lunes, 18 de enero de 2021

"Confieso" - Capítulo 4

 



4

Uniéndome al Sacerdocio

 

 

 

Dio la casualidad que ya sabía algo de Judas Priest.

La banda había estado dando vueltas por tres o cuatro años. Como Sue salía con Ian, yo conocía algo de su historia, y que habían tenido sus altibajos. Al principio tuvieron un guitarrista, John Perry, que había muerto en un accidente de auto. Algunos miembros habían ido y venido, como en toda banda, y también registraban su cuota de mala suerte. Cuando empezaron habían firmado un contrato discográfico, pero el sello quebró antes de que pudiesen grabar nada. Priest se había separado luego de eso, antes de reformarse con casi todos integrantes nuevos.

Los había visto una vez en vivo, en algún lugar de Birmingham, cosa de un año atrás más o menos. Lo que más me acuerdo es que Ken Downing, el guitarrista, era nuevo en el grupo, y que Ian se veía fantástico, un bajista delgado con el pelo hasta la cintura. Recuerdo haber pensado que definitivamente tenían algo.

Habían tocado mucho por el interior, pero ahora estaban atravesando una mala racha. El cantante, Al Atkins, había estado desde el principio pero acababa de decirles que se iba. Estaba casado, tenía hijos y no estaba ganando lo suficiente con la banda como para mantenerlos.

Por lo tanto, no todas eran rosas en su jardín, pero me gustaba el sonido y apariencia de Judas Priest, y los veía mucho más profesionales que Hiroshima, la cual se dirigía velozmente a ningún lado. Ok, le dije a Sue. ¿Por favor, podrías hablarles a Ian y Ken de mí?

Una semana después vinieron a Beechdale para conocerme. Ahora bien, es justo mencionar que Ken y yo diferimos en el recuerdo de aquel primer encuentro. Ken afirma que cuando Sue abrió les abrió la puerta en Kelvin Road y me llamó, yo bajé las escaleras con una armónica. Esto suena plausible: por ese entonces, yo estaba soplando todo el día. Pero aquí es donde no coincidimos: él asegura que mientras bajaba, yo estaba cantando una canción de Doris Day. ¡¿Doris Day?! ¿Por qué mierda estaría cantando una canción de Doris Day? Si sirve de algo, Ian dice que era una de Ella Fitzgerald, lo cual es mucho mejor…

Como sea. Ken, Ian y yo nos sentamos y charlamos. Nos llevamos bien desde el principio. Ken idolatraba a Hendrix, así que cuando le dije que yo era un gran fan significó un punto importante a nuestro favor. De hecho, en general teníamos gustos musicales muy parecidos.

Ken estaba muy motivado por Judas Priest, cosa que me atrajo. No parecía afectado por haber perdido al cantante, y hablaba en términos muy optimistas acerca de lo que quería lograr con la banda. Ian era más reservado, como ya sabía.

Priest no solo había perdido al vocalista. Su baterista, un tipo llamado Congo Campbell, también se había marchado. Por eso, cuando Ken e Ian me invitaron a un ensayo (o a un “golpe”, como solíamos llamarlos) les sugerí llevar a John Hinch conmigo.

“Claro,” dijo Ken. “¿Por qué no?”

Ellos explicaron que Judas Priest generalmente ensayaba en el salón de una escuela, apodado Holy Joe’s, pegado a una iglesia en Wednesbury, a tres millas de Walsall. Entonces, un par de días después, Hinchy y yo nos dirigimos allí.

Ken, Ian, John y yo tocamos e improvisamos durante tres horas o más. Nos sentíamos muy cómodos así que no estaba nervioso. Es más, realmente me entregué por entero, ofreciendo gran cantidad de gemidos y “¡Ooh, aah, baby!”, y presumiendo de mis movimientos a lo Plant y Joplin. Se sintió bien desde el comienzo.

Si hubiese hecho mi audición en Los Angeles, por supuesto, Ian o Ken tal vez habrían dicho: “¡Wow, amigo, eso fue genial! ¡Con tu voz y nuestras guitarras vamos a dominar el mundo!” Pero ese no es el estilo centrado de Walsall.[1] En vez de eso, cuando terminamos, Ken asintió satisfecho con la cabeza.

