lunes, 18 de enero de 2021

"Confieso" - Capítulo 5

 



5

¡Ni unos miserables cinco!

 

 

 

El contrato era con los nuevos jefes de Corky: Gull Records. Cull era un sello nuevo, pequeño e independiente, pero era distribuido por Pye y Decca, cosa que nos entusiasmó porque eran dos de los sellos más grandes del mundo. Los globos de diálogo sobre nuestras cabezas decían: ¡Sí, esta es la nuestra, lo logramos!

Gull nos ofreció 2000 libras de adelanto y pagarnos un estudio de grabación. Incluso en 1974, era una cantidad algo escasa; pero para nosotros era una fortuna. Se sentían como un millón de libras, porque significaban la oportunidad de grabar un disco de verdad!

Al volver de Noruega fuimos directamente a Londres para firmar el contrato. Corky seguramente intentó advertirnos de la letra chica, pero todo lo que queríamos era ir al grano: “¡Sí, lo que sea, Corky! ¿Dónde firmamos?”

Ahora que era nuestro jefe, Dabid Hoswell tuvo algunas ideas… interesantes para la banda. Consideraba que los grupos de rock sin lujos y de cuatro integrantes eran algo aburridos, por lo que sugirió que buscásemos un quinto miembro. ¿Un tecladista, tal vez? ¿O un saxofonista?

Rechazamos firmemente esas opciones, pero otra de sus ideas nos hizo pensar. ¿Qué tal un segundo guitarrista?

Ummm. Ahora que lo menciona…

Escuchamos muchísima música, y una banda que nos gustaba a todos era Wishbone Ash. Tenía dos guitarristas, Andy Powell y Ted Turner, y sus armonías gemelas sonaban fantásticas en discos como Argus. Ken en especial era un gran fan de su sonido.

Esto era importante. Obviamente, Ken sería el más afectado si llegaba un nuevo guitarrista, pues muchos son muy territoriales acerca de su espacio. Pero, y vayan todos los créditos a él, a Ken le gustó la idea y dijo que estaba dispuesto a probarlo.

Fue entonces cuando Corky sugirió a Glenn Tipton.

Yo no conocía personalmente a Glenn, pero había escuchado hablar de él. Tocaba en un trío de hard rock de Birmingham llamado the Flying Hat Band, que tocaban mucho a nivel local y tenían numerosos seguidores. Los había visto antes y me parecían buenos. Decidimos acercarnos a él.

Ken y yo fuimos a un show de la banda a echar un vistazo atento. Glenn parecía algo particular. Unos días después, Ken, Ian y yo estábamos en una disquería llamada Wasp Records en Brum, cuando Glenn entró. Sin decirnos una palabra a Ian ni a mí, Ken se acercó a Glenn, se presentó y fue al grano:

“Hola Glenn. Somos Judas Priest. Tenemos un contrato discográfico. ¿Te gustaría entrar en la banda?

Charlamos un poco con él. Glenn escuchó, en silencio, y no dijo mucho. Yo podía asegurar sin embargo que una frase había captado su interés: tenemos un contrato, algo de lo que la Flying Hat Band carecía. Nos agradeció el interés y dijo que lo pensaría.

Resultó ser que la banda había cumplido su ciclo, así que cuando Corky llamó a Glenn unos días más tarde, él accedió: estaba adentro. Glenn fue a dar un golpe con nosotros, pasar un rato y conocernos.

Respecto de los antecedentes, Glenn era algo distinto de nosotros. Mientras que los cuatro éramos muchachos de clase obrera, él provenía de una parte linda de Birmingham y era más de clase media. Parecía un tipo pensativo, algo retraído, que ocultaba sus pensamientos.

No obstante nos llevamos bien, y musicalmente encajamos desde el comienzo. Glenn era evidentemente un guitarrista super talentoso, y cuando comenzó a tocar con Ken instantáneamente Priest subió a otro nivel. Nos dio mucho más peso, empuje y urgencia. Fue espectacular.

De repente, sonábamos realmente excitantes.

Tuvimos la oportunidad de conocernos cuando pasamos junio de gira por Inglaterra con Thin Lizzy y nuestros viejos amigotes, Budgie. Lizzy había tenido un gran éxito un tiempo atrás con “Whiskey in the Jar”, pero eran simpáticos y amistosos. Yo los veía como una gran banda y la gira generaba mucha atención.

Luego fue hora de ir al estudio y grabar un disco. David Howells nos reservó el Basing Street, el estudio de Londres occidental que había sido armado por el fundador de Island Records, Chris Blackwell. También nos consiguió un productor: Rodger Bain.

Rodger era un nombre importante en el mundo de la producción y, al menos al principio, nos asustó un poco. Había producido los tres primeros discos de Black Sabbath, así como un par de Budgie, y tenía una firme reputación como productor de heavy metal.

Era algo intimidante, como también lo era estar en Basing Street, un estudio profesional de primera línea. Parecía el puto Enterprise de Viaje a las estrellas. Pero Rodger resultó ser un tipo calmo, dispuesto a escuchar nuestras ideas, y poco a poco nos fuimos relajando.

Hicimos el álbum en circunstancias, diríamos, complicadas. Gull no podía costear las sesiones diurnas, por lo que nos quedaban los turnos de la noche, comenzando a las ocho cuando las bandas más grandes se iban. Grabábamos hasta que salía el sol. Éramos vampiros.

No teníamos para pagar un hotel, así que dormíamos en la Transit afuera del estudio. Fue una semana de verano muy calurosa, y Notting Hill es una zona de Londres llena de vida y ruido, por lo que no pudimos dormir demasiado.

