viernes, 29 de enero de 2021

"Confieso" - Capítulo 10

 


Este es el último capítulo de este libro que publico en el blog. Quienes quieran leer el resto, pueden encontrarlo en mi página de Patreon: https://www.patreon.com/yotraductor. Allí verán que ofrezco distintas opciones para mis patrocinadores, así como también servicios de traducción.

Espero que les haya gustado, nos vemos en la próxima traducción.


10

Para cuando llegue a Phoenix…

 

 

 

Era hora de comenzar a trabajar en la continuación de British Steele. Iba a ser un proceso muy diferente. En octubre de 1980 Priest voló a la isla de Ibiza y se reunió con el “Coronel” Tom Allon en los estudios Ibiza Sound.

Esto demostraría ser un error. Y, si soy franco, en retrospectiva pienso que deberíamos haber vuelto a lo de Ringo. Allí nos habíamos sonado los nudillos y enfocado en hacer el mejor disco posible. En Ibiza existían demasiadas distracciones.

La isla no había alcanzado aún su fase de éxtasis, acid house y ritmo balear, y seguía siendo básicamente el retiro hippy había sido desde los sesenta. Pero los vacacionistas continuaban llegando y había montones de clubes nocturnos y bares.

No sé si el resto de la banda esté de acuerdo, pero para mí Priest perdió el rumbo mientras hacía el disco que se llamaría Point of Entry. Lo perdió seriamente. Veníamos de un gran álbum debíamos hacer algo igual o mejor; y simplemente no lo logramos.

Teníamos una agenda de escritura, y nos juntábamos con Tom en el estudio por la tarde o la noche, pero parecía que lo más importante era terminar y salir a Ibiza a emborracharse. Ciertamente, lo hicimos y mucho.

Había pequeños bares cerca del estudio, pero nueve de cada diez veces terminábamos en Patcha. El inmenso club abría siete noches a la semana y hubiésemos tenido una tarjeta de asistencia, la habríamos llenado.

El sol ya estaba arriba cuando nos tambaleábamos hasta la villa, luego de nuestras noches de parranda. Mi insomnio estaba empeorando, así que pedí una habitación en el extremo más alejado del complejo, distanciado del área social. Me dieron una, aunque no era más grande que un armario.

Desafortunadamente, también estaba junto a la piscina. Solía caer en la cama al amanecer, ebrio, y dar vueltas tratando de conseguir algo de sueño. Cuando lo lograba, me despertaban las risas de la banda y el equipo, chapoteando en la pileta.

¡¿Qué mierda?! ¡Estoy tratando de dormir! ¡Bastardos egoístas, ruidosos…!

Miraba mi reloj. Eran las cuatro y media de la tarde.

Había otras distracciones. Alquilábamos motos y atravesábamos las colinas y montañas de la isla sobre ellas. Casi perdemos a uno de nuestro equipo en un horrible accidente.

Rentamos autos y nos obsesionamos con tratar de poner los cambios sin pisar el embrague. No es de sorprenderse que continuamente se ahogaran y debiéramos cambiarlos. Siguió así hasta que un día, el dueño de los autos se presentó en la villa.

“¡No más autos! ¡No más autos para ustedes!” gritó, mientras estábamos frente a una mesa, bebiendo cerveza en la piscina.

“¿Eh, por qué no?”

El tipo tenía un sobre, lo abrió y dejó caer el contenido sobre la mesa. Era una pila de polvo gris que parecía asbesto. Se trataba del componente principal de la caja de cambios de sus autos, reducido a láminas de metal en polvo.

“¡Por esto!” proclamó. Era difícil discutir contra eso.

No podíamos culpar al hombre por perder la cabeza. Tras una extensa sesión de bebidas, Ian había metido accidentalmente uno de los autos en un profundo estanque afuera de la villa. Quedó ahí por unos dos o tres días hasta que el pobre tipo vino y lo remolcó.

 De alguna manera surgió un disco de toda esa carnicería. Tenías sus momentos. Todavía me gusta “Heading Out to the Highway”, un buen himno de motoqueros. “Desert Plains” y “Hot Rocking” de cierta manera funcionaban. Incluso sin esforzarnos, seguíamos encontrando el rumbo de vez en cuando.

Pero la mayoría de las canciones se quedaron cortas. Deberíamos haber afianzado el éxito de British Steele, pero escuchando ahora pistas como “Don’t Go,” “You Say Yes,” y “All the Way,” se percibe una gran caída en términos de calidad. Creo que medio lo sabíamos en el momento… pero todos cerramos la boca y nos conformamos con eso.

Estábamos terminando el disco al principio de diciembre cuando escuchamos que habían matado a John Lennon. La noticia me pegó duro. Todas esas horas de adolescencia en mi habitación en Kelvin Road, gastando el Álbum Blanco, se apretujaron en mi mente.

¡No! ¿Por qué? ¿Qué clase de imbécil mataría a uno de los Beatles?

No supe cómo manejar mi pena, así que subí al techo del estudio… y ocurrió algo muy extraño. Una mini tormenta apareció en el horizonte, se desvaneció tan rápido como había llegado, y un arcoíris cruzo justo sobre el estudio.

Ahora, no voy a ser tan tonto como para decir que fue un mensaje de John Lennon. Pero lo importante es que se sintió así. Y tal vez el mensaje era:

¡La próxima vez, haz un mejor disco!

Point of Entry fue Priest en piloto automático. Hasta el título y la portada eran mediocres. ¿Qué diablos significa Point of Entry? Yo había elegido la mayoría de los títulos de los álbumes, pero ni siquiera recuerdo haber pensado en este. La portada con el ala de avión también era horrible, como una copia barata de Pink Floyd.

No volví a casa pensando que nuestro nuevo disco era un desastre. Solo sabía que no sentía la misma satisfacción que después de terminar British Steele. No habíamos avanzado un paso; habíamos retrocedido.

Point of Entry salió en febrero de 1981 y recibió la respuesta que se merecía: sin fuerza y algo decepcionante. Y nos preparamos para girar por el mundo el resto del año.

Saxon fue la banda soporte para el primer tramo europeo de la que llamamos gira World Wide Blitz. Eran muchachos centrados y ásperos de Barnsley, como una versión a lo Yorkshire de nosotros mismos, y formamos una estrecha amistad que dura hasta estos días.

Cuando fuimos a EE.UU. comenzamos en el oeste, donde ahora tocábamos en estadios de 8 o 10.000 asientos: un centro de convenciones por aquí, un auditorio cívico por allá. Nos acostumbramos a llevarnos por delante estos lugares: era raro no ver el cartel de AGOTADO en la entrada del show.

Nuestros representantes nos advirtieron que necesitábamos un guardia de seguridad. Esto nos entusiasmó: ¡Genial! ¡Ya somos lo suficientemente importantes como para necesitar seguridad! Nos dijeron que un tipo, Jim Silvia, ex policía de NY con conexiones en el Servicio Secreto, nos acompañaría.

Debíamos encontrarnos con él en el bar de un hotel a las siete y media de la tarde. Nos hallábamos bajando cervezas y mirando alrededor en busca de algún gorila con ropa de combate cuando un muchacho trajeado, diminuto y apuesto, llegó hasta nosotros.

“Ustedes son Judas Priest, ¿no?” preguntó, en el acento más neoyorquino que jamás había escuchado. Sonaba como si lo hubiesen sacado del fondo del Hudson.

No era lo que esperábamos, pero enseguida congeniamos con Jim Silvia. Se unió a nosotros, rápidamente pasó de ser nuestra seguridad a manager de gira, y nos gobernó con puño de hierro. Iba a formar parte de la familia Priest por los siguientes treinta y cinco años.

A un mes de comenzada la gira, principio de junio, Iron Maiden se unió a nosotros como banda soporte, para delicia de Ken. Su primera fecha con nosotros fue el Aladdin Theatre en Las Vegas, una ciudad que nunca había visitado antes, y cuyo temerario y llamativo mal gusto nos dejó boquiabiertos.

Antes de salir de casa yo había comprado una filmadora barata de plástico, en la tienda Argos de Walsall. Mientras el bus recorría las calles de Las Vegas, yo capturé las fuentes de neón y las grandes carteleras con íconos de la vieja escuela que zumbaban en los teatros de los casinos: Frank Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis Jr…

Obviamente, Judas Priest se sentía totalmente a gusto con esa compañía. Y en algún lado todavía conservo un cartucho con esa filmación granulosa. Debo volver a verla uno de estos días.

Desde Las Vegas, hicimos un viaje nocturno hacia Phoenix, Arizona, donde tocábamos la noche siguiente. Llegamos a la ciudad a las cuatro de la madrugada, pero igual hacía 100º F afuera. Phoenix es notoriamente árido en el verano, y cuando bajé del bus el calor me golpeó como si hubiera entrado en un sauna, o encendido un secador de pelo en la cara.

¡Diablos! ¡Era increíble! La mañana siguiente nos despertamos en el bus en medio del valle, observando una vista salvaje de las montañas, el desierto y los cactus gigantes, y con la cortina musical de un coro invisible de grillos. Ya había visto mucho de EE.UU., pero esto era algo diferente. Se sintió muy especial.

En ese preciso instante algo en mí hizo clic. En un nivel extraño e instintivo, me dije que esta ciudad, este estado, me seguiría atrayendo en los años venideros. No sabía cuán en lo cierto estaba…

Aquella tarde, Priest tenía una sesión de firmas en una tienda, antes del show en el Arizona Veterans Memorial Coliseum. Estos eventos ya eran algo natural para nosotros y, como siempre, nos sentamos en línea detrás de una mesa para charlar con los fans y escribir nuestros nombres en discos, remeras, brazos y cualquier cosa que nos pusieran enfrente.