“Eso estuvo bueno, ¿no?” reflexionó. “¿Quieres dar otro golpe esta semana?”

Y eso fue todo: así de sencillo y moderado. Ahora era el cantante de Judas Priest. Volví a casa realmente feliz.

Rápidamente nos embarcamos en una rutina de ensayos en los fines de semana y a media semana. Nuestros golpes en el Holy Joe’s tenían un extraño ritual. Holy Joe en persona (el Padre Joe, el anciano vicario de la iglesia vecina) vivía de las dádivas y solía darse una vuelta para cobrarnos el dinero del salón.

El Padre Joe parecía ser un sacerdote que disfrutaba de un buen trago, y no lo ocultaba. “¡Vamos muchachos, estoy sin blanca!” nos decía mientras hurgábamos en los bolsillos de nuestros jeans para encontrar algunos billetes. Una vez que se los dábamos, se desvanecía alegremente hacia el pub de la esquina.

En Holy Joe’s improvisábamos algún que otro cover, pero desde el principio intentamos escribir nuestras canciones. Cuando me uní, Priest ya tenía algunos bocetos dejados por la vieja alineación. Si debo ser honesto, no consideré que fuesen demasiado buenos, pero me encantaba el sonido y la onda de la banda.

No hablamos mucho al respecto, pero por instinto sabíamos que si hacíamos muchos covers, seriamos conocidos como una banda de covers. Había muchas de esas en el circuito… pero no era lo nuestro. Queríamos ser independientes, y originales.

Nunca se discutió que yo debería ser el que escribiese la mayoría de las letras, pero tenía sentido. Yo amaba la literatura y las letras desde la escuela y el Grand y, además, los cantantes de las bandas escriben los temas: así es como funciona. Fue mi primera oportunidad real de expresarme artísticamente.

Nuestras primeras sesiones de composición tuvieron lugar mayormente en un viejo apartamento de un edificio llamado Meynell House en Handsworth Wood, Birmingham. Ian vivía allí, y aunque solo tenía una habitación, la mayoría de los Priest, más amigos, se la pasaban todo el tiempo ahí. Y por supuesto Sue también estaba mucho tiempo.

Este apartamento zaparrastroso era mitad comunidad hippy, mitad lugar de encuentro de rock ‘n’ roll, y pasé muchas horas allí. En serio, un montón. Nos sentábamos, tarde en la noche, fumando, tocando y buscando riffs copados: “Espera Ken, ¿qué acabas de tocar? ¡Hazlo de nuevo!” Apuesto a que los vecinos nos amaban.

El otro gran lugar de encuentros para mí era la casa que Ken compartía con su novia, Carol, en Bloxwich. Volvía de Harry Fenton, tomaba mi té y luego me dirigía a lo se Ken a mirar TV y escuchar discos.

Mi cabello estaba un poco largo en esa época y yo me paseaba con un sobretodo hippy. Una noche estaba volviendo a casa de lo de Ken, alrededor de la medianoche, y acababa de pasar G. & R. Thomas Ltd. cuando una patrulla frenó de repente a mi lado. ¿Qué…?

Dos policías saltaron y me agarraron. “¡Bien, pequeño bribón, te tenemos! ¿Creíste que te saldrías con la tuya, no?” dijo uno de ellos. Yo estaba en shock… y asustado.

“¿Eh, qué sucede?” pregunté.

“¡No contestes! ¡Sabes lo que hiciste!”

“¡No hice nada! Solo estoy volviendo de lo de mi amigo…”

“¿Ah sí? ¡Te llevaremos de vuelta a la casa que acabas de robar! ¡Ahora cállate!” Me arrojaron al interior del patrullero, me dieron una bofetada para que me comportase, y arrancamos.

Solo anduvimos diez minutos, pero no tenía idea de dónde estaba. Estacionamos afuera de una casa, los policías me sacaron del auto y me llevaron en salto rana por el camino de entrada hasta la puerta. Tocaron el timbre y salió una mujer de mediana edad.

