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Una ronda de azotes para Marie Osmond
El ritmo de trabajo de Judas Priest a fines de los setenta fue increíble. No
lo pensábamos dos veces antes de tocar giras enormes por EE.UU y Europa durante
meses, volver a casa, descansar no más de una semana, y regresar al estudio
para grabar un nuevo álbum.
Esto
era estimulado parcialmente por la discográfica. “¡Realmente están ganando
velocidad!” nos decía la CBS. “Se enfrentan a bandas grandes, no pueden darse
el lujo de dejar que el interés decaiga. No hay tiempo que perder. ¡Deben
seguir en el radar!”
Era
un trabajo duro… pero no lo sentíamos así. Estábamos totalmente de acuerdo con
eso. Considerábamos que nuestra apretada agenda era una evaluación, y una
prueba de nuestra tenacidad y determinación como banda. Ir directamente a un
estudio después de una gira era lo más natural del mundo, y lo que había que
hacer.
Así
las cosas, el jet lag de nuestro viaje a Japón aún no se había disipado del
todo cuando fuimos a Londres para comenzar el segundo disco de 1978. El
productor sería James Guthrie, porque nos había gustado su trabajo con el cover
de Spooky Tooth (a pesar del poco tiempo de antelación con que le habían
avisado).
Cuando
entramos al estudio, pusimos manos a la obra al instante. Supongo que era una
de las ventajas de nuestra implacable e imparable agenda de giras y
grabaciones. Siempre estábamos juntos, nunca descansábamos, y eso nos iba
convirtiendo en una máquina del metal perfectamente aceitada.
Además,
sentíamos que estábamos logrando objetivos. Nos hacíamos más sólidos, más
confiados, y totalmente enfocados en hacer a la banda lo más poderosa posible.
Hoy en día, miento si digo que considero siquiera el ritmo de trabajo de
aquella época. Por aquel entonces, era una segunda naturaleza.
Priest
nunca componía durante las giras, por lo que siempre llegábamos al estudio sin
nada preparado y comenzábamos de cero. Eso nunca nos preocupó, y esa vez las
canciones surgieron especialmente rápido. Estábamos en una racha y la
aprovechábamos al máximo.
Existe
una línea muy delgada entre verse “influenciado” y ser “inspirado” por otra
banda. Ser “influenciado” a menudo significa que solo copias a otros artistas e
intentas sonar como ellos. Pero yo definitivamente me vi inspirado por “We Are the Champions” de Queen cuando escribí “Take
on the World”.
Cuando
Glenn llegó con un riff mortal, me pareció perfecto para escribir una letra
sobre los temas clásicos de Priest: optimismo, creer en uno mismo y vencer
frente a la adversidad. Pero “Take on the World” era más que eso. Se trataba de
nosotros creando una fuerte conexión con, y un compromiso hacia, nuestros fans.
El metal seguía siendo ridiculizado constantemente por entonces, y aquí
ofrecíamos una declaración de nuestra fe en el valor de la música en la que nosotros
y nuestros fans creíamos. Estábamos en
esto juntos.
Ponte en nuestras manos,
para que nuestras voces se oigan
¡Y juntos tomaremos el
mundo!
Cuando terminamos
de escribir una canción, siempre puedo imaginarme cómo sonará cuando lo
toquemos en vivo. Mientras grabábamos esta, incluso podía escuchar miles de
fans coreando junto con nosotros. Esa perspectiva me provocaba un cosquilleo.
Glenn
estaba a mil, e inventó un tema que se convertiría en clásico. Yo seguía pegado
a mi tesauro, y surgió una frase: “Eh, muchachos, escuchen esto: ¡El Infierno
se inclinó por el cuero (Hell bent for
leather)! ¡Wow! ¿Acaso no es bien Priest?” Glenn se hizo cargo del resto;
¡qué riff!
Una
noche, hicimos una pausa en la grabación para ver la pelea de Muhammed Ali
contra Leon Spinks por la corona mundial de peso pesado, en la TV del bar del
estudio. La banda seguía trabajando mientras yo veía el preámbulo de la pelea,
y me habían pedido que los llamara cuando estuviese por empezar.
Mientras
Ali y Spinks subían al ring, corrí a la cabina de grabación y, entusiasmado,
salté hacia la entrada: “Eh, muchachos, la pelea esta por…”
¡CRACK!
