Este es el último capítulo de este libro que publico en el blog. Quienes quieran leer el resto, pueden encontrarlo en mi página de Patreon: https://www.patreon.com/yotraductor. Allí verán que ofrezco distintas opciones para mis patrocinadores, así como también servicios de traducción.
Espero que les haya gustado, nos vemos en la próxima traducción.
10
Para cuando llegue a Phoenix…
Era
hora de comenzar a trabajar
en la continuación de British Steele. Iba
a ser un proceso muy diferente. En octubre de 1980 Priest voló a la isla de
Ibiza y se reunió con el “Coronel” Tom Allon en los estudios Ibiza Sound.
Esto demostraría ser un
error. Y, si soy franco, en retrospectiva pienso que deberíamos haber vuelto a
lo de Ringo. Allí nos habíamos sonado los nudillos y enfocado en hacer el mejor
disco posible. En Ibiza existían demasiadas distracciones.
La isla no había alcanzado
aún su fase de éxtasis, acid house y ritmo balear, y seguía siendo básicamente
el retiro hippy había sido desde los sesenta. Pero los vacacionistas
continuaban llegando y había montones de clubes nocturnos y bares.
No sé si el resto de la
banda esté de acuerdo, pero para mí Priest perdió el rumbo mientras hacía el
disco que se llamaría Point of Entry.
Lo perdió seriamente. Veníamos de un gran álbum debíamos hacer algo igual o
mejor; y simplemente no lo logramos.
Teníamos una agenda de
escritura, y nos juntábamos con Tom en el estudio por la tarde o la noche, pero
parecía que lo más importante era terminar y salir a Ibiza a emborracharse.
Ciertamente, lo hicimos y mucho.
Había pequeños bares cerca
del estudio, pero nueve de cada diez veces terminábamos en Patcha. El inmenso
club abría siete noches a la semana y hubiésemos tenido una tarjeta de
asistencia, la habríamos llenado.
El sol ya estaba arriba
cuando nos tambaleábamos hasta la villa, luego de nuestras noches de parranda.
Mi insomnio estaba empeorando, así que pedí una habitación en el extremo más
alejado del complejo, distanciado del área social. Me dieron una, aunque no era
más grande que un armario.
Desafortunadamente, también
estaba junto a la piscina. Solía caer en la cama al amanecer, ebrio, y dar
vueltas tratando de conseguir algo de sueño. Cuando lo lograba, me despertaban
las risas de la banda y el equipo, chapoteando en la pileta.
¡¿Qué
mierda?! ¡Estoy tratando de dormir! ¡Bastardos egoístas, ruidosos…!
Miraba mi reloj. Eran las
cuatro y media de la tarde.
Había otras distracciones.
Alquilábamos motos y atravesábamos las colinas y montañas de la isla sobre ellas.
Casi perdemos a uno de nuestro equipo en un horrible accidente.
Rentamos autos y nos
obsesionamos con tratar de poner los cambios sin pisar el embrague. No es de
sorprenderse que continuamente se ahogaran y debiéramos cambiarlos. Siguió así
hasta que un día, el dueño de los autos se presentó en la villa.
“¡No más autos! ¡No más
autos para ustedes!” gritó, mientras estábamos frente a una mesa, bebiendo
cerveza en la piscina.
“¿Eh, por qué no?”
El tipo tenía un sobre, lo
abrió y dejó caer el contenido sobre la mesa. Era una pila de polvo gris que
parecía asbesto. Se trataba del componente principal de la caja de cambios de
sus autos, reducido a láminas de metal en polvo.
“¡Por esto!” proclamó. Era
difícil discutir contra eso.
No podíamos culpar al hombre
por perder la cabeza. Tras una extensa sesión de bebidas, Ian había metido
accidentalmente uno de los autos en un profundo estanque afuera de la villa.
Quedó ahí por unos dos o tres días hasta que el pobre tipo vino y lo remolcó.
De alguna manera surgió un disco de toda esa
carnicería. Tenías sus momentos. Todavía me gusta “Heading Out to the Highway”,
un buen himno de motoqueros. “Desert Plains” y “Hot Rocking” de cierta manera
funcionaban. Incluso sin esforzarnos, seguíamos encontrando el rumbo de vez en
cuando.