Yo sentí la presión dentro del estudio mucho más que tocando en vivo. Al principio, entraba en pánico cada vez que la luz roja se encendía indicando que estábamos grabando. ¡Es ahora! Pensaba. ¡Ahora o nunca! ¡Solo tengo una oportunidad!

Esto era una tontería pues siempre podíamos volver a grabar, pero yo odiaba hacerlo con Rodger y el resto de Priest mirándome desde atrás del vidrio. Me hacía sentir como un fracaso, aunque me imagino que muchos músicos sienten lo mismo la primera vez que entran a un estudio.

Algo bueno fue que Glenn tenía experiencia como letrista de sus días en Flying Hat Band, y estaba lleno de ideas. Rápidamente se unió a Ken y a mí, formando un agradable equipo de compositores en el grupo.[1]

Yo sacaba letras del sombrero. Me sentía muy satisfecho con “Run of the Mill”, una canción acerca de un viejo que reflexiona sobre su mediocre vida. Realmente fui muy duro con el anciano:

¿Qué has conseguido, ahora que eres viejo?

¿Cumpliste tus sueños, hiciste lo que te dijeron?

Ahora me pregunto: ¿De dónde sacó un chico de veintidós años una letra como esa? Creo que me asustaba la idea de ver pasar la vida sin hacer nada, como tanta otra gente.

“Dying to Meet You” era otra letra con furia. Se trataba de la futilidad de la guerra, y la legalidad de los asesinatos cometidos en su nombre, desde una perspectiva muy pacifista y hippy:

Asesino, asesino, mantén tus pensamientos a raya,

Mutilando, destruyendo todos los días…

Musicalmente, como el heavy metal era tan nuevo, sentíamos como si lo estuviésemos creando desde cero. Sabíamos que estábamos en la misma bolsa que Purple, Zeppelin y Sabbath; pero queríamos nuestra propia identidad. Buscábamos sin descanso el sonido que teníamos en mente.

Rodger Bain era un tipo tranquilo, tal vez demasiado, porque la última noche mientras nos apurábamos para terminar con todo, él estaba durmiendo, roncando en un sofá. Amanecía y los pájaros ya cantaban cuando él vino, se sentó y nos preguntó: “¿Terminaron?”

“Creemos que sí” le contestamos.

“Bien, entonces me pondré a editarlo” dijo, y se fue a dar vueltas al piso de arriba.

Nos miramos asombrados. Creíamos que masterizar un disco era un proceso largo y cuidadoso, no algo que haces en una hora después de levantarte. Aun así, Rodger tenía experiencia. Él debe saber lo que hace. Nos subimos a la camioneta y regresamos a Walsall.

El disco fue una decepción en varios aspectos. No nos gustó el título, Rocka Rolla, pero era el nombre del primer corte y, por aquellos días, así funcionaba la cosa. Definitivamente no nos gustó la portada, una parodia del logo de Coca Cola en la tapa de una botella. Era una mierda, y para nada heavy metal.

Pero la decepción más grande fue el sonido. Cuando lo escuchamos, sonó débil y diluido. No fue para nada el álbum que creímos que habíamos hecho. Dimos todo en el estudio, yo dejando las entrañas en cada grito, Ken y Glenn disparando riffs como balas desde dos ametralladoras. Pero la producción de Rodger había perdido todo el poder y solo quedó algo… tibio.

Igual, era emocionante haber sacado un disco. Recuerdo mi única copia (¡salud, Gull!) que llegó por correo a Kelvin Road. Yo estaba encantado al ver el orgullo con que papá y mamá lo sostenían. Yo también estaba orgulloso… pero aun así sentí que habíamos desaprovechado una oportunidad.

Esta impresión fue confirmada cuando el disco jamás levantó vuelo. Más que un lanzamiento en el mundo del rock, escapó de él. No tuvo presencia alguna en las listas y prácticamente no lo pasaron por las radios.

Dimos un par de entrevistas, y nos castigaron bastante. Una crítica en Sounds dijo “No renuncien a su empleo,” lo cual fue bastante desafortunado pues yo ya había renunciado. Una entrevistadora llegó convencida de que nos llamábamos Judith Priest. Tal vez esperaba encontrarse con alguna mujer cantautora.

En todas las entrevistas las preguntas eran llanas y aburridas: ¿De dónde sacaron el nombre? ¿Cuáles son sus influencias? Dentro de Priest acuñamos un apodo peyorativo para los periodistas de música: mercaderes de muñeca. ¡Incluso teníamos un gesto muy expresivo que lo acompañaba!

También fue el momento de un cambio radical en mi vida, puesto que dije au revoir (no con acento yam-yam) a Beechdale. Sue ya se había mudado a Meynell House con Ian, mientras que yo, con veintidós años, seguía viviendo con mis padres. Era tiempo de partir.

Mi oportunidad llegó de la mano de un amigo, Nick, un plomo de la banda. Vivía en una casa compartida sobre Larchwood Road, en la urbanización Yew Tree Estate, a cinco millas de Birmingham, y mencionó que tenía un cuarto libre.

“¿En serio? ¿Te parece que yo podría vivir ahí?” pregunté.

“Sí, ¡siempre y cuando pagues la renta!”

Nick era enfermero en el hospital de Wext Bromwich, y los otros dos cuartos también estaban ocupados por enfermeros: Denise y Michael. Éramos cuatro solteros veinteañeros y nos gustaba beber en exceso. Rápidamente se convirtió en una casa de fiestas.

Todos nos sentíamos al margen de la sociedad convencional, amigo, así que convertimos al lugar en lo más bohemio posible. En Walsall de 1974, eso significaba almohadones esparcidos por todos lados y pufs (¡las sillas eran burguesas!), y dormíamos sobre colchones en el piso, para estar cerca de la tierra. La casa siempre olía a sahumerio y pachuli.