“Tenemos a tu ladrón, cariño,” dijo uno. “¿Puedes confirmar que es él?”

La mujer me miró. Con mi cabello largo y mi sobretodo, era bastante distintivo.

“¡No se parece en nada!” dijo ella, se dio la vuelta y cerró la puerta.

Ambos policías se miraron, encogieron los hombros, me soltaron y volvieron por el camino conmigo a sus espaldas. Abrieron las puertas delanteras del auto.

“¡Eh! ¿Y yo?” les pregunté.

“¿Qué pasa contigo?”

“No sé dónde estoy. ¿Pueden dejarme donde me encontraron?”

“No es nuestro problema, amigo,” dijo uno; se subieron al auto y se largaron. Vagué sin rumbo durante media hora hasta que me orienté, y llegué a casa a las dos de la mañana. ¡Servicio policial al estilo de los setenta!

Aunque sabía que era gay, por un tiempo hubo una parte de mí que lo negaba. No es que pensara que había algo malo con la gente gay, es que no quería ser uno de ellos. Probablemente por la confusión y el dolor que presentía me traería en el futuro.

Esto significa que a veces andaba con chicas. Había una muchacha encantadora llamada Margie, hermana de una amiga de Sue, que encontraba a menudo en la casa de Ken. Era dulce y tranquila, y adoraba a Priest.

Margie y yo nos besuqueábamos en el sofá y nos manoseábamos acaloradamente. Yo lo disfrutaba y me excitaba, pero al mismo tiempo nunca me sentí completo con eso. Mientras ocurría, siempre sonaba una voz en mi cabeza: ¿Qué estás haciendo? ¡Eres gay!

Una noche, arreglamos que Margie y yo nos quedaríamos en lo Ken, en su cuarto libre. En el camino, iba lleno de decisión: ¡Ok, tal vez esta noche pierda mi virginidad con una mujer! Nos sentamos todos como siempre y luego, cuando llegó la hora de ir a dormir, Ken me llevó a un lado.

“Cuando vayas a la habitación, mira debajo de la almohada,” susurró.

Mientras Margie estaba en el baño, lo hice. Ken me había dejado un preservativo. No sabía qué hacer con eso. Por un lado pensé que era algo presuntuoso de su parte, y por el otro consideré que solo estaba siendo un buen amigo y quería ayudarme. Cuando Margie vino a la cama, nos toqueteamos un poco más… pero eso fue todo. El preservativo no se usó. Nunca sería usado.

Me di cuenta de que estaba mal alentar a Margie: yo era gay, y listo. Me gustaba ella y no quería lastimarla, pero era un manojo de hormonas y enredos emocionales, totalmente incapaz de comunicárselo.

Entonces, como la mayoría de los muchachos, lo terminé de la peor manera. Poco después de haber pasado la noche juntos, estaba en mi cama de Kelvin Road una tarde de domingo, tocando la armónica. Sonó el timbre, y Sue subió las escaleras.

“¡Rob, es Margie!”

¡Mierda! ¿Ahora qué hago?

Entré en pánico. “¡No quiero verla!” grité.

“¿Eh? Rob, no seas patán, ella está aquí. ¿Vas a bajar?”

“No, no lo haré. ¡No quiero verla!”

Tenía veintidós años y actuaba como un adolescente patético. Afortunadamente, Margie era mucho más amable de lo que yo merecía y seguimos siendo amigos. Pero entendí la señal que mi mente y cuerpo me estaban dando. Era la última vez que intentaría ir detrás de una mujer por mucho, mucho tiempo.

 

De regreso en Meynell House en Birmingham, viviendo con Ian en el apartamento donde la banda solía estar, había una persona muy particular y excéntrica que se convertiría en alguien muy significativo en la historia de Judas Priest: Dave “Corky” Corke.