Pero la mayoría de las
canciones se quedaron cortas. Deberíamos haber afianzado el éxito de British Steele, pero escuchando ahora
pistas como “Don’t Go,” “You Say Yes,” y “All the Way,” se percibe una gran
caída en términos de calidad. Creo que medio lo sabíamos en el momento… pero
todos cerramos la boca y nos conformamos con eso.
Estábamos terminando el
disco al principio de diciembre cuando escuchamos que habían matado a John
Lennon. La noticia me pegó duro. Todas esas horas de adolescencia en mi
habitación en Kelvin Road, gastando el Álbum Blanco, se apretujaron en mi
mente.
¡No!
¿Por qué? ¿Qué clase de imbécil mataría a uno de los Beatles?
No supe cómo manejar mi
pena, así que subí al techo del estudio… y ocurrió algo muy extraño. Una mini
tormenta apareció en el horizonte, se desvaneció tan rápido como había llegado,
y un arcoíris cruzo justo sobre el estudio.
Ahora, no voy a ser tan
tonto como para decir que fue un mensaje de John Lennon. Pero lo importante es
que se sintió así. Y tal vez el mensaje era:
¡La
próxima vez, haz un mejor disco!
Point
of Entry fue Priest en
piloto automático. Hasta el título y la portada eran mediocres. ¿Qué diablos
significa Point of Entry? Yo había
elegido la mayoría de los títulos de los álbumes, pero ni siquiera recuerdo
haber pensado en este. La portada con el ala de avión también era horrible,
como una copia barata de Pink Floyd.
No volví a casa pensando que
nuestro nuevo disco era un desastre. Solo sabía que no sentía la misma
satisfacción que después de terminar British
Steele. No habíamos avanzado un paso; habíamos retrocedido.
Point
of Entry salió en febrero
de 1981 y recibió la respuesta que se merecía: sin fuerza y algo decepcionante.
Y nos preparamos para girar por el mundo el resto del año.
Saxon fue la banda soporte
para el primer tramo europeo de la que llamamos gira World Wide Blitz. Eran muchachos centrados y ásperos de Barnsley,
como una versión a lo Yorkshire de nosotros mismos, y formamos una estrecha
amistad que dura hasta estos días.
Cuando fuimos a EE.UU.
comenzamos en el oeste, donde ahora tocábamos en estadios de 8 o 10.000
asientos: un centro de convenciones por aquí, un auditorio cívico por allá. Nos
acostumbramos a llevarnos por delante estos lugares: era raro no ver el cartel
de AGOTADO en la entrada del show.
Nuestros representantes nos
advirtieron que necesitábamos un guardia de seguridad. Esto nos entusiasmó: ¡Genial! ¡Ya somos lo suficientemente
importantes como para necesitar seguridad! Nos dijeron que un tipo, Jim
Silvia, ex policía de NY con conexiones en el Servicio Secreto, nos
acompañaría.
Debíamos encontrarnos con él
en el bar de un hotel a las siete y media de la tarde. Nos hallábamos bajando
cervezas y mirando alrededor en busca de algún gorila con ropa de combate
cuando un muchacho trajeado, diminuto y apuesto, llegó hasta nosotros.
“Ustedes son Judas Priest,
¿no?” preguntó, en el acento más neoyorquino que jamás había escuchado. Sonaba
como si lo hubiesen sacado del fondo del Hudson.
No era lo que esperábamos,
pero enseguida congeniamos con Jim Silvia. Se unió a nosotros, rápidamente pasó
de ser nuestra seguridad a manager de gira, y nos gobernó con puño de hierro.
Iba a formar parte de la familia Priest por los siguientes treinta y cinco
años.
A un mes de comenzada la
gira, principio de junio, Iron Maiden se unió a nosotros como banda soporte,
para delicia de Ken. Su primera fecha con nosotros fue el Aladdin Theatre en
Las Vegas, una ciudad que nunca había visitado antes, y cuyo temerario y
llamativo mal gusto nos dejó boquiabiertos.
