sábado, 7 de noviembre de 2020

"La noche de los maniquíes" - Stephen Graham Jones - Capítulo 9 (1)

 


9

 

 

 

Durante la cena de la noche en que iba a matar a Danielle, mi papá contó una errática historia acerca de su papá y él cuando iban a pescar. Básicamente tiene dos historias de pesca: una es la vez que un pájaro se precipitó en picada hacia la carnada que estaba usando, quedándose enganchado en mitad del vuelo, y la otra se trataba de él y el abuelo sentados en un bote, como dos versiones de la misma persona balanceadas encima de una gran colina de agua junto a la represa. El abuelo tenía una caña para aguas profundas que había comprado en una tienda de empeño, porque así atraparía al gigantesco bagre que, se decía, flotaba por allí como un zepelín, con bigotes gruesos como el brazo de un hombre.

Spoiler: no lo atraparon ese día. Las historias de pesca no se tratan de lo que ocurrió, sino de lo que casi ocurre, de lo que debería haber sucedido, algo que estuvo tan cerca de concretarse que, al contarlo una y otra vez, comenzaba a ocurrir de verdad.

Entonces mi mamá y yo escuchamos cómo el abuelo sintió un tirón en la línea, luego se desenrolló totalmente, después papá echando agua del lago en el reel y el abuelo tensando la línea, lo que provocó que todo el bote se inclinase hacia adelante, como bien lo imitó la porción de puré de papas en el tenedor de mi papá.

Me parece que él cuenta esa historia porque sabe que nosotros nunca iremos a pescar, pero si yo puedo sentir la emoción de ese momento será como que los tres estuvimos allí, tres generaciones en un bote; y como si él estuviese eximido de tener que levantarnos a las cuatro de la mañana para llevarnos a la rampa de botes.

¿La verdad? Para mí está perfecto.

Esta vez, yo me estaba imaginando cuan tensa debió estar la línea del abuelo antes de romperse. Probablemente fuera verde brillante; y nadie más que yo sabía lo importante de ese detalle, cómo coincidía con cierto carrete en mi bolsillo que tenía conmigo para evitar ser descubierto, para que no se perdiese, para que no saliese a matar sin mí. Otra cosa que solo yo veía una y otra vez, estoy casi seguro, era a Shanna echada en su cama con sus dos perros, y cómo ambos levantaron la cabeza cuando los faros del Mack iluminaron su ventana como un sol.

Espero que no se haya asustado. Que haya sido rápido.

Como no lo fue con Tim.

Pero aquel fue mi primer intento. Él fue una práctica, estaba buscando afianzarme.

Y lo que realmente detestaba, al mismo tiempo que lo esperaba, era que con Danielle yo actuaría mejor: más fuerte, más veloz, menos dudas. Me gustaba, claro, porque no quería que sufriese y se asustase; pero algo como lo que estaba por tener que hacer sería difícil para el ejecutor, ¿no es cierto?

No estaba seguro de que quisiese mejorar. Deseaba que cada vez fuese una situación interrumpida, que no funcionase, que no lo pudiese hacer. Que se evitase por un pelo, al menos hasta que la suerte o el destino decidiera lo que debía pasar así no tenía que hacerlo yo.

“Mim perdió un pollo entero,” dijo entonces mi mamá como contando el chisme más delicioso del barrio, y yo lo escuché como con retraso, arrastrándome fuera de mi cabeza y de vuelta en la mesa familiar.

“Pollo, mmmm,” dijo papá, sacando un trozo grueso de morrón que encontró en su pastel de carne, y llevándolo lejos de lo que tenía pensado comer. Siempre fue de la opinión que el pastel de carne solo lleva carne, pan rallado, huevos y kétchup.

“Ella no tiene un pollo,” dijo mi hermano menor, Beanie, imitando perfectamente a mi mamá.

“Se lo sacaron de la parrilla, querido,” dijo mamá. “Era… ¿cuál es la palabra, donde lo hacen girar como un hot dog?”

“¿Noria?” probé, en mi nivel de ayuda acostumbrado.

“Rotisería,” dijo papá con un carraspeo, y se oyó como el crujido de la página de un periódico. Porque estamos en 1950, claro. Igual, pude sentirlo en su respuesta impaciente, algo molesta.

“Y Dave y LouAnne en la esquina,” continuó mi mamá, inclinándose adelante y enarcando las cejas porque suponía que nosotros nos burlaríamos, “ella estaba bajando sus compras cuando vio que faltaba una de sus bolsas. Como si nada, ¡desaparecida!”