Nick y Michael eran gay. No lo habían declarado (porque nadie lo declaraba en aquellos días) y nunca hablamos del tema, pero los tres sabíamos que lo éramos. Aunque no se hubiese dicho, se sentía un alivio: Fiuu, ¡conseguí amigos que son como yo!

Nick y Michael me llevaron a mi primer bar gay. Quedaba en el Grosvenor House Hotel, en Hagley Road, Birmingham, y era un lugar muy elegante, con cortinas de terciopelo rojo y hombres ligando discretamente. No conocí a nadie, pero quedé muy impresionado por el lugar.

También me llevaron a un bar gay mucho más vivo llamado el Nightingale, en un área de Birmingham con el nombre (¡no se rían!) de Camp Hill.[2] Y ahí conocí a Jason.

Él estaba sentado con algunos amigos en una pequeña área de comidas cuando lo vi. Era muy apuesto, y esperé hasta que se quedó solo para reunir coraje e ir a presentarme. Ambos estábamos bastante sobrios y tuvimos una buena charla.

Quedamos en encontrarnos de nuevo, y lentamente, tras algunas citas, nos hicimos muy unidos. Era un muchacho simpático, bastante masculino pero con un toque hippy, gran admirador de Monet, las flores y silvestres y, sobre todo, Barbra Streisand.

Jason y yo tuvimos una relación muy tranquila. No le gustaba el rock ni el heavy metal, pero teníamos bastantes cosas en común como para disfrutar de la compañía mutua. No fumaba ni bebía, y estábamos sin blanca, así que no salíamos mucho. La mayor parte del tiempo nos quedábamos en casa mirando TV… y escuchando a Barbra Streisand.

Desde ya que Jason debía ser un secreto. Mis compañeros de casa sabían de nosotros, pero yo ni soñando se lo habría presentado a mi familia o a la banda. Simplemente se sentía bien estar con alguien, y le dio un poco de sentido al hecho de ser gay: ¡Ah, ok, así es como podría ser la cosa!

Nuestra relación fue muy cómoda, pero no creo que jamás nos hayamos considerado seriamente. Nunca fui a su casa, creo que aún vivía con sus padres. Se quedaba a dormir conmigo en Yew Tree, pero nuestro sexo no pasaba de unos revolcones.

Vi a Jason durante varios meses, tal vez un año, pero luego simplemente… nos apagamos. No hubo ninguna escena (no creo que nos hayamos peleado en ningún momento de nuestro tiempo juntos). No fue un romance apasionado, pero al menos me enseñó lo que se siente tener un novio. Un compañero.

 

En el otoño del ’74, Judas Priest salió a la ruta para promocionar Rocka Rolla. Hubo momentos importantes. Regresamos al Marquee, y también tocamos en el prestigioso Barbarella de Birmingham.

Fue una gira ensombrecida por la decepción de que al disco le hubiese ido tan mal. Cuando volvimos a Europa al principio del ’75, entramos ansiosamente en cada disquería que cruzamos, esperando encontrar Rocka Rolla en las estanterías. No vimos ni un disco.

¿A qué mierda estaba jugando Gull?

Esa fue una excursión europea que tuvo más inconvenientes de los esperados, incluyendo una vez en que Ian y yo casi nos morimos congelados durante una tormenta de hielo en Alemania. No es una historia para sensibles.

En ese entonces ya nos habíamos despegado de la Transit y habíamos conseguido una furgoneta Mercedes de segunda mano. Fue toda una superación… hasta aquella amarga tarde de febrero cuando John Hinch intentó conducir temerariamente a través de una ventisca, con una temperatura de -25º F.

Íbamos camino a un show en Stuttgart, pero a causa de los problemas en Medio Oriente se vivía un embargo de petróleo, por lo que solamente los camiones más grandes y las máquinas viales podían transitar por las carreteras. El camino era como una pista de hielo por el que nos arrastrábamos a 20 millas por hora.

Hacía tanto frío que el combustible se congeló en el motor. La camioneta se deslizó una última vez por el hielo y se detuvo. ¡Mierda! ¿Y AHORA qué hacemos?

Ken, Glenn y John se ofrecieron valientemente a buscar ayuda en la temperatura bajo cero. Ian y yo nos quedamos en el vehículo cuidando los instrumentos y esperándolos.

Se fueron durante horas, una eternidad. Ian y yo al principio nos quedamos adelante, viendo la tormenta de nieve. Pero luego se puso tan frío que nos acurrucamos en la parte trasera bajo una montaña de mantas, sobre un par de colchones.

Pasaron las horas. Después transcurrieron más horas. No teníamos nada que comer o beber y estábamos cerca de la hipotermia. Nos dormimos. Cuando volví en mí, fue como despertarse en un iglú. Las ventanillas tenían cristales de hielo en el interior de la camioneta. Miré a Ian, quien seguía dormido. Su larga cabellera estaba sólidamente congelada sobre su rostro.

¿A dónde fueron? ¿Habrán muerto en la tormenta?

Ian despertó, volvimos al frente de la furgoneta… y los vimos. Aparecieron tres siluetas en el horizonte nevado, caminando hacia nosotros. Y parecían traer cosas. ¿Eso era… una caja? ¿Y una botella?

Ken, Glenn y John abrieron la puerta y se tiraron dentro. Apestaban a alcohol, y traían una botella de escocés y una caja de chocolates.

