sábado, 31 de octubre de 2020

"La noche de los maniquíes" - Stephen Graham Jones - Capítulo 4 (segunda parte)

 


4



Pero no podía dejar abierta la puerta del garaje para él. Incluso aunque hubiese podido arrancar la moto de mi papá, él en realidad no habría sabido cómo manejarla. Habría terminado como mi papá, y sus extremidades, su cabeza y cuerpo habrían quedado desparramados por todos lados. Y mí me habrían descubierto por ello, claro, porque él no podía haberlo hecho por su cuenta. Él es solo una cosa, Sawyer, ¿por qué no intentas decir la verdad por una vez en tu vida?

Al mismo tiempo no podía dejarlo morir de hambre.

Le susurré que esperase, volví adentro y busqué lo que imaginaba que podría comer un maniquí. Resultó ser plástico de embalaje, maní y mayonesa.

Di dos pasos más allá de la luz del patio con el corazón galopando, arrojé todo y salí corriendo. Luego de treinta minutos volví y escuché el rasguido del sobre de mayonesa.

A la mañana siguiente todo seguía allí, pero estaba manoseado y husmeado, como si Manny hubiera buscado la parte comestible sin hallarla. Pero la puerta del cobertizo estaba balanceándose adelante y atrás por la brisa, y definitivamente había estado cerrada la noche anterior. Estaba totalmente seguro, porque de lo contrario los mapaches estaban siempre esperando afuera con sus máscaras negras.

Entré en puntillas, diciendo el nombre de Manny no con esperanzas sino como una especie de escudo. Como recordándole que alguna vez lo había conocido.

No estaba ahí, pero la bolsa de fertilizante genérico de mi mamá tenía el costado rasgado de la manera más obscena, y la mayor parte no estaba desparramada sino que había desaparecido. Al menos tanto como hubieran podido tomar aquellos flacos dedos de plástico.

“¿Te comiste eso?” le dije en voz alta.

“¿Comer qué?” preguntó papá, parado en la entrada a mis espaldas. Luego, antes de que pudiera responder, me preguntó si había visto su gorra de los Redskins. Mi traicionero cerebro recordó el ángulo desenfadado en que siempre la usaba, y supe enseguida por qué se la había puesto así a Manny.

“Tal vez mamá la puso otra vez en el lavavajillas,” le dije sin mirarlo, y eso bastó para que desapareciese como lo hacen los padres, dejándome con la bolsa saqueada.

“Estás creciendo, ¿cierto?” le dije al Manny imaginario.

El Manny imaginario asintió.

Él estaba hambriento, estaba creciendo, Él estaba hambriento, estaba creciendo, y de alguna manera se acordaba de nosotros.

Esa combinación me dejó con cierta incertidumbre. Una sospechosa y mortal clase de incertidumbre.

Y después, aquel camión salió del camino y se estrelló en la habitación de Shanna. Sin relación, ¿cierto?

Falso.

Como su usuario aún estaba en mi vieja laptop, espié en su cuenta para ver qué había estado pirateando la noche que esas luces entraron por sus ventanas. Mi idea, supongo, era que si la descarga se había interrumpido yo podría terminarla, al menos para darle algún tipo de conclusión.

Había sido la misma película a la que habíamos llevado a Manny. Me imagino que al trabajar allí, solo podía ver los créditos y la escena postcréditos, ¿no? Y dado que todos habíamos visto juntos las dos primeras tantas veces, ahora que estaba enojada con nosotros con justa razón, de alguna manera sentía que podía seguir a nuestro lado viendo la tercera película. O tal vez simplemente quería verla. Mamá tiene razón, siempre complico las cosas, veo intenciones y premeditación donde no hay nada.

Aun así, ¿esta película?

“No, no, no,” dije, y cerré la laptop, dejando la mano apoyada sobre ella como si la verdad quisiese emerger de ella y meterse a la fuerza en mi interior.

El hecho de que fuese esa película, me dijo todo lo que necesitaba saber acerca de cómo funcionaba el mundo.

Lo que ocurrió fue que el camionero había estado tonteando en el viaje, medio dormido (“tontear” es la palabra predilecta de mi papá, y su favorita para referirse a su hijo mayor), pero ese camionero solo había estado dormitando mientras conducía, como suelen hacerlo los zombis de las carreteras, y tomó la salida sin darse cuenta de que estaba dejando la interestatal. Luego, algo que había estado agazapado en el camino se paró de repente frente a él: un maniquí alimentado por fertilizante, que había crecido hasta los cuatro o cinco metros probablemente. Tal vez seis. Cualquiera habría volanteado para no chocar a una pesadilla ambulante como aquella, ¿verdad?

No obstante, es casi seguro que Shanna ya estaba muerta en ese momento. Él la había matado de alguna manera, quizás estrangulándola con sus manos de plástico, y luego desvió el camión para cubrir su rastro. Fue por eso que no pudieron identificar con certeza cuál montón de carne era ella, cuál su mamá y cuál su hermanito; qué era humano y qué era perro.

Sin embargo, así debía ser para Manny.

De otra forma, podríamos haber adivinado que iba a por nosotros.

Pero él no contaba conmigo.


 

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