Había saltado demasiado. Golpeé duramente la cabeza contra el marco de metal, y
caí al suelo como si hubiese sido golpeado a traición por el mismísimo Ali. ¡Auch!
“No
importa, es solo un rasguño,” creo que dije, tambaleándome mientras la sangre
corría por mi rostro.
“¡No,
no lo es!” dijo Glenn. “¡Puedo verte el cráneo, amigo!” El resultado fue un par
de horas en la sala de emergencias, algunos puntos, y me perdí la gran pelea.
Igual, al menos tengo una cicatriz para recordar el gran triunfo de Ali.
Glenn
había escrito una canción llamada “Killing Machine”, y la elegimos como título
del disco porque capturaba a la perfección lo que éramos como banda: una
máquina metálica pulcra e implacable. Nos parecía perfecto… hasta que recibimos
una llamada de Arnakata.
Los
representantes nos dijeron que la CBS estaba de acuerdo con el nombre en
Inglaterra, pero el sello estadounidense no. El país había sufrido algunos
tiroteos masivos recientemente, y consideraban que el título era demasiado
controvertido y podría generarnos publicidad negativa.
Glenn
fue el más enojado. “Hablamos de nosotros, ¡nosotros somos una máquina
asesina!” gimió. “No matamos gente: la máquina es nuestra música. Judas Priest
es una máquina asesina con el poder del metal. ¿No lo entienden?”
Lo
irónico fue, por supuesto, que el título alternativo en EE.UU., Hell Bent for Leather, fue un golpe
magistral que nos benefició a todos.
Killing Machine recibió buenas críticas en Inglaterra y
fue nuestro tercer disco consecutivo en entrar al Top 40. Siempre vigilábamos
de cerca nuestra posición en las listas. Todos los artistas lo hacen. La banda
que diga lo contrario, miente.
Entonces
quedamos boquiabiertos por lo que ocurrió a continuación. Nuestros singles
anteriores jamás habían aparecido en los ránquines. No es que lo esperásemos:
éramos una banda de metal, aquel no era nuestro mundo. Pero con el primer
sencillo de este disco, la historia cambió.
Nos
asombró que “Take on the World” entrara en el Top 40 en la posición treinta y
uno, y no lo podíamos creer cuando siguió subiendo hasta el catorce. ¡Puesto catorce! Pero la sorpresa más
grande llegó después: una invitación a Top
of the Pops.
¡Wow!
¡Esto sí que era algo importante! Habíamos aparecido un poco en TV, mucho en la
radio, hasta el momento; pero… ¿Top of the Pops? ¿El programa que yo había
mirado religiosamente todas las semanas de chico, admirando a Hendrix, Bolan,
Bowie y Queen? ¡Ahora sí que lo habíamos logrado!
En
el camino hacia la BBc yo estaba super emocionado. Mamá, papá, Sue y Nigel
estaban igual, esperando para ver todo por TV. Uno puede hacer discos, tocar,
incluso girar por EE.UU.; pero recién cuando apareces en Top of the Pops es cuando tu familia y amigos se dan cuenta de que
vas a llegar lejos.
El
programa no era exactamente como me lo esperaba. El estudio se veía pequeño, y
no había más de treinta chicos en el público. Los artistas que nos acompañaban
ese día eran Dr. Feelgood, una banda que me gustaba, y Donnie y Marie Osmond,
que me importaban poco y nada.
El
look de cuero aún no había progresado del todo en la banda, pero yo ya lo había
adoptado al cien por ciento. Desde los pies hasta la gorra, yo era una visión
envuelta en cuero negro con un cinturón de balas, largos brazaletes con tachas
y la última novedad de mi vestuario: un látigo, cortesía de Wandsworth.
Este
último artículo demostró ser un problema. A mí tal vez no me interesara Marie
Osmond, pero ella obviamente se interesaba en mí. Priest estaba en el vestuario
durante los ensayos cuando uno de los productores llegó con malas noticias.
“Rob, me temo que vas a
tener que olvidarte del látigo,” dijo.
“¿Eh? ¿Por qué?” le
pregunté. “¡Es parte de mi acto!”
“Marie Osmond se ha quejado.
No está muy a gusto con él.”
¿Qué? Siempre fui una persona básicamente
accesible que odia las confrontaciones; pero esto me sacó de las casillas.
“¡Aguarda
un momento! Somos una banda británica de heavy metal, en un programa británico,
¿y una artista estadounidense nos dirá qué podemos hacer y qué no?”
