miércoles, 20 de enero de 2021

"Confieso" - Capítulo 6

 



6

Superman con abrigo de piel

 

 

 

Sabíamos que estábamos estancados con Gull y Corky. El sello no tenía ni los medios ni las ideas para hacernos progresar, y aunque estábamos agradecidos por todo lo que había hecho Corky, no era la persona que pudiera llevarnos al siguiente nivel.

Necesitábamos cortar lazos… y sucedió sorprendentemente fácil. Glenn conocía a un hombre de Birmingham llamado David Hemmings que había conseguido trabajo en una agencia de representantes en Londres, Arnakata. Hemmings y sus jefes fueron a vernos tocar, y Arnakata accedió a contratarnos. Fue difícil darle la noticia a Corky. No se la tomó para nada bien.

Arnakata pertenecía a dos hermanos de apellidos diferentes, Mike Dolan y Jim Dawson. Eso me parecía un poco raro, y no estaba del todo convencido acerca de que Arnakata entendiera el metal, o estuviese involucrada lo suficiente en la música para saber lo que hacíamos.

Aun así, evidentemente tenían los contactos, influencias y profesionalismo de los que habíamos carecido hasta entonces. Conocían a un cazatalentos de CBS Records, Robbie Blanchflower, a quien le gustaba lo que hacíamos y nos recomendó a su superior, Maurice “Obie” Oberstein.

Obie era un estadounidense que más tarde se convirtió en una leyenda de la industria musical. Fue a un show de Priest en Southampton y le gustó lo suficiente como para ofrecernos un trato. Parece ser que pensó que éramos punks, porque le dijo a David Hemmings “¡Me sorprendió que no me escupieran!”

Por desgracia, en Gull se enfadaron tanto como Corky por nuestra partida y se rehusaron a vendernos los derechos de los dos primeros discos. Arnakata y CBS intentaron negociar con ellos, pero fue en vano.

A través de los años nos pusimos en contacto con David Howells varias veces, ofreciendo más y más dinero por Rocka Rolla y Sad Wings of Destiny, pero la respuesta siempre fue un rotundo no. Una lástima: esos dos primeros discos son parte importante de la historia de Priest, y están absolutamente fuera de nuestro control.

Al firmar el contrato con CBS, nos dimos cuenta de que ahora tratábamos con los grandes. Mientras que Gull nos había dado 2000 libras por cada disco, CBS ofreció 60.000 para hacer el siguiente. ¡Clinc caja!

A decir verdad, 60.000 libras no era gran cosa para una banda de cinco miembros que grabaría en un estudio caro y de primer nivel, pero a nosotros nos pareció una pequeña fortuna. También significó un gran estímulo el hecho de que un sello de primera línea estuviese dispuesto a gastar tanto en nosotros.

Pero nosotros considerábamos que lo merecíamos. Las bandas alcanzan su madurez en el tercer disco y, para entonces, sabíamos lo que queríamos y estábamos conscientes de nuestras capacidades. Éramos una unidad sólida, y en especial Glenn estaba introduciendo ideas musicales nuevas e interesantes.

Por eso, estábamos en éxtasis cuando entramos a Ramport Studios, en el sur de Londres a principio de 1977, para grabar el disco que se convertiría en Sin After Sin… Por eso y por la identidad del productor.

CBS nos puso en contacto con Roger Glover, el ex bajista de una de nuestras bandas favoritas, Deep Purple, y el hombre que había creado el título de “Smoke on the Water.” Su primera tarea fue ayudarnos a resolver un problema personal.

Alan Moore había hecho un buen trabajo en Sad Wings…, pero no estábamos del todo satisfechos. Esto significó que nos enfrentábamos al tercer álbum sin baterista. Roger Glover lo solucionó al presentarnos a un joven prodigio, Simon Phillips. Simon era básicamente un músico de sesión; pero era un baterista brillante que captaba exactamente lo que queríamos al principio de cada canción y lo lograba al primer intento. Además era agradable, centrado y alguien maravilloso con quien trabajar, a pesar de tener solo quince años.

“¿Quieren que lo haga de nuevo?” preguntaba, luego de grabar otra toma perfecta en el primer intento. “No, está bien amigo, salió bien,” le decíamos. Simon era por lejos el músico (y ser humano) más maduro en aquel estudio.

