viernes, 6 de noviembre de 2020

"La noche de los maniquíes" - Stephen Graham Jones - Capítulo 8 (2)

 




8



Cuando giraron las cabezas para mirar, corrí por el muelle, estaba en el aire al momento en que volvieron la vista, cayendo como una bomba antes de que pudieran respirar y, así como así, incluso con Steve presente, fue una vez más como todos nuestros veranos, como un último respiro antes de hundirnos en la oscuridad. Nos empujamos y salpicamos y hundimos unos a otros, y (supongo que por eso lo hacíamos) incluso reímos un poco, como sin querer, y nos elevamos tan alto como pudimos para saludar a la mamá que estaba paseando con su cochecito de bebé. Con dos grandes amigos muertos, esas son las cosas que uno busca, me imagino. Uno o dos momentos en los que te olvidas de estar triste.

Cuando volvimos a la costa unos minutos después (aún no habían llegado los policías, pero siempre aparecían cuando alguien nadaba allí) y nos sentamos sobre las piedras calientes abrazando nuestras rodillas, fue cuando comencé a llorar. No JR, ni Danielle; yo, quien había visto a Tim muerto antes incluso que sus padres. El que había tenido que lidiar con todo por mucho más tiempo, el que tenía menos razones que nadie para perder la compostura. Pero creo que lloraba por todo lo que me faltaba hacer, también. Todos. Nadar junto a ellos y luego morir con ellos era lo mejor que me podía pasar, pero también lo peor que podía haber hecho.

Me enderecé tratando de recobrar el control y me alejé de ellos, como mirando hacia nuestros vecindarios.

La policía no nos estaba molestando porque posiblemente, de acuerdo a los rumores, estarían revisando la actividad online de Tim para descubrir si había hablado con algún acosador de internet o un traficante. Cuando me preguntaron quién podría haber hecho algo así me encogí de hombros, me relamí los labios resecos, y como todo un traidor negué con la cabeza, dije que no había nadie, que no podía haber sido él.

Todos los anotadores de la sala se prepararon para lo que yo iba a decir a continuación.

“Solo fue una broma,” dije sonándome la nariz.

“¿Una broma?” preguntó el detective.

Debe existir algún seminario de detectives donde, por seis horas, trabajando en pequeños grupos aprenden a repetir lo último que dijo el interrogado. Solo agreguen un signo de interrogación. Muy bien, una vez más, vamos a arreglar esto antes de irnos.

Les conté acerca de Manny y la película de superhéroes, les dije todo, incluso cuando Manny se fue del cine.

¿Era mi manera de pedir auxilio, o se trataba de una confesión encubierta, un ruego para que me detuviesen? Como sea, dejaron de hacerme preguntas y, según supimos después, fueron a interrumpir la visita del domingo que el asistente del cine tenía por vía judicial con su hijo. Sí, me sentí un poco culpable. Pero es que él había sido un cretino con nosotros.

¿Era así? Si él no hubiese sido tan duro con Shanna nosotros no habríamos pensado en la broma, Manny no se habría despertado, ni comido fertilizante, ni crecido como un kaiju, y yo no tendría que… bueno, no tengo que hacer todo lo que debo hacer, ¿cierto? No tengo por qué guardar en la cabeza todas esas cosas en las que no puedo dejar de pensar, sin importar cuánto lo intente.

Bueno, aquí estoy, llorando en la costa del lago.

Steve apoyo su mano en mi hombro pero yo me la sacudí y me alejé. Evidentemente se cruzaron ciertas significativas miradas a mis espaldas, porque un minuto después él se levantó y se fue.

Ahora estábamos Danielle, JR y yo, como debía ser.

Cuando JR se inclinó para empujarme con el hombro, yo hice lo mismo.

“Yo tampoco puedo creer que él se haya ido,” dijo Danielle frotándose el párpado inferior con el canto de la mano, como hacen las chicas cuando… ¿no quieren arruinarse el maquillaje? ¿Cuándo ocultan arrugas? No lo sé. El lago ya había corrido su delineador, y el envejecimiento no era algo que a ella debiera preocuparle.