“¡Encontramos un café hippy!” explicó alegremente Ken. “La gente fue muy amable. Nos dieron algo de comida, luego nos tomamos unos tragos y jodimos un rato. Creo que nos dormimos… ¡y ya era de mañana! En fin, aquí estamos. Ya viene un mecánico. ¿Ustedes están bien?”

Debería estar agradecido de que no lo estrangulamos.

Yo fui una víctima en esa ocasión, pero en nuestro siguiente contratiempo la culpa fue mía (o, mejor dicho, de mi problemático trasero). Debo decirlo, no es uno de mis momentos más elegantes.

Estábamos cruzando Amsterdam. Me moría de ganas por cagar, y los Países Bajos, siendo un gran país como lo es, tiene la particularidad de que nunca hay baños públicos por ningún lado. Yo ya estaba tocando el calzón, como decimos en Walsall, cuando debes ir, debes ir. Tuve que tomar medidas extremas.

Mientras Hinchy manejaba, me escabullí al fondo de la furgoneta donde encontré un sobre de manila. Me agaché y silenciosamente hice mis necesidades en él. Afortunadamente era uno seco, de esos que no requieren siquiera de papel higiénico. Salió disparado como un atleta olímpico en una carrera.

Bueno, todo genial… excepto que ahora me encontraba en la delicada situación de tener en mis manos un sobre lleno con mi propia mierda. Volví al frente de la camioneta, bajé la ventanilla y arrojé discretamente el paquete en uno de los famosos canales de Amsterdam.

¿Quizás el resto no se habrá dado cuenta? ¡Ojalá! Se me echaron encima cuando la hedentina comenzó a apestar la camioneta. “¡Puaj, Rob, sucio bastardo!” comenzaron a gemir, mientras mi popó flotaba alegremente por el canal.

Durante esa gira hicimos nuestra primera aparición televisiva, en Ostend (¡otra vez!). Era un show familiar de variedades, y Corky convenció a los productores diciéndoles que éramos como Cliff Richards and the Shadows. Tocamos “Never Satisfied” a un público compuesto por belgas de mediana edad bien vestidos, que no sabían qué les había golpeado.

Una incursión televisiva más emocionante ocurrió en Inglaterra, cuando fuimos invitados a aparecer en The Old Grey Whistle Test. Yo miraba religiosamente ese programa semanal de la BBC 2 desde que era adolescente. Se enfocaba en discos, al contrario de Top of the Pops que estaba centrado en las listas de sencillos, y parecía más serio en cuanto a lo que mostraba y cómo lo mostraba.

Supusimos que iríamos a Londres a grabar nuestra presentación en el Centro de Televisión de la BBC, en White City. Yo anhelaba mucho esto, ya que me moría de ganas de conoces al legendario presentador del programa, “Susurros” Bob Harris, quien siempre hablaba como si estuviese contando un secreto.

Así que me decepcioné bastante cuando Corky me dijo que grabaríamos nuestra parte en los Beeb’s Pebble Mill Studios, en Brum. Llegamos y nos encontramos con nuestros amplificadores cubiertos por alfombras para mantener a raya ese desagradable y fuerte sonido de heavy metal.

Nuestra primera intención fue quitar las alfombras. ¡Ni hablar! Los sindicatos mandaban en ese entonces, y no teníamos permitido tocar nada. Una caja de cartón en una mesa cercana, mostraba un papel con un aviso de la producción:

AQUÍ TIENE TAPONES PARA LOS OÍDOS

Era la primera vez que saldría en la televisión británica y no tenía idea de qué ponerme. Entonces revolví entre las ropas de Sue y tomé una blusa de rosa plateado y un cinturón, que usé junto con unas llamaradas negras brillantes. Parecía un Jim Morrison de bajo presupuesto.

No coordinamos nuestro look. Ken usó una camisa de colores vívidos que Carol le había hecho, junto con unos pantalones ajustados y un sombrero blanco. Ian estaba todo de blanco, como un Jesús demacrado. Parecíamos tres bandas en una: una muestra de heavy metal de Quality Street.

Tocamos dos temas. Gull nos hizo tocar el tema título de Rocka Rolla, y además hicimos “Dream Deceiver”, una canción progresiva a lo Zeppelin de seis minutos, con una letra sobre “difusas nubes púrpuras” en tributo a Hendrix. Era una canción seria y grandilocuente, así que yo me desabotoné mi blusa (perdón, la blusa de Sue) y mostré mis abdominales.

Terminó enseguida, pero lo disfruté; y el milagro moderno de YouTube permite ver al día de hoy nuestra inmortal presentación. Allí estoy yo, posando con la blusa de Sue, mirando a las cámaras a través de dos cortinas de pelo (¡ah, esos viejos tiempos!)

Sin embargo, antes odiaba ver mis presentaciones. Como cantante, uno expone un lado muy íntimo, y siempre que veía una grabación mía pensaba: ¿Está bien que haga esto? Hasta el día de hoy no soporto verme en televisión.

El lado positivo de ver el programa final fue que ahí estaba el bueno de “Susurros” Bob, con sus dientes de conejo, barba y serio como siempre, murmurando “¡Ahí los tienen, Judas Priest!” con una vez como una tenue brisa a dos millas de distancia. Al menos, nunca nos dijo Judith.

Giramos todo ese verano del ’75, desde Cleethorpes Winter Gardens hasta Nags Head en High Wycombe (los extremos del circuito de rock setentero de las bandas y las cervezas). A pesar de no tener dinero, intentamos agregarle cierta espectacularidad a nuestro show.

Yo quería pavonearme por el escenario con un micrófono sin tener que sostenerlo; entonces tomé un palo de escoba, lo pinté de rojo, le coloqué una base y pegué el micrófono en la parte superior. ¡Volià! ¡Un pie de micrófono! También le agregué varios espejitos pequeños, adheridos con cola, como el sombrero de Noddy Holder en Top of the Pops. Me llevó horas.

