viernes, 29 de enero de 2021

"Confieso" - Capítulo 10

 


Este es el último capítulo de este libro que publico en el blog. Quienes quieran leer el resto, pueden encontrarlo en mi página de Patreon: https://www.patreon.com/yotraductor. Allí verán que ofrezco distintas opciones para mis patrocinadores, así como también servicios de traducción.

Espero que les haya gustado, nos vemos en la próxima traducción.


10

Para cuando llegue a Phoenix…

 

 

 

Era hora de comenzar a trabajar en la continuación de British Steele. Iba a ser un proceso muy diferente. En octubre de 1980 Priest voló a la isla de Ibiza y se reunió con el “Coronel” Tom Allon en los estudios Ibiza Sound.

Esto demostraría ser un error. Y, si soy franco, en retrospectiva pienso que deberíamos haber vuelto a lo de Ringo. Allí nos habíamos sonado los nudillos y enfocado en hacer el mejor disco posible. En Ibiza existían demasiadas distracciones.

La isla no había alcanzado aún su fase de éxtasis, acid house y ritmo balear, y seguía siendo básicamente el retiro hippy había sido desde los sesenta. Pero los vacacionistas continuaban llegando y había montones de clubes nocturnos y bares.

No sé si el resto de la banda esté de acuerdo, pero para mí Priest perdió el rumbo mientras hacía el disco que se llamaría Point of Entry. Lo perdió seriamente. Veníamos de un gran álbum debíamos hacer algo igual o mejor; y simplemente no lo logramos.

Teníamos una agenda de escritura, y nos juntábamos con Tom en el estudio por la tarde o la noche, pero parecía que lo más importante era terminar y salir a Ibiza a emborracharse. Ciertamente, lo hicimos y mucho.

Había pequeños bares cerca del estudio, pero nueve de cada diez veces terminábamos en Patcha. El inmenso club abría siete noches a la semana y hubiésemos tenido una tarjeta de asistencia, la habríamos llenado.

El sol ya estaba arriba cuando nos tambaleábamos hasta la villa, luego de nuestras noches de parranda. Mi insomnio estaba empeorando, así que pedí una habitación en el extremo más alejado del complejo, distanciado del área social. Me dieron una, aunque no era más grande que un armario.

Desafortunadamente, también estaba junto a la piscina. Solía caer en la cama al amanecer, ebrio, y dar vueltas tratando de conseguir algo de sueño. Cuando lo lograba, me despertaban las risas de la banda y el equipo, chapoteando en la pileta.

¡¿Qué mierda?! ¡Estoy tratando de dormir! ¡Bastardos egoístas, ruidosos…!

Miraba mi reloj. Eran las cuatro y media de la tarde.

Había otras distracciones. Alquilábamos motos y atravesábamos las colinas y montañas de la isla sobre ellas. Casi perdemos a uno de nuestro equipo en un horrible accidente.

Rentamos autos y nos obsesionamos con tratar de poner los cambios sin pisar el embrague. No es de sorprenderse que continuamente se ahogaran y debiéramos cambiarlos. Siguió así hasta que un día, el dueño de los autos se presentó en la villa.

“¡No más autos! ¡No más autos para ustedes!” gritó, mientras estábamos frente a una mesa, bebiendo cerveza en la piscina.

“¿Eh, por qué no?”

El tipo tenía un sobre, lo abrió y dejó caer el contenido sobre la mesa. Era una pila de polvo gris que parecía asbesto. Se trataba del componente principal de la caja de cambios de sus autos, reducido a láminas de metal en polvo.

“¡Por esto!” proclamó. Era difícil discutir contra eso.

No podíamos culpar al hombre por perder la cabeza. Tras una extensa sesión de bebidas, Ian había metido accidentalmente uno de los autos en un profundo estanque afuera de la villa. Quedó ahí por unos dos o tres días hasta que el pobre tipo vino y lo remolcó.