Comenzamos las sesiones de Sin After Sin con cierta reverencia por Roger Glover y sintiéndonos privilegiados de tener la oportunidad de trabajar con él. Sin embargo, en menos de una semana lo habíamos despedido.

No fue culpa de Roger. No hizo nada malo, pero después de coproducir Sad Wings… con Tipically Tropical, creíamos saber cómo capturar el sonido de la banda mejor que nadie. Glenn sobre todo estaba muy entrenado en ese tema.

Bueno, tal vez no sabíamos tanto como pensábamos, porque después de tres o cuatro semanas de dar vueltas en el estudio infructuosamente, debimos preguntarle a Roger si querría volver a tomar las riendas. Por fortuna no era un hombre rencoroso.

Una vez que Roger volvió a su lugar y a coproducir con nosotros, encontramos nuestro ritmo. Yo estaba decidido a escribir las mejores letras hasta el momento para este disco… una resolución que condujo a Roger a que se formara una impresión equivocada de mí al principio.

Cuando no estaba grabando mis voces, mantenía un perfil bajo en el estudio y generalmente me sentaba en el rincón solo, leyendo un libro. Obviamente a Roger le entró curiosidad, y unos días después ce acercó a hablarme.

“Estas muy compenetrado con ese libro, Rop,” indicó. “¿Es… una Biblia?”

“¡Ni hablar!” me reí, mostrándole el libro. “¡Es el Tesauro de Roget!” Roger se mostró bastante aliviado.

El señor Roget y yo nos hicimos compinches. Siempre fui muy afecto a ampliar mi vocabulario y aún lo soy. Quedé muy satisfecho con mis letras en Sin After Sin, ya que me ceñí a mi estilo natural de abordar traumas filosóficos y psicológicos a través de historias dramáticas y apocalípticas de dioses, demonios y guerreros luchando batallas épicas, en las que el Bien (¡y el heavy metal!) siempre vence al Mal.

“Sinner” fue un gran ejemplo de esto. Me encanta dibujar escenas con palabras y, si se me permite un poco de vanidad, me gusta pensar que las primeras líneas tienen un aire de extravagante perdición a lo Blake:

 

Jinete del pecado, cabalga con la tormenta,

El diablo viaja junto a él

El diablo es su dios, Dios te ayuda a llorar

 

Pero sin lugar a dudas, la canción de Sin... más importante para mí en lo personal fue “Raw Deal.”

Se trataba de rondar bares gay en Fire Island, la zona de moda entre los homosexuales, en las afueras de Nueva York. No es que alguna vez hubiese ido allí, o rondado por bares gay más allá de los bailes en Nightingale, Birmingham. La letra surgió (im)puramente de mi lujuriosa imaginación:

 

Todas las miradas me acertaron cuando entré al bar

Los muchachos de brillante cuero alternaban con los chicos de jean

Un par de potros juegan rudo

New York, Fire Island

 

Creí haber sido completamente abierto y obvio, una declaración descarnada de mi necesidad sexual por “cuerpos pesados que se agachan, se escurren, ansiosos por acción.” Igual, la canción tenía un lado oscuro, duro. Su última y sombría línea concluye que la vida era solo “un asunto crudo, maldito, podrido.”

“Raw Deal” fue un tema confesional, un escape para mi angustia como gay no declarado. Creí que había ido muy lejos, y que la gente escucharía las letras y sumaría dos más dos. Me podría abrir algunas puertas o, más posiblemente, cerrármelas en la cara.

Pero… no pasó nada. La banda no dijo una palabra acerca de la letra (siempre habían tenido un respeto tremendo por mis líneas y me las dejaban a mí) y probablemente pensaron que solo estaba contando una historia. Los críticos y los fans tampoco notaron nada. Fue un grito de rabia que nadie escuchó.

No sabía si sentirme decepcionado o aliviado.