“¿Ella es la que no le puede seguir el ritmo a su perro?” preguntó papá.

“Las bolsas de compras no persiguen a las ardillas, querido,” le respondió mamá.

“Solo decía,” terminó él.

“¿Alguien está robando estas cosas?” no pude evitar la pregunta en voz alta. “¿Como… como lo que pasó con el fertilizante?”

“Oh, oh,” dijo mamá, tomando el brazo de mi papá para tener toda su atención, “si hacemos la denuncia, el propietario recibirá todas las bolsas que diga que perdió. Todas.”

“Yo no fui,” dijo Bennie con su voz culpable, y yo pensé en su corta edad, tratando de imaginar si podría ser responsable de los robos nocturnos de fertilizante, si él y sus amigos serían quienes robaban  comestibles y parrillas.

No, no era posible.

¿Entonces quedaba Manny? ¿Por qué un hombre de plástico querría comida humana? ¿Y por qué tan poca? Para su apetito, con el tamaño que tenía ahora, debería atravesar los límites de la ciudad y tomar un puñado de ganado junto con algunos caballos.

Más importante aun, ¿cómo podría escabullirse en un patio y abrir una parrilla? Debería arrancar completamente la tapa o se habría derretido parte de la mano. De cualquier forma, Mim tendría que haber visto su casa oscurecida por una gran sombra, ¿no? E incluso las luces de la calle se habrían encendido cuando Manny se atravesara entre ellas y el sol.

No, no tenía sentido.

Y LouAnne en la esquina, papá tenía razón: ella siempre perdía algo. Su bolsa estaba probablemente en el estacionamiento de la tienda.

Me dije que entonces capaz que sí eran  Beanie y sus amigos.

Nosotros habríamos hecho lo mismo tiempo atrás, si se nos hubiese ocurrido. No por el pollo, sino por salirnos con la nuestra. Solamente por reírnos mientras corríamos.

“Tal vez la perdió en ese sumidero,” concedió mi papá, intentando terminar con la discusión. Para él, si el tema no involucraba a un bagre gigante, no merecía ser tratado en la cena.

La palabra “sumidero” me provocó mucha perturbación. Mucha.

“¿Un… qué?” dije, haciendo que mi mamá se lleve la mano al rostro, indicando que no debo hablar con la boca llena.

Mi papá hizo una expresión como si lo hubiesen atrapado diciendo algo interesante y luego, con deliberada lentitud, tomó otro bocado de puré de papas y lo saboreó, haciéndonos esperar.

Y dándole tiempo a mi mamá para que intervenga, por supuesto.

“No el de la casa de Katelyn,” me aseguró, apoyando su mano sobre la mía como si yo estuviese por explotar. Katelyn es su prima, la mamá de Shanna. ¿Qué le había ocurrido a su jardín, qué habíamos hecho para que ella terminara trabajando en el cine para pagarlo y dando inicio a todo esto? Tuvimos la idea de grabar videos de volcadas en la entrada de su casa con una nueva cámara que Tim había recibido junto con su teléfono. La idea era que él corriese junto al que iba a hacer la volcada, y luego caería y se alejaría cuando saltásemos, pareciendo que nos elevábamos en el aire. El truco consistía en mantener el suelo fuera de vista, así nadie podría ver que habíamos bajado la canasta hasta los dos metros. Un gran plan, infalible, nos convertiría instantáneamente en estrellas de internet, recibiríamos propuestas para películas, renombrarían la escuela en nuestro honor, todo eso, pero… cuando Shanna tomó las llaves de la camioneta Tahoe de tía K para que yo la moviese del medio, bueno. No sabíamos si era ilegal estacionarla en la calle, así que con muchísimo cuidado la acomodé junto a la casa.

Hice un trabajo perfecto. Pero duró cerca de tres minutos, hasta que Danielle dijo, con su voz nerviosa, “¿Chicos?”

Miramos hacia donde ella señalaba, que era la Tahoe con los faros apuntando al cielo.

El trasero de la camioneta se estaba hundiendo, exactamente como si hubiese sido golpeada por un meteorito.

“Oh, no,” dijo Shanna cubriéndose la boca y moviendo la cabeza.

Sí, la Tahoe estaba sobre la fosa séptica. Una grúa y una excavadora después, Shanna recibió la factura y el veredicto de su mamá; y comenzó todo esto.

Continuará...

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