Corky era el manager del grupo, aunque nadie estaba seguro de cómo había llegado a ese puesto. Parece que él había pasado mucho tiempo con ellos, hasta que se arrogó él mismo esa tarea. Pero nadie podría negar que no se hubiese comprometido al cien por ciento con ese papel.

Corky era un todo un embustero, del tipo que cualquier banda necesita para arrancar. Un muchacho de West Bromwich, petiso, regordete, nervioso, de cabello ensortijado, un extraño bigote que parecía no crecer nunca, y una visión pésima que indicaba la necesidad de usar anteojos gruesos como culo de botella.

Corky podía venderle un buzón a cualquiera. Era un pícaro adorable, y su don para las conversaciones nos abrió puertas que de otra manera habrían permanecido firmemente cerradas. Nos dijo que tenía oficinas en Birmingham. Era mentira. Lo que tenía era un auto donde se acomodaba cerca de una cabina telefónica afuera del pub Beacon en Great Barr. Él daba el número de la cabina como si fuese el de su oficina, y se quedaba en el auto con la ventana abierta, esperando alguna llamada.

Más adelante ascendió, literalmente. Corky obtuvo acceso a un edificio de oficinas en el centro de Brum, y de alguna manera se las ingenió para reconfigurar el teléfono del ascensor (que estaba ahí para emergencia) y poder realizar llamadas externas y hasta internacionales. Hizo todos sus negocios moviéndose de un piso a otro.

Escuché algunas de sus llamadas como nuestro representante, y me dejó con la boca abierta. “Lo llamo desde DCA en Birmingham, y represento a los artistas internacionales Judas Priest” comenzaba. “¡Son la mejor banda de rock de Inglaterra, con una convocatoria masiva!”

Corky hablaba y hablaba de nosotros, provocando en el pobre interlocutor una jaqueca, hasta que este se rendía: “¡Ok, ok! ¡Pueden tocar el próximo jueves! Les pagaré diez libras.” Estoy seguro de que la mayoría de nuestras primeras presentaciones las conseguimos porque la gente estaba desesperada por dejar de hablar con Corky.

No obstante, debo reconocérselo: funcionaba. Corky parecía conocer promotores en las ciudades y pueblos principales de Inglaterra, y en muchas de las no tan importantes. A pesar de ser una banda desconocida y sin contrato, Priest tocaba muchísimo.

Nos las arreglamos para juntar un poco de dinero y comprarnos una furgoneta Ford Transit, cosa que nos amplió el panorama. Ya con transporte, y con Corky al mando, estábamos en carrera.

Dios sabe cuántas horas (¡días!) pasamos en esa furgoneta los primeros meses. Salíamos a la ruta, a Manchester o Newcastle o Cardiff o Hull. Tocamos en muchos pubs y clubes sociales del norte. Nos presentamos en el Cavern, Liverpool, todo un acontecimiento. Y siempre llegábamos a St. Albans.

Habíamos estado en St. Albans la noche que desfiguré la Transit. Volvíamos del show, yo estaba ebrio como una cuba y de repente sentí la necesidad de purgarme. Saqué la cabeza por la ventanilla… y rocié todo el vómito en el costado de la furgoneta.

“Maldición, Rob, ¿qué tomaste?”

“Solo una botella de Beaujolais y tres Valim,” balbuceé.

Al día siguiente, cuando fui a limpiar la furgoneta, mi vómito la había marcado como un aerosol. Nada podía sacar la mancha. Se convirtió en la marca característica de la Transit. ¡Hermoso!

Estábamos pagando derecho de piso. Tocábamos frente a grupos de bebedores que jamás habían oído de nosotros y solo iban por la cerveza. Nunca sabíamos cómo nos iría. Algunas noches la rompíamos. Otras, terminábamos una canción y no se oía más que silencio… o el sonido de un solitario aplauso.

Un aplauso. Me preguntaba: ¿Será un aplauso de aprobación? ¿Un aplauso sarcástico? ¿De indignación? ¡¿Qué clase de aplauso es?!