Si ese fue un grito de rabia, “Here Come the Tears” fue un pedido de auxilio. Glenn y yo escribimos esta canción dulce y triste, y representó una catarsis para mí ya que expuse mi solitario corazón acerca de mi vida comprometida:

 

Una vez soñé que la vida vendría y me elevaría,

Ahora parece que la vida me pasó de largo, hoy sigo solo

Aquí vienen las lágrimas

 

¡Una vez más, nadie se dio cuenta! Lo ignoraron completamente. La crítica estaba más interesada en que hubiésemos incluido “Diamods and Rust,” la canción de Joan Baez que no entró en Sad…, en este disco.

La escucha de Sin After Sin por parte de los ejecutivos de CBS pareció un desastre. Por razones desconocidas, Roger Glover subió el volumen al máximo y atacó a los jefes de la corporación con un ruido terrible. Yo me tapé los oídos con las manos: ¡no se ve bien cuando estás escuchando tu propio disco!

¿Qué mierda estás haciendo, Roger? Yo estaba seguro de que la CBS quedaría horrorizada, pero al final los ejecutivos solo nos felicitaron y dijeron que estaba genial. Debían haber estado esperando un asalto furioso y a toda máquina de heavy metal, y eso es lo que les dimos.

Roger siempre afirma que nunca le pagaron por producir el disco. No tengo idea de cuál fue la razón, pero no tuvo nada que ver con nosotros. Cincuenta años después, él de vez en cuando todavía me molesta en broma pidiéndome que le mande un cheque.

El gran miedo que todos teníamos cuando salió Sin After Sin era que nadie lo escuchara, porque el punk rock estaba copando el mercado. En 1977, el punk estaba en todos lados. No se hablaba de otra cosa en la prensa musical, y parecía que nada más importaba, incluyendo el heavy metal.

Eso me parecía una tontería. Me gustaban algunas bandas de punk, y fui a ver a los Sex Pistols en Wolverhampton por aquella época. Fue un show secreto, que tuvieron que dar bajo el seudónimo de the Spots, porque los locales de todo el país los prohibían debido a la furia de los tabloides.

Johnny Rotten salió y, ahogado en un mar de escupitajos, dijo: “¡No sé si vamos a tocar para ustedes! ¡Ya tenemos su puto dinero, así que dejen de joder! ¡No nos importa!” Ellos tocaron, y me gustaron. Para mí, sonaban como heavy metal. Pero el punk estaba muy inflado. Jamás iba a sobrevivir… y no lo hizo.

¡De todas formas, Johnny Rotten habría odiado lo que hice en 1977! Desde que vi la Reina el Arboretum de Walsall cuando tenía seis, me convertí en un fanático de la realeza, por lo que fui a Windsor par el Jubileo de Plata. Ella dio una larga caminata desde el castillo a través de la multitud y, como siempre, me saludó solo a mí. O eso imaginé.

Cuando salió, Sin After Sin funcionó bien. A las revistas que no estaban obsesionadas con el punk les gustó, y llegó al Top 30. Era un disco sólido, y contó con el espaldarazo promocional de la CBS en vez de un tipo llamando desde un ascensor. Ahora, era momento de salir a la ruta.

Simon Phillips no quiso venir a la gira con nosotros (probablemente debía rendir los exámenes de la escuela) así que probamos bateristas en Londres. Elegimos a un muchacho de Belfast llamado Les Blink, gran músico, fácil de llevar… y que podía comenzar enseguida.

Ensayamos en los famosos Pinewood Studios, al oeste de Londres. El primer día, luego de preparar los equipos, salimos a buscar nuestro hotel. Alrededor de las diez de la noche nos encontramos frente una mansión que parecía salida de una película de horror de la Hammer.

¿Eh? ¿Qué es esto?

Tocamos el timbre… y atendió una pequeña monja. ¡Ups! Nos disculpamos, pensando que nos habíamos equivocado de lugar, pero ella nos interrumpió y sonrió: No, ese era nuestro hotel, y ella nos estaba esperando. Nos condujo por una vieja y crujiente escalera hasta nuestras habitaciones.

A la mañana siguiente me despertó un murmullo apagado, a eso de las cinco de la mañana. Resultó que estábamos en una casa dirigida por monjas suecas (bueno, era barato) y estaban entonando sus cantos matinales. Los escuché todos los días durante una semana.

