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Desafortunadamente,
incluso después de la sorpresiva aparición de su pluma mágica, el buen
humor de Gwendy no dura mucho; a las nueve se encuentra derrumbada frente al
televiso, extrañando terriblemente a su marido. Un dolor hueco ha reptado hasta
su corazón, y ni la meditación ni los pensamientos positivos pueden aliviarla.
Mira fijamente el celular, esperando que suene, pero permanece en silencio
junto a ella en el sofá.
La caja de botones está sobre la
mesa ratona junto al libro de Grisham, la pequeña pluma blanca y una taza de té
caliente. Normalmente, Gwendy se preocuparía de que se derramase la bebida
sobre la caja. Esta noche, no le importa en absoluto.
Una vez que hubo llegado al
edificio, Gwendy llamó al Sheriff Ridgewick para desearle Feliz Navidad y
preguntar por Caroline Hoffman. Él atendió al primer timbrazo y le aseguró que
la señora Hoffman estaba bien. Algunos puntos y una contusión (y algo aturdida
por la resaca). El hospital la tuvo toda
la noche y le dio el alta por la tarde. Su esposo la esperaba para llevarla a
casa.
La llamada comenzó a cambiarle el
humor (aún podía recordar el feo tajo en la frente de la mujer, y las miradas
vidriosas y expectantes de los presentes a su alrededor) y cuando se tiró sobre
el mazo de naipes que Ryan había dejado, el espiral descendente empezó en
serio.
En su segunda cita oficial, Ryan
le confesó que siempre había querido ser un mago. Gwendy quedó encantada por la
idea y le rogó que le mostrase algún truco. Después de cenar, y de mucha
insistencia por parte de Gwendy, pararon en una tienda y compraron un mazo de
cartas Bycicle. Ambos se sentaron en un banco de la plaza y Ryan realizó tres o
cuatro trucos diferentes, cada uno más complejo que el otro. Gwendy estaba
impresionada por sus habilidades, pero era mucho más que eso. Era más profundo que eso. Esta faceta infantil
era un aspecto de Ryan que ella desconocía cuando solo eran amigos, parte de su
verdadero ser. Fue la primera vez que Gwendy pensó: Capaz que me enamore de este chico.
Veinte minutos antes, cuando
Gwendy se agachó para levantar su señalador y descubrió el viejo mazo de cartas
en un nido de pelusas de polvo bajo el sofá, su primera reacción fue de serena
gratitud: Ey, me alegra encontrarte, Ryan
te va a buscar cuando vuelva a casa.
Y luego esas cuatro palabras
explotaron en su cabeza: ¡CUANDO VUELVA A
CASA!
Oh Dios mío, él olvidó sus condenadas cartas, pensó con el estómago
revuelto. Nunca se a ningún lado sin
ellas. Dice que son su amuleto de la suerte. Dice que le recuerda a casa y lo
mantienen a salvo.
Gwendy toma el libro de la mesa
ratona e inmediatamente lo deja de nuevo. No se puede concentrar. Mira la
pantalla del televisor, balanceando nerviosamente el pie. “Si él no va a
llamar, al menos que haya algo en las noticias. Cualquier cosa. Por favor.”
Ella sabe que habla demasiado consigo misma, pero no le importa. No hay nadie
que la escuche.
Gira la cabeza y observa la caja
de botones. “¿Tú qué estás mirando?”
Inclinándose hacia adelante,
desliza su dedo por el borde redondeado de la caja de madera, manteniéndose a
distancia de los botones. “Tú me hiciste lastimar a esa mujer anoche, ¿no?”
Entonces siente algo, una leve vibración en la yema del dedo, y retira la
mano. Antes de darse cuenta de lo que está diciendo: “¿Qué? ¿Puedes ayudarme a
traer de vuelta a Ryan?”
Seguro, piensa vagamente. Averigua
por las noticias dónde están las fuerzas rebeldes en Timor. Una vez que hayas
localizado la ubicación, aprieta el botón rojo. Cuando hayan desaparecido
acabará el levantamiento, y Ryan volverá. Simple.
Gwendy sacude la cabeza. Pestañea.
El cuarto parece balancearse, aunque muy débilmente, como si estuviese en un
bote sobre aguas algo agitadas.
Y oye, mientras te ocupas de eso, ¿por qué no haces algo también
respecto de ese imbécil presidente tuyo?
¿Ella está teniendo estos
pensamientos o los está escuchando?