Mientras Jim Silvia ordenaba a los fans, un muchacho avanzó en la fila y me extendió una copia de Sin After Sin. Cuando la firmé, él se inclinó y me susurró al oído: “¿Esa canción ‘Raw Deal’ es sobre tipos gay?”

¡¿Qué?! Sus palabras me golpearon como un martillo: ¡¿Acaso este tipo había escuchado mi canción de desahogo gay, la de salir de caza en Fire Island, y deducido lo que tanto críticos como fans habían pasado por alto cuatro años antes?! ¿Yo había conectado, por primera vez, con un gay estadounidense?

Levanté la vista y lo miré. Era unos años más joven que yo, tal vez principios de los veinte, desaliñado, apuesto, con un brillo en los ojos. Y estaba esperando una respuesta.

“Mmm… ¿por qué no te quedas por aquí y hablamos después?” le sugerí.

Así lo hizo. Después de que Priest terminara la prueba de sonido, pasó por el bar del hotel para charlar. Su nombre era David Johnson; se había mudado de California y trabajaba en una ferretería.

David me gustó desde el comienzo. Además de buen mozo, al estilo americano, era inteligente, gracioso e interesante. La pasamos bien en el bar, donde le dije que tenía razón respecto de “Raw Deal”. Lo volví a ver más tarde, luego del show.

David era atlético, y me contó que le encantaba jugar al beisbol. No estoy seguro de si era gay, pero nuestra charla me pareció muy insinuante, y yo le pedí descaradamente algo para recordarlo.

De hecho, fue algo muy específico. “¿Qué te parece un suspensorio?” le sugerí (por entonces yo tenía cierto fetiche por ellos). A la mañana siguiente, antes de que el bus partiera hacia El Paso, David llegó hasta el hotel. Parecía un poco incómodo, y tal vez avergonzado, pero cuando nadie miraba me dio un suspensorio en el ascensor.

¡Ajá! ESTO es prometedor…

David y yo seguimos en contacto, escribiéndonos cartas a medida que la gira llegaba al sur y luego a New York. Nuestra correspondencia no era íntima, pero sí cálida, afectuosa y dulce. Definitivamente habíamos conectado.

Nuestra comunicación continuó cuando la gira hubo terminado y yo regresé a Walsall para instalarme en mi nueva casa. Comencé a esperar con ansias los sobres de correo aéreo de David, con su letra distintiva.

Algo que le decía a menudo era lo mucho que me había impactado Phoenix, y cómo me había enamorado de sus paisajes agrestes y desolados. Su respuesta me dejó mudo: “¿Entonces por qué no vienes a vivir aquí?”

Yo era muy impulsivo en aquel entonces, y tan pronto como leí la sugerencia de David, me pareció lo más racional del mundo.

Sí, ¿por qué no?

Amaba la ciudad, y a EE.UU. Priest se estaba haciendo grande allí y sería útil tener una base. Tenía el dinero para hacerlo, sería una gran experiencia… y si comenzaba un romance con David, mucho mejor!

Cruzar el Atlántico sin dudarlo puede sonar extremo para mucha gente; pero por entonces, yo viajaba tanto que un vuelo a EE.UU. era casi tan rutinario como tomar el autobús a Brum. No lo consideré como emigrar: podía dividir el tiempo entre mis dos nuevas casas.

Sí, ok, le respondí. ¡Tienes razón!

David se ofreció a buscarme una casa, y poco después me llamó diciendo que había encontrado una linda casa de campo al norte de Phoenix. Él podría arreglar todo y tenerla lista para cuando yo pudiese ir unas semanas después.

¡Brillante! ¡A toda máquina! Siempre fui alguien con los pies en la tierra, pero por algunos días sentí que flotaba en una nube de felicidad. Podía ser una nueva vida fantástica: una hermosa casa en Walsall, un hogar (¿y tal vez un hombre?) en Phoenix, saltando entre una y otro a 35.000 pies cada vez que quisiese. La idea sonaba exótica y sofisticada.

A fines del ’81, el World Wide Blitz Tour cerró con fechas en Inglaterra y Europa. Parecía que Priest y todas las bandas de heavy metal giraban en las profundidades más sombrías y oscuras del invierno. Tal vez era entonces cuando la música sonaba mejor, y cobraba más sentido.

Esas fechas británicas fueron buenas. Hicimos dos noches en el Birmingham Odeon, cumpliendo en tiempo y forma, y dos en el Hammersmith. El tramo europeo también fue genial, especialmente porque ahora ya llenábamos lugares de un tamaño respetable cuando no estábamos en Alemania.

Más allá de todo eso, no obstante, siempre tenía presente mi viaje a Phoenix y no veía la hora de comenzar la aventura. Las cartas de David seguían siendo afectuosas y me había enviado fotos de la casa, que lucía pequeña. Al final de la gira, mediados de diciembre, volé a EE.UU.

Estuvo genial. Al menos Arizona era menos tórrido en Navidad, y la casa era tan pulcra como David la había descripto. Tenía dos plantas, con dos habitaciones en cada una, y estaba ubicada en un lindo barrio llamado Tapatio Cliffs. Parecía un lugar donde yo podría vivir felizmente.

Sin embargo, las cosas con David no fueron tal como esperaba. Seguía siendo amigable, y continuamos viéndonos. Yo solía visitarlo y él pasaba mucho tiempo en mi casa. Si bebíamos algo, él se quedaba a dormir o, una o dos veces, terminamos juntos en la cama, aunque no pasó mucho más que eso.

¿Entonces? Yo estaba conforme con eso… por el momento, al menos. La verdad es que yo estaba deslumbrado por David, quien era el tipo de hombre que me gusta. Me sentía contenido, nos divertíamos juntos, y si él quería calmar las cosas, yo lo respetaba. Teníamos todo el tiempo del mundo para progresar en la relación, cuando él estuviese listo.

En todo caso, no tuvimos más que un mes juntos en ese primer viaje a Phoenix. Porque era hora de que Priest volviera al estudio y reencaminase su carrera.


 

miércoles, 27 de enero de 2021

"Confieso" - Capítulo 9

 



9

Mis ojos han visto el agujero de la gloria

 

 

 

A veces, no hay nada como recomponerse en el campo.

Luego de relajarnos en Walsall y Brum durante la Navidad de 1979, era tiempo como siempre de volver al estudio. Con placer supe que íbamos a volver con Tom Allon a Tittenhurst Park, la casa de campo de Ringo Starr, donde habíamos mezclado Unleashed in the East.

La última vez que estuvimos allí fue una visita relámpago y, para mí, llena de pánico porque debía salvar mis voces de Tokio; así que no tuve demasiado tiempo para mirar bien el lugar. Ahora que estaríamos un mes, me puse a inspeccionar, y me encantó lo que vi.

Glenn y yo éramos fanáticos de los Beatles, por lo que significaba mucho que Ringo le hubiese comprado el lugar a John y Yoko, y que ellos hubiesen vivido ahí. Nos íbamos por separado a hacer un reconocimiento, y luego nos juntábamos sin aliento para contarnos lo que habíamos encontrado.

El primer día, Glenn me dijo “Debes venir a ver esto.” Me llevó a un dormitorio bastante corriente, pero la sorpresa estaba en el baño. Tenía dos inodoros, separados por un metro, uno al lado del otro, con placas sobre cada uno de ellos:

 

              JOHN                                            YOKO

 

Intenté imaginármelos sentados, tomándose de las manos, haciendo popó. Es cierto, a veces el amor no conoce fronteras.

Estábamos super entusiasmados de almorzar y componer en el gran salón donde John y Yoko habían filmado “Imagine”. El piano Steinway blanco ya no estaba, pero los ventanales que Yoko abre en el video siguen allí.

Un día, la banda y Tom estaban sentados allí almorzando, mirando la TV, cuando apareció el video. Me voló la cabeza el mirar a mi alrededor, pensando, ¡Wow, estoy en el mismo salón! Bueno como dicen: las cosas simples complacen a las mentes simples…

Aparentemente Ringo no había hecho ningún cambio en la casa, excepto por la sala de estar principal, donde había quitado el hogar de época y lo había reemplazado por uno que lucía como un gran aro de acero. Lucía totalmente fuera de lugar… pero supongo que a él le gustaba.[1]

Yo pedí el cuarto sobre el salón de “imagine” porque quería tener una vista del lago donde John y Yoko están en un bote en el video de “Jealous Guy”. Estaba atravesando por una etapa de fitness y salía a correr alrededor del lago casi todas las mañanas. En cada ocasión me los imaginaba sobre el agua.

El disco que sería British Steele cobró forma como un sueño desde el primer día. Las estrellas se habían alineado. Tom Allon era muy organizado como productor y atento a todos los detalles, pero también muy astuto y en contacto con las posibilidades y sensibilidades de Priest.

Tom sabía que tocar en vivo era la fortaleza de Priest, y donde surgían la mayoría de las ideas. En discos anteriores, primero definíamos la batería y luego agregábamos el resto. Tom desechó esa estrategia y nos hizo tocar a todos juntos en el estudio. Nunca lo habíamos hecho y fue mágico.