“Bueno, este…” tartamudeó el
productor. “Es que…”
“¡Sal de mi vista!”
No
fue difícil encontrar el camerino de los Osmond. Cuando entré, con el látigo en
la mano, Marie tenía enormes ruleros y la estaban maquillando. Estaba demasiado
molesto como para fijarme si habían rosas de papel.
“¡Marie,
soy Rob de Judas Priest!” me presenté.
“¡Oh,
hola Rob!”
“¿Qué
es eso de que no quieres que use mi látigo?”
“Oh,
bueno…”
No
le di tiempo de terminar.
“Lo
uso porque es parte de nuestro show, y es
lo que voy a hacer” declaré, en un tono que no admitía concesiones. Marie
sonrió incómodamente y asintió. Priest 1; Osmonds 0.
Luego
de unos tragos en el bar de la BBC, yo canté en vivo mientras que la banda hizo
playback. Lo más gracioso fue que al final olvidé el látigo, pero me gustó
mucho dar ese show. Nos sentimos como embajadores del metal.
Algunos
seguidores de Priest de la línea más dura no estuvieron de acuerdo.
Consideraban que ese show era berreta, lleno de grupos blandos de pop, y que lo
que hicimos había sido una traición. Nos llegaron algunos vagos comentarios de
que nos habíamos “vendido”.
Yo
no le prestaba atención a esas quejas. Siempre pensé que debíamos hacer lo que
fuese para promocionar a la banda y nuestra música, y al metal en conjunto. ¿Top of the Pops nos permitiría mostrar
nuestro sencillo por la BBC a quince millones de personas? ¡Adelante!
Fue
por mucho lo más comercial que habíamos hecho hasta el momento, y me pregunté
si esa exposición cambiaría mi vida diaria. ¿Me convertiría en una figura
pública, una celebridad, firmando
autógrafos e imposibilitado de caminar tranquilamente por Walsall sin ser
molestado?
No
tenía por qué preocuparme. A nadie le
importó. Incluso hoy, en EE.UU me paran para sacarse selfies, pero eso
nunca ocurrió en Walsall. La gente me mira, pero piensa: Ah, no lo molesten. Está fuera de servicio, dejémoslo en paz. Es
algo hermoso, y me siento agradecido por eso.
De
cualquier manera, no tenía tiempo dormirme en mis (ejem) recién nacidos
laureles de estrella pop. Estaríamos de gira prácticamente por todo el 1979.
Miré el calendario, eran cerca de 140 shows.
Como
no tendríamos tiempo para hacer un nuevo disco en el ’79, a CBS se le ocurrió
un plan de contingencia. Comenzábamos la gira en Japón, y ellos arreglaron
grabar dos de los recitales en Tokio para un álbum en vivo (Unleashed in the East) que se lanzaría a
fin de año.
Yo
no tenía problemas en grabar disco en vivo, pero no estaba seguro acerca del
momento. Mi voz no estaba en gran estado en Japón, en parte porque no había
dormido. Siempre sufrí de insomnio y durante ese viaje experimenté el peor jet
lag de mi vida.
Antes
de uno de los shows, no había dormido absolutamente nada, ni un minuto. Como un
soldado, arremetí frente a los conciertos, pero me preocupaba lo que quedaría
registrado.
Luego
de eso, volvimos a EE.UU. por dos meses. La mayoría de los shows fueron como
teloneros de UFO quienes, por decirlo elegantemente, eran un puto descontrol.
Salimos de fiesta con ellos todas las noches. Fuerte. Priest tenía sus momentos de parrandear como animales, pero
los UFO estaban locos.
Sobre
el escenario, yo iba acrecentando la teatralidad. La música de Priest era muy
fuerte, poderosa y dinámica, y yo quería estar a su altura físicamente
hablando. Corría por el escenario agitando los brazos, y comencé a acuñar
algunos movimientos propios.
Todas
las noches llevaba mi látigo y simulaba azotar a la primera fila. Siempre
atentos a las oportunidades del merchandising, CBS y Arnakata comenzaron a
vender parches y remeras provocativas:
¡YO
FUI AZOTADO POR ROB HALFORD!
Llevé mi arsenal
un paso más allá y me hice de una ametralladora con la que disparaba salvas
sobre el público, generalmente al final de “Genocide”. No la tocábamos todas
las noches, pero cuando lo hacíamos llegábamos hasta el final, algunas noches
duraba casi quince minutos.
