viernes, 2 de octubre de 2020

"La pluma mágica de Gwendy" en español: capítulos 54, 55 y 56

 


54

Los lunes son días muy ajetreados en el hospital Castle County, y el 27 de diciembre no es una excepción. Las enfermeras y ordenanzas están recargadas de trabajo gracias al fin de semana largo, y tres miembros de la guardia dieron parte de enfermos; pero la vida continúa.

Gwendy está sentada junto a la cama en la habitación 233 y observa la respiración estable en el pecho de su madre. Ella ha estado durmiendo tranquilamente por casi media hora, lo cual es la única razón por la que Gwendy está sola en la habitación. Veinte minutos antes, finalmente consiguió que su padre se fuese a la cafetería para desayunar. No había dejado a su esposa desde que se reunieron la tarde anterior, y no quería marcharse; pero Gwendy insistió.

La novela de John Grisham permanece cerrada en el regazo de Gwendy, con un cupón de golosinas marcando la página. Oye el sonido intermitente de las máquinas y observa el constante goteo del suero, y recuerda a una docena de habitaciones de hospitales similares, muy parecidas a esta. El cuarto sin ventanas del tercer piso en el Mercy Hospital donde su querido amigo Johnathon había dado sus últimos alientos, docenas de fotografías y tarjetas de buenos augurios pegadas a la pared sobre su cabeza. Tantas habitaciones de otros tantos hospitales y clínicas de SIDA que ella había visitado. Seres humanos muy valientes, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, todos unidos por un solo propósito: sobrevivir.

Desde entonces, Gwendy ha odiado los hospitales (su apariencia, olores, sonidos) a la vez que había mantenido el más alto respeto hacia quienes luchaban por sus vidas, y por los doctores y enfermeras que los acompañaban en esa lucha.

“… morirás rodeada de amigos, en un lindo camisón con flores azules en el dobladillo. La luz del sol inundará tu ventana, y antes de que partas mirarás afuera y verás una bandada de pájaros volando al sur. Una imagen final de la belleza del mundo. Habrá un poco de dolor. No mucho.”

Richard Farris una vez le dijo eso a ella, y le creyó. No sabe cuándo sucederá, o dónde, pero no le interesa. Ya no.

“Si alguien merece ese tipo de despedida, eres tú, mamá.” Baja la vista, sofocando un gemido. “Pero no estoy lista aún. No estoy lista.”

La señora Peterson, con los ojos todavía cerrados, dice: “No te preocupes Gweenie, yo tampoco lo estoy.”

“Oh Dios mío,” casi grita Gwendy por la sorpresa, volteando el libro al piso. “¡Creí que estabas durmiendo!”

La señora Peterson abre los ojos a medias y sonríe perezosamente. “Lo estaba hasta que te escuché parlotear.”

“Lo siento mucho, mamá. He estado haciendo eso, hablando sola en voz alta, como una vieja loca llena de gatos.”

“Eres alérgica a los gatos, Gwendy,” dice la señora Peterson, reflexiva.

Gwendy mira más de cerca a su mamá. “Muy bien, y eso debe ser la morfina que te hace hablar.”

La señora Peterson levanta la cabeza y mira alrededor. “¿Lograste que tu padre se vaya a casa?”

“Ni hablar. Pero hice que se fuese a la cafetería a comer algo.”

La mujer asiente débilmente. “Buen trabajo, cariño. Estoy preocupada por él.”

“Yo me ocuparé de papá,” dice Gwendy. “Tú preocúpate por mejorar.”

“Eso está en las manos de Dios ahora. Estoy muy cansada.”

“No puedes rendirte, mamá. Ni siquiera sabemos cuán grave es. Podría ser…”

“¿Quién habló de rendirse? Eso no va a suceder, no mientras te tenga a ti y a tu padre a mi lado. Tengo mucho por qué vivir.”

“Sí,” asiente Gwendy. “Seguro que sí.”

“Lo que quiero decir es…” Busca las palabras exactas. “Si puedo vencer esto otra vez, si hay alguna posibilidad, lo haré. Estoy segura. No importa lo dura que sea la batalla. Pero… si no puedo hacerlo… si Dios decide que es mi hora, que así sea. Tuve una vida maravillosa con más bendiciones que las que cualquier persona debería tener. ¿Cómo podría quejarme? En fin, eso quería decir… es la única forma en que me meterán en la tierra.”