Además de un gran productor, Tom también era un excelso ingeniero de audio que sabía cómo sacar el máximo provecho del espacio. Grabé la mayor parte de las voces en un armario de escobas. Debo admitirlo, había cierta ironía en verme cantando dentro de un closet.

Ken, Glenn y yo comenzamos a escribir en equipo por primera vez. Eso significó un salto cuántico. Anteriormente llegábamos con ideas individuales, o de a dos, y luego repartíamos los créditos según el caso. Ahora, todos los créditos decían: Tipton/Halford/Downing. Esto fue muy importante para eliminar las posibles fricciones si uno de nosotros pensaba que nuestras ideas eran ignoradas o menospreciadas. Me parece que la mayoría de las bandas se separan debido al resentimiento nacido de las regalías por la autoría, más que por cualquier otra razón.

Priest siempre estaba atento a lo que sucedía a nuestro alrededor en términos musicales. Ni remotamente éramos parte del movimiento punk, pero le prestábamos atención; y creo que su inmediatez la brevedad de sus canciones plantaron la semilla para British Steele.

Tom nos ayudó a afianzar el proceso que había comenzado con Sin After Sin: despellejar las canciones hasta que no quedase más que un núcleo crudo, brillante y metálico. Recortamos todo hasta el hueso: nuestro lema era “menos es más”.

Una canción de sonido muy punk que habíamos escrito era “Breaking the Law.” Judas Priest nunca había sido una banda política (no es lo nuestro) pero esta canción, sin lugar a dudas, era un agudo comentario social.

Como persona apolítica, yo había sido indiferente a la llegada al poder de Margaret Thatcher el año anterior, más allá de la importancia que significaba tener como primer ministro a una mujer. Pero a los pocos meses de su gobierno, resultó obvio que estaban ocurriendo muchas cosas malas.

Las industrias pesada y automotriz en el interior del país estaban en crisis, y ya se hablaba del cierre de fábricas. El desempleo se había disparado. Lo peor de todo, millones de jóvenes no tenían expectativas y se sentían ignorados.

Al escribir “Breaking the Law” intenté ponerme en el lugar de un muchacho desempleado y a punto de explotar:

 

Ahí estaba, bien borracho, sin trabajo y decaído,

Mi interior es pura frustración mientras vago de ciudad en ciudad,

Siento que a nadie le importa si vivo o muero

 

No quería ser el vocero de nadie: jamás he deseado serlo. Pero veía mucha desesperanza, furia y anarquía a mi alrededor, y quería reflejarlo.

“Grinder” fue otro comentario social, acerca de cómo le mienten a la gente, la usan, alimentan con ella la máquina del capitalismo, y la descartan. También le agregué más tensión sexual: “Picadora, buscando carne…”[2]

Una fatídica noche, a las cuatro dela madrugada, yo intentaba dormir mientras Glenn estaba trabajando en algunos riffs en el salón de “Imagine” debajo de mí. Suspiré, me vestí y bajé a hablar con él.

“¿Qué diablos haces, Glenn?” pregunté.

“Oh, lo siento, ¿te desperté?”

“¡Sí, estoy tratando de dormir!”

“Voy a bajar el volumen,” dijo, tocando su ampli.

Mientras me iba, le dediqué un último comentario: “¡Tú vives después de la medianoche! (Living After Midnight)”

“¡Ese es un fantástico título para esta canción!” dijo. Al día siguiente escribí la letra, acerca de parrandear y pasarla bien. Tom la entendió enseguida, y para la hora del té ya teníamos el tema terminado y pulido.

Para “Metal Gods” me inspiré en el robot gigante de la portada de News of the World, el disco de Queen, así como en La guerra de los mundos y en toda la ciencia ficción que estaba devorando. Era una canción sobre monstruos de metal sometiendo a la humanidad. ¿Quién habría pensado que terminaría siendo mi apodo?

Abarcamos un amplio espectro de temas en ese disco; desde canciones de rock fiesteras como “Living After Midnight”, pasando por protestas sociales, hasta himnos al estilo “nosotros contra el mundo” como “United.” Me encanta lo bien logrado que quedó ese disco.

A Tom Allon le gustaba experimentar con el sonido. Los vidrios que se rompen en el fondo de “Breaking the Law” estuvieron a cargo de Glenn, que estrelló botellas de leche y cerveza contra el muro exterior del estudio. En “Metal Gods” recree a unos robots marchando al sacudir un cajón lleno de cuchillos y tenedores junto a un micrófono. Era trabajo, pero se sentía como un juego.

Al escuchar el resultado final, sabíamos que había salido algo bueno. “¡Demonios, es maravilloso!” exclamó Tom, en su acostumbrado tono remilgado. Nosotros estábamos de acuerdo. ¡Este sería especial!

Ahora solo necesitábamos el título para el álbum, y sabíamos exactamente lo que queríamos. Camino a un show en el norte, yo había visto un gran cartel en una fábrica: BRITISH STEELE. Para mí, resumía al disco en todos los aspectos.

Un artista polaco, Rozlaw Szaybo, quien ya había hecho las tapas de Stained Class y Killing Machine, nos dio la imagen de una mano sosteniendo una hoja de afeitar impresa con nuestro nombre y el título del disco. El diseño inicial incluía sangre manando de los dedos, pero pensamos que la imagen se vería mejor sin eso:

¡Somos una banda de heavy metal! ¡Somos tan duros que no sangramos!

Habíamos escrito, grabado, producido y mezclado el disco en treinta días. Fue una performance estupenda y no se sintió para nada apurada. Tomó exactamente el tiempo que debía tomar.

Cuando Priest dejó Tittenhurst Park, no podíamos estar más conformes con nuestro nuevo bebé. Y no me podía ir sin un recuerdo de nuestro paso por el nidito de amor de John y Yoko.

El closet donde yo había grabado estaba lleno de material de los Beatles. Había fotos, discos de oro, incluso másteres en cinta; y además, un objeto que reconocí de inmediato.

Era un adorno un obelisco de acrílico que medía aproximadamente 45 cm. de alto… y que aparecía en el video de “Imagine”. Mientras John toca el piano, se lo puede ver en un pedestal junto a Yoko cuando ella abre las persianas.

¡Wow, ahí está!

No podía creer lo que estaba viendo. Lo levanté y sentí que tenía en las manos un pedazo de historia musical. Admito que lo escamoteé de la mansión para mostrárselo a unos amigos en Walsall. Cuarenta años después, parece que todavía lo tengo.[3]

Bristish Steele aparecería en ambiente mediático transformado. Nos habíamos acostumbrado a que los mercaderes de muñecas de la prensa musical se burlaran del heavy metal y lo ridiculizaran. Ahora, para nuestra sorpresa, habían comenzado a reconocerlo.

El periódico Sounds fue el principal factótum de la Nueva Ola del Heavy Metal Británico. Las bandas principales que la componían eran Iron Maiden, Def Leppard, Motörhead, Saxon, Samson… y Judas Priest.

Ahora, muchas bandas rechazan los movimientos y nichos inventados por la prensa, pero a mí me gustaba la idea de una Nueva Ola. Consideraba que era positivo para el metal recibir algo de atención luego de ser ignorado durante años. Se sentía como una reivindicación.

Nuestra banda soporte en la gira británica de British Steele iba a ser Iron Maiden, una de las nuevas bandas celebradas por la crítica. En las vísperas de la gira dieron una entrevista donde su cantante, Paul Di’Anno, afirmó que barrerían a Judas Priest todas las noches.

No me molestó en absoluto porque a) se equivocaban, y b) era el tipo de cosas que debían decir las bandas nuevas y arrogantes. Nosotros intentamos hacer lo mismo con cada banda grande que teloneamos, ¿por qué ellos deberían ser diferentes? Me pareció gracioso.

Ken no estuvo de acuerdo conmigo. Se sintió ofendido y molesto por el comentario, y exigió que echásemos a Maiden de la gira. El resto de nosotros pensó que era una reacción tonta frente a un comentario casual, pero él quedó absolutamente enojado.

Amo profundamente a Ken, pero sé que es rencoroso y jamás perdonó el desaire de Iron Maiden. Cuando ellos fueron a vernos probar el sonido antes de uno de los primeros shows de la gira, él se lo tomó como una afrenta personal por razones que nunca entendí.

Realmente no pasamos mucho tiempo con Maiden en aquella gira, pero tal vez tomé literalmente el comentario de Di’Anno… porque la primera noche que nos emborrachamos juntos traté de seducirlo.[4] Fuimos a mi habitación a seguir bebiendo, pero yo estaba demasiado borracho como para intentar nada, y él demasiado ebrio para entender lo que yo quería hacer.

Creo que definitivamente fue lo mejor.

Ya habíamos comenzado la gira cuando CBS lanzó “Living After Midnight” como corte promocional. Entró en la lista de sencillos, lo cual derivó en una tercera invitación a Top of the Pops a fines de marzo. ¡Brillante! Solo un problema: teníamos un show la misma noche… en el Birmingham Odeon.

¡¿Qué?!

¡Absolutamente no! Luego de llegar una hora tarde el año anterior, no íbamos a arriesgarnos de nuevo. Le pedimos a Arnakata que le dijera a Beeb: “Gracias pero no. Estamos de gira y no podemos ir.”

Esto no salió bien. Nadie rechazaba ese programa. La CBS y nuestros representantes quedaron horrorizados por nuestra postura e inmediatamente comenzaron a tranquilizarnos para hacernos cambiar de opinión. ¿No sabíamos el espaldarazo que significaría para el disco? Se asegurarían de que los productores entendieran la situación. Nos desocuparíamos a las seis en punto, a más tardar.