Ken,
Glenn y yo también nos alineábamos y ejecutábamos algunos movimientos
sincronizados en ciertos momentos del set. Todo era parte de la experiencia
Priest. Sabíamos que nuestra música les volaba la cabeza, pero también
queríamos dar un show.
Esto
pasó a otro nivel cuando en mayo volvimos a Inglaterra. Llevamos un poco más
lejos la presentación en vivo en algún lugar de Midlands, durante las primeras
fechas de la gira. Creo que fue en Derby.
Habíamos
llegado al lugar del evento para la prueba de sonido por la tarde y estábamos
viendo cómo nuestro personal cargaba los equipos por un estrecho callejón junto
al teatro. Divisé a un par de motociclistas estacionados un poco más allá, y
PING! Se me prendió la lamparita.
“¡Eh,
muchachos!” dije. “¿No sería grandioso que esta noche, cuando hagamos ‘Hell
Bent for Leather’, yo entre en una moto?”
“¡Estás
loco!” fue la respuesta. “¡Hagámoslo!”
Salí
y cuando apareció un motoquero a vigilar su moto, le conté mi plan y se la pedí
prestada. Era un gran fan de Priest así que estuvo de acuerdo. La llevamos
adentro y la estacionamos al costado del escenario.
El
efecto fue eléctrico. Cuando me senté en la moto y aceleré a fondo al comienzo
de la canción, el público no supo qué ocurría. Salí y enfrenté un mar de
rostros asombrados:
“¿Eh, qué es ese ruido? Suena
como… al diablo, ¡está sobre una moto!”
El
lugar se volvió loco. Desde ese momento, la motocicleta se convirtió en uno de
nuestros rituales y nuestros fans llegaron a amarlo y esperarlo. Le dimos unos
cuantos dolores de cabeza a Arnakata, teniendo que negociar con algunos salones
para permitirlo, pero valió la pena: era un gran espectáculo.
Luego
del éxito de “Take on the World,” CBS lanzó “Evening Star” como el siguiente
sencillo. Eso trajo consigo una nueva invitación a Top of the Pops. Teníamos un recital el mismo día, en el Birmingham
Odeon, pero pensamos que no habría problemas.
Falso.
Existieron
un montón de inconvenientes en el programa esa vez.
Esperamos
durante horas. Había ensayos de sonido, de vestuario, pruebas en vivo. Tenían
problemas técnicos: Dios sabrá cuáles eran. El tiempo corría.
Nos
íbamos preocupando cada vez más: “Diablos, ¿viste la hora?”
Atajé
a un productor que pasaba: “Mira amigo, ¿a qué hora largamos? ¡Tenemos que dar
un show!”
“¡Sí,
sí, en cualquier momento!” me aseguró y desapareció. Pasó otra media hora.
Se
hicieron las seis en punto y supimos que no lograríamos atravesar el horario pico
de Londres ni tomar la M1 y la M6 hacia Brum a tiempo. Una mujer de Arnakata
estaba en el estudio, pegada al teléfono. ¿Podríamos alquilar un avión? ¿Un
helicóptero? ¿Conseguir escolta policial? Ella se puso pálida.
Eventualmente
terminamos, pero llegamos al Birmingham Odeon una hora tarde. Algunos fans se
habían ido, pensando que no llegaríamos, y cuando finalmente salimos se
escucharon algunos abucheos. ¡En nuestra
ciudad natal! Nos sentimos horrible por el fiasco.
Después
de las fechas en Inglaterra nos encontramos con un atípico mes libre, dándonos
la oportunidad de mezclar Unleashed in
the East. Al escuchar las grabaciones de Tokio, mis peores miedos se
confirmaron.
CBS
nos contactó con un tipo llamado Tom Allom para producir el álbum. En los siguientes
años nos convertiríamos en hermanos con Tom y tendríamos una larga, feliz y
productiva relación; cosa impensable según nuestra primera impresión de él.
Algunos
años mayor que yo, Tom Allom tenía un acento inmaculado y fue la persona más
pulcra que conocí en mi vida. Podría haber pasado por un miembro de la familia
real, o un militar (de allí su sobrenombre, “Coronel”).
Pero
una vez superados sus modales aristocráticos, Tom era un gran tipo y muy
rocanrrolero. Le gustaba Priest y el metal, y entendió a la banda desde el principio. A diferencia de otros
productores, podía leer música y tocar el piano, algo que nos impresionó
profundamente.
