechiceros
memorizan,” dice. “Y porque los hechiceros son reales. Estoy hablando en serio.
Ustedes estaban sentados en el mismo ángulo que yo. Vi a Manny pararse, vi a Manny
alejarse caminando.”
“Sus piernas están armadas con pedacitos de
madera,” dijo Danielle, supongo que tratando de comportarse como la adulta.
“Y solo tiene un bulto,” dijo JR, jugando
de nuevo con su pelvis, definitivamente sin ser el adulto del grupo.
“Él fue nuestro amigo todo el verano,”
dije. “Y simplemente lo olvidamos.”
Ninguno podía discutir eso.
Los tres nos encogimos de hombros, y éramos
lo suficientemente malas personas como para ni siquiera llamar a Tim o a Shanna
esa noche. Y después Shanna dejó de llamarnos durante toda la semana (ya lo
había hecho antes, para darnos una lección) y Tim estaba tan castigado que no
tenía acceso a ningún tipo de teléfono.
Tal vez así es como sucede después de la
secundaria, ¿no? O incluso en los tramos finales de la secundaria. Simplemente
desapareces, luego se hace cada vez más fácil no llamar, más tarde olvidas el
número, y un día ves a tu viejo amigo en la fila del cine y tu vista no se
detiene sobre él, porque sería muy incómodo. No importa que te conozcan mejor
que nadie en el mundo. No importa que te hayan derramado jugo de naranja a
propósito en el regazo cuando te hiciste encima. No importa que te hayas abrazado
a ellos cuando se quedaron a dormir, y lloraron juntos porque sus papás se iban
de casa. No importa un millón de cosas.
No lo sé, realmente no lo sé.
De cualquier forma, nunca llegaremos a esa
fase de incomodidad. Obviamente.
¿O no
es obvio? Ni Danielle, JR, ni yo miramos detrás cuando volvimos a casa esa
noche; pero si lo hubiésemos hecho, apuesto a que habríamos visto un hombre
alto a nuestras espaldas, observándonos por debajo de la visera de la gorra;
sus pantalones, camisa y zapatos desentonando; sus ojos pintados de azul,
desorbitados e intensos. Su postura, absolutamente perfecta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario