miércoles, 28 de octubre de 2020

On Slide Inn Road - Stephen King - Traducción al español (3)


 

POR EL CAMINO DE LA POSADA RESBALOSA

Stephen King

Tercera parte


El abuelo lo sabe. él vio hombres como esos en Vietnam. Carroñeros y depredadores. Vio a un compañero parado contra una valla, ser abatido por uno de sus propios hombres cuando terminó la ofensiva del Tet, un desmadre del que el nieto probablemente jamás haya leído en los libros de historia.

Frank, mientras tanto, vuelve a reaccionar como un juguete a cuerda. Reaparece su sonrisa de “su crédito ha sido aprobado”. Saca la billetera de su bolsillo trasero. “Desearía poder llevarlos hasta un taller o algo así, pero como ven tenemos el auto lleno…”

“Su señora podría sentarse en mi falda” dice Pete, enarcando las cejas.

Frank decide ignorarlo. “Pero les diré algo, pararemos y enviaremos a alguien en el primer lugar que encontremos. Mientras tanto, ¿qué les parecen diez dólares? Por la ayuda.”

Abre la billetera. Muy gentilmente, Galen se la saca de las manos. Frank no intenta detenerlo. Solo se queda mirando las manos, con los ojos bien abiertos, como si la billetera siguiese allí. Como si aún sintiera su peso, pero se hubiese vuelto invisible.

“¿Por qué mejor no me quedo con todo?” dice Galen.

“¡Devuélvela!” dice Corinne. Siente la mano de Mary arrastrarse hasta la suya, y cierra sus dedos sobre ella. “¡No es tuya!”

“Ahora lo es”. La voz del hombre es tan amable como la mano que tomó la billetera. “Veamos qué tenemos aquí.”

La abre. Frank dio un paso adelante. Pete extrajo la mano de su bolso que no es de bolos. Sostenía un revólver. Al abuelo le pareció un .38.

“Quieto, Franki” dice Pete. “Estamos haciendo negocios.”

Galen saca un pequeño fajo de billetes. Lo dobla, se lo guarda en el bolsillo de sus jeans y le entrega la billetera a Pete, quien la guarda en el bolso. “Nono, a ver la tuya.”

“Forajidos,” dice el abuelo. “Eso es lo que son.”

“Así es” asiente Galen con su gentil voz. “Y si no quieres que le arranque la cabeza a este niño, dame tu billetera.”

Eso fue suficiente para Billy; su vejiga cedió y la entrepierna comenzó a calentarse. Se largó a llorar, en parte por vergüenza pero también por miedo.

El abuelo sacó su gastada Lord Buxton del bolsillo frontal de sus anchos pantalones y se la dio. Estaba abultada, pero más que nada eran tarjetas, fotos y recibos de cinco o más años atrás. Gallen extrajo un billete de veinte y algunos de uno, se los guardó y le arrojó la Lord Buxton a Pete. Terminó en el bolso.

“Deberías limpiarla de vez en cuando, abuelito,” dice Galen. “Es una billetera muy cochina.”

“Lo dice alguien que parece que se lavó el pelo el último Día de Gracias,” contestó el abuelo, y veloz como una serpiente emergiendo de entre los arbustos, Galen lo abofeteó. Mary irrumpió en llantos y escondió su cara en la cadera de su madre.

“¡Alto!” dijo Frank, como si el golpe aún no hubiese llegado y su padre todavía no estuviese sangrando del labio y la nariz. Luego, con el mismo aliento: “¡Silencio, papá!”

“No me gusta que se burlen de mí,” dice Galen, “ni siquiera los viejos. Ellos en especial deberían entenderlo mejor. Ahora Corinne. Vamos a por tu cartera en el auto. La pequeña puede venir con nosotros.” Toma a Mary del brazo, hundiendo sus dedos en la carne tierna.

“Déjala en paz” dice Corinne.