Además experimentamos con hielo seco casero, hecho sin ninguna contemplación por la salud y la seguridad, a partir de bombas de humo de la tienda Army & Navy Store. Un amigo llamado Kosha, que a veces trabajaba como plomo, encendía una lata detrás de la batería de John y esparcía el humo por el escenario.

El orgullo de Ken en esa época era el sombrero blanco que había usado en la TV, que incluso tenía su propia caja cuando viajábamos en la camioneta. Una vez, escuché de repente a Ken gritando furiosamente en medio de una canción; al darme vuelta, vi que se dirigía a Kosha.

Kosha estaba usando el sombrero de Ken para abanicar el gas hacia el escenario. Como todo buen plomo, no se había lavado las manos durante días. Las tenía negras, y el sombrero normalmente impoluto lucía ahora lleno de manchas y arrugado. Intenté mantenerme serio. No lo logré.

Fue durante esta serie de presentaciones que nos dimos con la grata sorpresa de que tocaríamos en el Reading Festival.

Esta oportunidad llegó por una vía muy indirecta, por lo que debo contar la historia cuidadosamente. En un show del norte, un amigo que había venido con nosotros conoció a alguien en el público, quien le contó que los promotores del Reading Festival le habían preguntado si conocía alguna buena banda nueva. No fue hasta que estábamos regresando que nuestro amigo admitió que habían cerrado un trato en el baño.

“¿Adivinen qué? Van a tocar en el Reading Festival,” nos dijo.

¿Quééé? Quedamos atónitos, asombrados, incrédulos, y la camioneta se llenó de hurras y vítores. “¿Cómo lo lograste?” preguntó uno de nosotros, cuando se hubo calmado la euforia.

“El tipo dijo que si yo dejaba que él me la mamase, ustedes podrían estar en el Reading. ¡Así que lo hice!”

Ejem. Oh, bueno; supongo que uno consigue las oportunidades como puede… ¡incluso por medio de un casting sábana!

Inmediatamente me obsesioné con lo que me pondría para el Reading, y salí a buscar un buen atuendo. Después de conocernos en un club, me había hecho amigo de una diseñadora llamada Fid que vivía en un cuarto de alquiler frente a Sex, la tienda de Malcolm McLaren y Vivienne Westwood, en la calle King’s Road de Londres. Fui averla y me quedé a dormir en el sofá.

Fid le hacía los trajes a Ron Stewart y Elton John, y diseñó algo para mí. Siempre me había gustado la idea de que los músicos de rock fueran como juglares medievales (¡juglares del heavy metal!), viajando de pueblo en pueblo, y en un libro hallé la imagen de un músico de laúd con una blusa de mangas largas. Le pedí a Fid que me hiciera una igual.

Ella me confeccionó una fantástica blusa roja y un par de pantalones con rayas negras y doradas. Reading Festival no sabría con qué se había chocado.[3]

Tuve la idea de usar una reliquia familiar como toque final. Papá tenía un viejo y hermoso bastón con empuñadura plateada, que había pertenecido a su abuelo. Yo me imaginaba girándolo mientras me movía por el escenario del gran festival, entonces se lo pedí prestado.

“¿Para qué lo quieres?” me preguntó.

“Solo como utilería en el escenario, papá.”

Me miró, considerándolo.

“Bueno, llévalo. ¡Pero no lo rompas!”

El Reading Festival fue genial. Abrimos la grilla el primer día en el escenario principal, bajo el deslumbrante sol de las dos de la tarde. Yo odiaba tocar durante el día (aún lo odio) pero la adrenalina estaba a pleno y salí a dar lo mejor.

De hecho, no era solo adrenalina. Me había bajado algunos tragos en la vieja casa rodante que nos habían dado como camerino, y estaba algo achispado al subir al escenario. Fue por eso que, bajo un cielo despejado y de un azul brillante, saludé al público diciendo “¡Buenas noches!”

El coraje que me dio el alcohol funcionó, y di piruetas por el escenario en el rimbombante atuendo de Fid, con el pecho descubierto y blandiendo el bastón de papá como si condujese una orquesta invisible. Nos fue muy bien y obtuvimos muchos aplausos y vítores. Hicimos muchos amigos aquel día.

Otra vez, las maravillas de YouTube permiten que esta presentación haya quedado preservada para la posteridad. Ahora, cuarenta y cinco años después, parece una locura. Un tipo del público lo grabó en Super 8, y la película es tan agitada que aparezco contorsionándome en el escenario como una dama de pantomima drogada. Lo cual es bastante cercano a la realidad.

Estaba muy desesperado por causar impresión. Hacia el final del show, sin ninguna razón, comencé a reprender a la gente, que nos estaba aplaudiendo: “¡Tal vez puedan disfrutar de esto, si son capaces de sacarse las agujas de los brazos!” ¿Eh? ¿Qué es lo que dicen acerca de la arrogancia de la juventud?

Tras nuestra presentación, continué bebiendo hasta la inconciencia. Permanecí ebrio todo el fin de semana mientras nos la pasábamos de fiesta mientras mirábamos grupos como UFO, Hawkwind, Wishbone Ash y Yes. Fue maravilloso compartir el backstage con bandas que yo había idolatrado y de las que había leído durante años.

¡Esto es! pensé. ¡Aquí es donde queremos estar!

El festival tuvo un solo punto negativo. Como un idiota, estuve presumiendo todo el fin de semana con el bastón de papá.  Una noche tuve una discusión con alguien, y en mi ebriedad lo estrellé fuertemente contra la puerta de un remolque. Se partió en dos.

