viernes, 30 de octubre de 2020

"La noche de los maniquíes" - Stephen Graham Jones - Capítulo 4 (primera parte)

 


4

 

 

 

Shanna fue la primera en irse. Y cuando digo “irse” me refiero a morir. Y por “morir”, quiero decir ser asesinada.

Es algo así como que… ella seguía siendo parte de nosotros, me imagino, del grupo que había abandonado a Manny un verano perfecto de hace tanto tiempo. Entonces Manny estaba comenzando por afuera, empezaba con ella porque era la más alejada de la broma, e iba a seguir acercándose.

A quién dejaría para el final, era una sorpresa.

Bueno, sí, flash informativo, Shanna murió cuando aquel camión Mack se salió de la banquina, arremetió contra el muro de su dormitorio y siguió adelante atravesando toda a casa. Una gran catástrofe, una tragedia horrible, llegó al The Dallas Morning News. Su mamá y su hermanito menor también murieron, toda la comunidad en llantos, vigilias con velas, memoriales, media jornada en la escuela, toda la cosa. “¿Por qué ellos?” se preguntaban todos. “¿Qué habían hecho ellos para merecer esto?” “¿No es increíble cómo el azar puede atrapar a cualquiera?” “Podría haber sido cualquiera de nosotros, ¿no?”

Por supuesto nadie tenía respuestas, pero no porque no las hubiese. Era porque nadie me preguntaba lo que yo quizás sabía.

¿Pero, aun así, les habría contado?

Honestamente, en ese punto no estoy seguro.

Lo que es seguro es que sin importar lo que les dijese, no me habrían creído. No existe ni la mitad de la décima parte de una molécula de chance que no me hubiesen creído enloquecido por la pena, sufriendo la culpa del sobreviviente, manejando teorías conspirativas, enganchado en pensamientos mágicos, tal vez incluso mostrando atisbos de un episodio psicótico de disociación con la realidad; una disociación debida, no lo sé, a nuestra broma fallida y a cómo ella había trastocado la naturaleza de lo que yo ingenuamente llamaba realidad, en la que como es sabido los maniquíes no se levantan ni caminan.

Me sigo diciendo que seguramente lo mejor fue quedarme callado.

Pero les podría haber contado una o dos cosas, si hubiesen querido escuchar. O les habría hecho algunas preguntas orientadoras. ¿Y si ese camión no fue producto del azar? ¿Si la mamá y el hermanito de Shanna solo fueron daños colaterales? Y lo más importante, especialmente porque se seguía aplicando a Danielle, a Tim, a JR y a mí: ¿y si Shanna de alguna manera se lo había buscado?

Hasta donde sé (según lo que dijeron, y le creemos porque ¿qué ganarían Shanna y Danielle mintiendo?) Manny había sido su primer beso durante una tarde de verdad o consecuencia. Y todo ese verano fue… no sé cuál había sido la mejor broma. Había habido tantas, una más fabulosa y creativa que la otra. Colocar a Manny en los jardines de los ancianos sosteniendo una manguera con una mano, y con la otra saludando al estilo de 1950, como diciendo “acabamos de ganar la guerra, todo está oki-doki”. Levantarlo entre dos para que sus ojos estuviesen a la altura del dormitorio de Danielle en el segundo piso, haciéndola gritar tan fuerte que su papá casi nos atrapa. Dibujarle a Manny tatuajes con marcadores y luego borrárselos, hacerlos más grandes, peor y mejor al mismo tiempo. Llevar su cabeza al mercado y esconderla entre los melones, para después salir corriendo con ella como una pelota de fútbol antes de que nos alcanzara algún empleado o cajero. Dejarlo sentado en los bancos del parque y escondernos entre los arbustos, soplando silbatos caninos lo más fuerte que podíamos para que los perros lo atacasen y los dueños se fueran en disculpas, intentando traer a sus perros enloquecidos de vuelta al mundo real.

Manny sirvió para todo eso, siempre ganaba.

Hasta que lo hicimos a un lado como un guante de béisbol que ya no necesitamos. Como un triciclo que ya nos queda chico. Como un amigo al que decidimos que no necesitábamos hablar más.

No obstante, aún puedo ver su mano levantada en un amago de saludo. Esperando que alguien pasara y se fijase en él.

Sí, nos merecíamos que viniese a por nosotros.

Solo lamento que haya comenzado con Shanna, quien ni siquiera estaba en la broma.

Pero si Manny hubiese comenzado conmigo, entonces mucha más gente habría acabado muerta; así que sí, lo siento Shanna. Supongo que debía ser así. El bien mayor, que es lo mismo que decir el mal menor. Lo cual, ya lo sé, hablando de un camión fuera de control a 90 kilómetros por hora atravesando tu ventana, es bastante malo, ¿no?

Pero sí, podría haberlos llamado a ustedes para advertirles, seguro. Probablemente debería haberlo hecho. Y bien, yo no había descifrado demasiado en ese momento; pero, quiero decir, igual podría haberles contado acerca del murmullo que escuché en mi patio. Especialmente alrededor del cobertizo. Entre los rastrillos y palas, las plantas de tomate en las que mi mamá siempre había puesto tantas esperanzas.

Lo que no les conté fue que mi papá me mandó afuera para espantar al mapache o perro que anduviese por ahí; pero en lugar de un mapache o un perro, lo que vi fue la imagen fugaz de una piel blanca como el papel en los arbustos. Mi corazón casi se detuvo. Quedé congelado, miré con más atención, y finalmente me topé con un ojo pintado observando desde un claro en los arbustos.

Manny.

Cuando andábamos poniéndolo aquí y allá por todos lados, siempre había sido muy rígido, difícil de lograr que hiciese lo que queríamos.

Sin embargo, el nivel al que estaba ahora su ojo me hacía imaginarlo agachado, como antes de empezar una carrera. Quiero decir que sus dedos, los cuales siempre habían sido como el frente de una paleta, debían estar sosteniéndolo, tenían que poder separarse lo suficiente para hacerlo. Y sus pies debían haber estado casi totalmente extendidos detrás de él, listos para saltar y alejarse antes de que lo atrapasen haciendo lo que fuera que estuviese haciendo.

¿Estaba temblando por el esfuerzo de sostenerse en esa incómoda posición? ¿Ese temblor hacía que el frente de uno de sus muslos estuviese por ceder, con la clavija en el ángulo justo para abrirse? ¿Seguía vistiendo las ropas de nuestros papás o ahora estaba desnudo, lo que en realidad no era importante para él?

¿Estaba feliz de verme?

En ese entonces, yo todavía pensaba eso.

Entonces sí, después de salir del teatro como una persona normal, él había… él no había tenido adónde ir, dónde quedarse, así que se había vuelto salvaje, ¿cierto? Tal vez había vivido en el campo de golf por unas noches, para luego recordar nuestro viejo fuerte entre los árboles y dirigirse allí, esperando encontrarnos aún siendo niños, todavía listos para jugar, dispuestos a más y más risas. Pero me imaginaba que debía estar manejándose con vagos recuerdos. Y esos recuerdos lo habían traído hasta aquí, a mi patio trasero, para esconderse en el garaje tal vez. Así podría montarse en la Kawasaki de mi papá, ahorrándonos el problema de tener que lidiar con la culpa de verlo constantemente parado por ahí, en el borde las cosas. Esa es la clase de tipo que habría sido Manny; quiero decir, si hubiera podido ser humano.

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