Desayunábamos con las monjas a las siete cada mañana, y cenábamos a las ocho. Era un grupo adorable, pero nos sentíamos intimidados por ellas así que comíamos en silencio. En el extremo de la mesa se sentaba una venerable monja. Parecía tener cien años de edad

Una noche ella nos señaló. “¿Quiénes son ellos?” preguntó.

“Son un grupo musical,” explicó una de las monjas.

“No hablan demasiado, ¿no?” dijo la anciana. “¿Acaso son un puñado de engreídos?” Era una buena pregunta.

Mientras estuvimos en Pinewood estaban filmando la primera Superman. Un día me fui a curiosear al set. Estaban preparando la famosa escena en la que Superman rescata a Lois Lane cuando un helicóptero cae desde la cima del rascacielos del Daily Planet.

Yo estaba regresando hacia nuestro estudio cuando vi a alguien que se dirigía hacia mí. ¿Es un ave? ¿Es un avión? No, era un tipo grandote y, al acercarse, me di cuenta de que era Christopher Reeve. Hacía frío, por eso el llevaba un abrigo de piel… encima de traje de Superman.

Simplemente me surgió decir: “¡Hola Superman!”

“¡Eh!” dijo el Hombre de Acero. “¿Qué cuentas?”

“Estoy ensayando con mi banda,” le conté.

“¿Ah sí? ¿Cómo se llaman?”

“Judas Priest.”

“¡Genial! Bien, ¡buena suerte!”

“¡Gracias!” Y, después de eso, Clark Kent se alejó para sacarse el tapado de piel y rescatar a Lois Lane de un helicóptero averiado.

 

Ahora que Priest estaba en un sello importante, nuestro transporte había avanzado un poco. Nos habíamos despedido de la apestosa Mercedes y había llegado uns Volvo naranja brillante de segunda mano, en la que íbamos a los shows mientras el equipo de giras (¡otra adición!) iba adelante en la camioneta. ¡Bien! Se sentía como una mejora.

Nuestra Volvo sufrió un ataque la primera vez que la usamos. Habíamos ido a una reunión con la discográfica en Londres, e Ian iba manejando por Wardour Street en Soho. Glenn estaba comiendo un sándwich, y mientras esperábamos por el semáforo, se sintió satisfecho.

Abrió su ventanilla y arrojó el sándwich a la calle. Todos vimos cómo, en cámara lenta, el sándwich a medio comer trazó un arco en el aire y golpeó a un motoquero enorme en la nuca. El tipo se dio vuelta y nos taladró con la mirada.

El semáforo cambió. “¡Vamos, vamos!” le gritamos a Glenn mientras nos alejábamos a toda velocidad. Nos reímos, creyendo que nos habíamos salido con la nuestra; pero un minuto después (¡mierda!) el motoquero estaba junto a nosotros, maldiciendo y golpeando la Volvo con una cadena. Las marcas que dejó en el capó nunca salieron.

Las fechas en Inglaterra iban bien y estábamos tocando (y agotando entradas) en lugares cada vez más grandes. Ser el número principal en el Birmingham Town Hall fue una pasada, como también el Apollo Victoria en Londres. Igual, estábamos contando los días hasta junio con una ansiedad increíble. Nos íbamos a EE.UU.

Incluso arriba del avión yo no podía creer que estuviese sucediendo. Había estado enamorado de EE.UU. desde que era un niño: la música, las películas, la iconografía, la misma idea del lugar. Estar yendo para allá era más que un sueño.

El viaje desde el aeropuerto JFK hasta Manhattan me voló la cabeza. Pasamos por todas las imágenes que yo había visto en la TV durante mi vida: los rascacielos, los taxis amarillos, el vapor emergiendo de los drenajes en las aceras. Sentía que estaba en una película.

New York en el ’77 estaba más tensa, vulnerable y agitada que nunca antes. Fue un verano sumamente caluroso y todo el mundo evitaba el Central Park a causa de un asesino serial, después conocido como el Hijo de Sam, que aterrorizaba las calles. Mató a seis personas antes de ser arrestado en agosto. Dijo que el perro de su vecino se lo había ordenado.

