4
Pero no podía dejar abierta la puerta del
garaje para él. Incluso aunque hubiese podido arrancar la moto de mi papá, él
en realidad no habría sabido cómo manejarla. Habría terminado como mi papá, y
sus extremidades, su cabeza y cuerpo habrían quedado desparramados por todos
lados. Y mí me habrían descubierto
por ello, claro, porque él no podía haberlo hecho por su cuenta. Él es solo una
cosa, Sawyer, ¿por qué no intentas
decir la verdad por una vez en tu vida?
Al mismo tiempo no podía dejarlo morir de
hambre.
Le susurré que esperase, volví adentro y
busqué lo que imaginaba que podría comer un maniquí. Resultó ser plástico de
embalaje, maní y mayonesa.
Di dos pasos más allá de la luz del patio
con el corazón galopando, arrojé todo y salí corriendo. Luego de treinta
minutos volví y escuché el rasguido del sobre de mayonesa.
A la mañana siguiente todo seguía allí,
pero estaba manoseado y husmeado, como si Manny hubiera buscado la parte
comestible sin hallarla. Pero la puerta del cobertizo estaba balanceándose
adelante y atrás por la brisa, y definitivamente había estado cerrada la noche
anterior. Estaba totalmente seguro, porque de lo contrario los mapaches estaban
siempre esperando afuera con sus máscaras negras.
Entré en puntillas, diciendo el nombre de
Manny no con esperanzas sino como una especie de escudo. Como recordándole que
alguna vez lo había conocido.
No estaba ahí, pero la bolsa de fertilizante
genérico de mi mamá tenía el costado rasgado de la manera más obscena, y la
mayor parte no estaba desparramada sino que había desaparecido. Al menos tanto como hubieran podido tomar aquellos
flacos dedos de plástico.
“¿Te comiste eso?” le dije en voz alta.
“¿Comer qué?” preguntó papá, parado en la
entrada a mis espaldas. Luego, antes de que pudiera responder, me preguntó si
había visto su gorra de los Redskins. Mi traicionero cerebro recordó el ángulo
desenfadado en que siempre la usaba, y supe enseguida por qué se la había
puesto así a Manny.
“Tal vez mamá la puso otra vez en el
lavavajillas,” le dije sin mirarlo, y eso bastó para que desapareciese como lo
hacen los padres, dejándome con la bolsa saqueada.
“Estás creciendo, ¿cierto?” le dije al Manny
imaginario.
El Manny imaginario asintió.
Él estaba hambriento, estaba creciendo, Él
estaba hambriento, estaba creciendo, y
de alguna manera se acordaba de nosotros.
Esa combinación me dejó con cierta
incertidumbre. Una sospechosa y mortal clase de incertidumbre.
Y después, aquel camión salió del camino y
se estrelló en la habitación de Shanna. Sin relación, ¿cierto?
Falso.
Como su usuario aún estaba en mi vieja
laptop, espié en su cuenta para ver qué había estado pirateando la noche que
esas luces entraron por sus ventanas. Mi idea, supongo, era que si la descarga
se había interrumpido yo podría terminarla, al menos para darle algún tipo de
conclusión.
Había sido la misma película a la que
habíamos llevado a Manny. Me imagino que al trabajar allí, solo podía ver los
créditos y la escena postcréditos, ¿no? Y dado que todos habíamos visto juntos
las dos primeras tantas veces, ahora que estaba enojada con nosotros con justa
razón, de alguna manera sentía que podía seguir a nuestro lado viendo la
tercera película. O tal vez simplemente quería verla. Mamá tiene razón, siempre
complico las cosas, veo intenciones y premeditación donde no hay nada.
Aun así, ¿esta película?
“No, no, no,” dije, y cerré la laptop, dejando la mano apoyada sobre ella
como si la verdad quisiese emerger de ella y meterse a la fuerza en mi
interior.
El hecho de que fuese esa película, me dijo todo lo que necesitaba saber acerca de cómo
funcionaba el mundo.
Lo que ocurrió fue que el camionero había
estado tonteando en el viaje, medio dormido (“tontear” es la palabra predilecta
de mi papá, y su favorita para referirse a su hijo mayor), pero ese camionero
solo había estado dormitando mientras conducía, como suelen hacerlo los zombis
de las carreteras, y tomó la salida sin darse cuenta de que estaba dejando la
interestatal. Luego, algo que había estado agazapado en el camino se paró de
repente frente a él: un maniquí alimentado por fertilizante, que había crecido
hasta los cuatro o cinco metros probablemente. Tal vez seis. Cualquiera habría
volanteado para no chocar a una pesadilla ambulante como aquella, ¿verdad?
No obstante, es casi seguro que Shanna ya
estaba muerta en ese momento. Él la había matado de alguna manera, quizás
estrangulándola con sus manos de plástico, y luego desvió el camión para cubrir
su rastro. Fue por eso que no pudieron identificar con certeza cuál montón de
carne era ella, cuál su mamá y cuál su hermanito; qué era humano y qué era
perro.
Sin embargo, así debía ser para Manny.
De otra forma, podríamos haber adivinado
que iba a por nosotros.
Pero él no contaba conmigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario