POR EL CAMINO DE LA POSADA RESBALOSA
Stephen King
Segunda parte
Los
niños están inspeccionando la furgoneta que se encuentra sobre la loma, cerca de donde
alguna vez estuvo la posada. La rueda del lado del conductor está pinchada.
Mientras Mary la rodea para ir al frente en busca de la patente (ella siempre
anda detrás de alguna chapa nueva, algo que le enseñó el abuelo), Billy se
acerca al borde del gran agujero donde se erigía el hotel. Mira abajo y ve que
está lleno de agua oscura. De ella sobresalen algunos postes achicharrados. Y
la pierna de una mujer. El pie está encajado en una brillante zapatilla azul.
Él mira, al principio helado, y luego retrocede.
“¡Billy!” llama Mary. “¡Es de Delaware! ¡Mi
primera Delaware!”
“Así es, cariño,” dijo alguien. “Es de Delaware.”
Billy levantó la vista. Dos hombres estaban
caminando cerca del otro extremo del largo hueco anegado. Son jóvenes. Uno es
alto, con un pelo rojizo todo aceitoso y revuelto. Está lleno de granos. El
otro es bajo y gordo. En la mano lleva un bolso que luce como la vieja bolsa de
bolos del abuelo, la que dice ROLLING THUNDER en el costado con letras azules.
Pero en este caso, no hay nada escrito. Ambos hombres están sonriendo.
Billy intenta devolver la sonrisa. No sabe si luce
como una sonrisa o más como un chico intentando no gritar, pero espera que sea
una sonrisa.
Mary llega hasta el lado de la rueda pinchada. Su
sonrisa luce completamente natural. Claro, ¿por qué no? Es una niñita, y hasta
donde sabe a todos les agradan las niñitas.
“Hola,” dice ella. “Soy Mary. Este es mi hermano
Billy. Nuestro auto cayó en la zanja.” Apunta hacia donde se encuentran su
padre y abuelo observando la parte trasera del Buick, mientras que su madre
mira colina arriba, hacia ellos.
“Bueno, hola Mary,” dice el pelirrojo. “Un gusto.”
“Tú también, Billy,” El joven gordo apoya una mano
sobre el hombro de Billy. El gesto es sorpresivo pero Billy está demasiado
asustado para saltar. Aguanta la sonrisa con todas sus fuerzas.
“Sip, hay un problemita allí,” dice el hombre
gordo, mirando hacia abajo, y cuando Corinne alza la mano (con incertidumbre)
el gordo hace lo mismo. “¿Crees que podremos ayudarlos, Galen?”
“Apuesto a que sí,” dice el pelirrojo. “Nosotros
tenemos nuestro propio problema, como pueden ver.” Y apunta a la rueda
pinchada. “No tenemos repuesto.” Se agacha hacia Billy. Sus ojos son azul
brillante. “¿Viste ese agujero, Billy? Es enorme.”
“No,” dice Billy. Intentó sonar natural,
despreocupado ante la pregunta, pero no sabe si lo logró o no. Cree que está
por desmayarse. Desearía (por Dios, cómo desearía) no haber mirado abajo.
Zapatilla azul. “Tenía miedo de caerme.”
“Chico listo,” dice Galen. “¿No es cierto, Pete?”
“Listo,” accede el gordo, y saluda nuevamente a
Corinne. Ahora, el abuelo también estaba mirando colina arriba. Frank seguía
ensimismado en el auto hundido, con los hombros encogidos.
“¿Ese flacucho es tu papá?” pregunta el pelirrojo
Galen a Mary.
“Sip, y el otro es nuestro abuelo. Es viejo.”
“Mira nada más,” dice Pete. Su mano seguía apoyada
en el hombro de Billy. El niño giró la vista y vio lo que parecía ser sangre
bajo la uña del índice de Pete.
“Bueno, ¿sabes qué?” dice Galen, ahora agachado
frente a Mary quien le sonreía. “Estoy seguro de que podemos sacar ese trasto
de ahí empujándolo. Luego tal vez tu papá nos pueda llevar hasta algún taller.
Para conseguir una rueda nueva.”
“¿Son de Delaware?” pregunta Mary.
“Bueno, hemos pasado por allí,” contesta Pete.
Luego él y Galen intercambian una mirada y ríen.
“Vamos a ver su auto,” dice Galen. “¿Quieres que
te cargue, cariño?”
“No, está bien,” respondió Mary, mientras su
sonrisa se torna algo insegura. “Puedo caminar.”
“Tu hermano no habla demasiado, ¿no?” dice Pete.
Su mano, la que no sostiene la bolsa de bolos (si de eso se trata), continúa
sobre el hombro de Billy.
“Generalmente no puede quedarse callado,” dice
Mary. “Su lengua está colgada en el medio y corre para todos lados, dice el abuelo.”
“Tal vez vio algo que lo dejó mudo de miedo,” dice
Galen. “Una marmota o un zorro. O algo más.”
“No vi nada,” dice Billy. Siente que está por
llorar y se dice que no puede, no puede hacerlo.