En serio, no había manera de que volviese a ocurrir lo de la vez anterior.

Se mostraron inflexibles e, ignorando nuestro sentido común, cedimos ante sus razones. ¡Ok, ok, lo haremos! El 27 de marzo de 1980 fuimos a los estudios de la BBC.

Y volvió a suceder lo mismo.

Fue una puta pesadilla. Exactamente como en la ocasión pasada: tontos productores perdiendo el tiempo, problemas técnicos, horas y horas de espera en el vestuario, primero preocupación y al final pánico.

¿Cómo puede ser que esté ocurriendo de nuevo? ¿A quién podemos despedir? ¿O MATAR?

Incluso fue peor que antes, porque no nos desocupamos hasta las nueve de la noche. Llegamos al teatro a las once, la hora en que debíamos estar terminando el concierto. ¡Mierda!

Cuando nuestro auto llegó al costado del recinto, había algunos fans de Priest fumando. Nos dieron con todo.

“¡Oh, hasta que llegaron; ya era hora!”

“Es la segunda vez que nos hacen lo mismo. ¡La segunda!

“A ustedes no les importan los fans; ¡piensan que Top of the Pops es más importante que nosotros!”

Todo lo que pudimos hacer fue disculparnos una y otra vez, y sentirnos una mierda total. Nos pusimos una regla, allí y en ese momento: nunca volveríamos al programa el día que tuviésemos un show. Nunca violamos esa regla.

Cuando salió British Steele, dos semanas después de esos acontecimientos, recibió las mejores críticas que jamás habíamos obtenido. Y no solo por parte de los críticos. En la semana de su lanzamiento, el disco escaló en las listas… hasta el puesto número cuatro.

¡Wow! ¡Eso no nos lo esperábamos! Supusimos que al álbum le iría bien, pero esto fue una sorpresa. Con los ojos pegados a la lista de la Melody Maker, vi los artistas que estaban con nosotros en el Top 10: Genesis, Status Quo, y, mmm, Boney M. No se equivoquen, eran las grandes ligas.

Eso fue el anuncio de muchas experiencias nuevas; una de ellas fue grabar videos. Después de que “Living After Midnight” llegara casi a entrar en el top 10, CBS lanzó “Breaking the Law” como su sucesor. Nos contactaron con Julien Temple para filmar el video.

Temple ya había hecho un corto en vivo para “Living After Midnight” pero estaba más relacionado con el punk. Hizo el video de “God Save the Queen” de los Sex Pistols y acababa de terminar su película, The Great Rock ‘n’ Roll Swindle.

Parecido a Tom Allon, Julien era pulcro, sabía lo que hacía y era genial trabajar con él. Nos presentó unos bosquejos para “Breaking the Law”: éramos forajidos robando un banco, armado solamente con nuestras guitarras y el poder del metal.

Fue fantástico. Julien me filmó cantando en el asiento trasero de un convertible Cadillac marrón, recorriendo la Westway hacia Londres, y luego la banda aparecía esgrimiendo las guitarras como ametralladoras mientras aterrorizábamos a los clientes en una sucursal abandonada del Barclays Bank en Soho.

Filmar ese video revivió en mí todas las aspiraciones actorales que me habían llevado al Wolverhampton Grand. Lo hice genial, sin miedo de parecer ridículo (solo un poco).

Mientras “Breaking the Law” llegaba casi al puesto 10 (maldición, eso se estaba haciendo costumbre) hicimos una serie de fechas en Europa durante la primavera. No fue difícil deducir dónde amaban más a Priest. Dimos once shows; nueve de ellos, en Alemania.

Las cosas iban geniales en casa, pero incluso en ese punto sabíamos que el lugar más significativo en términos de éxito era EE.UU. Los shows en teatros estaban dando paso a conciertos en estadios, y British Steele siguió a Unleashed… en el Billboard 200.

Volamos hacia allá para hacer diez semanas de presentaciones ese verano, cosa que me dio la oportunidad de satisfacer una de mis inclinaciones sexuales más atrevida.

En 1980 estaba atravesando una etapa extraña. Amaba estar en Priest más que a nada en el mundo; habíamos hecho un disco que realmente pensaba era una obra maestra; y teníamos mucho éxito a ambos lados del Atlántico. Nuestra carrera no podía ir mejor.

Pero más allá de los discos de oro y las multitudes… todas las noches al apagar la luz y tirarme (borracho, siempre borracho) en la cama de otro hotel anónimo, u (ocasionalmente) en mi habitación de Yew Tree Estate, me sentía infeliz y frustrado. Y solo.

Hacía cinco años que había salido con Jason. Aparte de encuentros esporádicos e incómodos, no había vuelto a estar con alguien… y no era que simplemente estaba solo, sino también forzado a reprimir mis deseos, necesidades, mi propia personalidad. Debía vivir una estricta mentira, o matar a la banda que amaba.

Fuera de la puerta, yo era Rob Halford de Judas Priest, amuleto macho y dios emergente del metal. Pero puertas adentro era Robert John Arthur Halford, un muchacho de casi treinta años, triste y confundido, que venía del País Negro y y anhelaba la fruta prohibida de la compañía masculina.

Para mí era imposible tener una pareja normal, heterosexual y no famosa. Eso lo sabía. Lo mejor que podía esperar eran encuentros ocasionales con extraños. Y era tiempo de salir de cacería.

Las primeras diez fechas de la gira norteamericana volvieron a ser en Texas. Estaba ansioso por tocar en el Fort Worth’s Will Rogers Auditorium, el Austin Opera House y el El Paso County Coliseum, pero igualmente no veía la hora de visitar los baños de las paradas tejanas de camioneros.

Las paradas de camioneros en EE.UU. son un campo de recreación para los hombres gay en busca de encuentros sexuales al azar. Son lugares ideales a tales efectos, ya que las paradas están alejadas y a una distancia segura de amigos o (a menudo) esposas y familiares. Hay muy poco peligro de ser visto o reconocido.

El peligro es aún menor si uno no ve nunca la cara del tipo al que le haces una mamada, o que te la está mamando. Acechar por esos baños es el sexo sin compromiso definitivo, como lo llama la escritora Erica Jong. Debió haber sido imposible ser gay en la Texas sangrienta de aquel entonces, lo cual explicaba (lo había leído en la guía de Bob Damron) por qué sus paradas eran especialmente activas.

No tenían nada de románticas… pero sentía que era mi mejor opción. De hecho, era la única opción.

Por medio de la prueba y error, y mis viajes furtivos a los baños públicos en Walsall, había aprendido el ritual. Primero buscabas un cubículo con un agujero de la gloria (un pequeño hoyo en la división con el otro cubículo, a la altura de la entrepierna). Trababas la puerta, te sentabas en el inodoro y esperabas.

Esperabas y esperabas; y luego esperabas un poco más. Eventualmente entraba alguien al baño de al lado. Le dabas unos segundos para sentarse, y luego golpeabas el piso con el zapato. Muy suavemente.

TAP-TAP-TAP.

Generalmente no pasaba nada. Pero si el otro hacía lo mismo (TAP-TAP-TAP) tú acercabas un poco el pie al otro cubículo y repetías la operación. Si eso sucedía tres o cuatro veces, tu pie llegaba a estar debajo de la división. Entonces era cuando actuabas.

Te ponías de pie y pasabas el pene por el agujero. El otro lo agarraba, te lo ponía duro y te lo chupaba. Cuando terminabas, él pasaba su miembro por el agujero y tú le hacías lo mismo.

Uno debía estar en silencio a lo largo de toda la transacción (y créanme, era una transacción). En cualquier momento podía entrar alguien a orinar inocentemente. Si eso sucedía, uno se quedaba quieto para evitar sospechas. Y rezaba para que no fueran policías.

Existe una regla de cortesía. Una vez que habían terminado, uno se quedaba en el cubículo hasta que el otro salía, se lavaba las manos y se marchaba. Es el principal contacto humano que no involucra ningún contacto humano real.

Pero no podían ponerse en exigentes…

En esa gira, si Priest paraba en alguna de esas estaciones para almorzar, yo me iba a hacer fila en los baños. Desconozco si el resto de la banda sabía lo que me traía entre manos. Tal vez hayan sospechado. Yo nunca dije nada, ellos jamás preguntaron. Como buenos amigos, me daban mi espacio.

En esos lugares hay más acción por la noche, y una o dos veces llegué a tomar un taxi hasta allí después de algún concierto. Mientras los demás tomaban una cerveza (o a alguna de las muchas groupies), yo me excusaba diciendo que volvía al hotel… y me adentraba en la noche.

En el taxi, pensaba acerca de qué cara pondrían los fans de Priest que me habían visto corear con la multitud “Take on the World” si supiesen lo que estaba por hacer. Por Dios, que nunca se enteren.

Al llegar me sentaba en un inodoro frío, con el corazón latiendo a mil, en medio de la nada. Generalmente no ocurría nada y me volvía a casa. Pero muy de vez en cuando, alguien se sentaba al lado. Otra alma perdida, con la misma soledad que yo.

TAP-TAP-TAP.

Cuando eso ocurría… era algo sensacional. No servía como desahogo emocional, pero al menos sí como uno físico. Y era lo más a que yo podía aspirar.

 

La gira norteamericana de British Steele fue muy buena. Las entradas se agotaron y las fechas fueron fenomenales. Nos relacionamos muy bien con Def Leppard, quienes se unieron a nosotros en los últimos shows. Los Scorpions también estaban en la grilla y eran unos muchachos encantadores.