Tom
se convirtió en miembro de la familia Priest desde el primer encuentro, pero su
trabajo mezclando Unleashed… se complicó.
La banda sonaba bien, pero mis voces no funcionaban. Se podía percibir el
cansancio y la fatiga cuando intentaba llegar a ciertas notas y fallaba.
Estábamos
haciendo la mezcla en el estudio de Ringo Starr, en Tittenhurst Park, una
hermosa casa de campo justo a las afueras de Ascot. Ringo le había comprado el
lugar a John Lennon y Yoko Ono. Era una sensación estar ahí; pero no teníamos
tiempo que perder. Estábamos en una crisis.
Tom
hizo lo mejor que pudo, pero ni siquiera él podía pulir un cerote; y yo no
toleraba la idea de que los fans me escuchasen en tan mala forma y desafinado.
Frunciendo el ceño mientras escuchaba las cintas, tomé una decisión.
“Escuchen,
muchachos,” dije. “Voy a entrar a la cabina con un micrófono y voy a cantar el
disco de principio a fin. Lo grabemos y veamos si podemos hacer algo con eso.”
Eso
hice exactamente. Las voces eran infinitamente mejores y Tom las mezcló con las
tomas de la banda en Tokio. Lo mantuvimos en secreto por años, y cuando salió a
la luz (gracias al Gran Bocón aquí presente) los fans comenzaron a llamar al
disco Unleashed in the Studio.
Mis
regrabaciones fueron tema de controversia durante algún tiempo; pero nuestras
conciencias estaban limpias. No habíamos querido fallarles a nuestros fans:
simplemente nos negamos a lanzar un producto inferior. Porque eso habría sido
fallarles mucho más.
Nuestro
largo año de giras comenzó de nuevo, e hicimos nuestro primer viaje a Irlanda,
para tocar en un festival de Dublín junto a Status Quo. Ya los conocíamos y
eran buenos tipos, pero casi no llegamos a actuar debido a un contratiempo.
Los
promotores irlandeses y la policía nos informaron que no había manera de que yo
entrara al escenario en motocicleta. Creían que eso provocaría disturbios en el
público. Yo pensé que eran tonterías. Los fans estaban esperando la motocicleta
y no queríamos decepcionarlos.
Nadie
en Priest se comportó nunca como una diva, ni
siquiera yo, pero esta vez nos plantamos: Si no podemos usar la moto, no tocamos. La interrupción se extendió
hasta casi el comienzo del show… cuando los organizadores repentinamente
cedieron. El rugido del público cuando ingresé atronando con la moto, demostró
que habíamos hecho lo correcto.
Dublin
sería el último show que haríamos con Les Binks. Imprevistamente, nuestro
baterista se marchó. Fue una sorpresa y no supe con certeza cuál había sido la
razón; aunque Les le confesó a Ken años después que se debió a desacuerdos con
Arnakata respecto de dinero.
Me
gustaba Les, e incluso al final había abandonado sus camisas de cowboy; pero
para ser honesto, no lamenté mucho su partida. Me parecía que era un poquito baterista de bateristas; alguien más
preocupado por pulir su técnica que por encajar en el alma y corazón de la
música de Priest.
Su
reemplazo, Dave Holland, había tocado en Trapeze, una banda que nos gustaba,
pero estuvo feliz de venirse con nosotros cuando lo probamos. En cuanto llegó
noté la diferencia entre él y Les. Este nos había dado más complejidad, seguro,
pero Dave ofrecía simplicidad, empuje y poder.
Y eso era lo que necesitábamos.
Dave
ya ocupaba su lugar cuando nos dirigimos de nuevo a EE.UU. para otra serie de
presentaciones, esta vez para promocionar Unleashed…
Los primeros shows eran como soportes de la realeza del rock norteamericano:
Kiss.
Cuando
nos ofrecieron esas fechas, lo pensamos muchos. Kiss no era una banda de metal
y musicalmente no teníamos afinidad. Pero Gene Simmons y Paul Stanley amaban
Priest y ellos mismos nos habían solicitado, lo cual era todo un halago; además
de que la oportunidad de llegar a miles de nuevos fans no se podía rechazar.
El
Kiss Army es célebre por ser difícil de complacer, pero nos fue bien. Solo
tocábamos treinta minutos por noche, así que íbamos a toda máquina. El público
nos aceptó porque éramos aguerridos y comprometidos, y teníamos una imagen
fuerte.