 De alguna manera surgió un disco de toda esa carnicería. Tenías sus momentos. Todavía me gusta “Heading Out to the Highway”, un buen himno de motoqueros. “Desert Plains” y “Hot Rocking” de cierta manera funcionaban. Incluso sin esforzarnos, seguíamos encontrando el rumbo de vez en cuando.

Pero la mayoría de las canciones se quedaron cortas. Deberíamos haber afianzado el éxito de British Steele, pero escuchando ahora pistas como “Don’t Go,” “You Say Yes,” y “All the Way,” se percibe una gran caída en términos de calidad. Creo que medio lo sabíamos en el momento… pero todos cerramos la boca y nos conformamos con eso.

Estábamos terminando el disco al principio de diciembre cuando escuchamos que habían matado a John Lennon. La noticia me pegó duro. Todas esas horas de adolescencia en mi habitación en Kelvin Road, gastando el Álbum Blanco, se apretujaron en mi mente.

¡No! ¿Por qué? ¿Qué clase de imbécil mataría a uno de los Beatles?

No supe cómo manejar mi pena, así que subí al techo del estudio… y ocurrió algo muy extraño. Una mini tormenta apareció en el horizonte, se desvaneció tan rápido como había llegado, y un arcoíris cruzo justo sobre el estudio.

Ahora, no voy a ser tan tonto como para decir que fue un mensaje de John Lennon. Pero lo importante es que se sintió así. Y tal vez el mensaje era:

¡La próxima vez, haz un mejor disco!

Point of Entry fue Priest en piloto automático. Hasta el título y la portada eran mediocres. ¿Qué diablos significa Point of Entry? Yo había elegido la mayoría de los títulos de los álbumes, pero ni siquiera recuerdo haber pensado en este. La portada con el ala de avión también era horrible, como una copia barata de Pink Floyd.

No volví a casa pensando que nuestro nuevo disco era un desastre. Solo sabía que no sentía la misma satisfacción que después de terminar British Steele. No habíamos avanzado un paso; habíamos retrocedido.

Point of Entry salió en febrero de 1981 y recibió la respuesta que se merecía: sin fuerza y algo decepcionante. Y nos preparamos para girar por el mundo el resto del año.

Saxon fue la banda soporte para el primer tramo europeo de la que llamamos gira World Wide Blitz. Eran muchachos centrados y ásperos de Barnsley, como una versión a lo Yorkshire de nosotros mismos, y formamos una estrecha amistad que dura hasta estos días.

Cuando fuimos a EE.UU. comenzamos en el oeste, donde ahora tocábamos en estadios de 8 o 10.000 asientos: un centro de convenciones por aquí, un auditorio cívico por allá. Nos acostumbramos a llevarnos por delante estos lugares: era raro no ver el cartel de AGOTADO en la entrada del show.

Nuestros representantes nos advirtieron que necesitábamos un guardia de seguridad. Esto nos entusiasmó: ¡Genial! ¡Ya somos lo suficientemente importantes como para necesitar seguridad! Nos dijeron que un tipo, Jim Silvia, ex policía de NY con conexiones en el Servicio Secreto, nos acompañaría.

Debíamos encontrarnos con él en el bar de un hotel a las siete y media de la tarde. Nos hallábamos bajando cervezas y mirando alrededor en busca de algún gorila con ropa de combate cuando un muchacho trajeado, diminuto y apuesto, llegó hasta nosotros.

“Ustedes son Judas Priest, ¿no?” preguntó, en el acento más neoyorquino que jamás había escuchado. Sonaba como si lo hubiesen sacado del fondo del Hudson.

No era lo que esperábamos, pero enseguida congeniamos con Jim Silvia. Se unió a nosotros, rápidamente pasó de ser nuestra seguridad a manager de gira, y nos gobernó con puño de hierro. Iba a formar parte de la familia Priest por los siguientes treinta y cinco años.

A un mes de comenzada la gira, principio de junio, Iron Maiden se unió a nosotros como banda soporte, para delicia de Ken. Su primera fecha con nosotros fue el Aladdin Theatre en Las Vegas, una ciudad que nunca había visitado antes, y cuyo temerario y llamativo mal gusto nos dejó boquiabiertos.