Por aquel entonces, Priest tenía un muchacho de Relaciones Públicas británico llamado Tony Brainsby, muy habilidoso para conseguir la atención de la prensa. Siempre pergeñaba alguna historia para las noticias, y no le preocupaba demasiado si era cierta o no.

Mientras estábamos de gira, Tony sugirió plantar la historia de que yo había hecho una película porno. Me pareció algo tonto. El disco y la gira iban bien y no me pareció que necesitásemos algo así. Pero al final estuve de acuerdo: “Ok, entonces adelante…”

Tony sacó la historia, pero la única publicación que se hizo eco de ella fue News of the World, el ya desaparecido semanario dominical de escándalos… y desafortunadamente, una revista que mis padres leían desde que yo era chico.

Donde quiera que estuviese, yo siempre llamaba a mis padres los domingos. Me había olvidado totalmente de la historia inventada por Tony el domingo que llamé a mi casa desde algún lugar del oeste.

¡RING RING! Papá atendió.

“¡Hola papá, soy Rob!”

“Hola.” Lo escuché extrañamente brusco y cortante.

“¿Qué pasa, estás bien?”

Yo sí,” dijo. “Pero tu mamá no.”

“¿Por qué?”

News of the World.”

Aún no me caía la ficha. “¿Y? ¿Qué tiene eso?”

“Tu película porno.”

¡Oh, diablos! Papá me contó que habían abierto la revista para encontrarse con mi supuesta participación. Mamá había comenzado recientemente a trabajar a medio tiempo en una escuela, y temía enfrentarse a sus colegas el día siguiente.

“¡No lo hice!” le aseguré. “¡Es un maldito invento!” Creo que papá me creyó, porque tras treinta años de fiel lectura, nunca volvieron a agarrar esa revista. Así que por lo menos algo bueno resultó de todo eso.

Priest terminó el año con un festival de heavy rock en Nuremberg… y luego, yo sabía exactamente lo que necesitaba. Vacaciones.

Las únicas personas con las que yo podía ser abiertamente gay eran Michael, Nick y Denise en la casa de Larchwood Road. Ese verano de 1980, Michael había conseguido empleo como recepcionista en un hotel de Mykonos, la isla griega a la que los gay iban en busca de sol, mar y sexo. Decidí ir a acompañarlo.

Tenía una noche en Atenas antes de subirme al barco que me llevaría a Mykonos, por lo que fui a un bar gay del cual había leído. Estaba totalmente abarrotado, y yo me encontraba bebiendo un trago en un rincón cuando, al otro lado del bar, divisé a… Freddie Mercury.

Es raro, pero a pesar de que Freddie era un héroe, por entonces yo tenía sentimientos encontrados sobre él. Queen acababa de tener gran éxito con “Crazy Little Thing Called Love,” y en el video Freddie se baja de una motocicleta, todo de cuero negro, y arroja su gorra de motoquero. Eso me había mosqueado: ¿me estaba copiando?

También había leído una o dos entrevistas en las que Freddie decía que Queen no era una banda de heavy metal. Me molestó eso también. Ahora suena absurdo, y lo es; pero tenía esas cosas en mente cuando lo vi.

Freddie me vio, me saludó y guiñó el ojo. Me hubiera gustado acercarme, pero no me podía mover de la barra y, siendo honesto, estaba nervioso. Para cuando junté el valor, él ya se había ido.

Michael y yo la pasamos muy bien en Mykonos. Yo tomaba un barco todos los días que me llevaba a una playa gay nudista llamada Super Paradise. Quedaba solo a quince minutos, pero todos los muchachos se desnudaban durante el viaje. Yo sentía que había muerto y estaba en el super paraíso.

En la playa volví a ver a Freddie. Era difícil que pasara desapercibido. Tenía un gran yate pintado con globos rosados, y navegaba alrededor de la isla una y otra vez con un grupo de atractivos muchachos gay en tanga que lo rodeaban como cortesanos. ¡Asombroso!

Más adelante Freddie Mercury cantó que quería ser libre. Considerando lo que se vivía en ese bote, reconozco que estaba haciendo un gran trabajo.

De regreso en Walsall, decidí comprarles una nueva casa a mis padres. Ya habían vivido en Beechdale por cerca de treinta años. Mamá en especial estaba aburrida y quería irse. No es que odiara su casa: solo quería un cambio.

A través de las inmobiliarias locales encontré un lindo lugar en la calle Birmingham cerca del Arboretum, la zona residencial de Walsall. Sue y yo les dijimos a papá y mamá que los llevaríamos a pasear el domingo, y Sue estacionó frente a la casa.

“¿Les gusta esa casa?” les pregunté.

“¡Sí!” dijo mamá. “Es adorable, ¿cierto?”

“Bueno, me gustaría regalársela,” dije. “Si la quieren, es suya.”

Ambos me miraron, asustados y negando con la cabeza. “¡No seas tonto, Rob!” dijo mamá. “¡No vamos a permitir que lo hagas!” Papá estaba igual de inflexible. Él era un hombre orgulloso. Según su punto de vista, era su responsabilidad proveer para sus hijos, no al revés.

“Pero ustedes me cuidaron por veinte años. ¡Quiero hacer algo por ustedes!” argumenté. Ellos no cedieron. Sue y yo los llevamos de vuelta a Kelvin Road y tomamos el té. Continuará pensé.

De todas maneras, si ellos no me dejaban que les compre una casa, al menos podía comprarme una para mí. Había vivido durante seis años la peripatética vida de un músico. El estilo de vida transitorio que asustaría al 90 % de la población, se había convertido en mi rutina:

Semanas en el estudio. Días de entrevistas. Meses y meses de vivir con una maleta (o, en mi caso, un baúl), durmiendo en hoteles o autobuses, y cruzando el mundo con toda la locura que ello implica. Unos días de descanso. Semanas en el estudio…

Y repetir.

No es una queja. Era la vida que siempre deseé, y aun me sentía como un misionero enseñando la palabra del metal. Pero se me ocurrió que sería lindo pasar los pocos días libres que tenía en un lugar que no fuera la habitación pequeña de una casa compartida.

Yo amaba a Nick, Michael y Denise, y lo había pasado fantástico con ellos. Convivir con otros dos muchachos gay fue un salvavidas para mí, en la época en que más inseguro y vulnerable me encontraba acerca de mí mismo y de mi sexualidad.

Pero ahora, tras el éxito de British Steele, estaba recibiendo cheques por más dinero del que había visto en mi vida. No se me subió a la cabeza, pero tampoco vi la necesidad de seguir viviendo como un estudiante sin un centavo.

Al igual que cualquier persona normal, deseaba tener un lugar propio donde estirarme y relajarme en mis tiempos libres. Y un día, ni bien hube regresado de Mykonos, Nick llegó del trabajo. “Acabo de ver una hermosa casita en venta,” dijo. “Me gustaría poder comprarla. Tal vez a ti te venga bien.”

Saltamos a su auto y fuimos a echar un vistazo. Era un lugar pequeño y bonito, una vieja casa compacta, escondida discretamente detrás de una cerca en un área aceptable a diez minutos a pie del centro de Walsall. Necesitaba reparaciones pero, bueno, al menos ahora yo tenía algo de dinero.

En el instante en que la vi supe que la compraría; y lo hice, por treinta mil libras en efectivo. ¿Fue una buena inversión? Bueno, cuarenta años después sigo pasando largos periodos de tiempo en ella. Así que sí, creo que lo fue.

Siempre iba a comprar en Walsall. La idea de buscar un lugar en Londres cruzó por mi mente, ya que pasaba mucho tiempo ahí por cuestiones de trabajo y diversión; pero rápidamente la deseché.

Walsall era mi lugar de origen, donde vivía mi familia y donde yo quería estar. Donde pertenecía. Era tan simple como eso.


 



[1] Tal vez esperaba que la gente dijese: “It’s a Ring-ohh!” (N. del T.: juego de palabras con el nombre del músico; significa literalmente “¡Es un anillo, oh!”)

[2] No entiendo por qué las agencias de citas gay nunca usaron esta canción en sus anuncios.

[3] Realmente debo devolverlo algún día.

[4] N. del T.: En el texto original dice “he (Di’Anno) would blow Priest offstage…” Blow significa “volar” o “explotar”, pero también puede ser el apócope de blowjob (mamada); de allí el juego de palabras de Halford.


lunes, 25 de enero de 2021

"Confieso" - Capítulo 8

 



8

Una ronda de azotes para Marie Osmond

 

 

 

El ritmo de trabajo de Judas Priest a fines de los setenta fue increíble. No lo pensábamos dos veces antes de tocar giras enormes por EE.UU y Europa durante meses, volver a casa, descansar no más de una semana, y regresar al estudio para grabar un nuevo álbum.

Esto era estimulado parcialmente por la discográfica. “¡Realmente están ganando velocidad!” nos decía la CBS. “Se enfrentan a bandas grandes, no pueden darse el lujo de dejar que el interés decaiga. No hay tiempo que perder. ¡Deben seguir en el radar!”

Era un trabajo duro… pero no lo sentíamos así. Estábamos totalmente de acuerdo con eso. Considerábamos que nuestra apretada agenda era una evaluación, y una prueba de nuestra tenacidad y determinación como banda. Ir directamente a un estudio después de una gira era lo más natural del mundo, y lo que había que hacer.