¡Oh, maldita sea! Pensé. ¿Qué he hecho AHORA? Temía darle la noticia a papá. Cuando lo hice, simplemente me miró y suspiró decepcionado. Me sentí peor que si me hubiese regañado.

Años después del Reading, sentí que en esa ocasión crecimos muchísimo. Nosotros tocábamos en pubs, bares y pequeños clubes; pero ahora habíamos estado frente al público de un gran festival. Estábamos acercándonos a lo grande.

Cuando no estaba de gira con Priest, yo me iba acomodando a mi nueva vida en Yew Tree Estate. Era un maldito frenesí. Se bebía mucho (sobre todo vodka y tonic) y se fumaba mucha marihuana en Larchwood Road. Nunca había sido demasiado afecto a las drogas, pero pronto comencé a aficionarme.

Una vez organizamos una fiesta con el lema “Atrévete a ser diferente.” Les dijimos a nuestros amigos que fuesen disfrazados, cuanto más extravagante mejor; y que debía ser diferente en algún sentido. Yo alquilé un atuendo de policía: casco, uniforme, cachiporra, esposas, silbato. Pero en realidad no era algo diferente. Era solo un disfraz de poli.

Entonces le agregué accesorios… como bragas con encaje, medias de encaje negras y un par de zapatos de tacón aguja muy altos. Debo confesarlo, quedé muy satisfecho con el resultado final. Y la fiesta fue un caos.

Yew Tree era un barrio tranquilo y la mayoría de las casas sobre Larchwood Road tenían un auto afuera, lo que provocó que nuestros amigos no encontrasen lugar donde estacionar. Mientras daban vueltas y vueltas, se escucharon muchísimos bocinazos y gritos.

Ya borracho, pensé: ¿Quién otro que un agente de tránsito podría resolver esta situación? Por lo tanto salí con mi uniforme de policía, mis medias negras y mis tacos, y comencé a dirigir el tránsito mientras soplaba el silbato. Todas las cortinas de aquella calle se entreabrían.

Una vez que comenzó la fiesta, el humo de las drogas llenó la casa. Yo desconocía que la marihuana era un producto de nuestro hogar. Nick la estaba cultivando en nuestro vivero.

No tenía ni idea de esta situación hasta que un día lo encontré secándola en el horno. “¿Qué estás cocinando, amigo?” le pregunté. “¡Huele a porro!”

“Estoy haciendo mis tareas de jardinería,” sonrió. Y entonces me cayó la ficha.

Al principio me preocupé porque cultivar marihuana era un delito serio y podíamos terminar en prisión. Pero los muchachos de azul nunca llamaron a la puerta (ni con zapatos de tacón, ni de ningún otro modo) y le tomé aprecio a que nuestro suministro fuese tan conveniente.

Nick amaba sus productos. Le gustaba conectar una porción de marihuana a dos cables de una batería de auto, y la colocaba dentro de un gran recipiente de hospital con un agujero en la parte superior. Encendía la droga, la jarra se llenaba de humo e introducía un sorbete en el agujero para inhalar todo de un solo golpe. Ni siquiera tosía. Yo rara vez intenté hacerlo, y cuando me animaba terminaba ahogado y escupiendo como un enfermo.

Como Denise, Nick y Michael eran enfermeros, a menudo los llamaban aunque estuviesen de descanso. Una noche de sábado, a eso de las dos de la mañana, nos encontrábamos bebiendo y fumando cuando sonó el teléfono.

Denise contestó. Era del hospital. “Debemos ir,” dijo ella a los otros dos. “Ha ocurrido un accidente y tenemos que realizar algunas operaciones.” Mientras suspiraban y se levantaban de sus pufs, debo haberme mostrado desilusionado de que la noche terminara así.

Denise me miró. “Puedes venir con nosotros si quieres, Rob” sugirió.

“¡Sí, de acuerdo!”

En el camino yo iba excitado por la droga, el alcohol y el entusiasmo. ¿Qué iría a ver? Al llegar, me mostraron cómo lavarme, me dieron un uniforme que incluía una máscara quirúrgica, y me llevaron a la sala de operaciones.

Yo me quedé en un rincón mientras ellos ayudaban a un cirujano que luchaba por salvar la pierna de una víctima. Estaba destrozada y toda doblada, pero así y todo no me causó impresión. Me encantan esas cosas. Cada vez que la BBC transmite programas de operaciones, los miro con avidez.

Me quedé ahí, balanceándome ligeramente, fascinado por lo que veía. El cirujano se percató de mí (me imagino que los extraños drogados y ebrios llaman la atención) y preguntó, “¿Quién es ese?”. Cuando Denise dijo, “Oh, viene con nosotros,” él simplemente me ignoró y siguió tratando de salvar la pierna de aquel tipo.

La gira de Rocka Rolla había fue fantástica, pero no se podía negar que el disco había sido un fracaso. Y lo peor de todo era que estábamos sin un centavo.

Las 2000 libras de adelanto hacía tiempo que habían desaparecido, y el dinero de la venta de discos no era nada. Yo gasté mis ahorros de hjarry Fenton’s. Vendí mi preciosa colección de discos a mis amigos, y algunos en la banda buscaron empleos pasajeros para poder pagar la renta.

Ken consiguió un extraño trabajo de medio tiempo en una fábrica donde marcaba tarjeta, jugaba a las cartas y nunca hacía nada. Ian construía muebles de oficina por 5 libras al día. Glenn vendió hot dogs de Mr. Sizzle afuera del Birmingham Town Hall. Una vez me topé con él allí. El maldito tacaño ni siquiera me dio una salchicha gratis.