“Shanna también,” dije, y JR asintió.

Su remera se acercaba más y más a la orilla. Todos la miramos.

“¿Escucharon que fue algo satánico?” nos dijo Danielle.

JR imitó la pose de Jesús con una mano arriba, y luego la otra.

“Muy mal gusto, amigo,” dijo Danielle.

“Tim habría hecho lo mismo si estuviese aquí,” dijo JR.

Tenía razón. ¿Qué mejor forma de recordarlo?

“¿Quién fue el que… ya saben,” dije, mirándolos a los ojos, “lo encontró?”

“Draco,” espetó Danielle, como furiosa por esa injusticia.

Draco era el hermano de Tim, Drake. Todos lo llamaban así desde su etapa de Harry Potter. Su mellizo era Luca, pero todos le decían Luke.

Asentí, tomándolo con calma.

Entonces el hermano al que intentaba proteger había quedado traumado de por vida. Genial.

Al menos seguía vivo para estar traumado, me dije.

“¿Quién lo haría?” nos dijo JR.

“Y por qué,” agregué, escrutando en sus rostros para ver si mi voz sonaba creíble o no.

“Solo era Tim,” dijo Danielle con los ojos comenzando a anegarse.

“Y solo era Shanna,” dije, comenzando a sospechar que yo era el único que se acordaba de ella.

“Pero lo de ella fue un accidente,” dijo JR.

Su funeral no sería al día siguiente porque, según los rumores, no habían podido recoger demasiado de ella como para estar seguros de qué pertenecía a ella, y qué a los dos Rottweilers que dormían en su cama.

“Lo muerto es muerto,” dijo Danielle, y yo afirmé con la cabeza, no podía dejar de hacerlo.

Ya en ese momento, aunque sé que es perverso, sentado junto a ellos en esta especie de estrado improvisado para la pena y el duelo, mis ojos iban de una al otro, decidiendo quién sería el siguiente.

Eso no significa que yo sea un buen amigo.

Pensaba en si sería mejor dejar a uno de dos, o no llegar nunca a esa situación en la que sientes que es inevitable, cuando ves una navaja en cada rincón, colmillos en cada sombra.

“Su servicio será el miércoles,” declaró Danielle.

“¿Acaso él no es evidencia?” pregunté. “¿No necesitan tenerlo hasta que aparezca un sospechoso?”

Danielle me miró como al bicho raro que seguramente era.

“¿Miras demasiado SVU?” dijo JR, con una media sonrisa.

“Apuesto a que sé lo que él estaba mirando,” dije entonces, desahogándome.

Ambos me observaron, atentos.

“¿Esa película?,” dijo finalmente Danielle. “La que… la que fuimos a ver con Manny?”

Me encogí de hombros.

“¿Por qué creen que la estaba viendo?” preguntó Danielle, abrazando sus rodillas más fuerte, la barbilla apoyada en ellas, el cabello despeinado a su alrededor.

“Quiero decir que ojalá la haya visto,” dije, mirando al lago, a la espera de que un bulto comience a crecer. “Yo ni siquiera la pude ver esa noche, ¿y ustedes?”

Así es como decidiría quién era el próximo. El primero que levantara la mano. Pero ninguno dijo nada.

Simplemente nos quedamos ahí sentados como ante un problema matemático, como los restos de algo después de que todo se fue al infierno.

“Creo que voy a arreglar la moto de mi papá,” dije al final.

“Te puedo ayudar,” dijo JR.

“Cuenta conmigo también,” dijo Danielle, y apreté los labios en una sonrisa interior, una sonrisa tal vez agradecida, porque nadie miente con mejores intenciones que los amigos. Ambos me palparon el hombro cuando se fueron, y Danielle me besó en la cabeza. Y de alguna manera, no me incendié con todo el calor y la furia y la tristeza que tenía adentro.

Solo seguí mirando hacia el lago.


 

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