Así las cosas, el jet lag de nuestro viaje a Japón aún no se había disipado del todo cuando fuimos a Londres para comenzar el segundo disco de 1978. El productor sería James Guthrie, porque nos había gustado su trabajo con el cover de Spooky Tooth (a pesar del poco tiempo de antelación con que le habían avisado).

Cuando entramos al estudio, pusimos manos a la obra al instante. Supongo que era una de las ventajas de nuestra implacable e imparable agenda de giras y grabaciones. Siempre estábamos juntos, nunca descansábamos, y eso nos iba convirtiendo en una máquina del metal perfectamente aceitada.

Además, sentíamos que estábamos logrando objetivos. Nos hacíamos más sólidos, más confiados, y totalmente enfocados en hacer a la banda lo más poderosa posible. Hoy en día, miento si digo que considero siquiera el ritmo de trabajo de aquella época. Por aquel entonces, era una segunda naturaleza.

Priest nunca componía durante las giras, por lo que siempre llegábamos al estudio sin nada preparado y comenzábamos de cero. Eso nunca nos preocupó, y esa vez las canciones surgieron especialmente rápido. Estábamos en una racha y la aprovechábamos al máximo.

Existe una línea muy delgada entre verse “influenciado” y ser “inspirado” por otra banda. Ser “influenciado” a menudo significa que solo copias a otros artistas e intentas sonar como ellos. Pero yo definitivamente me vi inspirado por “We Are the Champions” de Queen cuando escribí “Take on the World”.

Cuando Glenn llegó con un riff mortal, me pareció perfecto para escribir una letra sobre los temas clásicos de Priest: optimismo, creer en uno mismo y vencer frente a la adversidad. Pero “Take on the World” era más que eso. Se trataba de nosotros creando una fuerte conexión con, y un compromiso hacia, nuestros fans. El metal seguía siendo ridiculizado constantemente por entonces, y aquí ofrecíamos una declaración de nuestra fe en el valor de la música en la que nosotros y nuestros fans creíamos. Estábamos en esto juntos.

 

Ponte en nuestras manos, para que nuestras voces se oigan

¡Y juntos tomaremos el mundo!

 

Cuando terminamos de escribir una canción, siempre puedo imaginarme cómo sonará cuando lo toquemos en vivo. Mientras grabábamos esta, incluso podía escuchar miles de fans coreando junto con nosotros. Esa perspectiva me provocaba un cosquilleo.

Glenn estaba a mil, e inventó un tema que se convertiría en clásico. Yo seguía pegado a mi tesauro, y surgió una frase: “Eh, muchachos, escuchen esto: ¡El Infierno se inclinó por el cuero (Hell bent for leather)! ¡Wow! ¿Acaso no es bien Priest?” Glenn se hizo cargo del resto; ¡qué riff!

Una noche, hicimos una pausa en la grabación para ver la pelea de Muhammed Ali contra Leon Spinks por la corona mundial de peso pesado, en la TV del bar del estudio. La banda seguía trabajando mientras yo veía el preámbulo de la pelea, y me habían pedido que los llamara cuando estuviese por empezar.

Mientras Ali y Spinks subían al ring, corrí a la cabina de grabación y, entusiasmado, salté hacia la entrada: “Eh, muchachos, la pelea esta por…”

¡CRACK! Había saltado demasiado. Golpeé duramente la cabeza contra el marco de metal, y caí al suelo como si hubiese sido golpeado a traición por el mismísimo Ali. ¡Auch!

“No importa, es solo un rasguño,” creo que dije, tambaleándome mientras la sangre corría por mi rostro.

“¡No, no lo es!” dijo Glenn. “¡Puedo verte el cráneo, amigo!” El resultado fue un par de horas en la sala de emergencias, algunos puntos, y me perdí la gran pelea. Igual, al menos tengo una cicatriz para recordar el gran triunfo de Ali.

Glenn había escrito una canción llamada “Killing Machine”, y la elegimos como título del disco porque capturaba a la perfección lo que éramos como banda: una máquina metálica pulcra e implacable. Nos parecía perfecto… hasta que recibimos una llamada de Arnakata.

Los representantes nos dijeron que la CBS estaba de acuerdo con el nombre en Inglaterra, pero el sello estadounidense no. El país había sufrido algunos tiroteos masivos recientemente, y consideraban que el título era demasiado controvertido y podría generarnos publicidad negativa.

Glenn fue el más enojado. “Hablamos de nosotros, ¡nosotros somos una máquina asesina!” gimió. “No matamos gente: la máquina es nuestra música. Judas Priest es una máquina asesina con el poder del metal. ¿No lo entienden?”

Lo irónico fue, por supuesto, que el título alternativo en EE.UU., Hell Bent for Leather, fue un golpe magistral que nos benefició a todos.

Killing Machine recibió buenas críticas en Inglaterra y fue nuestro tercer disco consecutivo en entrar al Top 40. Siempre vigilábamos de cerca nuestra posición en las listas. Todos los artistas lo hacen. La banda que diga lo contrario, miente.

Entonces quedamos boquiabiertos por lo que ocurrió a continuación. Nuestros singles anteriores jamás habían aparecido en los ránquines. No es que lo esperásemos: éramos una banda de metal, aquel no era nuestro mundo. Pero con el primer sencillo de este disco, la historia cambió.

Nos asombró que “Take on the World” entrara en el Top 40 en la posición treinta y uno, y no lo podíamos creer cuando siguió subiendo hasta el catorce. ¡Puesto catorce! Pero la sorpresa más grande llegó después: una invitación a Top of the Pops.

¡Wow! ¡Esto sí que era algo importante! Habíamos aparecido un poco en TV, mucho en la radio, hasta el momento; pero… ¿Top of the Pops? ¿El programa que yo había mirado religiosamente todas las semanas de chico, admirando a Hendrix, Bolan, Bowie y Queen? ¡Ahora sí que lo habíamos logrado!

En el camino hacia la BBc yo estaba super emocionado. Mamá, papá, Sue y Nigel estaban igual, esperando para ver todo por TV. Uno puede hacer discos, tocar, incluso girar por EE.UU.; pero recién cuando apareces en Top of the Pops es cuando tu familia y amigos se dan cuenta de que vas a llegar lejos.

El programa no era exactamente como me lo esperaba. El estudio se veía pequeño, y no había más de treinta chicos en el público. Los artistas que nos acompañaban ese día eran Dr. Feelgood, una banda que me gustaba, y Donnie y Marie Osmond, que me importaban poco y nada.

El look de cuero aún no había progresado del todo en la banda, pero yo ya lo había adoptado al cien por ciento. Desde los pies hasta la gorra, yo era una visión envuelta en cuero negro con un cinturón de balas, largos brazaletes con tachas y la última novedad de mi vestuario: un látigo, cortesía de Wandsworth.

Este último artículo demostró ser un problema. A mí tal vez no me interesara Marie Osmond, pero ella obviamente se interesaba en mí. Priest estaba en el vestuario durante los ensayos cuando uno de los productores llegó con malas noticias.

“Rob, me temo que vas a tener que olvidarte del látigo,” dijo.

“¿Eh? ¿Por qué?” le pregunté. “¡Es parte de mi acto!”

“Marie Osmond se ha quejado. No está muy a gusto con él.”

¿Qué? Siempre fui una persona básicamente accesible que odia las confrontaciones; pero esto me sacó de las casillas.

“¡Aguarda un momento! Somos una banda británica de heavy metal, en un programa británico, ¿y una artista estadounidense nos dirá qué podemos hacer y qué no?”

“Bueno, este…” tartamudeó el productor. “Es que…”

“¡Sal de mi vista!”

No fue difícil encontrar el camerino de los Osmond. Cuando entré, con el látigo en la mano, Marie tenía enormes ruleros y la estaban maquillando. Estaba demasiado molesto como para fijarme si habían rosas de papel.

“¡Marie, soy Rob de Judas Priest!” me presenté.

“¡Oh, hola Rob!”

“¿Qué es eso de que no quieres que use mi látigo?”

“Oh, bueno…”

No le di tiempo de terminar.

“Lo uso porque es parte de nuestro show, y es lo que voy a hacer” declaré, en un tono que no admitía concesiones. Marie sonrió incómodamente y asintió. Priest 1; Osmonds 0.

Luego de unos tragos en el bar de la BBC, yo canté en vivo mientras que la banda hizo playback. Lo más gracioso fue que al final olvidé el látigo, pero me gustó mucho dar ese show. Nos sentimos como embajadores del metal.

Algunos seguidores de Priest de la línea más dura no estuvieron de acuerdo. Consideraban que ese show era berreta, lleno de grupos blandos de pop, y que lo que hicimos había sido una traición. Nos llegaron algunos vagos comentarios de que nos habíamos “vendido”.

Yo no le prestaba atención a esas quejas. Siempre pensé que debíamos hacer lo que fuese para promocionar a la banda y nuestra música, y al metal en conjunto. ¿Top of the Pops nos permitiría mostrar nuestro sencillo por la BBC a quince millones de personas? ¡Adelante!

Fue por mucho lo más comercial que habíamos hecho hasta el momento, y me pregunté si esa exposición cambiaría mi vida diaria. ¿Me convertiría en una figura pública, una celebridad, firmando autógrafos e imposibilitado de caminar tranquilamente por Walsall sin ser molestado?

No tenía por qué preocuparme. A nadie le importó. Incluso hoy, en EE.UU me paran para sacarse selfies, pero eso nunca ocurrió en Walsall. La gente me mira, pero piensa: Ah, no lo molesten. Está fuera de servicio, dejémoslo en paz. Es algo hermoso, y me siento agradecido por eso.