Antes de salir de casa yo
había comprado una filmadora barata de plástico, en la tienda Argos de Walsall.
Mientras el bus recorría las calles de Las Vegas, yo capturé las fuentes de
neón y las grandes carteleras con íconos de la vieja escuela que zumbaban en
los teatros de los casinos: Frank Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis Jr…
Obviamente, Judas Priest se
sentía totalmente a gusto con esa
compañía. Y en algún lado todavía conservo un cartucho con esa filmación
granulosa. Debo volver a verla uno de estos días.
Desde Las Vegas, hicimos un
viaje nocturno hacia Phoenix, Arizona, donde tocábamos la noche siguiente.
Llegamos a la ciudad a las cuatro de la madrugada, pero igual hacía 100º F
afuera. Phoenix es notoriamente árido en el verano, y cuando bajé del bus el
calor me golpeó como si hubiera entrado en un sauna, o encendido un secador de
pelo en la cara.
¡Diablos! ¡Era increíble! La mañana siguiente nos
despertamos en el bus en medio del valle, observando una vista salvaje de las
montañas, el desierto y los cactus gigantes, y con la cortina musical de un
coro invisible de grillos. Ya había visto mucho de EE.UU., pero esto era algo
diferente. Se sintió muy especial.
En ese preciso instante algo
en mí hizo clic. En un nivel extraño e instintivo, me dije que esta ciudad,
este estado, me seguiría atrayendo en los años venideros. No sabía cuán en lo
cierto estaba…
Aquella tarde, Priest tenía
una sesión de firmas en una tienda, antes del show en el Arizona Veterans
Memorial Coliseum. Estos eventos ya eran algo natural para nosotros y, como
siempre, nos sentamos en línea detrás de una mesa para charlar con los fans y
escribir nuestros nombres en discos, remeras, brazos y cualquier cosa que nos
pusieran enfrente.
Mientras Jim Silvia ordenaba
a los fans, un muchacho avanzó en la fila y me extendió una copia de Sin After Sin. Cuando la firmé, él se
inclinó y me susurró al oído: “¿Esa canción ‘Raw Deal’ es sobre tipos gay?”
¡¿Qué?! Sus palabras me golpearon como un martillo:
¡¿Acaso este tipo había escuchado mi canción de desahogo gay, la de salir de
caza en Fire Island, y deducido lo que tanto críticos como fans habían pasado
por alto cuatro años antes?! ¿Yo había conectado, por primera vez, con un gay
estadounidense?
Levanté la vista y lo miré.
Era unos años más joven que yo, tal vez principios de los veinte, desaliñado,
apuesto, con un brillo en los ojos. Y estaba esperando una respuesta.
“Mmm… ¿por qué no te quedas
por aquí y hablamos después?” le sugerí.
Así lo hizo. Después de que
Priest terminara la prueba de sonido, pasó por el bar del hotel para charlar.
Su nombre era David Johnson; se había mudado de California y trabajaba en una
ferretería.
David me gustó desde el
comienzo. Además de buen mozo, al estilo americano, era inteligente, gracioso e
interesante. La pasamos bien en el bar, donde le dije que tenía razón respecto
de “Raw Deal”. Lo volví a ver más tarde, luego del show.
David era atlético, y me
contó que le encantaba jugar al beisbol. No estoy seguro de si era gay, pero
nuestra charla me pareció muy insinuante, y yo le pedí descaradamente algo para
recordarlo.
De hecho, fue algo muy
específico. “¿Qué te parece un suspensorio?” le sugerí (por entonces yo tenía
cierto fetiche por ellos). A la mañana siguiente, antes de que el bus partiera
hacia El Paso, David llegó hasta el hotel. Parecía un poco incómodo, y tal vez
avergonzado, pero cuando nadie miraba me dio un suspensorio en el ascensor.
¡Ajá!
ESTO es prometedor…
David y yo seguimos en
contacto, escribiéndonos cartas a medida que la gira llegaba al sur y luego a
New York. Nuestra correspondencia no era íntima, pero sí cálida, afectuosa y
dulce. Definitivamente habíamos conectado.