Si podíamos permitírnoslo, pagábamos un hotel; pero generalmente estábamos secos y nos volvíamos de noche o dormíamos en la Transit. Descansar entre las guitarras y los amplificadores era de terror, especialmente porque todos fumábamos así que la furgoneta se llenaba de humo. Yo lo superaba emborrachándome y cayendo en la inconsciencia.

Pero esas presentaciones fueron geniales para nosotros. Ya fuera que nos iba bien o mal, estábamos aprendiendo. Íbamos conociéndonos como músicos, y estrechábamos nuestro lazo como compañeros. Transitábamos una curva de aprendizaje.

Además, yo me estaba descubriendo como cantante y ampliaba mis influencias para desarrollar mi propia voz. Era una época interesante para la música. Todavía idolatraba a Plant y Gillan, pero también siempre había sido un poco amante del pop, y me gustaba mucho lo que se escuchaba en la radio.

El principio de los setenta fue la gran época del glam rock, y me encantaban los riffs y la teatralidad de todo ese movimiento. Me gustaba la parte visual tanto como la música. Siempre consideré que una estrella del pop debía vestirse y lucir como una estrella de pop, y el glam cumplía con todas esas condiciones.

Me fascinaron Marc Bolan y T. Rex en Top of the Pops, y David Bowie me voló la cabeza. Esos dos, más Roxy Music, me parecían mágicos, extraterrestres y superior a todo lo demás. Estaban rompiendo las fronteras y les presté mucha atención.

No todo lo del glam era tan exótico, y también me gustaban las bandas más caricaturescas. Me atrajo el lado campechano de los Sweet: pavos reales presumidos del pop que besaban las cámaras de Top of the Pops. Gary Glitter era un personaje divertido, aunque los sucesos subsecuentes hayan hecho imposible seguir escuchándolo.

Nosotros teníamos nuestro propio héroe local del glam. La mayor parte de Slade era de Wolverhampton, pero Noddy Holder era un chico de Walsall que había crecido en Beechdale, a dos calles de la mía. Nunca lo conocí, y se mudó cuando Slade se hizo famoso, pero de vez en cuando veía su Rolls-Royce blanco estacionado en la zona cuando venía a ver a su mamá.[2]

No obstante, hubo una banda de esa era que me impresionó mucho más que ninguna otra, y aún lo sigue haciendo: Queen.

La primera vez que escuché a Queen fue cuando Alan Freeman los pasó en su show de Radio 1, y luego Kenny Everett hizo lo mismo. Sonaban bien, pero no fue hasta que los vi en Top of the Pops que me volaron la cabeza. Freddie Mercury fue un dios para mí desde el principio.

Y no porque fuese gay; yo ni siquiera me había dado cuenta. Solía ver a los grupos glam y preguntármelo. Sabía que Noddy no era gay, ni tampoco Brian Connolly de Sweet, pero no estaba tan seguro acerca de Bolan o Bowie. Freddie ni siquiera se me cruzó por la mente; solo pensé que era un cantante fantástico, extrovertido y extravagante.

Vi a Queen en sus inicios en el Birmingham Town Hall. Todos lucían atuendos blancos de Zandra Rhodes, y estuvieron asombrosos. Comenzaron con “Now I’m here” y ahí estaba Freddie, su silueta en un reflector a la izquierda del escenario.

“Ahora estoy aquí…” cantó.

El reflector se apagó, se encendió otro a la derecha… ¡y ahí estaba Freddie, cantando también en ese lado del escenario!

“Ahora estoy allí…”

¿Cómo lo hicieron?

¿Uno de ellos era un doble? ¿Una figura de cartón? Incluso y a pesar de mi pasado como iluminador, no tenía ni idea; pero era brillante. Los reflectores se alternaban, con Freddie en ambos lados… luego se apagaron y apareció allí, en el centro del escenario, cantando. ¡Increíble!

¿Habrá sido mi obsesión con Freddie lo que llevó a nuestro manager, Corky, a hacer la horrenda cosa que hizo a continuación? Había organizado una sesión de fotos para la banda, para la cual Sue me hizo una permanente. Unos días más tarde, Corky apareció en Holy Joe’s, excitado, blandiendo fotos en blanco y negro individuales.

