jueves, 5 de noviembre de 2020

"La noche de los maniquíes" - Stephen Graham Jones - Capítulo 8 (1)

 


8

 

 

 

Dos días después convoqué una reunión de emergencia con los que aún no estaban muertos.

No era para envenenarlos o para hacer estallar una bomba casera. No me malinterpreten, eso hubiera ahorrado mucho dolor, pero… ¿recuerdan a nuestras familias? Un grupo de chicos asesinados uno por uno sin ninguna razón puede unir a las madres, padres, hermanos y hermanas; pero cuatro chicos jugando con artefactos explosivos en la playa, el largo muelle o lo que sea que hubiese detrás de la heladería Twisty Treats durante el séptimo periodo de un fin de semana, era el tipo de tragedia que deja a todos shockeados, buscando vicios, adicciones e infidelidades con que llenar el vacío dejado por nosotros.

Yo fui el primero en llegar, pero me quedé vigilando desde los árboles del parque así JR llegó antes.

Quería ver si él sentía algo en el agua, donde Manny debía estar durmiendo. Si el lago chapoteaba más alto en la costa, por si Manny sentía la perturbación de la fuerza del agua.

JR se dedicó a arrancar astillas del borde mismo del muelle, y las arrojaba como aviones de papel hacia el agua. O tal vez como pequeñas lanzas, no lo sé. Tal vez viese moscas o mosquitos que yo no divisaba desde mi ubicación.

¿Lucía como alguien que acababa de perder a dos grandes amigos?

Yo no estaba seguro.

¿Acaso yo lucía así?

Toqué mi rostro: no podía sentir las yemas de los dedos en mis mejillas, mis labios, y me di cuenta de que aún tenía puesta la máscara de maniquí que había comprado recién en una tienda de liquidaciones. Era una cara totalmente blanca, pálida, ni siquiera tenía el color de mi cuello o de mis orejas.

La había comprado por dos razones. La primera era que cuando Tim me vio, vio mi verdadera cara, casi pierdo el control, abandono todo y huyo. Segundo, si me veía como Manny, y si estaba haciendo esto por culpa de Manny, era como que en realidad yo no estaba haciéndolo, ¿verdad? Como si Manny estuviera aquí en persona, usándome como un mini avatar, que pudiese caber en el espacio de un ser humano. De esta manera yo era una extensión suya, haciendo lo que él debía hacer sin tener que llevarse a media escuela por delante, sin tener que aplastar a todo un autobús de la iglesia, o una reunión familiar o un funeral.

Pero los funerales todavía no habían comenzado.

Y yo no quería dejarme puesta la máscara para este gran encuentro, debí olvidar que la llevaba colocada.

Me la saqué como se saca un lente de contacto, agarrando todo a la vez y bajando la mano mientras echaba la cabeza hacia atrás, para romper el sello los más suave e indoloramente posible.

Mi cara ni siquiera estaba transpirada, y mi mano no temblaba como creí que lo haría.

Lo que me interesaba era el chapoteo que JR estaba haciendo en la punta del muelle.

Se había quitado la zapatilla derecha, y la sostenía por detrás del hombro como un lanzador de béisbol.

Yo me adelanté veloz, alarmado, y la arrojó al lago.

Flotó por diez segundos, como sin saber qué hacer, como preguntándose si eso estaba bien, si era a propósito, si alguien quería deshacer esta acción; pero luego tomó el agua suficiente para hundirse, echando una hambrienta burbuja.

JR gritó como si eso lo enfadase y comenzó a saltar, intentando sacarse la otra zapatilla. Se cayó y casi rueda hasta el agua, pero nunca dejó de tironear la zapatilla. Finalmente lo logró y la arrojó como si quemase o estuviese llena de hormigas.

Luego siguieron su camiseta, su cinturón, y sus pantalones.

Cuando los arrojó se desenvolvieron en el aire y cayeron flotando, aterrizando en el borde del muelle con una pernera en el agua y la otra colgando. Él corrió hacia ese extremo seco como si lo odiara, inclinándose para empujar los pantalones lejos, muy lejos. Si alguien estuviese cruzando el puente miraría dos veces, para asegurarse de que lo que veía era cierto.

“¿Qué etapa del duelo es esa?” dijo una voz sobre mi hombro izquierdo, prácticamente en mi oído.

De alguna manera no me sobresalté, solo giré.

Danielle.

Sin dirigir la atención hacia la máscara, la presioné fuertemente contra el muslo, rogando que el desnudo y los llantos de JR en ese lugar tan público fueran mucho más llamativos de lo que yo sostenía o podía estar sosteniendo.

“¿La tercera etapa?” dijo otra voz, y volteé más rápido con una mueca, porque había reconocido esa voz petulante.

Steve.

Me saludó levantando la barbilla, como si siempre lo hubiese hecho en los pasillos de todas las escuelas a las que habíamos ido  juntos.

Taladré con la vista a Danielle y ella se encogió de hombros como diciendo que no debía explicar a quién traía a nuestra reunión.

Probablemente era lo mejor que todos estuviésemos muriendo, ¿verdad? De cualquier manera, nos estábamos separando. Todo estaba cambiando.

Miré a JR.

“Es la etapa estúpida del duelo,” dije como indicando lo obvio.

“Parece que alguien está asustado,” respondió Danielle, y sentí más que ver (aunque definitivamente la vi) a su blusa alzarse por sobre la cabeza, y las dos copas de su sostén verde lima brillar con el sol.

“Que los pasajeros cuiden sus ojos…” escupió Steve especialmente para mí, y luego se sacudió hacia adelante porque Danielle había tomado su mano y lo estaba llevando hacia el muelle, con la blusa aferrada en la otra mano.

En el camino, Steve se sacó las zapatillas (eran buenas, caras) y Danielle de alguna manera se las arregló para deshacerse de sus jeans sin dejar de moverse.

Justo cuando JR se giró al escucharlos, ella lo tacleó hacia el agua.

Steve debió sentarse para quitarse los calcetines y pantalones. Se quedó con los bóxers, mirándome.

“Es un día triste,” me gritó. “Todo vale, amigo.” Y luego saltó por el costado, cuidando de no engancharse con las astillas, y se zambulló casi sin salpicar.

Miré más allá de él, más allá de todos ellos, al centro del lago.

Justo antes de que Manny emergiese, sabía que habría un bulto lento, como una burbuja gigante que había estado creciendo por años hasta que finalmente saldría a la superficie para tocar el cielo.

Me negué a esa ridiculez y me saqué la camiseta, cuidando de dejar la máscara adentro, y luego caminé hacia la luz del sol para sacarme lentamente los pantalones una pierna a la vez, así Steve no podría decir que tenía miedo.

Para probarlo, también me saqué la ropa interior.

Entonces grité “¿¡Qué demonios es eso!?”, parado en puntas de pie y mirando a lo lejos, indicando algo que realmente no estaba allí.

Continuará...

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