De repente es difícil de decirlo. “¿Destruir Corea del Norte?” pregunta
suavemente.
Debes tener cuidado. Si haces eso, alguien supondrá que los EE.UU. son
responsables. Alguien como China, digamos, y querrán vengarse, ¿cierto?
“¿Entonces qué propones?” Su voz
suena muy distante.
No propongo nada, querida mujer, solo alimento pensamientos. ¿Pero qué
pasaría situ presidente desapareciese? Esa no es mala idea, ¿eh? Y piénsalo,
está a un botón rojo de distancia.
Gwendy se aleja de la caja, con
los ojos fijos en algo muy lejano. “¿Asesinar en nombre de la paz?”
Podrías llamarlo así, ¿cierto? Personalmente prefiero ponerlo en los términos
de esa vieja pregunta: si fuera posible, ¿viajarías al pasado para asesinar a
Hitler?
Gwendy extiende los brazos y
levanta la caja de botones. “Richard Hamlin será muchas cosas, la mayoría
malas, pero no es Adolf Hitler.
No todavía, al menos.
Ella apoya la caja en el regazo y
se recuesta en el sillón. “Tentador, pero nadie asegura que el vicepresidente
será mejor. Ese tipo es todo un caso.”
¿Entonces por qué no deshacerse de ambos? Comenzar de cero.
Está mirando fijamente la fila de
botones de colores. “No lo sé... es mucho para analizar.”
Está bien. Tal vez sería más fácil comenzar con algo menos… lejano.
¿Una pesada llamada Caroline Hoffman? ¿Qué te parece cierto congresista
maleducado de Mississippi?
“Puede ser…” Gwendy lentamente
extiende la mano derecha…
Y entonces suena el celular.
50
Gwendy
arroja la caja de botones sobre el sofá. Agarra el celular. “¿Hola?
¿Ryan? ¿Hola?”
“Lo siento, señora Peterson,” dice
una voz calmada. “Soy Bea. Bea Whiteley.”
“¿Bea?” dice ella, ausente. Siente
que la habitación vuelve a enfocarse, aunque por nada del mundo puede recordar
si antes estaba fuera de foco. “¿Está todo bien?”
“Todo en orden. Solo quería…
primero, pedir disculpas por llamar tan tarde en Navidad. No consideré las tres
horas de diferencia hasta que el teléfono comenzó a llamar.”
“No hay problema, Bea. Estoy
despierta.”
“Parece que Ryan no pudo volver.”
Gwendy se acomoda en el sofá. Mira
la caja de botones, pero aleja la vista rápidamente. “No, no llegó. Sin
embargo, espero tener noticias suyas pronto.”
“Lo siento.”
“Gracias.” Puede escuchar risas en
el fondo. “Parece que tus nietos están pasando una feliz Navidad.”
“Correteando como animalitos
salvajes.”
Gwendy ríe.
“Señora Peterson, llamé para darle
las gracias.”
“¿Por?”
“Por las hermosas notas que
escribió en los libros para mis chicos. Nadie había dicho esas cosas sobre mí
antes, excepto mi familia. Quería decirle cuánto significaron para mí.”
“El gusto fue mío, Bea. Cada una
de esas palabras es verdad.”
“Fue toda una sorpresa,” dice Bea,
emocionada. “Le juro que nunca había
visto a mi hija mirarme como hoy. Tan orgullosa de mí.”
“Tiene toda la razón en estar
orgullosa,” dice Gwendy, sonriendo. “Su madre es una mujer maravillosa.”
“Bueno, le agradezco nuevamente.
Yo…” La mujer duda.
“¿Quieres decir algo?”
Cuando Bea Whiteley vuelve a
hablar, su voz suena rara y dubitativa. “Me preguntaba… ¿está todo bien por
ahí, señora Peterson?”
“Todo bien,” responde,
incorporándose y mirando otra vez la caja de botones. “¿Por qué preguntas?”
“Me siento tonta diciéndolo en voz
alta, pero… justo antes de llamar, no podía sacarme de la cabeza la sensación
de que algo andaba mal… de que usted estaba en problemas.”
Gwendy se estremece. “Nop, todo
bien. Solo estaba mirando televisión.”
“Ok… bien.” Suena realmente aliviada.
“La dejaré tranquila. Feliz Navidad, señora Peterson, y gracias de nuevo.”
“Feliz Navidad, Bea. Nos vemos en
un par de semanas.”