Nuestra comunicación
continuó cuando la gira hubo terminado y yo regresé a Walsall para instalarme
en mi nueva casa. Comencé a esperar con ansias los sobres de correo aéreo de
David, con su letra distintiva.
Algo que le decía a menudo
era lo mucho que me había impactado Phoenix, y cómo me había enamorado de sus
paisajes agrestes y desolados. Su respuesta me dejó mudo: “¿Entonces por qué no
vienes a vivir aquí?”
Yo era muy impulsivo en
aquel entonces, y tan pronto como leí la sugerencia de David, me pareció lo más
racional del mundo.
Sí,
¿por qué no?
Amaba la ciudad, y a EE.UU. Priest
se estaba haciendo grande allí y sería útil tener una base. Tenía el dinero
para hacerlo, sería una gran experiencia… y si comenzaba un romance con David,
mucho mejor!
Cruzar el Atlántico sin
dudarlo puede sonar extremo para mucha gente; pero por entonces, yo viajaba
tanto que un vuelo a EE.UU. era casi tan rutinario como tomar el autobús a
Brum. No lo consideré como emigrar: podía dividir el tiempo entre mis dos
nuevas casas.
Sí,
ok, le respondí. ¡Tienes razón!
David se ofreció a buscarme
una casa, y poco después me llamó diciendo que había encontrado una linda casa
de campo al norte de Phoenix. Él podría arreglar todo y tenerla lista para
cuando yo pudiese ir unas semanas después.
¡Brillante!
¡A toda máquina! Siempre
fui alguien con los pies en la tierra, pero por algunos días sentí que flotaba
en una nube de felicidad. Podía ser una nueva vida fantástica: una hermosa casa
en Walsall, un hogar (¿y tal vez un hombre?) en Phoenix, saltando entre una y
otro a 35.000 pies cada vez que quisiese. La idea sonaba exótica y sofisticada.
A fines del ’81, el World
Wide Blitz Tour cerró con fechas en Inglaterra y Europa. Parecía que Priest y
todas las bandas de heavy metal giraban en las profundidades más sombrías y
oscuras del invierno. Tal vez era entonces cuando la música sonaba mejor, y
cobraba más sentido.
Esas fechas británicas
fueron buenas. Hicimos dos noches en el Birmingham Odeon, cumpliendo en tiempo
y forma, y dos en el Hammersmith. El tramo europeo también fue genial,
especialmente porque ahora ya llenábamos lugares de un tamaño respetable cuando
no estábamos en Alemania.
Más allá de todo eso, no
obstante, siempre tenía presente mi viaje a Phoenix y no veía la hora de
comenzar la aventura. Las cartas de David seguían siendo afectuosas y me había
enviado fotos de la casa, que lucía pequeña. Al final de la gira, mediados de
diciembre, volé a EE.UU.
Estuvo genial. Al menos
Arizona era menos tórrido en Navidad, y la casa era tan pulcra como David la
había descripto. Tenía dos plantas, con dos habitaciones en cada una, y estaba
ubicada en un lindo barrio llamado Tapatio Cliffs. Parecía un lugar donde yo
podría vivir felizmente.
Sin embargo, las cosas con
David no fueron tal como esperaba. Seguía siendo amigable, y continuamos
viéndonos. Yo solía visitarlo y él pasaba mucho tiempo en mi casa. Si bebíamos
algo, él se quedaba a dormir o, una o dos veces, terminamos juntos en la cama,
aunque no pasó mucho más que eso.
¿Entonces? Yo estaba conforme con eso… por el
momento, al menos. La verdad es que yo estaba deslumbrado por David, quien era
el tipo de hombre que me gusta. Me sentía contenido, nos divertíamos juntos, y
si él quería calmar las cosas, yo lo respetaba. Teníamos todo el tiempo del
mundo para progresar en la relación, cuando él estuviese listo.
En todo caso, no tuvimos más
que un mes juntos en ese primer viaje a Phoenix. Porque era hora de que Priest
volviera al estudio y reencaminase su carrera.
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