“Tú no das las órdenes aquí” dice Galen. Ahora ya no suena tan amable. “Si me vuelves a decir qué tengo que hacer, te voy a reformar la cara. Pete, mantén a Frank y a su padre juntos. Hombro con hombro. Y si alguno se mueve…”

Pete hace un gesto con el revólver. El abuelo se acerca a su hijo. Frank respira por la nariz con breves ronquidos. El anciano no se sorprendería si su hijo se desmayara.

“La viste, ¿no?” le pregunta Pete a Billy. “Confiesa.”

“No vi nada” dice Billy a través de las lágrimas. Está balbuceando como un bebé y no puede evitarlo. Zapatilla azul.

“Mentirosillo” dice Pete. Se ríe y revuelve el pelo del chico.

Galen regresa, guardándose más billetes en el bolsillo. Ha soltado a Mary. La niña ahora está colgada de su madre. Corinne luce confundida.

El abuelo no pierde el tiempo mirando a los suyos. Está observando a Galen que se reúne con Pete, necesita saber qué pasa entre ambos, y ve lo que esperaba. No tiene sentido negarlo. Podían llevarse el Buick y abandonar a la familia Brown, o llevarse el auto y matarlos. Si los atrapaban, los dos terminarían sus días en la cárcel sin importar lo que hiciesen.

“Aún hay más” dijo el abuelo.

“¿Qué cosa?” preguntó Galen. Él es el hablador. Su secuaz parece ser del tipo silencioso.

“Más dinero. Bastante. Se los daré si nos dejan ir. Llévense el auto y déjenos ir.”

“¿Cuánto más?” pregunta Galen.

“No estoy seguro, pero diría que alrededor de tres mil trecientos. Están en mi bolso.”

“¿Por qué un viejo de mierda como tú andaría por la vida con tres mil dólares?”

“Por Nan. Mi hermana. Íbamos a Derry para verla antes de que muriese. No tardará, si es que ya no ha ocurrido. Tiene cáncer. En todo el cuerpo.”

Pete ha dejado nuevamente en el suelo su bolso que no es de bolos. Ahora junta dos dedos y dice “Este es el violín más pequeño del mundo tocando Mi corazón bombea pis púrpura por ti.”

El abuelo no le prestó atención. “Extraje la mayor parte de mi pensión para pagar el funeral. Nan no tiene dinero, y te hacen un descuento si pagas en efectivo.” Le palmeó el hombro a Billy. “Este niño lo averiguó todo en internet.”

Billy no había hecho tal cosa, pero aparte de uno o dos hipos, se queda callado. Desearía nunca haber subido con Mary a la posada, y cuando miró a su padre a través de sus ojos borrosos, sintió un momento de intenso odio. Es tu culpa, papá, piensa. Tú fuiste el que hundió el auto y estos hombres nos robaron, y ahora van a matarnos. El abuelo lo sabe. Puedo verlo.

“¿Dónde está tu bolso?” pregunta Galen.

En el fondo del auto, con el resto del equipaje.

“Tráelo.”

El abuelo se dirige al Buick, que continúa ronroneando. Deja escapar un gruñido mientras levanta la portezuela; es su espalda tratando de rendirse. La espalda primero, el pene al final, todo lo demás en el medio, solía decir su propio padre.

El bolso es como el de Pete, con una cremallera en la parte superior, sólo que más largo. Más como un bolso deportivo que uno de bolos. Desliza el cierre y lo abre.

“No hay ningún arma ahí, ¿cierto nono?” pregunta Galen.

“No, no, eso es para chicos como ustedes, pero mira esto.” El abuelo saca un viejo y manoseado guante de softball. “¿La hermana de la que te hablé? Esto era de ella. Se lo traje para que lo viese si aún no había fallecido. O si no había entrado en coma. Lo usó en las Series Mundiales de Mujeres, en Okie City. Jugaba de parador en corto. Antes de la Segunda Guerra Mundial, puedes creerlo. ¡Y mira esto!” Da vuelta el guante.

“Nono,” dice Galen, “con todo respeto pero no me importa una mierda.”

