POR EL CAMINO DE LA POSADA RESBALOSA
Stephen King
Tercera parte
El
abuelo lo sabe. él vio hombres como esos en Vietnam. Carroñeros y depredadores. Vio a un
compañero parado contra una valla, ser abatido por uno de sus propios hombres
cuando terminó la ofensiva del Tet, un desmadre del que el nieto probablemente
jamás haya leído en los libros de historia.
Frank, mientras tanto, vuelve a reaccionar como un
juguete a cuerda. Reaparece su sonrisa de “su crédito ha sido aprobado”. Saca
la billetera de su bolsillo trasero. “Desearía poder llevarlos hasta un taller
o algo así, pero como ven tenemos el auto lleno…”
“Su señora podría sentarse en mi falda” dice Pete,
enarcando las cejas.
Frank decide ignorarlo. “Pero les diré algo,
pararemos y enviaremos a alguien en el primer lugar que encontremos. Mientras
tanto, ¿qué les parecen diez dólares? Por la ayuda.”
Abre la billetera. Muy gentilmente, Galen se la saca
de las manos. Frank no intenta detenerlo. Solo se queda mirando las manos, con
los ojos bien abiertos, como si la billetera siguiese allí. Como si aún
sintiera su peso, pero se hubiese vuelto invisible.
“¿Por qué mejor no me quedo con todo?” dice Galen.
“¡Devuélvela!” dice Corinne. Siente la mano de
Mary arrastrarse hasta la suya, y cierra sus dedos sobre ella. “¡No es tuya!”
“Ahora lo es”. La voz del hombre es tan amable
como la mano que tomó la billetera. “Veamos qué tenemos aquí.”
La abre. Frank dio un paso adelante. Pete extrajo
la mano de su bolso que no es de bolos. Sostenía un revólver. Al abuelo le
pareció un .38.
“Quieto, Franki” dice Pete. “Estamos haciendo
negocios.”
Galen saca un pequeño fajo de billetes. Lo dobla,
se lo guarda en el bolsillo de sus jeans y le entrega la billetera a Pete,
quien la guarda en el bolso. “Nono, a ver la tuya.”
“Forajidos,” dice el abuelo. “Eso es lo que son.”
“Así es” asiente Galen con su gentil voz. “Y si no
quieres que le arranque la cabeza a este niño, dame tu billetera.”
Eso fue suficiente para Billy; su vejiga cedió y
la entrepierna comenzó a calentarse. Se largó a llorar, en parte por vergüenza
pero también por miedo.
El abuelo sacó su gastada Lord Buxton del bolsillo
frontal de sus anchos pantalones y se la dio. Estaba abultada, pero más que
nada eran tarjetas, fotos y recibos de cinco o más años atrás. Gallen extrajo
un billete de veinte y algunos de uno, se los guardó y le arrojó la Lord Buxton
a Pete. Terminó en el bolso.
“Deberías limpiarla de vez en cuando, abuelito,”
dice Galen. “Es una billetera muy cochina.”
“Lo dice alguien que parece que se lavó el pelo el
último Día de Gracias,” contestó el abuelo, y veloz como una serpiente
emergiendo de entre los arbustos, Galen lo abofeteó. Mary irrumpió en llantos y
escondió su cara en la cadera de su madre.
“¡Alto!” dijo Frank, como si el golpe aún no
hubiese llegado y su padre todavía no estuviese sangrando del labio y la nariz.
Luego, con el mismo aliento: “¡Silencio, papá!”
“No me gusta que se burlen de mí,” dice Galen, “ni
siquiera los viejos. Ellos en especial deberían entenderlo mejor. Ahora
Corinne. Vamos a por tu cartera en el auto. La pequeña puede venir con nosotros.”
Toma a Mary del brazo, hundiendo sus dedos en la carne tierna.
“Déjala en paz” dice Corinne.
“Tú no das las órdenes aquí” dice Galen. Ahora ya
no suena tan amable. “Si me vuelves a decir qué tengo que hacer, te voy a
reformar la cara. Pete, mantén a Frank y a su padre juntos. Hombro con hombro.