Nos llevaron a un hotel en Columbus Circle, junto al Central Park, donde yo compartí habitación con mi compañero de siempre, Ken. Aun trastornados por el cambio de horario, dejamos las maletas en el suelo y nos fuimos derecho a empaparnos de New York.

Fue fenomenal. La ciudad era tan salvaje, enorme y abrumadora que apenas podía absorberlo todo. Fuimos a las oficinas centrales de nuestro sello en EE.UU., lo cual se sintió como algo muy importante. Parado en Times Square, miré a mi alrededor y bebí todo lo que me rodeaba: ¡Wow! ¡Ya no estoy en Walsall!

Esa parte de New york todavía estaba llena de sex shops y cines porno, por aquel entonces. Me sentía como Robert De Niro en Taxi Driver, solo que yo aforaba todos esos animales, prostitutas y reinas de es zoológico humano. Ken y yo fuimos a ver Deep Throat, de la cual había escuchado hablar. Fue muy excitante.

No hay en la tierra gente como los neoyorquinos. Entramos a un restaurante para comer. Había tantas variedades que mi cabeza daba vueltas. No me había decidido aún cuando llegó mi turno en la fila. El dueño me gritó: “¡Vamos, ya! ¡Fuera de aquí!” y le sirvió al tipo que me seguía.

La noche siguiente fui por mi cuenta al Studio 54. Había escuchado hablar mucho de este legendario club nocturno donde era un vale todo, y supongo que guardaba la secreta esperanza de conseguir algo de acción de hombre con hombre. No lo logré, pero me encantó la onda hedonista de la discoteca. Sabía que iba a volver.

Después de unos días de placer en NYC, era momento de comenzar la gira. Los viajes más largos los hicimos en avión, mientras que para los demás alquilamos autos. La vastedad del país, y el cambio de horario entre zonas, fue algo a lo que nos tomó un tiempo acostumbrarnos.

Éramos el grupo soporte de REO Speedwagon y Foreigner. Eran dos bandas estadounidenses grandes, pero yo me entusiasmaban demasiado ninguna de ellas. Obviamente el sentimiento era mutuo, pues fuera del escenario apenas nos vimos o intercambiamos algunas palabras. Las bandas soporte estaban muy por debajo en su lista de prioridades, y se notaba. En algunos shows solo nos dieron el espacio suficiente para usar la mitad de nuestros equipos. Estábamos en lo más bajo de la cadena alimenticia.

Aun así, ¡al diablo! ¡No nos importaba! ¡Éramos Judas Priest y estábamos de gira por EE.UU.!

Las primeras cinco fechas fueron en Texas, donde ya teníamos algunos seguidores principalmente porque un DJ de radio local, Joe Anthony, amaba Sad Wings... y lo pasaba a todas horas. Cuando fuimos a su programa para dar una entrevista, él estaba tan emocionado como si fuésemos los Beatles.

En la mayoría de las ciudades salíamos ante un silencio de muerte, conectábamos todo e intentábamos volarles las cabezas. Al principio se podía imaginar una burbuja de pensamiento sobre la multitud (¿Qué mierda son estos tipos?), luego nos la ganábamos a través de pura fuerza bruta y volumen.

Como REO Speedwagon y Foreigner eran grandes, tocamos en algunos lugares inmensos. En St. Louis, lo hicimos frente a 45.000 personas en un show encabezado por Ted Nugent. Ted cruzó el escenario con un arco y flecha encendida con fuego, como Tarzán, porque… bueno, porque es el tipo de cosas que hace Ted Nugent.

El público se extendía hasta donde llegaba la vista… pero no disfruté de ese show. La noche anterior no había dormido nada y estuve nervioso, y el sol era tan abrasador que me quemó los pies en las botas de cuero. Sentí que estaba alucinando.

Pero uno supera estas cosas, y pensé en algo que había aprendido en el Wolverhampton Grand: cuando estés dando un show, intenta llegar hasta la última persona al fondo. Entonces salté y saludé y exageré cada movimiento; aparentemente funcionó.

Disfrutamos mucho de cruzar el país, pero yo no veía la hora de volver a NY, donde serían las dos fechas finales de la gira. Volamos hacia allá el 13 de julio de 1977, y nos vimos atrapados en una de las noches más famosas de la historia de la ciudad.