Era desalentador, por lo que decidimos hablar con Gull y ver si nos podían pagar un salario semanal. Ese verano habían tenido una buena racha (un número uno llamada “Barbados”, una canción reggae para niños por un dúo de nombre Typically Tropical) y esperábamos que fuesen indulgentes y nos pudiesen ayudar.

Nos subimos a la camioneta, condujimos hasta Londres, nos encontramos con David Howells en su oficina de Carnaby Street, y jugamos nuestra carta.

“Sería fantástico si pudiesen darnos unas cinco a cada uno por semana,” le dijimos. “Solo serían 25 a la semana. Podemos sobrevivir con eso, y nos dará más tiempo para componer, ensayar, tocar y cumplir con la banda.”

“Lo siento, muchachos,” dijo Howells. “No puedo. No tenemos el dinero.” Y eso fue todo.

Ni siquiera nos darían unas malditas cinco libras. No lo podíamos creer. Renegamos todo el camino de vuelta a Brum, y luego nos quedamos en silencio.

Ni unos miserables cinco.

Lo único positivo fue que Gull no quería desligarse de nosotros tras el fracaso de Rocka Rolla, y aprobó el dinero para un segundo disco. Las condiciones fueron iguales: 2000 de adelanto. A esa altura ya sabíamos que no era nada (al contrato de Gull lo llamamos “cuatro quintos de cinco octavos de a la mierda todo”) pero era eso o nada.

Antes de volver al estudio, sabíamos que a la banda le urgía un cambio. Nos estábamos desarrollando musicalmente, y queríamos a un baterista más arriesgado que complementase lo que estábamos haciendo. No creíamos que John Hinch estuviese a la altura.

Los ensayos se habían hecho frustrantes. “John, amigo, ¿por qué no pruebas algo distinto?” le pedíamos, ya que siempre tocaba los mismos ritmos. “¿Tal vez esto, o lo otro?” John se esforzaba pero simplemente no hacía lo que queríamos; o, si debo ser honesto, jamás sonaría como esperábamos.

Era una pena perder a John, porque yo había estado con él desde Hiroshima. Una banda es como una familia. Sin embargo, a fin de cuentas, la música es lo primero. Sabíamos que debíamos hacerlo. Glenn sacó la pajilla más corta y se fue a la casa de Hinchy en Lichfield para darle las malas noticias.

Regresó con toda una historia. John no sabía que él iría, así que cuando llamó a la puerta John se sorprendió. “¡Hola Glenn! ¿Qué haces aquí?”

“Necesito hablar contigo,” dijo Glenn.

Glenn contó que, en ese momento, el rostro de John se oscureció de repente y se mostró consternado, como si supiese lo que se venía. Tal vez así era porque, cuando Glenn entró en la casa, John corrió escaleras arriba sin decir una palabra, para recomponerse.

Cuando volvió a bajar, unos minutos después, Glenn se lo dijo directamente: “Lo siento pero tengo malas noticias. Se ha decidido que debes dejar la banda.”

John era bueno con la carpintería, y había hecho una linda cajita para guardar cables cuando salíamos a tocar. Estaba en el piso de su salón. En cuanto Glenn le contó las novedades, John comenzó a patear la caja por todo el lugar.

“¡Bueno, entonces no se van a quedar con esto!” le dijo a Glenn. Pateó la caja un par de veces contra el zócalo, rompió en llanto y se fue arriba. Glenn podía oírlo gimotear. “Eh, ¡me voy, John!” le gritó y salió rápidamente.

Fue una historia triste, y me puse mal por John cuando la escuché. Es una cagada ser echado de una banda.

Necesitábamos un reemplazo con urgencia, y afortunadamente había uno a mano: Alan “Skip” Moore, un antiguo baterista de Priest de antes de mi llegada, volvió a la banda. Yo no lo conocía, pero resultó ser un tipo agradable, tranquilo y despreocupado, y encajó a la perfección.[4]

Ok. Era el momento de aquel segundo álbum; momento en el que también recibimos algunas noticias bombas. Dabid Howells nos informó su deseo de que el disco fuese producido por… Tipically Tropical, los que habían llevado a Gull al número uno ese verano con su reggae.

Al principio nos indignamos por esa descabellada sugerencia. ¡Somos una banda de heavy metal! ¡No tocamos pop caribeño! Pero cuando nos calmamos, nos dimos cuenta de que tenía más sentido de lo que pensamos en un primer momento.

Tipically Tropical eran en realidad dos productores e ingenieros de estudio llamados Max West y Jeffrey Calvert. Cuando los conocimos en el estudio Rockfield de Monmouthshire en Gales, donde íbamos a grabar, se pusieron de acuerdo con nosotros.

Max y Jeffrey admitieron que no conocía nada del metal, pero sabían cómo hacer un disco, técnicamente hablando: dónde poner los micrófonos, cómo manejar la consola de mezcla, etc. Está bien, dijimos, porque nosotros sabemos cómo queremos sonar.

Rockfield era un estudio con alojamiento y nos quedamos ahí mientras hicimos Sad Wings of Destiny. Nunca abandonamos el complejo: no teníamos dinero para ir a ninguna parte. Cuando nos fuimos a los estudios Morgan en Londres para hacer la mezcla del disco, Gull nos dio 50 peniques por día para gastar en la cantina del estudio. ¡50p! ¡Nos sentíamos como Oliver Twist! Solo nos podíamos permitir una comida al día.

Aun así, hacer el disco fue una gran experiencia. Max y Jeffrey eran buenos muchachos, fieles a su palabra, y nos dejaron moldear el sonido del álbum. Me sentí mucho más seguro en el estudio que cuando hice Rocka Rolla, y quedé satisfecho con las voces que había grabado.