“¡Ey, les puse apodos a cada uno de ustedes!” anunció. “¡Nos ayudará a conseguir más prensa!”

Corky nos extendió las fotos. Ian ahora era Ian “Calavera” Hill, algo que recibió con su acostumbrada indiferencia. Ken se había convertido en Ken “K.K.” Downing. que aparentemente le gustó mucho. Luego me dio mi foto.

Debajo de una toma donde yo había adoptado una pose inintencionalmente amanerada, decía:

 

Rob “La Raina” Halford

 

¿PERO QUÉ MIERDA?

Mi primera reacción fue reír, sobre todo por vergüenza… pero también me sentí insultado.

“¿Qué diablos crees que haces, Corky?” le pregunté.

“¡Es solo para que nos hagamos notar!” Sonrió con los ojos brillando detrás de sus gruesas gafas.

“Bueno, esta no es la manera de hacerlo.”

Yo estaba ofendido y cuando me llevé la foto a casa y papá la vio, se puso pálido. Perdió los estribos. “¡Rompe esa porquería ahora!” me gritó. Afortunadamente, Rob “La Reina” Halford no pegó como sí lo hizo K.K. Downing.

Ken ha dicho que el resto de judas Priest supo que yo era gay desde el principio. Si lo dice, debe ser cierto, pero aun así parte de mí sigue perpleja de que mi orientación fuese tan obvia para ellos.

En aquellos días, los hombres gay eran representados en TV por figuras ridículas como Mr. Humphries en Are You Being Served?, interpretado por John Inman. Eran locas chillonas y remilgadas, mariconeando y pispeando los pantalones de todos los muchachos; figuras caricaturescas con frases estúpidas como “¡Estoy libre!”[3]

Yo no era para nada así. Sabía que era gay pero, por afuera, solo era otro muchacho de Walsall. Tan centrado como Ken, Ian y John. Hablábamos al mismo nivel y nos reíamos de lo mismo. Nos emborrachábamos juntos y éramos amigos. No me sentía diferente.

Pero Priest obviamente lo sabía, y estoy agradecido de que no solo no les importara, sino que nunca me lo mencionaron. A principios de los setenta esa actitud era increíblemente tolerante; mucha gente de la clase trabajadora en el interior del país no habría actuado igual.

A pesar de mi gusto por la imagen glam, mi propia apariencia escénica era algo distinta. Me compré un disfraz en el mercado de ropas de Oasis en Brum, creyendo que me haría ver misterioso como Bowie. No lo hizo. Parecía un grillo con tacones altos. Todavía recuerdo a Ken mirándome de reojo.

A lo largo de los años había probado diferentes estilos en el cabello (jopos, permanentes, flequillos) según lo que me gustaba en cada época, pero ahora sentía que era momento de dejarlo crecer. Finalmente pude hacerlo cuando renuncié a Harry Fenton’s.

Es que se estaba haciendo muy difícil llegar a casa a las cuatro de le mañana, después de tocar con Priest, e ir a las nueve arrastrándome al trabajo. Era un riesgo por el cual dejaba una entrada regular de dinero a cambio de una apuesta a ojos cerrados; pero yo no le sentía así. Quería jugarme por la banda. A pleno.

Con Priest continuamos barriendo el país de norte a sur. Corky seguía funcionando a pleno, y en el verano del ’73 nos consiguió un lugar como banda soporte en una gira de Budgie, un tríode hard rock de Cardiff.

Nosotros estábamos impresionados por Budgie. Estaban adelantados a nosotros pues ya habían sacado discos en un sello importante, y los había visto en Tv y en la Melody Maker. A pesar de todo eso, eran unos muchachos geniales y se preocuparon por nosotros muy bien durante la gira.

Nuestros viajes a St. Albans fueron todos buenos, pero sabíamos que las fechas en Londres eran el Santo Grial si queríamos que Priest llegara a algo. Ahí era donde los cazatalentos iban a descubrir nuevas luminarias, y donde los periodistas buscaban sobre quién escribir. Necesitábamos estar allí.