De cualquier manera, no tenía tiempo dormirme en mis (ejem) recién nacidos laureles de estrella pop. Estaríamos de gira prácticamente por todo el 1979. Miré el calendario, eran cerca de 140 shows.

Como no tendríamos tiempo para hacer un nuevo disco en el ’79, a CBS se le ocurrió un plan de contingencia. Comenzábamos la gira en Japón, y ellos arreglaron grabar dos de los recitales en Tokio para un álbum en vivo (Unleashed in the East) que se lanzaría a fin de año.

Yo no tenía problemas en grabar disco en vivo, pero no estaba seguro acerca del momento. Mi voz no estaba en gran estado en Japón, en parte porque no había dormido. Siempre sufrí de insomnio y durante ese viaje experimenté el peor jet lag de mi vida.

Antes de uno de los shows, no había dormido absolutamente nada, ni un minuto. Como un soldado, arremetí frente a los conciertos, pero me preocupaba lo que quedaría registrado.

Luego de eso, volvimos a EE.UU. por dos meses. La mayoría de los shows fueron como teloneros de UFO quienes, por decirlo elegantemente, eran un puto descontrol. Salimos de fiesta con ellos todas las noches. Fuerte. Priest tenía sus momentos de parrandear como animales, pero los UFO estaban locos.

Sobre el escenario, yo iba acrecentando la teatralidad. La música de Priest era muy fuerte, poderosa y dinámica, y yo quería estar a su altura físicamente hablando. Corría por el escenario agitando los brazos, y comencé a acuñar algunos movimientos propios.

Todas las noches llevaba mi látigo y simulaba azotar a la primera fila. Siempre atentos a las oportunidades del merchandising, CBS y Arnakata comenzaron a vender parches y remeras provocativas:

 

¡YO FUI AZOTADO POR ROB HALFORD!

 

Llevé mi arsenal un paso más allá y me hice de una ametralladora con la que disparaba salvas sobre el público, generalmente al final de “Genocide”. No la tocábamos todas las noches, pero cuando lo hacíamos llegábamos hasta el final, algunas noches duraba casi quince minutos.

Ken, Glenn y yo también nos alineábamos y ejecutábamos algunos movimientos sincronizados en ciertos momentos del set. Todo era parte de la experiencia Priest. Sabíamos que nuestra música les volaba la cabeza, pero también queríamos dar un show.

Esto pasó a otro nivel cuando en mayo volvimos a Inglaterra. Llevamos un poco más lejos la presentación en vivo en algún lugar de Midlands, durante las primeras fechas de la gira. Creo que fue en Derby.

Habíamos llegado al lugar del evento para la prueba de sonido por la tarde y estábamos viendo cómo nuestro personal cargaba los equipos por un estrecho callejón junto al teatro. Divisé a un par de motociclistas estacionados un poco más allá, y PING! Se me prendió la lamparita.

“¡Eh, muchachos!” dije. “¿No sería grandioso que esta noche, cuando hagamos ‘Hell Bent for Leather’, yo entre en una moto?”

“¡Estás loco!” fue la respuesta. “¡Hagámoslo!”

Salí y cuando apareció un motoquero a vigilar su moto, le conté mi plan y se la pedí prestada. Era un gran fan de Priest así que estuvo de acuerdo. La llevamos adentro y la estacionamos al costado del escenario.

El efecto fue eléctrico. Cuando me senté en la moto y aceleré a fondo al comienzo de la canción, el público no supo qué ocurría. Salí y enfrenté un mar de rostros asombrados:

“¿Eh, qué es ese ruido? Suena como… al diablo, ¡está sobre una moto!”

El lugar se volvió loco. Desde ese momento, la motocicleta se convirtió en uno de nuestros rituales y nuestros fans llegaron a amarlo y esperarlo. Le dimos unos cuantos dolores de cabeza a Arnakata, teniendo que negociar con algunos salones para permitirlo, pero valió la pena: era un gran espectáculo.

Luego del éxito de “Take on the World,” CBS lanzó “Evening Star” como el siguiente sencillo. Eso trajo consigo una nueva invitación a Top of the Pops. Teníamos un recital el mismo día, en el Birmingham Odeon, pero pensamos que no habría problemas.

Falso.

Existieron un montón de inconvenientes en el programa esa vez.

Esperamos durante horas. Había ensayos de sonido, de vestuario, pruebas en vivo. Tenían problemas técnicos: Dios sabrá cuáles eran. El tiempo corría.

Nos íbamos preocupando cada vez más: “Diablos, ¿viste la hora?”

Atajé a un productor que pasaba: “Mira amigo, ¿a qué hora largamos? ¡Tenemos que dar un show!”

“¡Sí, sí, en cualquier momento!” me aseguró y desapareció. Pasó otra media hora.

Se hicieron las seis en punto y supimos que no lograríamos atravesar el horario pico de Londres ni tomar la M1 y la M6 hacia Brum a tiempo. Una mujer de Arnakata estaba en el estudio, pegada al teléfono. ¿Podríamos alquilar un avión? ¿Un helicóptero? ¿Conseguir escolta policial? Ella se puso pálida.

Eventualmente terminamos, pero llegamos al Birmingham Odeon una hora tarde. Algunos fans se habían ido, pensando que no llegaríamos, y cuando finalmente salimos se escucharon algunos abucheos. ¡En nuestra ciudad natal! Nos sentimos horrible por el fiasco.

Después de las fechas en Inglaterra nos encontramos con un atípico mes libre, dándonos la oportunidad de mezclar Unleashed in the East. Al escuchar las grabaciones de Tokio, mis peores miedos se confirmaron.

CBS nos contactó con un tipo llamado Tom Allom para producir el álbum. En los siguientes años nos convertiríamos en hermanos con Tom y tendríamos una larga, feliz y productiva relación; cosa impensable según nuestra primera impresión de él.

Algunos años mayor que yo, Tom Allom tenía un acento inmaculado y fue la persona más pulcra que conocí en mi vida. Podría haber pasado por un miembro de la familia real, o un militar (de allí su sobrenombre, “Coronel”).

Pero una vez superados sus modales aristocráticos, Tom era un gran tipo y muy rocanrrolero. Le gustaba Priest y el metal, y entendió a la banda desde el principio. A diferencia de otros productores, podía leer música y tocar el piano, algo que nos impresionó profundamente.

Tom se convirtió en miembro de la familia Priest desde el primer encuentro, pero su trabajo mezclando Unleashed… se complicó. La banda sonaba bien, pero mis voces no funcionaban. Se podía percibir el cansancio y la fatiga cuando intentaba llegar a ciertas notas y fallaba.

Estábamos haciendo la mezcla en el estudio de Ringo Starr, en Tittenhurst Park, una hermosa casa de campo justo a las afueras de Ascot. Ringo le había comprado el lugar a John Lennon y Yoko Ono. Era una sensación estar ahí; pero no teníamos tiempo que perder. Estábamos en una crisis.

Tom hizo lo mejor que pudo, pero ni siquiera él podía pulir un cerote; y yo no toleraba la idea de que los fans me escuchasen en tan mala forma y desafinado. Frunciendo el ceño mientras escuchaba las cintas, tomé una decisión.

“Escuchen, muchachos,” dije. “Voy a entrar a la cabina con un micrófono y voy a cantar el disco de principio a fin. Lo grabemos y veamos si podemos hacer algo con eso.”

Eso hice exactamente. Las voces eran infinitamente mejores y Tom las mezcló con las tomas de la banda en Tokio. Lo mantuvimos en secreto por años, y cuando salió a la luz (gracias al Gran Bocón aquí presente) los fans comenzaron a llamar al disco Unleashed in the Studio.

Mis regrabaciones fueron tema de controversia durante algún tiempo; pero nuestras conciencias estaban limpias. No habíamos querido fallarles a nuestros fans: simplemente nos negamos a lanzar un producto inferior. Porque eso habría sido fallarles mucho más.

Nuestro largo año de giras comenzó de nuevo, e hicimos nuestro primer viaje a Irlanda, para tocar en un festival de Dublín junto a Status Quo. Ya los conocíamos y eran buenos tipos, pero casi no llegamos a actuar debido a un contratiempo.

Los promotores irlandeses y la policía nos informaron que no había manera de que yo entrara al escenario en motocicleta. Creían que eso provocaría disturbios en el público. Yo pensé que eran tonterías. Los fans estaban esperando la motocicleta y no queríamos decepcionarlos.

Nadie en Priest se comportó nunca como una diva, ni siquiera yo, pero esta vez nos plantamos: Si no podemos usar la moto, no tocamos. La interrupción se extendió hasta casi el comienzo del show… cuando los organizadores repentinamente cedieron. El rugido del público cuando ingresé atronando con la moto, demostró que habíamos hecho lo correcto.

Dublin sería el último show que haríamos con Les Binks. Imprevistamente, nuestro baterista se marchó. Fue una sorpresa y no supe con certeza cuál había sido la razón; aunque Les le confesó a Ken años después que se debió a desacuerdos con Arnakata respecto de dinero.

Me gustaba Les, e incluso al final había abandonado sus camisas de cowboy; pero para ser honesto, no lamenté mucho su partida. Me parecía que era un poquito baterista de bateristas; alguien más preocupado por pulir su técnica que por encajar en el alma y corazón de la música de Priest.