Yo trabajaba duro en mis letras. Detestaba el hecho de que tantas canciones de rock pesado versasen sobre embriagarse, o cogerse mujeres: temas pobres, predecibles. Yo leía mucha ciencia ficción, de escritores como Isaac Asimov, y me encantaba incorporar esa influencia en temas como “Island of Domination”.

Había un par de canciones a todo volumen. “Victim of Changes” sigue siendo uno de los temas más populares de Priest, aunque tuvo un origen bastante extraño. Teníamos dos canciones dando vuelta: “Whiskey Woman”, escrita por la banda antes de mi llegada a ella, y una mía que acababa de componer llamada “Red Light Lady.”

Las ensayábamos, pero ninguna de las dos se sentía del todo bien. Glenn sugirió “¿Por qué no tomamos partes de cada una y las juntamos?”.

“¿Eh? ¡No podemos hacer eso!” dije. “¡Son dos canciones distintas!” Pero lo hicimos, y quedó genial.

Un día, al estudio llegó un paquete enviado por Gull con un sencillo que David Howells quería que versionáramos para el disco. Era “Diamons and Rust,” una canción acerca de Bob Dylan que había sido un gran éxito a principios de ese año, interpretada por Joan Baez, la cantante estadounidense de folk.

Nos caímos de espaldas. ¿Están bromeando? ¡Somos los malditos Judas Priest! ¡Esto no es lo nuestro! Luego nos calmamos, la escuchamos atentamente y nos dimos cuenta de que era brillante y sensible. “Ok,” decidimos. “Les mostremos lo que podemos hacer con esto…” Al final la canción no entró en el disco (no encajaba con el tono del mismo), así que la guardamos para el futuro.

Cuando escuchamos Sad Wings of Destiny quedamos encantados. Y además tenía un crédito muy importante: “Coproducido por Judas Priest.” Es algo que aparece en todos los álbumes de Priest desde entonces.

Acabábamos de terminar la grabación del disco y yo había vuelto a Yew Tree, antes de la primavera de 1975, cuando vi en TV una película que me impactó profundamente.

The Naked Civil Servant (El funcionario desnudo) era una película biográfica protagonizada por John Hurt como Quentin Crisp, un homosexual extravagante quien, luego de crecer en un suburbio británico, pasó a convertirse en modelo masculino, taxi boy y personaje de la sociedad a lo Oscar Wilde. Jamás escondió su sexualidad y era golpeado casi a diario.

Esta película capturó el trauma, el dolor, la angustia y el desafiante gozo de su vida, y la vi hipnotizado por su honestidad y coraje. ¡Ser gay tan abiertamente! Me parecía impensable, y a millones de millas de mi propia y limitada existencia.

El gusto de Quentin por los hombres hetero y en uniforme reflejó algunas tendencias que yo ya podía observar en mí, y la película estaba llena de líneas inolvidables. Mi favorita es la explicación de por qué nunca reaccionaba a los insultos: “Amar es nunca tener que cerrar tu mano. Amar es nunca mostrar un puño.”

 

En 1976, Ian Hill se convirtió en mi cuñado. Él y Sue se casaron en una iglesia de Bloxwich. Por aquellos días la despedida de soltero se hacía la noche anterior a la boda, y la de Ian fue un desastre. Fuimos a un club llamado Bogart’s en Birmingham. Skip se emborrachó tanto que se quedó dormido en el baño. Nunca nos dimos cuenta.

Skip se despertó a primeras horas de la mañana y descubrió que el club había cerrado y estaba a oscuras. Trato de salir, activó la alarma y fue arrestado por la policía, pensando que quería entrar. Pasó la noche en una celda y se perdió la boda.

Yo era el padrino de Ian, pero recuerdo poco y nada de aquel día, salvo que tenía una gran resaca y llevaba una corbata. Renuncié a dar mi discurso; resulta que me es más fácil pavonearme en el escenario que decir unas palabras en una boda.

Gracias a cosas como The Old Grey Whistle Test y el Reading Festival, el nombre de Judas Priest iba creciendo firmemente. Cuando salió Sad Wings of Destiny en la primavera del ’76, se coló dentro de la lista de discos… en el puesto cuarenta y ocho, por una semana. No fue lo que se dice un triunfo monumental, pero sirvió como estímulo: ¡Al diablo! ¡Estamos en las listas!

Durante todo ese largo y caluroso verano, giramos como locos para presentar el disco. Los shows eran geniales, como ya siempre lo eran en ese punto, pero seguíamos sin dinero y considerábamos que algo debía cambiar. Con Gull habíamos llegado todo lo lejos que podíamos, ¿qué diablos teníamos que hacer entonces?

Afortunadamente la respuesta se presentó rápido. Porque Judas Priest estaba a punto de conseguir un contrato con una discográfica importante.


 



[1] Glenn no causó tan buena impresión en Basing Street cuando volcó accidentalmente un vaso de cerveza de un piano Steinway. Si lo hubieran descubierto y nos hubiesen hecho pagarlo, habríamos quedado en la ruina.

[2] En inglés, “camp” significa tanto “campo” como “afeminado”. N. del T.

[3] Fid también me hizo un par de… bueno, la única forma de llamarlos sería pantalones peludos. Me aseguró que serían el próximo grito de la moda, pero de la cintura para abajo yo parecía un oso. Nunca me animé a usarlos.

[4] No tengo idea de por qué lo llamábamos Alan Moore “Skip” (saltear –N. del T.) Era un baterista realmente sólido y nunca lo escuché saltarse ni un golpe.


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