Antes de salir de casa yo había comprado una filmadora barata de plástico, en la tienda Argos de Walsall. Mientras el bus recorría las calles de Las Vegas, yo capturé las fuentes de neón y las grandes carteleras con íconos de la vieja escuela que zumbaban en los teatros de los casinos: Frank Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis Jr…

Obviamente, Judas Priest se sentía totalmente a gusto con esa compañía. Y en algún lado todavía conservo un cartucho con esa filmación granulosa. Debo volver a verla uno de estos días.

Desde Las Vegas, hicimos un viaje nocturno hacia Phoenix, Arizona, donde tocábamos la noche siguiente. Llegamos a la ciudad a las cuatro de la madrugada, pero igual hacía 100º F afuera. Phoenix es notoriamente árido en el verano, y cuando bajé del bus el calor me golpeó como si hubiera entrado en un sauna, o encendido un secador de pelo en la cara.

¡Diablos! ¡Era increíble! La mañana siguiente nos despertamos en el bus en medio del valle, observando una vista salvaje de las montañas, el desierto y los cactus gigantes, y con la cortina musical de un coro invisible de grillos. Ya había visto mucho de EE.UU., pero esto era algo diferente. Se sintió muy especial.

En ese preciso instante algo en mí hizo clic. En un nivel extraño e instintivo, me dije que esta ciudad, este estado, me seguiría atrayendo en los años venideros. No sabía cuán en lo cierto estaba…

Aquella tarde, Priest tenía una sesión de firmas en una tienda, antes del show en el Arizona Veterans Memorial Coliseum. Estos eventos ya eran algo natural para nosotros y, como siempre, nos sentamos en línea detrás de una mesa para charlar con los fans y escribir nuestros nombres en discos, remeras, brazos y cualquier cosa que nos pusieran enfrente.

Mientras Jim Silvia ordenaba a los fans, un muchacho avanzó en la fila y me extendió una copia de Sin After Sin. Cuando la firmé, él se inclinó y me susurró al oído: “¿Esa canción ‘Raw Deal’ es sobre tipos gay?”

¡¿Qué?! Sus palabras me golpearon como un martillo: ¡¿Acaso este tipo había escuchado mi canción de desahogo gay, la de salir de caza en Fire Island, y deducido lo que tanto críticos como fans habían pasado por alto cuatro años antes?! ¿Yo había conectado, por primera vez, con un gay estadounidense?

Levanté la vista y lo miré. Era unos años más joven que yo, tal vez principios de los veinte, desaliñado, apuesto, con un brillo en los ojos. Y estaba esperando una respuesta.

“Mmm… ¿por qué no te quedas por aquí y hablamos después?” le sugerí.

Así lo hizo. Después de que Priest terminara la prueba de sonido, pasó por el bar del hotel para charlar. Su nombre era David Johnson; se había mudado de California y trabajaba en una ferretería.

David me gustó desde el comienzo. Además de buen mozo, al estilo americano, era inteligente, gracioso e interesante. La pasamos bien en el bar, donde le dije que tenía razón respecto de “Raw Deal”. Lo volví a ver más tarde, luego del show.

David era atlético, y me contó que le encantaba jugar al beisbol. No estoy seguro de si era gay, pero nuestra charla me pareció muy insinuante, y yo le pedí descaradamente algo para recordarlo.

De hecho, fue algo muy específico. “¿Qué te parece un suspensorio?” le sugerí (por entonces yo tenía cierto fetiche por ellos). A la mañana siguiente, antes de que el bus partiera hacia El Paso, David llegó hasta el hotel. Parecía un poco incómodo, y tal vez avergonzado, pero cuando nadie miraba me dio un suspensorio en el ascensor.

¡Ajá! ESTO es prometedor…

David y yo seguimos en contacto, escribiéndonos cartas a medida que la gira llegaba al sur y luego a New York. Nuestra correspondencia no era íntima, pero sí cálida, afectuosa y dulce. Definitivamente habíamos conectado.