Su reemplazo, Dave Holland, había tocado en Trapeze, una banda que nos gustaba, pero estuvo feliz de venirse con nosotros cuando lo probamos. En cuanto llegó noté la diferencia entre él y Les. Este nos había dado más complejidad, seguro, pero Dave ofrecía simplicidad, empuje y poder. Y eso era lo que necesitábamos.

Dave ya ocupaba su lugar cuando nos dirigimos de nuevo a EE.UU. para otra serie de presentaciones, esta vez para promocionar Unleashed… Los primeros shows eran como soportes de la realeza del rock norteamericano: Kiss.

Cuando nos ofrecieron esas fechas, lo pensamos muchos. Kiss no era una banda de metal y musicalmente no teníamos afinidad. Pero Gene Simmons y Paul Stanley amaban Priest y ellos mismos nos habían solicitado, lo cual era todo un halago; además de que la oportunidad de llegar a miles de nuevos fans no se podía rechazar.

El Kiss Army es célebre por ser difícil de complacer, pero nos fue bien. Solo tocábamos treinta minutos por noche, así que íbamos a toda máquina. El público nos aceptó porque éramos aguerridos y comprometidos, y teníamos una imagen fuerte.

A Gene y Paul les habrá gustado nuestra música, pero no los vimos demasiado fuera del escenario. De cualquier manera, me entusiasmaba que Gene estuviese saliendo con Cher, alguien muy importante para los hombres gay. Yo vivía inventando excusas para estar cerca de ella y saludarla.

Mientras tocábamos con Kiss, la CBS lanzó Unleashed… No nos imaginábamos cómo iba a vender (supongo que no teníamos punto de comparación), por lo que nos asombró que entrara en el Top 10 de Inglaterra, e incluso se colara en el Billboard 200 de EE.UU.

¿Qué? ¿Un disco en vivo? ¿En serio? Parecía que todo lo que tocábamos se convertía en oro. Era casi demasiado para digerir.

Yo estaba por vivir una experiencia aún más difícil de asimilar. Luego de las fechas con Kiss tuvimos algunas presentaciones como banda principal en teatros y estadios de Texas, Canadá y el oeste, terminando con un show en terreno conocido: el Palladium en NY.

CBS había organizado una fiesta para celebrar el fin de la gira en un club nocturno llamado Mudd Club, donde habíamos tocado antes. Dimos un recital breve después de la medianoche, y mientras me encontraba descansando afuera, no pude evitar ver al tipo que estaba tomando fotos enfrente de mí.

Era un hombre mayor, pequeño y con el cabello platinado. Tenía una camarita Olympus, y era la viva imagen de…

¡Aguarda, no luce como él, ES él! ¡Andy Warhol!

Yo sabía todo acerca de Warhol, y era un gran fanático de su arte pop y sus películas de vanguardia. Para mí, él era Nueva York, en el sentido más puro y artístico. Para ser franco, cuando nos presentaron después de nuestro set, yo estaba maravillado.

“¡Hola Andy!” comencé. “¡Gracias por venir! Lindo lugar, ¿no? Ya habíamos tocado aquí antes.”

“¿En serio?” balbuceó Andy, mientras seguía tomándome fotos. ¡CLIC!

“¡Sí! ¡También agotamos las entradas en el Palladium esta noche!”

“¿En serio?” ¡CLIC!

“Sí. Y soy un gran fan de tu trabajo, ¡me encanta!”

“¿En serio?” ¡CLIC!

Yo había tomado un par de tragos, y su conversación monosilábica comenzó a hincharme las pelotas. Había oído que Warhol se sentía muy incómodo socialmente, y hablaba muy poco; ciertamente, este era el caso. Pero así y todo… ¡yo estaba hablando con el puto Andy Warhol!

Intenté cambiar el curso de la conversación.

“Siempre me gusta venir a NY.”

“¿En serio?” ¡CLIC!

Bien. Eso fue todo, ya estaba harto. Junto con mi látigo, yo había incorporado recientemente unas esposas a mi vestuario, y un par de ellas colgaban de mi cinturón. Por alguna razón las agarré, cerré una en mi muñeca y la otra en la de Warhol.

Me miró, riendo nerviosamente.

“Tengo malas noticias, Andy,” le dije.

“¿En serio?”

“¡Perdí las llaves!”

“¿EN SERIO?” Eran las mismas palabras, pero esta vez su voz subió en tono e intensidad.

“¡No, estoy bromeando, amigo!” le dije, sacándolas de mi bolsillo. Warhol respiró aliviado.

“¡En serio!” Sonrió.

Luego varió su conversación lo suficiente como para sugerir que debíamos ir al Studio 54. Ambos salimos, tomamos un taxi, y me senté atrás junto a él mientras atravesábamos el tráfico de primera hora de Manhattan.

Miré por la ventanilla, y de repente me cayó la ficha de dónde estaba y con quién. ¿Esto está pasando realmente? ¡Ya no era Kansas ni Bloxwich! Llegamos al Studio 54, Andy Warhol se quedó conmigo unos minutos… y luego se fue. Desapareció entre la gente. Nunca lo volví a ver.

Aún tengo fotos de aquella famosa noche, y cuando las miro hay algo que llama mi atención. Mi remera. Tiene el dibujo de un célebre artista erótico gay, Tom de Finlandia, y retrata una orgía homosexual: un festival de penes erectos, nalgas, fellatio y penetración anal.

Ahora me pregunto: ¿En qué demonios estaba pensando? Yo seguía encerrado en el closet y aterrado de salir, pero esa remera bien podría haber sido un cartel de neón sobre mi cabeza con la leyenda “¡SOY GAY!”

Si buscan una imagen de la angustia y la perturbación que me atenazó durante décadas en Judas Priest, no tienen más que mirar esas fotos con Warhol. Yo quería declararme y dejar de vivir una mentira, pero no veía la forma de hacerlo.

Con razón bebía tanto…

Nuestro año de giras estaba por llegar a su fin. Tenía menos de una semana en Larchwood Road, contándole a Nick, Michael y Denise acerca de Cher y de mi encuentro con Andy Warhol, antes de encarar el último tramo de nuestra odisea: viajar por Europa como soportes de AC/DC en su gira de Highway to Hell.

Esto era importante para nosotros. Éramos grandes fans de los australianos, quienes ya eran muy famosos. Y, como en la gira con Kiss, sabíamos que era la oportunidad de presentarnos a cientos de miles de fans que aún no nos conocían. Debíamos sacarle provecho.

En vez de gastar dinero en hoteles, decidimos alquilar una gran furgoneta de gira para cruzar Bélgica, Holanda, Alemania (MUCHAS fechas en Alemania) y Francia. Conseguimos una lo suficientemente grande para recibir a la banda, los plomos y todos nuestros equipos.

Es justo reconocer que fue una decisión económica engañosa. Está bien para dos o tres días, pero vivir amontonados durante semanas termina por desgastarte. Nos sentíamos como animales atrapados dentro de una camioneta, y empezamos a perder la cabeza.

Odiábamos esa furgoneta.

Nos iba bien con los fans de AC/DC, pero no vimos demasiado a la banda. Normalmente terminábamos nuestro set, y partíamos por la noche a la ciudad siguiente. Tras unos días de esta rutina, Angus vino a buscarnos.

“¿No les caemos bien, muchachos?” nos preguntó.

“¿Eh? ¿Por qué lo preguntas?”

“¡Nunca se juntan con nosotros!”

“¡Oh, nos encantaría!” le aseguramos. “¡No es nada personal! ¡Tenemos que salir rápido del show porque estamos en una estúpida furgoneta!”

“¡Oh, olvídense de ella!” dijo Angus. “¡Viajen en la nuestra con nosotros, y tómense una cerveza!”

Cuando descubrimos que su “furgoneta” era un transporte de primer nivel, lujoso, con aire acondicionado y equipado con lo más moderno, nos tiramos de cabeza.

Entonces, la mayoría de las noches hicimos eso. AC/DC eran unos tipos geniales, realmente generosos, una excelente compañía. Bon Scott y yo nos congeniamos a las mil maravillas, dos cantantes de metal hablando durante horas en un bus de gira (realmente era mucho más lujoso que el nuestro).

Angus Young apenas bebía. Le pregunté por qué. “Es que si tomo un trago, me pongo de la cabeza,” me contó. No sabía si estaba bromeando, pero una noche fui testigo de que hablaba en serio. Bebió literalmente una copa de champagne y perdió la compostura en segundos. Se transformó frente a mis ojos.

Bon Scott era totalmente lo opuesto. Siempre estaba bebiendo: era un pozo sin fondo para el alcohol. Tomaba hasta que perdía el conocimiento, y al día siguiente se levantaba de la cama y se iba derecho al escenario. Así funcionaba él.

Además, a Bon jamás se lo veía descompuesto. Parecía ser indestructible. Al final de la gira, AC/DC y Priest se abrazaron y prometieron volver a girar juntos. Cuatro semanas más tarde, Bon sufrió una sobredosis y murió. Eso realmente nos conmovió.

 

Priest terminó el ’79 exhausto pero entusiasmado. ¡Qué año! Teníamos un disco y sencillos exitosos, giramos por el mundo con algunas de las bandas más grandes, ganamos incontable nuevos fans… y me había esposado a Andy Warhol.

Recuerdo que pensé que no podía ser mejor. Cuánto me equivocaba. Porque estábamos a punto de sacar el disco que nos enviaría a las estrellas.


 


LATER de Stephen King EN ESPAÑOL - Capítulo 14

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