Y si alguno se mueve…”
Pete hace un gesto con el revólver. El abuelo se
acerca a su hijo. Frank respira por la nariz con breves ronquidos. El anciano
no se sorprendería si su hijo se desmayara.
“La viste, ¿no?” le pregunta Pete a Billy.
“Confiesa.”
“No vi nada” dice Billy a través de las lágrimas.
Está balbuceando como un bebé y no puede evitarlo. Zapatilla azul.
“Mentirosillo” dice Pete. Se ríe y revuelve el
pelo del chico.
Galen regresa, guardándose más billetes en el
bolsillo. Ha soltado a Mary. La niña ahora está colgada de su madre. Corinne
luce confundida.
El abuelo no pierde el tiempo mirando a los suyos.
Está observando a Galen que se reúne con Pete, necesita saber qué pasa entre
ambos, y ve lo que esperaba. No tiene sentido negarlo. Podían llevarse el Buick
y abandonar a la familia Brown, o llevarse el auto y matarlos. Si los
atrapaban, los dos terminarían sus días en la cárcel sin importar lo que
hiciesen.
“Aún hay más” dijo el abuelo.
“¿Qué cosa?” preguntó Galen. Él es el hablador. Su
secuaz parece ser del tipo silencioso.
“Más dinero. Bastante. Se los daré si nos dejan
ir. Llévense el auto y déjenos ir.”
“¿Cuánto más?” pregunta Galen.
“No estoy seguro, pero diría que alrededor de tres
mil trecientos. Están en mi bolso.”
“¿Por qué un viejo de mierda como tú andaría por
la vida con tres mil dólares?”
“Por Nan. Mi hermana. Íbamos a Derry para verla
antes de que muriese. No tardará, si es que ya no ha ocurrido. Tiene cáncer. En
todo el cuerpo.”
Pete ha dejado nuevamente en el suelo su bolso que
no es de bolos. Ahora junta dos dedos y dice “Este es el violín más pequeño del
mundo tocando Mi corazón bombea pis
púrpura por ti.”
El abuelo no le prestó atención. “Extraje la mayor
parte de mi pensión para pagar el funeral. Nan no tiene dinero, y te hacen un
descuento si pagas en efectivo.” Le palmeó el hombro a Billy. “Este niño lo
averiguó todo en internet.”
Billy no había hecho tal cosa, pero aparte de uno
o dos hipos, se queda callado. Desearía nunca haber subido con Mary a la
posada, y cuando miró a su padre a través de sus ojos borrosos, sintió un
momento de intenso odio. Es tu culpa,
papá, piensa. Tú fuiste el que hundió
el auto y estos hombres nos robaron, y ahora van a matarnos. El abuelo lo sabe.
Puedo verlo.
“¿Dónde está tu bolso?” pregunta Galen.
En el fondo del auto, con el resto del equipaje.
“Tráelo.”
El abuelo se dirige al Buick, que continúa
ronroneando. Deja escapar un gruñido mientras levanta la portezuela; es su
espalda tratando de rendirse. La espalda primero, el pene al final, todo lo
demás en el medio, solía decir su propio padre.
El bolso es como el de Pete, con una cremallera en
la parte superior, sólo que más largo. Más como un bolso deportivo que uno de
bolos. Desliza el cierre y lo abre.
“No hay ningún arma ahí, ¿cierto nono?” pregunta
Galen.
“No, no, eso es para chicos como ustedes, pero
mira esto.” El abuelo saca un viejo y manoseado guante de softball. “¿La
hermana de la que te hablé? Esto era de ella. Se lo traje para que lo viese si
aún no había fallecido. O si no había entrado en coma. Lo usó en las Series
Mundiales de Mujeres, en Okie City. Jugaba de parador en corto. Antes de la
Segunda Guerra Mundial, puedes creerlo. ¡Y mira esto!” Da vuelta el guante.
“Nono,” dice Galen, “con todo respeto pero no me
importa una mierda.”
“Sí, pero aquí a la vuelta” insiste el abuelo.
“¿Lo ves? Firmado por Dom DiMaggio. El hermano de Joe, sabes.”