“¡Mamá!” exclama Gwendy.

“¿Qué? Ya sabes que no quiero ser cremada.”

“Eres imposible,” dice Gwendy, agarrando la mochila que había dejado en el alféizar de la ventana. “Te traje un poco del jugo de frutas que tanto te gusta y algunos bocadillos. También tengo una sorpresa.”

“Genial, me encantan las sorpresas.”

Ella abre la mochila. “Primero come y bebe, luego la sorpresa.”

“¿Cuándo te hiciste tan mandona?”

“Aprendí de la mejor,” dice Gwendy y chasquea la lengua.

“Hablando de sorpresas (y no sé por qué me desperté pensando en esto), ¿recuerdas el año que intentamos sorprender a tu padre para su cumpleaños?” Se incorpora en la cama, los ojos bien abiertos y alertas, y toma un sorbo del cartón de jugo.

“¿Cuando decoramos el garaje con todos esos globos y guirnaldas?” pregunta Gwendy.

La señora Peterson la apunta con el dedo. “Esa vez. Él estuvo pescando toda la tarde. Amontonamos a todos adentro y el gran plan era abrir la puerta del garaje en cuanto él llegara a la entrada.”

Gwendy comienza a reír. “Solo que no sabíamos que él se había caído de un tronco y aterrizado en el lodo, cuando volvía a la camioneta.”

La señora Peterson asiente. “Le habíamos quitado el control del portón de la camioneta, así que no tuvo más remedio que salir de ella.” Ahora la mujer ríe junto con su hija.

“Todos estábamos escondidos en la oscuridad y cuando escuchamos que bajaba de la camioneta…”

“Aprieto el botón, el portón se levanta y ahí está tu padre…” La señora Peterson comienza a reír más fuerte y no puede terminar.

“Parado con su caña de pescar en una mano y su caja en la otra,” dice Gwendy, “y está desnudo de la cintura para abajo, con las piernas flacas y pálidas cubiertas de lodo.” Gwendy echa la cabeza atrás y ríe.

La señora Peterson se pone una mano sobre el corazón y lucha para poder hablar. “Con una mano te cubría los ojos y con la otra le hacía señas a tu padre para que volviese a la camioneta. Vi la expresión de la pobre de Blanche Goff…” Estornuda una risa “Creí que ella iba a sufrir un infarto, sentada en su reposera.”

Y luego ambas mujeres se están retorciendo de la risa. Y ninguna puede articular otra palabra.


 

55

Cuando el señor Peterson sale del ascensor y escucha las risotadas que llegan desde el fondo del pasillo, sus ojos se entrecierren con molestia. Quienquiera que esté haciendo esa bulla, es mejor que no despierte a mi esposa o se las verá conmigo.

No es hasta que dobla por la esquina, junto a la recepción, y ve la puerta del 233 abierta de par en par con un grupo de  enfermeras sonrientes reunidas afuera, que cae en la cuenta de que son su esposa y su hija quienes están haciendo el barullo.

“¿Qué ocurre aquí?” pregunta, entrando en la habitación con cara de intriga.

La señora Peterson y Gwendy lo miran y estallan en otro acceso de risa.


 

56

Veinte minutos después, un ordenanza llama a la puerta. Es grande, con una sonrisa amigable y una mata de rastas embutidas en una redecilla. “Lamento interrumpir la fiesta, amigos, pero debo lleva a la señora hasta Radiología.”

“¡Winston!” dice la señora Peterson, iluminándosele el rostro. “Creí que ya había terminado tu turno.”

“No, señora. No hasta que termine de ocuparme de mi paciente favorita.”

Visiblemente emocionada, ella dice, “Gracias, Winston.”

“Estaré aquí cuando regreses,” dice el señor Peterson, apretando la mano de su esposa.

Ello lo mira con sus hermosos ojos azules y le da un apretoncito. “Estoy lista,” le dice al ordenanza.

“Yo también estaré aquí,” dice Gwendy, haciendo lo imposible por no llorar.

“Ya lo sé.” La señora Peterson saca la otra mano de debajo de la colcha y sostiene una pequeña pluma blanca. Su mano luce muy delgada y frágil. “Gracias de nuevo por el préstamo, querida. La cuidaré muy bien.”

Gwendy sonríe, pero no se arriesga a abrir la boca.


 

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