Acabábamos de volver a nuestro hotel, cuando las luces de nuestra habitación sin ventanas en el piso 22 se apagaron. Corrí a la escalera de incendios, donde me topé con Ian, y espiamos afuera. Toda la ciudad estaba a oscuras. ¿Me hallaba en un sueño surrealista?

Con cerillas encendidas para iluminarnos, bajamos a los tumbos por las escaleras. Al llegar a la planta baja, el bar del hotel estaba lleno de gente. Alguien había subido el auto a la acera y encendido los faros para alumbrar el lugar. Entonces todos nos dedicamos a beber.

Eso fue algo muy neoyorquino: convertir un desastre en una fiesta.

NY ya estaba paranoica debido al Hijo de Sam, y se puso peor cuando los disturbios y saqueos comenzaron a florecer en la ciudad. Oímos disparos toda la noche, y a la mañana me enteré de que manzanas enteras de Broadway habían sido incendiadas, y más de cuatro mil agitadores, arrestados.

Glenn había tomado un vuelo más tarde que el nuestro, y llegó pálido al hotel. En el taxi había visto saqueadores con bates de beisbol destrozando parabrisas y robando a los conductores en los túneles del aeropuerto. Escapó sin un rasguño pero estaba temblando.

Las luces volvieron al día siguiente y terminamos la gira en el New York Palladium, toda una experiencia. Después recibimos una noticia todavía más alucinante: Arnakata nos llamó de Londres con un mensaje de locura. Robert Plant había escuchado que Judas Priest estaba de gira por EE.UU.

¿Quieren abrir dos shows para Led Zeppelin?

¿Si queremos…? Mierda, ¿qué creían que íbamos a responder? Nos salíamos del entusiasmo. Telonear a Led Zeppelin en EE.UU… Cristo, realmente era un cuento de hadas. El único obstáculo fue la logística.

Los shows formaban parte del festival Day on the Green, en el Oakland-Alameda County Coliseum de California. Faltaba casi una semana para ellos y prácticamente no nos quedaba dinero. Entonces volamos a California y compartimos un cuarto en un hotelucho junto al estadio.

El festival era una producción de Bill Graham y, de antemano, nos preguntamos si llegaríamos a conocer al legendario promotor de giras. ¡Claro que lo hicimos! El día del primer show estábamos esperando en el backstage, en el área de recreo. Glenn había puesto groseramente sus pies sobre la mesa. Bill Graham apareció, se abalanzó hacia donde estábamos y de un manotazo le sacó el pie. “¿Qué mierda estás haciendo aquí?” preguntó Bill. Había supuesto que éramos un grupo de operarios (obviamente era una luz para juzgar las personalidades).

“¡Ellos son judas Priest, señor!” le informó uno de los hombres de seguridad. Bill se disculpó y después de eso fue mucho más amable. Llegamos a conocerlo muy bien, y siempre se ocupó brillantemente de la banda en EE.UU.

El show fue extraordinario, toda una experiencia extracorporal. Como el festival terminaba antes de la noche, tocamos a una hora atípicamente temprana. La niebla había caído sobre Oakland, así que cuando salimos al escenario yo solo podía ver el frente de la multitud. La parte trasera del estadio estaba inmersa en la niebla.

Solo tocamos veinte minutos, pero durante ese tiempo la niebla se disipó rápidamente. Al final, pude ver un mar de 80.000 personas que llegaba hasta el fondo del lugar.  Fue alucinante, y una forma inolvidable de cerrar nuestra maravillosa gira debut en EE.UU.

Resultó ser un show muy prestigioso para nosotros, y realmente fue una carta de presentación de Priest ante los EE.UU. Lamentablemente fue el último show de Led Zeppelin en el país, ya que Karac, el joven hijo de Robert, murió repentinamente de un virus, y Zep canceló el resto de la gira para volver a casa. De hecho, fue la última vez en la historia que Zeppelin tocó en EE.UU.

La mañana siguiente al Day on the Green, Judas Priest también volvió a Inglaterr, tras seis semanas en EE.UU. De cierta manera se sentía como si todo hubiese cambiado. La vida no volvería a ser la misma para la banda… ni para mí.


 


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