A
Gene y Paul les habrá gustado nuestra música, pero no los vimos demasiado fuera
del escenario. De cualquier manera, me entusiasmaba que Gene estuviese saliendo
con Cher, alguien muy importante para los hombres gay. Yo vivía inventando
excusas para estar cerca de ella y saludarla.
Mientras
tocábamos con Kiss, la CBS lanzó Unleashed…
No nos imaginábamos cómo iba a vender (supongo que no teníamos punto de
comparación), por lo que nos asombró que entrara en el Top 10 de Inglaterra, e
incluso se colara en el Billboard 200 de EE.UU.
¿Qué? ¿Un disco en vivo? ¿En
serio? Parecía que todo lo
que tocábamos se convertía en oro. Era casi demasiado para digerir.
Yo
estaba por vivir una experiencia aún más difícil de asimilar. Luego de las
fechas con Kiss tuvimos algunas presentaciones como banda principal en teatros
y estadios de Texas, Canadá y el oeste, terminando con un show en terreno
conocido: el Palladium en NY.
CBS
había organizado una fiesta para celebrar el fin de la gira en un club nocturno
llamado Mudd Club, donde habíamos tocado antes. Dimos un recital breve después
de la medianoche, y mientras me encontraba descansando afuera, no pude evitar
ver al tipo que estaba tomando fotos enfrente de mí.
Era
un hombre mayor, pequeño y con el cabello platinado. Tenía una camarita
Olympus, y era la viva imagen de…
¡Aguarda, no luce como él, ES
él! ¡Andy Warhol!
Yo
sabía todo acerca de Warhol, y era un gran fanático de su arte pop y sus
películas de vanguardia. Para mí, él era
Nueva York, en el sentido más puro y artístico. Para ser franco, cuando nos
presentaron después de nuestro set, yo estaba maravillado.
“¡Hola
Andy!” comencé. “¡Gracias por venir! Lindo lugar, ¿no? Ya habíamos tocado aquí
antes.”
“¿En
serio?” balbuceó Andy, mientras seguía tomándome fotos. ¡CLIC!
“¡Sí!
¡También agotamos las entradas en el Palladium esta noche!”
“¿En
serio?” ¡CLIC!
“Sí.
Y soy un gran fan de tu trabajo, ¡me encanta!”
“¿En
serio?” ¡CLIC!
Yo
había tomado un par de tragos, y su conversación monosilábica comenzó a
hincharme las pelotas. Había oído que Warhol se sentía muy incómodo
socialmente, y hablaba muy poco; ciertamente, este era el caso. Pero así y
todo… ¡yo estaba hablando con el puto
Andy Warhol!
Intenté
cambiar el curso de la conversación.
“Siempre
me gusta venir a NY.”
“¿En
serio?” ¡CLIC!
Bien. Eso fue todo, ya estaba harto. Junto con
mi látigo, yo había incorporado recientemente unas esposas a mi vestuario, y un
par de ellas colgaban de mi cinturón. Por alguna razón las agarré, cerré una en
mi muñeca y la otra en la de Warhol.
Me
miró, riendo nerviosamente.
“Tengo
malas noticias, Andy,” le dije.
“¿En
serio?”
“¡Perdí
las llaves!”
“¿EN
SERIO?” Eran las mismas palabras, pero esta vez su voz subió en tono e intensidad.
“¡No,
estoy bromeando, amigo!” le dije, sacándolas de mi bolsillo. Warhol respiró
aliviado.
“¡En
serio!” Sonrió.
Luego
varió su conversación lo suficiente como para sugerir que debíamos ir al Studio
54. Ambos salimos, tomamos un taxi, y me senté atrás junto a él mientras
atravesábamos el tráfico de primera hora de Manhattan.
Miré
por la ventanilla, y de repente me cayó la ficha de dónde estaba y con quién. ¿Esto está pasando realmente? ¡Ya no era
Kansas ni Bloxwich! Llegamos al Studio 54, Andy Warhol se quedó conmigo unos
minutos… y luego se fue. Desapareció entre la gente. Nunca lo volví a ver.
Aún
tengo fotos de aquella famosa noche, y cuando las miro hay algo que llama mi
atención. Mi remera. Tiene el dibujo de un célebre artista erótico gay, Tom de
Finlandia, y retrata una orgía homosexual: un festival de penes erectos,
nalgas, fellatio y penetración anal.