Afortunadamente, la gira de Budgie tenía una fecha importante en el legendario club Marquee, en Wardour Street, Soho. Era toda una sensación estar en el escenario que habían pisado Hendrix, Zep y los Stones, pero resultó una sorpresa descubrir que el camarín era un sucucho cubierto de grafitis. Por supuesto, nosotros agregamos nuestro nombre a la pared.

Al mismo tiempo que nos conseguía fechas, Corky taladraba las orejas de los jefes de las discográficas, mientras iba del primer al sexto piso del edificio, intentando conseguirnos un contrato. También había conseguido empleo en un sello recién nacido llamado Gull Records.

Corky convenció a su jefe, un tipo llamado David Howells, de ir a vernos al Marquee. Fuimos una sensación como número de soporte, y después conocimos a Howells. Era un hombre amable en traje que parecía saber de qué se trataba todo y no intentó engañarnos. Eso nos gustó.

Howells no prometió demasiado esa noche, pero sí le dijo a Corky, “No me gusta cómo lucen, pero me encanta su sonido.” Habíamos hecho nuestra parte y solo nos quedaba esperar por su decisión. En todo caso, teníamos algo importante que hacer.

Judas Priest estaba por tocar sus primeros recitales fuera del país.

La fanfarronada de Corky se hizo realidad y convirtió a Priest en artistas internacionales, al conseguirnos fechas durante dos semanas en Holanda y Alemania. Estábamos muy ansiosos en el viaje por ferry hacia Calais y durante el camino a Holanda. Como cualquier banda joven en su primera incursión extranjera, nos sentíamos como un ejército invasor. ¡Llegamos para rockear y conquistar!

Los shows fueron geniales, y me dio la impresión de que los fans europeos entendían nuestra música mejor que nuestra propia gente. Fuimos muy bien recibidos, especialmente en Alemania, un país en el que el heavy metal es muy importante, donde nos hicimos buenos en pedir “Vier Eier und Pommes”: cuatro huevos y papas.

Unas semanas más tarde, a fines de marzo del ’74, hicimos dos semanas en Noruega, partiendo en un ferry de medianoche desde Newcastle hasta Stavanger. No sabíamos que habríamos podido reservar un camarote. En vez de eso, pasamos toda la noche en la cubierta, cantando en galés del norte atlántico, y bebiendo hasta quedar estúpidos para poder sobrevivir. ¡Adorable!

Esta gira representó todo un aprendizaje en lo que respecta a la organización. Corky se había quedado en Inglaterra y seguía agendando fechas mientras nosotros estábamos tocando. Esto fue décadas antes de los teléfonos celulares, por lo que tuvimos que seguir una extraña rutina para averiguar dónde tocaríamos el día siguiente.

Corky nos daba una hora para que lo llamemos. Cuando contestaba, gritaba: “¿Tienes una lapicera? ¡Rápido, estos son sus tres próximos shows!” Ya tenía una oficina, pero estaba acostumbrado a apurar sus llamadas antes de que alguien quisiese usar el teléfono, o fuese echado del ascensor.

Una de sus llamadas a Noruega fue más emocionante que las otras. Una tarde lo llamamos desde un salón, justo antes de la prueba de sonido. Se lo oía más maniático que de costumbre.

“Eh, muchachos, ¿saben qué?” balbuceó. “¡Les conseguí un contrato discográfico!”


 



[1] Si Walsall tuviera un eslogan, sería algo así: “No nos gusta hacer aspaviento.”

[2] Casi cincuenta años después, sigo sin conocer a Noddy. Bastante loco, ¿no? Una o dos veces quisimos encontrarnos pero, hasta ahora, nunca ha sucedido. Espero que alguna vez ocurra; apuesto a que la pasaremos bien.

[3] La gente ahora defenestra a Mr. Humphries como un estereotipo ofensivo, pero yo nunca lo hice. Me parecía un tipo simpático, y me gustaba el hecho de que todos sus colegas en la tienda lo aceptaran por lo que era. Incluso Mr. Slocombe.


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