Nuestra comunicación continuó cuando la gira hubo terminado y yo regresé a Walsall para instalarme en mi nueva casa. Comencé a esperar con ansias los sobres de correo aéreo de David, con su letra distintiva.

Algo que le decía a menudo era lo mucho que me había impactado Phoenix, y cómo me había enamorado de sus paisajes agrestes y desolados. Su respuesta me dejó mudo: “¿Entonces por qué no vienes a vivir aquí?”

Yo era muy impulsivo en aquel entonces, y tan pronto como leí la sugerencia de David, me pareció lo más racional del mundo.

Sí, ¿por qué no?

Amaba la ciudad, y a EE.UU. Priest se estaba haciendo grande allí y sería útil tener una base. Tenía el dinero para hacerlo, sería una gran experiencia… y si comenzaba un romance con David, mucho mejor!

Cruzar el Atlántico sin dudarlo puede sonar extremo para mucha gente; pero por entonces, yo viajaba tanto que un vuelo a EE.UU. era casi tan rutinario como tomar el autobús a Brum. No lo consideré como emigrar: podía dividir el tiempo entre mis dos nuevas casas.

Sí, ok, le respondí. ¡Tienes razón!

David se ofreció a buscarme una casa, y poco después me llamó diciendo que había encontrado una linda casa de campo al norte de Phoenix. Él podría arreglar todo y tenerla lista para cuando yo pudiese ir unas semanas después.

¡Brillante! ¡A toda máquina! Siempre fui alguien con los pies en la tierra, pero por algunos días sentí que flotaba en una nube de felicidad. Podía ser una nueva vida fantástica: una hermosa casa en Walsall, un hogar (¿y tal vez un hombre?) en Phoenix, saltando entre una y otro a 35.000 pies cada vez que quisiese. La idea sonaba exótica y sofisticada.

A fines del ’81, el World Wide Blitz Tour cerró con fechas en Inglaterra y Europa. Parecía que Priest y todas las bandas de heavy metal giraban en las profundidades más sombrías y oscuras del invierno. Tal vez era entonces cuando la música sonaba mejor, y cobraba más sentido.

Esas fechas británicas fueron buenas. Hicimos dos noches en el Birmingham Odeon, cumpliendo en tiempo y forma, y dos en el Hammersmith. El tramo europeo también fue genial, especialmente porque ahora ya llenábamos lugares de un tamaño respetable cuando no estábamos en Alemania.

Más allá de todo eso, no obstante, siempre tenía presente mi viaje a Phoenix y no veía la hora de comenzar la aventura. Las cartas de David seguían siendo afectuosas y me había enviado fotos de la casa, que lucía pequeña. Al final de la gira, mediados de diciembre, volé a EE.UU.

Estuvo genial. Al menos Arizona era menos tórrido en Navidad, y la casa era tan pulcra como David la había descripto. Tenía dos plantas, con dos habitaciones en cada una, y estaba ubicada en un lindo barrio llamado Tapatio Cliffs. Parecía un lugar donde yo podría vivir felizmente.

Sin embargo, las cosas con David no fueron tal como esperaba. Seguía siendo amigable, y continuamos viéndonos. Yo solía visitarlo y él pasaba mucho tiempo en mi casa. Si bebíamos algo, él se quedaba a dormir o, una o dos veces, terminamos juntos en la cama, aunque no pasó mucho más que eso.

¿Entonces? Yo estaba conforme con eso… por el momento, al menos. La verdad es que yo estaba deslumbrado por David, quien era el tipo de hombre que me gusta. Me sentía contenido, nos divertíamos juntos, y si él quería calmar las cosas, yo lo respetaba. Teníamos todo el tiempo del mundo para progresar en la relación, cuando él estuviese listo.

En todo caso, no tuvimos más que un mes juntos en ese primer viaje a Phoenix. Porque era hora de que Priest volviera al estudio y reencaminase su carrera.


 

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