Ahora
me pregunto: ¿En qué demonios estaba
pensando? Yo seguía encerrado en el closet y aterrado de salir, pero esa
remera bien podría haber sido un cartel de neón sobre mi cabeza con la leyenda
“¡SOY GAY!”
Si
buscan una imagen de la angustia y la perturbación que me atenazó durante
décadas en Judas Priest, no tienen más que mirar esas fotos con Warhol. Yo
quería declararme y dejar de vivir una mentira, pero no veía la forma de
hacerlo.
Con razón bebía tanto…
Nuestro
año de giras estaba por llegar a su fin. Tenía menos de una semana en Larchwood
Road, contándole a Nick, Michael y Denise acerca de Cher y de mi encuentro con
Andy Warhol, antes de encarar el último tramo de nuestra odisea: viajar por
Europa como soportes de AC/DC en su gira de Highway
to Hell.
Esto
era importante para nosotros. Éramos grandes fans de los australianos, quienes
ya eran muy famosos. Y, como en la gira con Kiss, sabíamos que era la
oportunidad de presentarnos a cientos de miles de fans que aún no nos conocían.
Debíamos sacarle provecho.
En
vez de gastar dinero en hoteles, decidimos alquilar una gran furgoneta de gira
para cruzar Bélgica, Holanda, Alemania (MUCHAS fechas en Alemania) y Francia. Conseguimos
una lo suficientemente grande para recibir a la banda, los plomos y todos
nuestros equipos.
Es
justo reconocer que fue una decisión económica engañosa. Está bien para dos o
tres días, pero vivir amontonados durante semanas termina por desgastarte. Nos
sentíamos como animales atrapados dentro de una camioneta, y empezamos a perder
la cabeza.
Odiábamos esa furgoneta.
Nos
iba bien con los fans de AC/DC, pero no vimos demasiado a la banda. Normalmente
terminábamos nuestro set, y partíamos por la noche a la ciudad siguiente. Tras
unos días de esta rutina, Angus vino a buscarnos.
“¿No
les caemos bien, muchachos?” nos preguntó.
“¿Eh?
¿Por qué lo preguntas?”
“¡Nunca
se juntan con nosotros!”
“¡Oh,
nos encantaría!” le aseguramos. “¡No es nada personal! ¡Tenemos que salir
rápido del show porque estamos en una estúpida furgoneta!”
“¡Oh,
olvídense de ella!” dijo Angus. “¡Viajen en la nuestra con nosotros, y tómense una
cerveza!”
Cuando
descubrimos que su “furgoneta” era un transporte de primer nivel, lujoso, con
aire acondicionado y equipado con lo más moderno, nos tiramos de cabeza.
Entonces,
la mayoría de las noches hicimos eso. AC/DC eran unos tipos geniales, realmente
generosos, una excelente compañía. Bon Scott y yo nos congeniamos a las mil
maravillas, dos cantantes de metal hablando durante horas en un bus de gira
(realmente era mucho más lujoso que
el nuestro).
Angus
Young apenas bebía. Le pregunté por qué. “Es que si tomo un trago, me pongo de
la cabeza,” me contó. No sabía si estaba bromeando, pero una noche fui testigo
de que hablaba en serio. Bebió literalmente una copa de champagne y perdió la
compostura en segundos. Se transformó frente a mis ojos.
Bon
Scott era totalmente lo opuesto. Siempre
estaba bebiendo: era un pozo sin fondo para el alcohol. Tomaba hasta que perdía
el conocimiento, y al día siguiente se levantaba de la cama y se iba derecho al
escenario. Así funcionaba él.
Además,
a Bon jamás se lo veía descompuesto. Parecía ser indestructible. Al final de la
gira, AC/DC y Priest se abrazaron y prometieron volver a girar juntos. Cuatro
semanas más tarde, Bon sufrió una sobredosis y murió. Eso realmente nos
conmovió.
Priest terminó el ’79 exhausto pero entusiasmado. ¡Qué año! Teníamos un disco y sencillos
exitosos, giramos por el mundo con algunas de las bandas más grandes, ganamos
incontable nuevos fans… y me había esposado a Andy Warhol.
Recuerdo
que pensé que no podía ser mejor. Cuánto me equivocaba. Porque estábamos a
punto de sacar el disco que nos enviaría a las estrellas.
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