“Bueno, vamos,” dice Galen. Le toma la mano a Mary
(esto ella sí lo aprueba) y comienzan a bajar por el acceso del hotel. Pete
camina junto a Billy, aún con su mano sobre el hombro del niño. No lo está
aferrando, pero Billy cree que tal vez lo haría si intentase correr. Está casi
totalmente seguro de que el hombre lo vio mirando dentro del sótano anegado. Presiente
que están en graves problemas.
“¡Eh, gente! ¡Hola, señora!” Galen suena jovial
como una mañana de mayo. “Parece que tienen un problemita aquí. ¿Les damos una
mano?”
“Oh, sería grandioso,” dice Corinne.
“Genial,” apoya Frank. “El maldito camino cedió
bajo el auto cuando estaba maniobrando.”
“Dobló muy cerrado,” dijo el abuelo.
Frank lo miró enfadado, luego volvió a los recién
llegados y esbozó una sonrisa. “Apuesto que ustedes dos pueden empujarlo.”
“Sin duda” dice Pete.
Frank extendió su mano. “Frank Brown. Esta es mi
esposa, Corinne, y mi padre, Donald.”
“Pete Smith,” dijo el joven gordo.
“Galen Prentice” agregó el pelirrojo.
Se estrecharon las manos. El abuelo murmuró
“…placer,” pero apenas los miró. Estaba observando a Billy.
“Señora,” dice Galen, “¿por qué no maneja usted?
Yo, Pete y su apuesto maridito empujaremos mientras usted maniobra.”
“Oh, no lo sé” dice Corinne.
“Yo podría hacerlo” interviene el abuelo. “Es mi
auto. Desde los viejos tiempos. Entonces sí sabían cómo fabricarlos.” Suena
malhumorado, y el alma de Billy (que se había esperanzado un poco) volvió a
caer a sus pies. Había creído que el abuelo podría darse cuenta acerca de estos
tipos, pero no.
“Nono, necesito que usted nos guíe. Estoy seguro
que la señora de Frank puede manejar. ¿Cierto?”
“Supongo…” murmura Corinne.
Galen le enseña el pulgar. “¡Seguro que puede!
Niños, quédense a un lado junto a su nono.”
“Él es el abuelo,” dice Mary. “No es ‘nono’.”
Galen sonrió. “Claro”, dijo. “Es el abuelo.” Y
parafraseando la popular canción infantil, agregó: “El abuelo se hace la
comadreja.”
Corinne se ubica detrás del volante y acomoda la
butaca más adelante. Billy no puede dejar de pensar en aquella pierna
emergiendo del agua lodosa en hoyo del sótano. La zapatilla azul.
Galen y Pete se colocan a los costados del Buick.
Frank va al medio.
“¡Arranque, señora!” grita Galen, y cuando ella
obedece los tres hombres se inclinan hacia adelante, apoyan fuertemente los
pies y colocan las manos sobre la cola del auto. “¡Okay, acelere un poco! ¡No
mucho, solo un poco!”
El motor ruge. El abuelo se inclina hacia Billy.
Su aliento es tan rancio como siempre, pero es el abuelo y a Billy no le
importa. “¿Qué ocurre, niño?”
“Una señora muerta” le respondió Billy en un
susurro, y ahora llegan las lágrimas. “Una señora muerta en ese agujero de allí
arriba.”
“¡Un poco más!” grita el gordo Pete. “¡Pise a la
perra!”
Corinne acelera más y los hombres empujan. Las
ruedas traseras del Buick comienzan a girar hasta que hacen contacto con el
suelo. El auto regresa al camino.
“¡Olé, olé, olé!” gritó Galen.
Billy sintió el repentino y confuso deseo de que
su madre se alejara y los abandonara, de que se fuera y se pusiese a salvo.
Pero ella se detiene, pone el freno de mano y sale, sosteniendo el dobladillo
de su vestido con el canto de la mano.
“¡Pan comido!” gritó Galen. “De vuelta en el
camino y como nuevo. Solo que nosotros aún tenemos un problema, ¿no Pete?”
“Claro que sí” dice Pete. “Una rueda pinchada y no
tenemos repuesto. Creo que pisamos un clavo cuando subimos allí.” Con un
resoplido hace temblar sus mejillas, ahora brillantes y sudorosas, y hace un
ruido de pinchadura: ¡Pfffffff! Había
dejado su bolso en el suelo para empujar, pero ahora lo levanta. Y lo abre.
“Diablos” dice Frank. “No tienen repuesto, ¿eh?”
“Una mierda, ¿no?” dice Galen.
“¿Qué estaban haciendo allá?” pregunta Corinne.
Ella había dejado el motor andando y la puerta abierta. Mira a su esposo, quien
exhibe su sonrisa de banquero, y luego a sus dos hijos. La niña se ve bien,
pero el rostro de Billy está blanco como la cera.
“Acampando” dice Pete. Su mano ha desaparecido
dentro del bolso que no es un bolso de bolos.
“Oh” dice Frank. “Eso es…”
No llega a terminar, tal vez no sabe cómo hacerlo
y nadie parece estar seguro de qué manera retomar la conversación. Los pájaros
cantan en los árboles. Los grillos frotan sus ásperas patas en las hierbas
altas, el único universo que conocen. Las siete personas forman un amplio
círculo detrás del Buick. Frank y Corinne intercambian miradas que significan ¿Qué está pasando aquí?
Continuará...
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