“Sí, pero aquí a la vuelta” insiste el abuelo. “¿Lo ves? Firmado por Dom DiMaggio. El hermano de Joe, sabes.”

Deja el guante a un lado y vuelve a revolver el bolso. “Tengo como doscientas tarjetas de béisbol, algunas firmadas, y valen…”

Pete agarra el brazo de Billy y lo retuerce. Billy grita.

“¡No!” exclamó Corinne. “¡No lastimes a mi niño!”

“Es culpa de tu niño que estén en este lío” dijo Pete. “Pequeño entrometido.” Luego, al abuelo: “¡No queremos unas putas tarjetas de béisbol!”

Mary está llorando, Corinne también, Billy ve que su padre está listo para desmayarse, y el abuelo no parece preocuparse por ninguno de ellos. Está en su mundo. “¿Y qué dicen de revistas de historietas?” agrega. “Las Archies y Gasparines no valen nada, pero hay algunas viejas de Superman… y una o dos de Batman, una en la que pelea contra el Guasón…”

“Creo que le diré a Pete que le dispare a tu hijo si no dejas de dar vueltas,” dijo Galen. “¿Tienes el dinero o no?”

“Sí” dijo el abuelo, “en el fondo, pero hay algo más que tal vez te interese.”

“No me interesa nada más” contesta Galen. Da un paso adelante. “Voy a buscar yo mismo el dinero. Si es que está allí. Sal de mi camino.”

“Vamos, despierta” dice el abuelo. “Esto vale el doble de lo que tengo en dinero.” Saca el bate Louisville. “Firmado por Ted Williams, el Espléndido en persona. Ponlo en eBay y llegará a setecientos. Por lo menos.”

“¿Cómo lo consiguió tu hermana?” pregunta Galen, finalmente interesado. Puede ver la firma en la madera, desvaída pero legible.

“Solo le sonrió y le guiñó el ojo cuando bajaba por la Calle Autógrafo” dijo el abuelo, y blandió el bate. Le dio a Galen en medio de la sien. Su cuero cabelludo se abrió como las hojas de una ventana. Voló la sangre. Los ojos se le cerraron de dolor y sorpresa. Tambaleó, manoteó al aire tratando de mantener el equilibrio.

“¡Ve por el otro, Franki!” gritó el abuelo. “¡Derríbalo!”

Frank no se movió, solo se quedó parado con la boca abierta.

Pete mira a Galen, durante un precioso momento completamente anonadado; pero el momento pasa. Se gira y apunta al abuelo. Billy salta hacia él.

“¡No!” gritó Corinne. “¡Billy, no!”

Billy agarra a Pete del brazo, bajándoselo y cuando Pete dispara, la bala se hunde en suelo entre sus pies. Galen se enderezó, aferrándose de la portezuela abierta del auto. El abuelo revolea el bate, ignorando las protestas de su espalda, y golpea al pelirrojo en las costillas con 33 onzas de sólida madera de Kentucky. Las rodillas de Galen se aflojaron y su graznido (“¡Pete, dispárale a este maldito!”) fue poco más que un susurro. El abuelo alzó el bate. Sonó otro disparo, pero no acertó (al menos él cree que no) y descargó el bate sobre la cabeza agachada de Galen. El hombre cayó de cara sobre una de las huellas del Buick.

Pete intenta deshacerse de Billy, pero el chico se aferra con todas sus fuerzas, los ojos entrecerrados y los dientes enterrados en el labio inferior. La pistola se mueve a un lado y a otro, mandando un disparo al cielo.

“Ahora tú, desgraciado” chilla el abuelo.

Pete al final se suelta de Billy, pero antes de poder levantar el arma el abuelo lo golpea en la cadera, rompiendo el bate. La pistola cae al suelo. Pete se da vuelta y huye, dejando su bolso que no es de bolos en el suelo.

Los dos niños volaron hacia el abuelo, abrazándolo y casi volteándolo. Él los aparta. Su viejo corazón está retumbando, y no sería una sorpresa que se detuviese.

“Billy, trae el bolso del gordo. Nuestras cosas están allí y no creo que pueda agacharme.”