Deja el guante a un lado y vuelve a revolver el
bolso. “Tengo como doscientas tarjetas de béisbol, algunas firmadas, y valen…”
Pete agarra el brazo de Billy y lo retuerce. Billy
grita.
“¡No!” exclamó Corinne. “¡No lastimes a mi niño!”
“Es culpa de tu niño que estén en este lío” dijo
Pete. “Pequeño entrometido.” Luego, al abuelo: “¡No queremos unas putas
tarjetas de béisbol!”
Mary está llorando, Corinne también, Billy ve que
su padre está listo para desmayarse, y el abuelo no parece preocuparse por
ninguno de ellos. Está en su mundo. “¿Y qué dicen de revistas de historietas?”
agrega. “Las Archies y Gasparines no valen nada, pero hay algunas viejas de
Superman… y una o dos de Batman, una en la que pelea contra el Guasón…”
“Creo que le diré a Pete que le dispare a tu hijo
si no dejas de dar vueltas,” dijo Galen. “¿Tienes el dinero o no?”
“Sí” dijo el abuelo, “en el fondo, pero hay algo
más que tal vez te interese.”
“No me interesa nada más” contesta Galen. Da un
paso adelante. “Voy a buscar yo mismo el dinero. Si es que está allí. Sal de mi
camino.”
“Vamos, despierta” dice el abuelo. “Esto vale el
doble de lo que tengo en dinero.” Saca el bate Louisville. “Firmado por Ted
Williams, el Espléndido en persona. Ponlo en eBay y llegará a setecientos. Por
lo menos.”
“¿Cómo lo consiguió tu hermana?” pregunta Galen,
finalmente interesado. Puede ver la firma en la madera, desvaída pero legible.
“Solo le sonrió y le guiñó el ojo cuando bajaba
por la Calle Autógrafo” dijo el abuelo, y blandió el bate. Le dio a Galen en
medio de la sien. Su cuero cabelludo se abrió como las hojas de una ventana.
Voló la sangre. Los ojos se le cerraron de dolor y sorpresa. Tambaleó, manoteó
al aire tratando de mantener el equilibrio.
“¡Ve por el otro, Franki!” gritó el abuelo.
“¡Derríbalo!”
Frank no se movió, solo se quedó parado con la
boca abierta.
Pete mira a Galen, durante un precioso momento
completamente anonadado; pero el momento pasa. Se gira y apunta al abuelo.
Billy salta hacia él.
“¡No!” gritó Corinne. “¡Billy, no!”
Billy agarra a Pete del brazo, bajándoselo y
cuando Pete dispara, la bala se hunde en suelo entre sus pies. Galen se
enderezó, aferrándose de la portezuela abierta del auto. El abuelo revolea el
bate, ignorando las protestas de su espalda, y golpea al pelirrojo en las
costillas con 33 onzas de sólida madera de Kentucky. Las rodillas de Galen se
aflojaron y su graznido (“¡Pete, dispárale a este maldito!”) fue poco más que
un susurro. El abuelo alzó el bate. Sonó otro disparo, pero no acertó (al menos
él cree que no) y descargó el bate sobre la cabeza agachada de Galen. El hombre
cayó de cara sobre una de las huellas del Buick.
Pete intenta deshacerse de Billy, pero el chico se
aferra con todas sus fuerzas, los ojos entrecerrados y los dientes enterrados
en el labio inferior. La pistola se mueve a un lado y a otro, mandando un
disparo al cielo.
“Ahora tú, desgraciado” chilla el abuelo.
Pete al final se suelta de Billy, pero antes de
poder levantar el arma el abuelo lo golpea en la cadera, rompiendo el bate. La
pistola cae al suelo. Pete se da vuelta y huye, dejando su bolso que no es de
bolos en el suelo.
Los dos niños volaron hacia el abuelo, abrazándolo
y casi volteándolo. Él los aparta. Su viejo corazón está retumbando, y no sería
una sorpresa que se detuviese.
“Billy, trae el bolso del gordo. Nuestras cosas
están allí y no creo que pueda agacharme.”