El chico no lo hace, tal vez los disparos lo dejaron sordo, pero la niña obedece. Arroja el bolso en la parte trasera del auto y luego se frota las manos contra su remera de unicornio.

“Frank,” dice el abuelo, “¿está muerto el pelirrojo?”

Frank no se mueve, pero Corinne se agacha junto a Galen. Luego de unos segundos alza la vista, los ojos muy azules bajo la frente pálida. “No está respirando.”

Bueno, no es una gran pérdida para el mundo,” dice el abuelo. “Billy, trae el arma. No toques el gatillo.”

Billy levantó el revólver caído. Se lo extendió a su padre, pero Frank solamente lo miró. El abuelo lo agarra y lo se lo guarda en el bolsillo donde tenía la billetera. Frank simplemente se queda ahí, parado, mirando a Galen que está tirado cara abajo en la hierba, con la cabeza hundida.

“¡Abuelo, abuelo!” grita Billy, sacudiendo el brazo del viejo. Su boca tiembla, las lágrimas caen por sus mejillas y los mocos cuelgan sobre su labio. “¿Y si el gordo tiene otra pistola en la camioneta?”

“¿Qué les parece si salimos de aquí?” dijo el abuelo. “Corinne, tú manejas. Yo no puedo. Niños, suban atrás.” No está seguro de poder sentarse, se ha arruinado la espalda; pero deberá hacerlo sin importar cuánto duela.

Corinne cierra la portezuela trasera. Los chicos miran una vez más hacia el acceso para ver si Pete está volviendo, y luego corren al auto.

El abuelo le habla a su hijo. “Tuviste una oportunidad y te quedaste quieto. Podrías haber hecho que me mataran. Que nos mataran a todos.” El abuelo le da una bofetada a Frank tal y como él la recibió del hombre que se encuentra muerto a sus pies. “Entra, hijo. Tal vez estás demasiado viejo para cambiar lo que eres, no lo sé.”

Frank se va al asiento del acompañante como en medio de un sueño, y entra. El abuelo abre la puerta detrás de él y descubre que no puede inclinarse. Entonces se arroja de espaldas sobre el asiento, encogiendo las piernas con un poco de dolor. Mary gatea sobre él para cerrar la puerta y eso también duele. No es solo la espalda, siente que se ha arruinado todo.

“Abuelo, ¿estás bien?” pregunta Corinne. Ella se ha dado vuelta. Frank sigue mirando al frente, a través del parabrisas. Tiene las manos sobre las rodillas.

“Estoy bien,” dice el abuelo, aunque es mentira. Le gustaría tener seis de los calmantes que su hermana seguramente recibió por parte del oncólogo, pero Nan está a ciento cincuenta kilómetros de allí y él no cree que lleguen a verla hoy. No, hoy no. “Conduce.”

“¿En serio tienes ese dinero, abuelo?” pregunta Billy mientras su madre regresa por donde habían venido, mucho más veloz de lo que se habría animado a ir Frank. Deseando dejar atrás la Posada Resbalosa. Y su camino también.

“Claro que no” dice el abuelo. Limpia las lágrimas del rostro de su nieta y la estrecha contra él. Le duele, pero aun así lo hace.

“Abuelo,” dice la niña, “dejaste el bate especial de la tía Nan.”

“Así es,” dijo el abuelo, mesándole los cabellos. Los tenía todos transpirados y revueltos. “Tal vez lo recojamos más adelante.”

Frank finalmente habló. “Pasamos por una tienda Red Apple en la 196, justo antes de doblar. Llamaré a la policía desde ahí.” Se giró y miró al anciano. Tenía la mejilla enrojecida por la bofetada. “Todo esto es tu culpa, papá. Solo tuya. Teníamos que traer tu puto auto, ¿no? Si hubiésemos venido en el Volvo…”

“Cállate, Frank,” dijo Corinne. “Por favor. Solo por esta vez.”

Y Frank se calló.

 

En memoria de Flannery O’Connor.


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