El chico no lo hace, tal vez los disparos lo
dejaron sordo, pero la niña obedece. Arroja el bolso en la parte trasera del
auto y luego se frota las manos contra su remera de unicornio.
“Frank,” dice el abuelo, “¿está muerto el
pelirrojo?”
Frank no se mueve, pero Corinne se agacha junto a
Galen. Luego de unos segundos alza la vista, los ojos muy azules bajo la frente
pálida. “No está respirando.”
Bueno, no es una gran pérdida para el mundo,” dice
el abuelo. “Billy, trae el arma. No toques el gatillo.”
Billy levantó el revólver caído. Se lo extendió a
su padre, pero Frank solamente lo miró. El abuelo lo agarra y lo se lo guarda
en el bolsillo donde tenía la billetera. Frank simplemente se queda ahí,
parado, mirando a Galen que está tirado cara abajo en la hierba, con la cabeza
hundida.
“¡Abuelo, abuelo!” grita Billy, sacudiendo el
brazo del viejo. Su boca tiembla, las lágrimas caen por sus mejillas y los
mocos cuelgan sobre su labio. “¿Y si el gordo tiene otra pistola en la
camioneta?”
“¿Qué les parece si salimos de aquí?” dijo el abuelo.
“Corinne, tú manejas. Yo no puedo. Niños, suban atrás.” No está seguro de poder
sentarse, se ha arruinado la espalda; pero deberá hacerlo sin importar cuánto
duela.
Corinne cierra la portezuela trasera. Los chicos
miran una vez más hacia el acceso para ver si Pete está volviendo, y luego
corren al auto.
El abuelo le habla a su hijo. “Tuviste una
oportunidad y te quedaste quieto. Podrías haber hecho que me mataran. Que nos
mataran a todos.” El abuelo le da una bofetada a Frank tal y como él la recibió
del hombre que se encuentra muerto a sus pies. “Entra, hijo. Tal vez estás
demasiado viejo para cambiar lo que eres, no lo sé.”
Frank se va al asiento del acompañante como en
medio de un sueño, y entra. El abuelo abre la puerta detrás de él y descubre
que no puede inclinarse. Entonces se arroja de espaldas sobre el asiento,
encogiendo las piernas con un poco de dolor. Mary gatea sobre él para cerrar la
puerta y eso también duele. No es solo la espalda, siente que se ha arruinado
todo.
“Abuelo, ¿estás bien?” pregunta Corinne. Ella se
ha dado vuelta. Frank sigue mirando al frente, a través del parabrisas. Tiene
las manos sobre las rodillas.
“Estoy bien,” dice el abuelo, aunque es mentira.
Le gustaría tener seis de los calmantes que su hermana seguramente recibió por
parte del oncólogo, pero Nan está a ciento cincuenta kilómetros de allí y él no
cree que lleguen a verla hoy. No, hoy no. “Conduce.”
“¿En serio tienes ese dinero, abuelo?” pregunta
Billy mientras su madre regresa por donde habían venido, mucho más veloz de lo
que se habría animado a ir Frank. Deseando dejar atrás la Posada Resbalosa. Y
su camino también.
“Claro que no” dice el abuelo. Limpia las lágrimas
del rostro de su nieta y la estrecha contra él. Le duele, pero aun así lo hace.
“Abuelo,” dice la niña, “dejaste el bate especial
de la tía Nan.”
“Así es,” dijo el abuelo, mesándole los cabellos.
Los tenía todos transpirados y revueltos. “Tal vez lo recojamos más adelante.”
Frank finalmente habló. “Pasamos por una tienda
Red Apple en la 196, justo antes de doblar. Llamaré a la policía desde ahí.” Se
giró y miró al anciano. Tenía la mejilla enrojecida por la bofetada. “Todo esto
es tu culpa, papá. Solo tuya. Teníamos que traer tu puto auto, ¿no? Si
hubiésemos venido en el Volvo…”
“Cállate, Frank,” dijo Corinne. “Por favor. Solo
por esta vez.”
Y Frank se calló.
En memoria de Flannery
O’Connor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario